Interrogatorio

Él es un hombre de negocios. Ella, su abogada. Él creyó que ella lo defendería de la justicia... pero no contaba con que ella tenía otros planes.

Para Rick

Esta vez sí que la había cagado. Lo supo en cuanto vio a los judiciales llegar a su oficina, sin anunciarse, mentando madres y exigiendo llevárselo. No le dieron muchas explicaciones, ni él las necesitó para saber de qué se había tratado todo eso. Antes de que lo sacaran por la fuerza de su oficina, logró decirle a su secretaria que llamara a su abogada.

Los judiciales lo subieron a un auto bastante maltratado, que olía a cigarro y a comida. Dentro estaba bastante sucio. Lo esposaron, y uno de ellos le colocó una capucha en la cabeza, para impedirle ver el camino que tomaban.

-Esto es abuso de autoridad, ya parecen delincuentes. Tengo derecho a saber a dónde vamos.-protestó.

-Cállate, cabrón.-le contestó el hombre que estaba sentado a su lado, y pudo sentir la superficie fría y dura del metal en el abdomen.

No supo cuánto tiempo estuvieron dando vueltas en ese auto. No pasó mucho antes de que perdiera por completo el sentido de la orientación. Intuía que no habían salido de la ciudad por el ruido que le llegaba de la calle y por los constantes enfrenones que le hacían golpearse la cabeza con el asiento de adelante. Cuando por fin llegaron a su destino, lo bajaron sin quitarle la capucha de la cara y lo condujeron entre varios pasillos. Al entrar, se escuchaban varias voces, que poco a poco se fueron apagando por completo, mientras subían escaleras y seguían recorriendo pasillos que a oscuras le parecieron eternos. La rabia se convirtió en miedo. Podían hacerle cualquier cosa, matarlo en cualquier momento y desaparecerlo.

Entraron a una habitación y lo sentaron en una silla, acomodándole los brazos que tenía esposados por atrás para que quedaran detrás del respaldo. “Ya valí madres” pensó.

-Aquí te quedas. Ahora te toca esperar.- le dijo uno de ellos, en un tono burlón.

Las manos comenzaron a sudarle, mientras esperaba en esa silla, incapaz de levantarse o de siquiera recuperar la vista. Comenzó a moverse intentando encontrar una forma de salir de ahí. De pronto, escuchó el sonido de la puerta abriéndose e intentó todavía con más fuerza escapar. Supo que estaba perdido. Unos pasos que no parecían tener prisa se acercaban rítmicamente a él. Por un momento, creyó reconocer la pisada de unos tacones, pero su propia idea de la situación lo convención de que era imposible. “Seguro es uno de esos cabrones”.

-Me dijo tu secretaria que me estabas buscando.-le dijo una voz femenina que de inmediato identificó.

-Por dios, qué bueno que veniste, no sabes cuánto me alegro de que…

-¿Los hombres son todos idiotas, o tú eres su rey?-lo interrumpió, quitándole la capucha, dándole una vista privilegiada de sus pechos.

Él no contestó. Su mirada se dirigió de inmediato a los senos de su abogada, impidiéndole pensar con claridad. Algo ahí no estaba bien, y no acababa de entender qué era.

-Si tuvieras dos neuronas funcionando ya te habrías dado cuenta de que fui yo quien te mandó a esos perros a la oficina, y no tendría que perder mi tiempo diciéndote algo tan obvio.

-Pero cómo…

-Cállate. Aquí las preguntas las hago yo.

Ella caminó hacia el lado de la habitación que le quedaba de espaldas, y él escuchó cómo iba moviendo distintos objetos, probablemente colocados sobre una mesa que se estaba fuera de su campo visual. Regresó hacia donde estaba él, permaneciendo detrás, y se reclinó hacia su oreja.

-Verás, para poder robarle descaradamente a alguien o bien tienes que ser más inteligente que esa persona, o bien necesitas tener más poder. Y ese claramente no es caso. Así que ahora me vas a decir a dónde está ese dinero y quiénes fueron tus cómplices.

-No sé de que estás hablando.

-Permíteme recordártelo.

Ella se volvió a colocar delante de él, y para su sorpresa, le sonrió.

-Vamos a jugar un pequeño juego que suele ser muy útil para la memoria. Normalmente, lo haríamos de una manera más tradicional, pero tenemos poca agua y no podemos desperdiciarla. Yo he encontrado una manera más divertida de hacer lo mismo.

Mientras hablaba, iba empujando lentamente la silla, hasta que su propio peso terminó por vencer, y la silla calló al suelo con un fuerte ruido. Él lanzó un grito de dolor y de sorpresa.

-Verás, para poder respirar, vas a tener que darme algunas respuestas.-le dijo, mientras se levantaba la falda y se acomodaba sentándose sobre su cara. -No eres una buena silla, pero veamos si sirves para algo. Comienza a lamer.

Él notó una fuerte erección. Desde que la conoció, había deseado poder disfrutar de ese olor, complacerla de todas las formas posibles. Pero nunca, ni en sus fantasías más locas con esa mujer, se imaginó que estaría en esa situación tras haberle robado miles de pesos sin saberlo. Comenzó a lamer, y poco a poco fue sintiendo una mayor presión que le dificultaba enormemente respirar. Entonces entró en pánico y quiso mover la cabeza para poder tomar una bocanada de aire, pero no pudo. Ella se dio cuenta y decidió tomárselo con calma. Sin moverse, le dijo:

-¿Ya estás listo para hablar? ¿Dónde está el dinero?- se movió un poco para escucharlo.

-No sé de qué me… hhhmmaaaaahhh

-Parece ser que no necesitas respirar todavía.

Su erección crecía, a pesar de la sensación de asfixia. Estaba sufriendo y lo estaba disfrutando. Ella, por supuesto, se dio cuenta en seguida del bulto en el pantalón y se rió. Le agarró el paquete con la mano derecha.

-¿A esto le llamas una erección?-se burló, apretando el puño y él lanzó un gemido de dolor y de placer.-No creo que me sirva de mucho hoy. Vamos a ver si esto sí me lo contestas, pedazo de imbécil. ¿Quiénes te ayudaron? Es obvio que no pudiste hacerlo solo.- se movió un poco, apenas lo necesario, y sintió su respiración fuerte.

-No me ayudó…

-Mala respuesta. Vamos a tener que seguir con esto. Yo puedo estar aquí toda la noche. Total, tengo con qué entretenerme.- le dijo, mientras le desabrochaba el pantalón y liberaba su pene, clavándole las uñas. Le gustaban esos gemidos. Pasó a los testículos, y continuó presionando. Él comenzó a desesperarse. -¿Ya estás listo para hablar?

-Me ayudaron López y Gutiérrez, ellos fueron los de la idea.- contestó él, jadeando.

-Veo que estos- dijo ella apretándole los huevos- no te sirven de mucho. Si eso es cierto, no eres más que su putita… bueno, mi putita ahora. Se me acaba de ocurrir una buena idea para que me digas a dónde dejaste el dinero. Y claro, para aprovecharme de la perrita que tengo en mis manos.

Se levantó, aprovechando para pisarlo. Pateó la silla en la que estaba para que quedara de lado. Él sintió de nuevo ese tacto rígido y metálico.

-Ahora, vamos a hacer una cosa. Yo te voy a soltar esas esposas y tú vas a obedecerme. Si haces cualquier movimiento raro, se acaba el juego. ¿Quedó claro?

Él asintió, sintiendo cómo el miedo se volvía a apoderar de él… pero no era sólo miedo, ¿o sí?

-Te vas a levantar y vas a caminar hacia tu izquierda. ¿Ves la jaula que está allí? Pues bien, te vas a meter ahí y te vas a quedar quieto. Muy lento, primero te agachas y luego te arrastras adentro. Eso es.

Escuchó el sonido de un cerrojo que no podía ver porque el espacio era limitado. Estaba atrapado ahí, paralizado. No sabía qué carajo estaba pasando, pero comenzaba a notar una erección.

-Ahora sí, ya estás listo.

La jaula no le dejaba casi ningún espacio para moverse. Escuchó sus pasos dirigirse hacia la mesa que estaba en el fondo del cuarto, y volvió a oír los ruidos de antes.

Ella se acercó con un plug anal en la mano hasta la jaula, colocándose de frente a él, enseñándoselo.

-Ahora, necesito que chupes bien este plug y te relajes.

Él la miró horrorizado. Nunca le habían metido nada en el culo. Negó con la cabeza y apretó bien los labios.

-Bien, pues entonces tendré que hacerlo sin tu ayuda. Veo que has guardado tu culo para mí, como una buena putita… o debería decir como una mojigata. Pero no te preocupes, luego de un rato con esto no vas a querer que lo quite. Hasta me vas a pedir que te meta uno más grande.

Se acercó hasta su culo e intentó meterle el plug, pero no lo logró.

-Veo que estás muy apretada. Voy a tener que usar algo para que entre… lo malo es que ya se me acabó la vaselina… lo bueno es que tengo un crema de mentol que sirve muy bien para deslizar todo tipo de objetos…

Él intentó moverse para impedirlo, pero la jaula limitaba seriamente sus movimientos. Era inevitable. Tomó aire e intentó pensar en otra cosa. Lanzó un gemido cuando el plug se abrió camino. No sabía qué era peor, si la sensación del mentol o el dolor del plug. Sintió como se iba introduciendo lentamente, entrando y saliendo de él, acomodándose, hasta llegar al tope y luego de nuevo afuera y adentro. El dolor fue cediendo su lugar al placer y los gemidos cambiaron de tono. Ella se dio cuenta y se rió.

-¿Te está gustando, verdad, putita?

Su erección y sus gemidos lo decían todo por él. Se rindió. Estaba por completo en las manos de aquella mujer que le estaba dando un inmenso placer que no se sabía capaz de sentir bajo aquellas circunstancias.

-Tengo un par de cosas que te van a gustar, ya lo verás.-le dijo, pellizcándole una nalga.

Le retiró el plug y lo sustituyó con un vibrador más grande. Él lanzaba gemidos de placer que ya no se esforzaba en disimular. Le colocó también un anillo vibrador y comenzó a masturbarlo con el dildo hasta que él estalló en un orgasmo que salpicó el suelo de la caja con semen.

-¿Lo disfrutaste, putita? Te puedo pasar la grabación… o mejor aún, se la puedo pasar a tu mujer y subirla al chat de tu empresa.

Él la miró horrorizado. Se había olvidado por completo del interrogatorio.

-¿O me vas a decir dónde está mi dinero?