Intranquilo 11- Lágrimas convertidas en polvo(s)

Vale, uno se va liando y se va liando, y hace cosas que no debería, y cuando todo está a punto de irse a la mierda, puede aparecer un tipo que nos deslíe... ¿o nos liará más? Ufffff

LO QUE ME HA PASADO HASTA AHORA (más o menos): Por fin he recuperado mi móvil pero el chantaje a que me está sometiendo mi primo me tiene completamente amargado, y por si eso fuera poco mi padre, en una escena bastante cutre y agresiva, me lo pilló y vio la última foto que me quedaba por borrar, sí, esa en la que yo salgo empalmado frente al espejo del cuarto de baño. Bueno, al menos ha servido para que mi padre se sienta orgulloso de algo mío, aunque yo no sé en qué va a parar esto...

Ya digo que en el pecho empezaba a sentir yo un vértigo que me tenía totalmente aturdido. Había bajado los ojos, buscando no sé qué, cuando noté los dedos de mi padre sobre mi mejilla, apretándola suavemente. Acercó su rostro al mío y me dejó un beso allí donde había pellizcado.

  • Luis- dijo levantándose de la cama- ten cuidado con eso, no es que me parezca mal, es que si te quitan o pierdes el móvil cualquiera lo puede ver, o usarlo para algo... No sé. No creo que sea una buena idea que tengas guardada ahí esa foto.

¿Era yo y mi estado de total desconcierto o era realmente que su voz se quebraba un poco?

  • Lo iba a borrar, papá, cuando tú llegaste- le dije intentando que aquello terminara ya.

  • Chico listo- añadió él mientras se levantaba y salía de mi habitación.

Y sus palabras quedaron ahí, en el aire de mi dormitorio, dejándome tan confundido y desconcertado como el día anterior.

Permanecí tumbado en la cama, como quien descubre que le han saqueado la casa pero también como quien ha recibido un premio que no esperaba. Una cosa rara, una sensación que no me venía a aclarar nada. En mi mano, mi móvil, testigo mudo de lo que había pasado, testigo indiscreto que me había llevado a esta situación que seguía pendiendo sobre mí como una guillotina que poco a poco iba bajando.

Volví a sentir la impresión de que mi vida era una mierda y de que no sabía qué iba a pasar de aquí a una semana: mi primo me estaba chantajeando con la copia del vídeo y de las fotos, mi hermano también era dueño de mi secreto, y yo no tenía a quién acudir. Sólo me consolaba el recuerdo de haber visto esa mañana a Alberto José, y de haber tenido clase con Javier. Pero tanto uno como otro se me hacían muy lejanos. ¿Podría yo acudir a alguno de los dos en busca de ayuda?

No, estaba solo, solo y hecho mierda.

En estos pensamientos estaba cuando volvió a aparecer mi padre por la puerta: iría para la ducha pues estaba desnudo, mostrando aquel cuerpo recio y fuerte, velludo, del que ya me figuraba yo que estaba tan orgulloso, si no ¿a qué tanto mostrarlo?

  • Oye, Luis- dijo mientras se apoyaba en el marco de la puerta- perdona, ¿a qué no sabes a quién he visto esta tarde en el hipermercado?

Ahora jugaba a las adivinanzas.

¡Y yo qué sé!

,pensé

¡Y a mí qué coño me importa! ¡Vete ya de una puta vez y déjame en paz!

Eso es lo que me hubiera gustado decirle, pero como siempre, no dije nada, simplemente me quedé mirándolo: seguía allí apoyado sobre el marco de la puerta, los pies cruzados, los muslos fuertes, aquel nabo grueso y corto destacando sobre unos huevos grandes y algo peludos. Los brazos sobre el pecho, como un sheriff, pensé.

  • Venga, macho, di algo.

Pero yo no decía nada. No tenía ganas de jueguecitos, quería que me dejara en paz ¿era eso tan difícil? Por lo visto sí.

  • Es un amigo tuyo...- empezó diciendo- bueno, por lo menos lo era.

¿Un amigo mío? ¿Un amigo mío que conociera mi padre? No caía, la verdad, además no tenía ganas de seguir, déjame en paz ya, pesado.

  • ¿Más pistas?- preguntó con una sonrisa en la boca. Le debía picar un huevo porque ahora una de sus manos, la derecha, le dio un pequeño meneo al paquete.

  • No es de aquí, es de otro país.

Y entonces caí: Alberto José. Y sin darme cuenta, yo, que no quería jugar, acabé diciendo la respuesta.

  • ¡Alberto José!- exclamé.

  • Muy bien, campeón. El mismo. Un chico muy simpático y agradable- decía ahora mi padre, volviendo a su postura de antes- Ya lo era cuando erais amigos. Vaya, sí que era educado el chaval. Y se acordaba de mí.

Claro, ¿por qué no se iba a acordar? Habían pasado casi tres años y seguro que en esos tres años mi padre no había cambiado tanto.

  • Bueno, solo quería que lo supieras. Estaba por allí, me dijo, y vino a saludarme. Muy buen chaval, sí.

Y mientras decía esto se dio la vuelta y desapareció. No sé por qué pero mi mirada se quedó fija en su culo, un culo también recio y fuerte, con algunos vellos suaves, casi castaños, un culo que se fue alejando por el pasillo hasta que lo perdí de vista. Por fin.

Se sucedían los días y no pasaba nada importante, aunque por dentro, conforme transcurrían las horas cada vez me sentía más agobiado y angustiado, y aquello tenía que saltar por algún lado, por algún lado se tenía que romper. Y se rompió. Y me rompí.

Fue el viernes, el último día de la semana, el último día que había puesto Javier para entregar el trabajo de lectura voluntaria, aquel trabajo que yo había copiado de aquel libro,

Rebeldes,

que no me había leído. No pensé que fuera a darse cuenta de que lo había copiado, la verdad, así que cuando entró en clase, con sus vaqueros blancos y un polo azul marino que, como todos los polos, le marcaban un pecho poderoso, le entregué el trabajo. Se quedó sorprendido y me dijo que por qué no le había dicho nada de ese trabajo, ya que me había dado el libro en la primera evaluación y que le parecía raro que hubiera yo esperado hasta el último día para entregármelo. Le di cualquier excusa: que había estado muy liado, que me había costado mucho hacerlo... Total, que pensé que se lo iba a tragar. Cogió el libro y el trabajo, y su cuaderno, y se sentó como siempre entre Lolo, este compañero mío tan friki y amanerado, y yo.

Pero aquel día no iba a ser como los demás. Cuando Javier se sentó y antes de que Tamara, que era quien tenía que hacer su exposición oral, empezara, se volvió hacia mí, que estaba a su lado, codo con codo, a su derecha, y fijando sus achinados ojos negros me empezó a preguntar cosas sobre el libro.

Y ahí sí me pilló, aunque intenté contestar de lo que malamente me acordaba. Como me vi pillado delante de todo el mundo, le solté un

bueno, vale, si no te lo quieres creer, no te lo creas

que sonó bastante feo. Yo había entrado en una espiral de la que no podía salir ni sabía. Otra complicación más para mi ajetreada vida.

Entonces Javier empezó a darme fuerte: que si no podía mentir tanto, que si la mentira rompe lo más preciado que tienen las personas que es la confianza, que si él siempre había puesto en primer lugar la honestidad... total, que yo le había decepcionado y que era un puto mentiroso, bueno, no me lo dijo así, con esas palabras, pero esa era la idea. Y el caso es que llevaba razón, por lo menos en lo de la mentira.

Mi corazón estaba a punto de estallar y las lágrimas asomaban por mis ojos. Menos mal que paró la bronca y que le dijo a Tamara que empezara su exposición. El resto de la hora continuó en un ambiente de calma tensa, como si algo fuera a estallar, como si todos estuviéramos esperando que algo estallara. Y estalló, lo que yo no esperaba es que estallara dentro de mí y que yo fuera el principal y único damnificado.

Tocó el timbre y salieron todos mis compañeros. No me levanté, quería hablar con Javier, sincerarme con él y decirle que sí, que llevaba razón, que le había mentido, que me perdonara pero que no me dijera que le había decepcionado. Curiosamente, Javier tampoco se levantó, se quedó junto a mí. Podía sentir el calor de su cuerpo y su respiración que le subía y bajaba el pecho. Por eso, cuando se giró y empezó a hablarme y a decirme que siempre había confiado en mí, que siempre confiaría en mí y que me apreciaba mucho, no pude reprimir ya mis ganas de llorar y unos lágrimas afloraron en mis ojos.

Esto le desconcertó mucho, o eso me pareció, pues noté cómo su mano se posaba en mi cuello y cómo intentaba tranquilizarme, al menos es lo que decía su boca:

tranquilo, tranquilo.

Pero yo no podía tranquilizarme, había abierto el grifo de las lágrimas y ya no lo podía parar, un pellizco espeso me cogía el pecho y apenas me dejaba hablar.

¿Qué te pasa, Luis?,

me preguntaba Javier. Y sin saber por qué, quizás porque al fin había encontrado alguien a quien confiarme, le dije que me encontraba muy solo. Fue decir aquellas palabras y volver a empezar a llorar. Además me estaba agobiando que alguno de mis compañeros entrara en la clase y me viera así, no era propio de un tío de dieciocho años llorar de aquella manera, o al menos, no era propio de la imagen que yo quería dar: un tipo ya mayor y muy seguro de sí mismo.

Algo de eso debió notar Javier porque me dijo que me levantara y que le siguiera. Como no quería que mis compañeros me vieran la cara llorosa me sequé las lágrimas con la camiseta que llevaba, al subírmela noté cómo los ojos de Javier se fijaban en mi torso. Aquello me gustó.

Salimos de la clase, Javier les dijo a los demás que se esperaran dentro. Yo intentaba que no me vieran, pero era imposible, sentía sus miradas de curiosidad sobre mi rostro encendido. Íbamos a buscar un despacho,pero la puerta del salón de actos se abrió y Javier le pidió la llave al profesor que salía de allí. Entramos. Javier me indicó una silla, me senté y él se sentó en otra, casi enfrente de mí.

Fue sentarme y volverme otra vez la misma angustia de antes, una mezcla de todo lo que llevaba viviendo aquella terrible semana.

Tranquilo,

me repetía Javier, con su voz suave, mientras una mano suya descansaba en mi rodilla, acariciándola muy suavemente. Aquel contacto de aquella mano que yo había visto tantas veces y que había envidiado tanto porque, pensaba, tenía la suerte de agarrarle el miembro a mi profesor, pues aquella misma mano y su contacto me hacía estremecer, y ya se unía en mí la angustia por cómo me sentía con el placer del roce suave de sus dedos. Algo empezó a estremecerse dentro de mis calzonas deportivas. Los viernes teníamos educación física.

Tranquilo

, me repetía, despacio, sereno, y la verdad es que me tranquilicé, y ya pude hablar. Y me lancé. Era mi oportunidad, tenía que confiar en alguien y en quién mejor que en Javier, aquel profesor que siempre se había mostrado cercano y honesto. Le dije que había algo que me preocupaba.

  • A ver, cuenta- me dijo con su voz varonil- ¿Qué es eso que tanto te preocupa? Seguro que no es nada grave.

Joder, para él seguro que no, pero para mí... Y armándome de todo el valor que en la vida he tenido, sintiendo cómo la garganta, tan seca y apretada, casi se me cerraba, se lo dije.

  • Creo que soy... gay, pero... no lo sé... yo...

Debió pensar que era una tontería, no sé, pero sonriendo me dijo que aquello no era malo, ni mucho menos, que él, como yo sabía, lo era y que no pasaba nada. Luego me dijo que no me podía responder a esa duda, que esa duda la tenía que resolver yo solo, pero yo estaba harto ya de estar solo.

  • Es que... no sé... yo... la gente...pero no sé... - balbuceé sin saber muy bien qué quería decir.

Algo debió ver en mi mirada, que me hizo una pregunta, una pregunta muy directa.

  • Vamos a ver, Luis- prosiguió él intentando aclararme-. Y contéstame si quieres: ¿en quién piensas cuando te masturbas? ¿en un compañero, en una compañera, en un amigo...?

Y ahí lo vi claro, tenía que lanzarme a la piscina, no podía seguir negándome a mí mismo una realidad que me estaba torturando. Quizás Javier no se esperaba la respuesta, no sé, o quizás sí.

  • En ti- respondí con un hilo de voz, mirándole fijamente a sus ojos oscuros y pequeños.

El caso es que cuando le dije que en él, que en él era en quien yo pensaba cuando me pajeaba, sus ojos, de natural chicos y brillantes, se abrieron más, y su rostro pareció ponerse colorado. Sus ojos también estaban fijos en los míos, mi pecho se agitaba como el mar cuando hay tormenta, pero ahora no era una tormenta oscura, ahora era una tormenta blanca, una tormenta que por fin descargaba toda su electricidad reprimida. Sentí cómo los ojos de Javier, mi profesor, descendían por mi rostro y cómo se fijaban en mis labios finos, y cómo su rostro se iba acercando poco a poco al mío, hasta que nuestras bocas por fin se encontraron.

Lo que había empezado a estremecerse dentro de mis calzonas, con el roce de los labios y el sabor de su lengua que poco a poco entraba en mi boca, acabó levantándose. Nunca antes me había besado con un tío, y nunca antes me habían besado así, y nunca antes había sentido cómo una mano se posaba tan suavemente encima de aquella protuberancia que quería también participar de la alegría de aquella fiesta.

(Continuará)