Intranquilo 10- Azotes y orgullo de padre

Siempre he oído que la violencia genera violencia, pero a veces la preocupación ¿o es el amor? de un padre puede tomar caminos un poco insólitos...

RESUMEN DE LO PUBLICADO: Por fin conseguí mi móvil, pero a cambio tenía una semana para responder al chantaje de mi primo Chema: o me grabo cuatro pajas o sube el vídeo que me hice en el cuarto de baño mientras me masturbaba y en el que se me veía toda la cara. Como no quería más problemas con aquellas fotos y aquel maldito vídeo decidí borrarlos, y en eso estaba, me quedaba la última foto, aquella en que se me veía, aunque esté mal que yo lo diga, espléndidamente empalmado en el espejo del cuarto de baño, tonterías de la edad... Pues en esas andaba yo, tirado en la cama de mi habitación, solo con mis slips, me acaba de duchar y hacía mucho calor, cuando llega mi padre del trabajo y me dice, sentado en la cama, sin la camisa del uniforme, que se alegra de que ya haya conseguido el móvil. Joder, al tenerlo tan cerca no doy con la tecla de eliminar. Mi padre cree que lo que guardo en el móvil es la foto de alguna novieta que me he echado. Si él supiera... Y como es tan cabezón hace todo lo posible por verla, sin respetar ni mi intimidad ni mi derecho a estar tranquilo en mi cuarto, incluso usando cierta violencia...

Me equivoqué como casi siempre que intentaba adivinar las intenciones o los pensamientos de mi padre.

Ya he dicho que mi padre es un tío de una gran corpulencia, que a pesar de sus cuarenta y seis años se mantiene bastante bien, le gusta hacer deporte, va habitualmente al gimnasio, y de joven jugó en un equipo semiprofesional de futbito, en eso mi hermano José Miguel ha salido a él, en eso y en otras cosas... Además se le nota que está muy orgulloso del cuerpo que tiene, en casa tiene la costumbre de estar todo el día con el torso desnudo, y más ahora, que hace tanto calor.

Por eso y porque cuando se le mete una cosa hasta que no la consigue no para, me había cogido casi en volandas y me había dado la vuelta, no sé cómo, pues yo, a pesar de que estoy delgado, soy también bastante alto, casi tanto como él. El caso es que me había dado la vuelta y allí estaba yo, boca abajo, soportando sobre mi espalda una de sus rodillas y todo su peso, mientras sentía cómo una de sus manos nervudas me bajaba los slips y sacaba el móvil. No sin antes darme algunos cachetazos y un buen pellizco. Parece que lo de la ducha del día anterior no había servido para nada... Ni buen rollo ni hostias.

Cuando consiguió por fin el teléfono usando esas malas artes, no tuvo el detalle de subirme los calzoncillos, y aquella situación volvió a dejarme bastante desconcertado. ¿Qué coño hacía yo tumbado boca abajo en mi propia cama, soportando el peso de mi padre sobre mi espalda, con el culo al aire? ¡Yo ya no era un niño al que se le da unos azotes o se le puede hacer cualquier cosa! Yo ya era un tío de dieciocho años al que mi padre no respetaba ni pensaba respetar, por lo visto.

Aquella situación me resultaba totalmente humillante, no solo por la postura en la que me encontraba, sino porque mi padre no tenía ningún derecho a trastear en mi móvil, el móvil de una persona es sagrado y no se toca. Pero para mi padre ni mi móvil ni mi intimidad ni mi culo eran sagrados.

Allí seguía, sin poderme mover apenas, con el trasero al aire, gritándole a mi padre que dejara el móvil, que no se le ocurriera mirar nada, pero él no me hacía caso, él solo me decía que entre un padre y un hijo tiene que haber confianza. Menudas confianzas...

De pronto dejó de presionarme con la rodilla en la espalda, se incorporó un poco y se volvió a sentar. Al fin me encontraba libre. Me giré y me subí los calzoncillos. No sé por qué pero se me había puesto un poco morcillona. Entender las reacciones de mi polla me costaban tanto como entender las reacciones de mi padre.

Ahora estaba él sentado en la cama, con mi móvil en las manos, aquellas zarpas que me habían dejado completamente descolocado.

Me acerqué a él y se lo arrebaté de un tirón. La foto, la última foto de aquella desgraciada serie, brillaba en la pantalla. Allí de nuevo se me podía ver, empalmado y feliz, con cierta pose de tío bueno, mirando al espejo que me devolvía la mirada. Desde luego que el Luis que aparecía reflejado en el móvil no era el mismo que ahora lo miraba, maldiciéndose y sintiéndose pequeño y ridículo.

Mi padre no decía nada. Solo podía sentir yo su pecho que subía y bajaba a escasos centímetros del mío, igual de agitado y alterado.

  • ¿Qué, ya estás contento?- le pregunté mientras buscaba la manera de borrar por fin aquella imagen.

  • Hombre, no sé, no es lo que esperaba, macho- dijo casi en un susurro.

Había vuelto su rostro hacia mí, y ahora una sonrisa leve se dibujaba en su boca de labios finos.

  • Pues eso es lo que te pasa por meter las narices en lo que no te importa.

  • Bueno, chaval, perdona, no te pongas así- su mano en mi hombro, su mano nervuda y caliente, en mi hombro, y sus ojos mirándome fijos.

  • ¿Cómo quieres que me ponga, joder? ¿Te gustaría que yo hiciera lo mismo?

Una sombra cruzó por su mirada mientras volvía a apretarme con su mano el hombro y a descenderla por el brazo. Si aquella era la forma que tenía de tranquilizarme no lo estaba consiguiendo, al contrario, el contacto de su mano, cálida y ruda, no era lo que yo necesitaba para apaciguar mi cabreo ni mi excitación.

  • Pues claro que no, joder, claro que no te gustaría- seguí, intentando soltar todo lo que tenía dentro. Pero ya sabéis que eso de expresar mis sentimientos no se me da muy bien.

Estaba a punto de borrar la foto por fin.

  • Venga, Luisito, macho, no me lo esperaba, eso es todo, pero ya está, coño, tampoco es para ponerse así.

Su mano se posaba sobre mi mentón, abierta y grande como era, mientras el pulgar acariciaba suavemente el borde de mis labios finos y entreabiertos. Yo no podía decir nada, seguía intentando aplacar toda la ira que me subía por el pecho, ira que se confundía con otro sentimiento al que no le podía dar un nombre. Joder, ¿por qué me tenía que pasar esto a mí? ¿Es que no tenía ya bastante?

  • ¿De qué te avergüenzas, macho, de qué?- prosiguió mi padre-. Ya quisiera más de uno tener lo que tienes tú aquí.

Y aquello volvió a descolocarme por completo. No me esperaba aquel comentario, ni que mi padre bajara la mirada y que con la mano que tenía hasta entonces desocupada, me apretara ahora entre las piernas. Mis huevos se encogieron y debí dar un respingo.

  • Venga, macho- continuó mi padre-. Dame un abrazo, campeón, que con ese mandado vas a hacer feliz a más de una.

Y diciendo esto me rodeó con sus brazos musculados, y volví a sentir en mi pecho, el calor de su pecho velludo, mientras en mis slips, algo se estremecía, no sé si de la sorpresa o de tanto desconcierto.

  • Estoy orgulloso de ti- dijo al fin cuando nos separamos- Muy orgulloso- volvió a decir mientras su mano volvía a posarse en mi paquete presionándola suavemente.

Volví a ponerme colorado, seguro, y volvió a estremecerse aún más lo que tanto estaba alabando mi padre. Como siguiera con tanto apretón y tanto roce, iba a tener una prueba en vivo de lo que acababa de ver en el móvil.

Sus ojos se clavaban en mí y yo no podía mantener su mirada. La verdad es que hacía mucho tiempo que no le oía decir que estaba orgulloso de mí. Podía sentirme feliz, al menos, había algo mío que le gustaba, justamente aquello en lo que menos nos parecíamos, aquello que seguía cabeceando a su antojo.

Volvió mi padre a bajar la mirada. Y mi pecho se hinchó como cuando uno va a saltar al vacío.

(continuará)