Intimacy 07.2: Vergüenza

ADVERTENCIA: contiene sexo homosexual. Un paso más en la humillación a que someten a nuestro protagonista Mila, su mujer, y sus hijos Pablo y Quique.

Por la mañana, me despierto tarde. El sol brilla en el salón. Dibuja un trapecio resplandeciente en el espacio vacío, entre el tresillo, interrumpido a intervalos regulares por los listones que cuartean la cristalera.

Mila apura sin prisa su café a sorbos cortos. No se ha puesto la bata. El camisón se pega a su piel blanca, dibuja sus contornos amplios. Al trasluz, puedo adivinar el tono sonrosado de sus pezones. Mientras ocupo mi silla, junto a la mesa, me descubro tratando de ocultar una erección vergonzante bajo el pijama. Me siento idiota. Pablo me mira y sonríe. Quique parece no verme.

No hay cubierto para mí. Busco una taza usada y me sirvo café negro, sin azúcar. Trato de comerme un cruasán. Parece esparto en mi garganta. Lo dejo en la bandeja casi sin probarlo.

  • Ven.

Se sienta en la mesa, con los muslos separados. Señala a Pablo y le llama. Sus nalgas, amplias y mullidas, parecen extenderse sobre el tablero. Tira mi taza. El resto del café escurre hasta derramarse por el borde sobre mi pantalón. Está caliente. Contengo un quejido y procuro mantener la apariencia de dignidad de que carezco.

  • Ven, cariño.

Pablo se acerca. Me mira antes de besar sus labios. Mila manipula la bragueta del pantalón de su pijama. Saca su polla, firme y grande. La acaricia lentamente sin dejar de besarle. Muerde sus labios. La acaricia apenas con las yemas de los dedos. No puedo evitar mirarlo. Una gotita transparente brilla en el agujerito. Tiene el capullo descubierto. Desabrocha la camisola, se la quita. Su polla cabecea todavía asomada por la bragueta. Está delgado, musculoso, duro. Tiene la piel tensa y brillante, dorada. Desata la lazada. Lo deja caer. Él, con un movimiento ágil se lo aparta de sus pies. Agarra sus pelotas con una mano y vuelve a recorrerla con los dedos lentamente. Extiende sobre la superficie la gota, que se ha transformado en un reguero delgado. Ahora brilla.

  • Así, mi amor…

Muerde su cuello haciéndola gemir. Sus dedos desabrochan los botones del camisón con urgencia, atropelladamente. Deja caer la cabeza atrás dejando que la muerda. Gime. Agarra su polla entera, ahora con fuerza. La acaricia cubriendo y descubriendo su capullo con la piel mientras mi hijo, ya expuesta, amasa con las manos sus tetas grandes y blancas. Las estruja. Me excita. Resulta brutalmente excitante la imagen de sus dedos largos y delgados hundiéndose en la carne.

  • Va… mos…

Se deja caer hacia atrás. Se recuesta apoyándose con las manos a la espalda sobre la mesa y envuelve su cintura con las piernas atrayéndole. Pablo se deja llevar. Su polla resbala sobre el vello jasco y oscuro de su pubis. Pellizca sus pezones haciéndola emitir un quejido mimoso. Ahora están despiertos, firmes. Apenas a un metro de ellos, puedo distinguir los granitos que se abultan en las areolas.

Quique me mira y sonríe. Acaricia la suya observándolo todo atentamente. El café se ha enfriado, pero apenas puedo pensar en él. Experimento una erección dolorosa, y una intensa vergüenza que se agudiza cuando Mila me mira a los ojos sonriendo. Pablo mueve lentamente sus caderas buscando hasta encontrarla. Mila me mira, ahora sin expresión. Cierra los ojos y gime cuando acierta, finalmente, y se desliza en ella. Se inclina. Lame sus pezones sin dejar ni por un momento de estrujarle las tetas con las manos. Mientras culea, algunas veces, succiona, y la carne se deforma, se introduce en su boca llenándola. Su pezón desaparece entero entre sus labios con un sonido de chupetón.

  • Así… así…

Culea suavemente. Culea lentamente follándola. Cuando afloja la succión, el pezón se escapa de entre sus labios y aparece ante mis ojos húmedo, enrojecido. Tiene marcadas alrededor de la areola las huellas de sus dientes. Sus dedos casi desaparecen hundidos en la carne abundante y mullida de sus tetas blancas. Cuando las suelta, bailan blandas en su pecho al ritmo creciente con que la empuja clavándose hasta el fondo, quedándose quieto a veces, muy adentro, y ella gimotea como si se le escapara el aire, casi sin fuerzas.

Quique se incorpora. Junto a ellos, se inclina y muerde la boca de su madre, que gime dejándose querer. Desliza la mano entre sus piernas. Acaricia su clítoris mientras su hermano la folla. Yo también estoy de pie. Mi polla se ha escapado por la bragueta del pantalón. No me atrevo a tocarme. Solo los miro. Cada detalle de la escena se marca a fuego en mi retina. Los dedos de Quique hurgándola; la polla de Pablo entrando y saliendo de su coño, mojada; las manos de ambos amasando sus tetas, dejando en su piel blancas las huellas rojizas de los dedos, apretándolas; sus ojos entornados; su lengua buscando sus bocas cuando se acercan…

  • Así… así… a… sí… aaaaa… síiiiiiiiiiii…

Se estremece. Sus piernas se aflojan. Las deja caer. Pablo se agarra con fuerza a su culo. Empuja con fuerza. Mila culea. Su pelvis se mueve a golpes, sin ritmo, sincopada y violentamente. Se deja caer de espaldas, incapaz de sujetarse con los brazos, sobre la bandeja de los cruasanes. Gimotea con los ojos en blanco y los labios tensos. Pablo muge, como un animal, y empuja con fuerza, sin sacarla. Empuja una y otra vez desplazándola. Algunos cubiertos caen de la mesa. Ruido de cristales rotos.

Me late el corazón en la garganta. Cuando se separan, siento el corazón atragantándome. Mi polla cabecea en el aire, tensa, violácea. Chorreo. Un reguerito de esperma blanquecino resbala desde su coño abierto y brillante hasta el tablero de la mesa.

  • ¿Qué… haces?

  • ¿Vas a… hacerme… daño…?

Quique sonríe en silencio. Ahora es Pablo quien acaricia el clítoris de su madre mientras su hermano recoge con los dedos la leche que fluye de su vulva y juguetea con ellos lubricando su culo, clavando el corazón, arrancándole un gemido, un quejido mimoso.

  • ¿Vas… a… hacer… me… daño…?

  • ¿Vas…? ¡Ahhhhhhhhhhhhhh!

Chilla al sentirla. Quique, sonriendo, clava el capullo en su madre arrancándole un primer chillido, que se acentúa sin interrumpirse cuando empuja con fuerza clavándosela hasta apretar sus nalgas blandas con el pubis. La folla deprisa. Cachetea en su culo taladrándola con fuerza, haciéndola chillar y gemir mientras culea frenéticamente. Sus tetas parecen derramadas. Se ondulan, bailotean deprisa. Tiene los ojos cerrados, los dientes apretados, y se agarra muy fuerte al borde de la mesa. Pablo la masturba tan rápido como su hermano la folla. Parecen fuera de sí. Mila gimotea, lloriquea temblando. Respira profundo y deprisa. Hiperventila quejándose, jadea.

  • ¡Dame… lo! ¡Asíiiiiiii!

La ha agarrado por el pelo. Ha llevado su cabeza hasta la polla rígida, que brilla nuevamente. Se la ha clavado hasta la garganta obligándola a girar el cuello, y folla su boca con fuerza mientras su hermano prosigue abrasando su culo. Ahora es ella quien, más que acariciarse, se agarra el coño con los dedos, se los clava como si quisiera hacerse daño. Gimotea ahogadamente. Lagrimea.

  • ¡Ahhhhhhhhhhhhhh!

La saca de su boca. La deja en el aire trempando con fuerza, brillante, amoratada. La saca y emite un quejido agudo, creciente, mientras Quique, agarrándose con fuerza a sus caderas, se corre con los ojos en blanco. Mila gimotea temblando. Clava sus dedos, se queda casi inmóvil, tan solo estremeciéndose a intervalos asíncronos. Cuando la saca, todavía un chorro de esperma salpica su pubis y su vientre. Permanece inmóvil. A veces, su pelvis parece dispararse impelida por un espasmo tardío. Rezuma.

  • Ven.

Obedezco. Me arrodillo ante Pablo, que exhibe ante mis ojos su polla magnífica. La tomo entre los labios. La succiono como un biberón sintiendo la suavidad de la piel delgada, la rugosa dureza del tronco entre los labios. La succiono apenas dos, quizás tres veces, y se derrama en mi boca. Me corro, sin tocarme, sintiendo el fluido viscoso e insípido que mana a golpes en mi boca y se desliza por mi garganta. Me corro con los ojos cerrados, sintiendo latir la mía, derritiéndome, salpicándome arrodillado. Me corro a chorros tragándome su leche, poseído por una vergüenza honda que, de alguna manera, me estimula. Me corro a chorros como no recordaba haberme corrido antes.

Mila me mira con un rictus de desprecio. Su coño todavía chorrea, y tiene los ojos inflamados. Humillo la mirada y permanezco inmóvil, sucio. Pablo sonríe con superioridad, casi con condescendencia, y me parece adivinar que Quique lo hace con cariño.

  • Vamos a arreglarnos, chicos, que hay que ir a la compra. Tú mejor no ¿No? Casi mejor te quedas y recoges esto un poco.

Caminan juntos, alegremente, cómplices, hacia el baño de mi cuarto, al fondo del pasillo. Se tocan, se sonríen. Escucho su voz a lo lejos, con las mejillas calientes y la mirada turbia, lacrimosa.

  • Maricón...