Internado disciplinario: Una mascota para mí.
"Todas las chicas que están aquí, a quien más miedo tienen es al tonto. Así le llamamos, simplemente, el tonto. A veces le uso como castigo, él se encarga de violar chicas."
Después de elegirme como su perrita y darme un alojamiento estupendo en el Internado, mi nuevo hogar, el Rector me había permitido bajar a mirar cómo les iba a las otras chicas, mis compañeras de promoción, que habían entrado en el Centro Disciplinario de la Madre Penitente ése mismo día. En aquél lugar, los padres dejaban a sus hijas "descarriadas" a objeto de que fueran enderezadas… en realidad, el centro era el harén particular del Rector y su cuerpo docente, quienes, con pleno conocimiento de los padres o tutores de las chicas, pretendían hacernos aborrecer el sexo a fuer de practicarlo por obligación. Con otras chicas tal vez funcionase… conmigo, el Rector parecía satisfecho de que le hubiese salido el tiro por la culata. Arrodillada y medio sentada en el suelo, junto a él, con la cabeza apoyada en su muslo, cerca de su polla erecta, él me acariciaba suavemente la cabeza, como lo haría con un perrito bien educado, mientras veíamos qué sucedía en las diversas pantallas del panel televisivo que tenía frente a sí. Agrandó una de ellas para que ocupase el panel entero.
-Ése, es Amalio Ruiz… - me dijo – tenía el capricho de que le chupasen entre varias. – Efectivamente, en la pantalla, pude ver a tres de las chicas arrodilladas frente a un hombre viejo y gordo, de aspecto en general desagradable, que chupaban alternativamente su miembro… una de ellas cerraba fuertemente los ojos y se notaba que contenía la respiración. Otra, sólo lamía, y la tercera le miraba a los ojos, intentando, sin conseguirlo del todo, ocultar la repugnancia que sentía… quizá intentaba conseguir que aquél tipo se corriese cuanto antes…
-Vamos, putitas… chupad con más ganas, venga… - ordenó el tal Ruiz, agarrando la cabeza de la chica que sólo lamía, y forzándola a metérsela entera en la boca. La chica emitió un gemido de asco y contuvo una poderosa arcada. Una lágrima se deslizó de sus ojos, y no era la única. Sólo la tercera chica lograba mantener un poco la presencia de ánimo, las otras dos no podían disimular lo mal que lo pasaban.
-¿Qué opinas, perrita? ¿Te parece que lo hacen bien…? – me preguntó el Rector.
-No. – contesté sinceramente después de pensar unos momentos. – Supongo que les da asco… pero cuanto peor lo hagan, más va a tardar él en terminar… y si no queda satisfecho, temo que se quejará a usted, ¿verdad….? Y si él se queja… probablemente, tengan que volver a hacerlo, y será más humillante…
-Aprendes rápido, perrita… - me dijo. – En efecto, si no queda complacido, tendrán que repetirlo una y otra vez hasta que él quede satisfecho, con la diferencia de que la próxima vez tendrán con ellas a una de mis dóminas… las enfermeras, ya sabes, como la que te acompañó a tu cuarto y las que me ayudaron en la selección. Ella cuidará que lo hagan de maravilla, o las azotará y las castigará a que le den un espectáculo aún mayor para calentarle… hacer un numerito lésbico, meterse juguetitos… o tal vez cosas que no sean específicamente juguetitos… quizá uno de esos cepillos redondos para el pelo, con tantas púas… Bueno, muéstrame cómo le chuparías tú, y mientras, vamos a ver a alguna otra de tus compañeras.
El Rector fue apretando botones en su mando a distancia, mientras yo dejé escapar un gemido de satisfacción: me encantaba mirar y hacerle una mamada mientras miraba, me sentía tan sucia y mala… el Rector era mi droga, me enloquecía darle placer, obedecerle como lo que era, su mascota… froté su miembro erecto contra mi mejilla, acariciándolo también con mi mano, y enseguida empecé a lamerlo suave y lentamente, desde la base a la punta, como si lamiera un gran helado…
En la pantalla aparecieron dos chicas acariciando el coño sin depilar de una mujer, supuse que sería alguna de las maestras… Ella estaba sentada, con las piernas abiertas, sin desvestir, pero sin bragas, y con sus tetas asomando por el escote abierto. Una de las chicas lo hacía con verdadero arte; tenía los ojos cerrados, sin duda pensando en otras cosas, pero sus dedos aleteaban con maestría por el clítoris hinchado de la maestra, bajando frecuentemente hacia el agujerito para mojarse y que las caricias fueran dulces y ágiles… la otra se dedicaba a meter un dedo en el interior de aquélla intimidad velluda. El Rector acercó la cámara para que los detalles se apreciaran mejor: el sexo era rosado y húmedo, a pesar del vello se veía bien el interior palpitante… pero el dedo de la chica, no era ni mucho menos tan experto, o no le ponía tantas ganas como su compañera, los movimientos eran excesivamente lentos y torpes, y con frecuencia la maestra le daba cachetadas en el brazo… finalmente, acabó cogiéndola por la muñeca e imponiendo su ritmo…. Se corrió entre espasmos y gemidos de gozo, pero apenas se recuperó, dio una bofetada en la cara de la chica torpe, y se acercó sensualmente a la otra para besarla… La chica hábil se dejó hacer y fingió disfrutar del beso mientras su compañera lloraba.
Sin dejar de mirar las excitantes escenas, yo no paraba de chupar y lamer el pene del Rector; lo metía en mi boca, mirando de reojo la pantalla, y subía y bajaba sobre él, acariciándolo con mi lengua… bajaba hasta el fondo, hasta que ya no podía respirar, y sacaba la lengua cuanto podía para lamer sus testículos, el Rector me apretó aún más la cabeza cuando hice esto y gimió sonoramente… le gustaba, le gustaba mucho, y a mí no había nada que me hiciera más feliz que darle placer… quería su semen por encima de todo, era mi premio… la prueba de que lo había hecho bien… aumenté la velocidad de mi boca subiendo y bajando sobre su polla.
Ahora en la pantalla aparecía el huerto del centro. Agarrada a un árbol, una chica lloraba de dolor y se quejaba amargamente, mientras un robusto hombre la penetraba por el ano sin ninguna delicadeza. Cada embestida producía un grito de la chica, a quien las lágrimas le caían por la cara… pero no fue eso lo que llamó mi atención. Lo que me llamó, fue lo que había detrás.
Continuando con mi trabajito sobre la verga a punto de estallar del Rector y mirando de reojo la pantalla, vi que detrás de la pareja, un poco alejado de ellos, había una persona. Un hombre… y parecía relativamente joven, como de treinta años quizá… apenas se le veía, porque estaba abrazado a una columna de madera del porche del viejo cobertizo que había en el huerto, y la embestía con tales golpes que parecía que quisiera tumbarla. Tenía los ojos muy abiertos y se bebía la escena que se desarrollaba frente a él. La chica pidió piedad, gritó que ya bastaba, que sería buena, pero que por favor parara, la estaba rompiendo… pero el jardinero que la penetraba le azotó las nalgas y le gritó que se callara.
-¡Calla y muévete! – le espetó, entre jadeos - ¡Muévete, o te hago que se la chupes al idiota! ¿Sabes que suele tirarse a las perras….? ¿A que te gustaría probarle…?
Al oír aquello, el hombre de la columna dio un tirón para intentar acercarse, pero no pudo ni dar un paso. Una cortísima correa lo detuvo, haciéndole emitir un sonido gutural de ahogo cuando tiró. Estaba encadenado a la columna de madera. La chica pidió con desesperación que no le permitiera acercarse a ella y empezó a moverse de inmediato, apretando los dientes, dolorida… Yo estaba tan absorta en aquello, que casi no noté los espasmos que hacían presa en el cuerpo del Rector. Estaba a punto de correrse, y aceleré más aún, me dolía la mandíbula, pero aún así me forcé a continuar, me olvidé momentáneamente de la pantalla y me centré sólo en su placer. El Rector apretó los reposabrazos de su sillón y noté que su verga temblaba… cogí aire y bajé hasta el fondo, hasta que sentí mi garganta tapada, y eso fue superior a él; una poderosa descarga de semen salió disparada hacia mi estómago. Deglutí rápidamente para evitar que nada pudiera perderse, tragué dos veces y no sentí que saliera más, pero aún así, me elevé ligeramente para tomar aire y sorbí de nuevo para asegurarme… finalmente, subí por su miembro, acariciándolo con la lengua, y lo solté, lamiendo golosamente la punta. El Rector parecía extenuado… y no era para menos, si tenemos en cuenta que debía ser como la cuarta corrida del día.
-¿Qué te parece lo que ves? – me preguntó cuando logró reponerse un poco.
-….¿Quién es el hombre encadenado, Rector? – me atreví a preguntar.
-Es el segundo jardinero. – sonrió – Es el que se encarga de las tareas más duras, pero a decir verdad, no vale para otra cosa. Ni siquiera tiene nombre. No habla. Y me costó dos años que aprendiese a andar derecho, solía desplazarse en cuclillas, apoyándose en los nudillos. ¿Por qué?
-Me ha llamado la atención – admití – ¿Es cierto que…. Que folle con perras?
-No. – dijo, riendo – Eso lo dice ese otro animal para meter miedo a las chicas. Todas las chicas que están aquí, a quien más miedo tienen es al tonto. Así le llamamos, simplemente, el tonto. A veces le uso como castigo, él se encarga de violar chicas.
Le miré, inquisitiva… ¿qué diferencia había entre él, y los demás profesores….? El Rector entendió lo que quería decir.
-Me refiero a que el cuerpo docente, pide. Cuando una chica va a satisfacer a un profesor, o a quien sea, SABE qué va a ocurrir, y el profesor le manda lo que debe hacer. A la chica no le va a servir de nada llorar o protestar, pero sabe que la persona con la que está entiende lo que dice, y si lo hace bien, incluso puede que haya recompensa… pero con él, no. Él no habla… y no estamos muy seguros de que entienda. Él, no pide ni ordena, él directamente toma por la fuerza. Y le da igual que haya sido bueno o malo, para él, siempre es igual. No habrá recompensa nunca… es el peor castigo. Pero a lo mejor, a ti te gustaría…
-No… no estoy segura, Rector… - admito que me daba un poco de miedo, ¿y si aquella criatura era violento… o sádico? –Yo… yo creo que sí entiende, pero… No, es curiosidad solamente…
El Rector me sonrió y me despidió. Esa noche ya no volví a verle, supuse que estaría cansado. No me habló tampoco por el sistema de altavoces que tenía instalado en mi cuarto, y tampoco sentí el zumbido de las cámaras… si bien podía estarme espiando de todas maneras. Serían casi las diez cuando me trajeron la cena a mi cuarto, y apenas acabé el budín de verduras, sentí una pesada somnolencia y me acosté de inmediato.
Debía ser ya muy tarde cuando una brisa me medio despertó. Me sentía pesada y torpe, me parecía que estaba aún dormida… mi garganta estaba pastosa y me volví hacia la mesilla para tomar un trago de agua de la jarra que había en ella. Me incorporé con dificultad… y noté que había alguien a mi lado. No era el Rector…
Chillé de terror y una carcajada demencial me hizo saber que estaba en lo cierto. Intenté salir de la cama, pero quien quiera que fuese se echó sobre mí ágilmente, agarrándome las muñecas con fuerza y dando caderazos desesperados.
-¡Nooooo! – grité, asustada, intentando patalear - ¡Suéltame, socorrooo! – Pero mi agresor, lejos de ceder, me sujetó las piernas con las suyas y me hizo abrirlas de golpe, intentando penetrarme, ¡me haría daño! En ese momento, una débil luz iluminó mi cuarto, hasta entonces oscuro, y pude ver quien me violaba… era el tonto, como el Rector le había llamado… ¡estaba sobre mí! - ¡Eres tú! ¡No, espera, nooo… esto no tiene porqué ser así….! ¡Te lo puedo dar sin que me fuerces….!
El tonto no se detuvo, pero me miró como si estuviera sorprendido… de cualquier modo, encontró mi feminidad y me empaló de golpe, haciéndome gritar de dolor… ¡no estaba húmeda… dolía! El tonto desvió la mirada, cerró los ojos y sonrió de placer, empezando a bombear inmediatamente. A pesar del dolor que me laceraba, una cierta ternura me invadió… de satisfacer chicas, no tenía la menor idea, pero en violarlas, se notaba que tenía experiencia… ¿acaso nadie se lo había dado nunca por voluntad propia….?
-Yo…. Yo podría… ¡auh!... yo podría darte sexo… si el Rector me deja… y si tú quieres…. – mi sexo se iba humedeciendo, y aunque la experiencia distaba mucho de ser agradable, al menos ya no era doloroso y me permitía hablar. - …sería… sería mejor que esto… ¡augh…! Si pararas, podría…
El tonto no paró… quizá tenían razón sobre él y no entendía lo que le decían… pero me miró de nuevo. Me miró a los ojos. Y entonces, se estremeció, y noté su semen llenarme y resbalar, mojar las sábanas… Él emitió como un quejido y luego volvió a sonreír, todo esto sin soltarme ni aflojar lo más mínimo. Sólo unos segundos después, ya recobrado del orgasmo, saltó fuera de la cama y de un nuevo salto estaba en la ventana, pero se detuvo a mirarme otra vez, y a mirar la mesilla de su lado, donde había un azucarero lleno de terrones… Nos miró alternativamente, y finalmente, sin dejar de mirarme, quizá como si temiera que se lo fuese a impedir, alargó la mano rápidamente hacia los terrones y cogió un par de ellos, que se metió en la boca sin dudarlo. Sonrió una vez más, y se dejó deslizar fuera de la ventana. Tal como había venido, sólo llevaba una especie de camisote amarronado, muy sucio…
Intenté levantarme, y mi cuerpo protestó. Gemí de dolor y me hice un ovillo en la cama… miré las sábanas y mis piernas… al menos, no había rastros de sangre, menos mal. Aunque me hubiese dejado dolorida, no me había hecho daños severos. Reparé entonces que junto al azucarero, que antes no estaba en mi cuarto, había también una nota: "No es violento, pero si se pone agresivo, dale azúcar. Se calmará de inmediato".
-Re… Rector… - balbucí, porque sabía que él lo había visto todo y sin duda se había divertido muchísimo, y muy probablemente estaba a la escucha. – algo… algo violento, sí ha sido…
-No te ha pegado. A eso me refería – la voz del Rector llegó por los altavoces. – Ha sido muy curioso, perrita…
-¿Curioso….? – pregunté.
-Sí. Te ha mirado, y te ha mirado a los ojos. Nunca antes lo había hecho… para él, el sexo es… casi una forma más de masturbación, sólo que un poco más divertida. Sólo mira a las chicas cuando tiene que cazarlas, y desde luego, nunca a los ojos. Una vez está encima, ya no las mira. Se olvida que están allí. Él sólo sabe que A encaja en B y que cuando lo hace, es agradable… no piensa que B pueda también sentir algo… ni siquiera que sea digno de ser tomado en cuenta, una vez empieza a sentir placer, se olvida de que hay una chica con él; es igual que con el azúcar, nadie piensa que éste vaya a gozar de ser comido, ni que haya que tomarle en cuenta para eso, para él, es lo mismo… Pero contigo, no ha podido olvidarse de que estabas ahí… creo que ha sido porque te has dirigido a él. Has empezado pidiendo socorro, que es lo que hacen todas, pero tú le has reconocido… has dicho "eres tú", y te ha mirado. Ha sabido que te dirigías a él… y también ha durado muy poco, apenas han sido dos minutos en total… suele aguantar bastante más… el hablarle, el dirigirte a él… ¡creo que le ha excitado!
La voz del Rector también sonaba excitada, pero no en el sentido sexual, sino en un sentido de alegría, de emoción… no entendía por qué, pero siguió hablando.
- Si ha tomado consciencia de que lo que tiene debajo es una persona, alguien como él… alguien que puede querer comunicarse con él… es posible que reaccione de algún modo… Y has despertado mi curiosidad en otro punto: si el que se dirijan a él en lugar de limitarse a pedir socorro, le estimula… es que puede entender el sexo como algo placentero de por sí, y no como un mero instinto… Perrita, vas a ocuparte del tonto. Tú eres mi mascota, y él, es a partir de ahora tu mascota. Mañana irás a verle e intentarás enseñarle a practicar sexo. Buen sexo, me refiero, no lo que hace ahora.
-Sí, Rector…
-Bebe un poco de agua. Tiene disuelto un calmante, parecido al que te puse en la cena para que no despertaras si le oías entrar, te quitará el dolor y te ayudará a dormir.
Sonreí y obedecí. Caí rendida muy pronto… el Rector era muy atento conmigo, yo sólo había mencionado mi curiosidad sobre el tonto, y él me lo daba entero para mí…
A la mañana siguiente, llené hasta los topes de terrones de azúcar los bolsillos del sencillo blusón azul que me llegaba apenas al inicio del muslo y que constituía la única vestimenta de las alumnas, y me calcé unas bailarinas, lo único que podíamos llevar cuando se trataba de salir a los terrenos, para no herirnos los pies con guijarros o espinas de plantas… en el interior del centro, íbamos siempre descalzas. Me había duchado y depilado el sexo, como quería el Rector, quien me inspeccionó antes de salir y mostró su aprobación, y asimismo me examinó para cerciorarse de que la violación de la noche anterior no había causado heridas; estaba perfecta.
Crucé los amplios y bellos jardines y me dirigí hacia el huerto. Fumando un cigarrillo con expresión indolente, estaba el primer jardinero, a quien pregunté por el tonto…
-¿Vienes a follarte al tonto? ¿Lo sabrá el Rector, no…? Porque tú eres una perra de las suyas… - dijo, intentando sobarme un pecho. Me molestó que aquél tipo me tratase de esas maneras sin autorización de mi dueño, y le retiré la mano.
-No soy una perra del Rector, soy LA perra del Rector… y para ti, señora perra.
-Vaaale, señorita, tú te lo pierdes… está por ahí. – contestó, señalando con el pulgar. – Qué ganas de echar margaritas a puercos… - masculló cuando pasé.
Descargando sacos de mantillo desde una carreta hasta el cobertizo del huerto, estaba el tonto, el mismo que me había violado la noche anterior… un hombre delgado y fibroso, pero fuerte. Rubio, de pelo corto ondulado y con aparente cara de inocente, de bueno… que podía desaparecer en un instante bajo una sonrisita que sólo un iluso calificaría de "pícara". No se podía negar que tenía un cierto atractivo, pero también me daba miedo. Estuve tentada de alejarme y huir, pero entonces el Rector se enfadaría conmigo, no podía volver a él sin cumplir lo mandado… El Rector… sí… cuando llegué al centro disciplinario, también él me había dado miedo… y sin embargo, ahora no lo hacía ya. Yo era su mascota, éramos amigos… quizá con éste, pasase algo parecido…
Me acerqué un poco más, él me daba la espalda y estaba como a treinta pasos, llevando los sacos de acá para allá… de pronto se paró y olfateó el aire. "¡Mierda! ¡El gel de baño!" pensé, y tenía razón: apenas había acabado de pensar, el tonto se había vuelto hacia mí con una torcida sonrisa de lujuria y se lanzó a la carrera para intentar atraparme y repetir lo de anoche.
-¡NO! ¡No, quieto, espera, espera! – chillé a la desesperada, echando a correr a mi vez, pero desde luego a él no se le ocurrió obedecerme, y era mucho más veloz que yo, supe que me daría alcance en pocos segundos; rodeé el cobertizo y descubrí una escalera de mano, subí por ella al tejado, pero estaba a punto de alcanzarlo cuando una mano de hierro me agarró el tobillo. Era él, tirando de mí y riendo lascivamente, esa sonrisa… esa sonrisa me recordaba algo, pero estaba demasiado asustada para pensar… aún llevando el peto puesto, su erección era patente. - ¡Suelta, no! ¡Malo! ¡Malo! – y ante mi horror, comenzó a subir también por la escalera, desesperado por llegar hasta mí.
"¡Éste es capaz de violarme sobre el mismo tejado si no pienso algo!" Pensé, espantada, y entonces recordé los azucarillos. Reclinándome en el tejado de chapa, saqué un terrón de mi bolsillo. De inmediato, el tonto cambió el foco de mí al dulce.
-¡Toma…! – dije, como si hablase con un perrito - ¡Toma, toma, toma….! – le lancé el terrón y lo atrapó al vuelo con la boca, y eso me hizo reír. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, cerró los ojos y hasta suspiró… me soltó el tobillo y yo acabé de subir al tejado, intentando apartarme de él… pero apenas se le acabó el terrón, volvió de nuevo a subir la escalera, con los ojos brillantes de deseo. - ¡Espera, toma, toma otro, ¿no quieres otro?! ¡Toma, bonito…!
Se lo lancé y de nuevo intentó atraparlo con la boca, pero éste le pilló más lejos, estiró el brazo, perdió el equilibrio, y cayó de la escalera con estrépito para quedarse gimiendo de dolor en el suelo, y sin su azucarillo. Me asusté y me deslicé por la escalera para ver si estaba bien. Gañía como un animalito agarrándose el brazo derecho encogido, sobre el cual había caído. Apenas me acerqué y arrodillé junto a él, emitió de nuevo sonidos de ganas y me agarró del hombro, intentando quitarme el blusón. Le pedí y le grité que se estuviera quieto, pero él, aún dolorido, no dejaba de reír e intentar tocar; para tener sólo un brazo bueno, era como si tuviera quince, no dejaba de separarle de mis pechos, ni él de apretar y dar tirones de mi ropa. Viendo que no había manera de calmarlo, le metí otro terrón en la boca. Mientras disfrutaba del sabor, se calmó y me dejó mirarle el brazo… apreté en el hueso del codo y éste hizo "¡clac!" al recolocarse en su sitio. El tonto se dolió y tuve miedo de que me pegara si no comprendía lo que había hecho por él, pero le hablé con dulzura y le acaricié el rostro, intentando calmarle…
-No es nada, ya está, ya está, ya no duele más… - musité. Por primera vez, se quedó quieto por unos segundos sin necesidad de azúcar. Estaba empapado en fino sudor y parecía extenuado… tenía muchos moratones y cicatrices en el cuerpo, pero ninguna era reciente… Emitió un ligero gruñido y le miré a los ojos. Me sonrió, de nuevo con lujuria y se incorporó. Palmeó el suelo con la mano y lo señaló con la cabeza, dando gruñiditos incitadores, cogiéndome del hombro sin tirar… me dio golpecitos con la cabeza, se ponía de rodillas y movía las caderas mirándome con su sonrisa torcida… - ¿Estás… intentando decir algo como… "vamos, nena, sé que también a ti te gusta…?".
Me sentí casi emocionada… él sabía que era más fuerte que yo, me había poseído la noche anterior, y ahora tenía de nuevo los dos brazos bien, le bastaba con tirárseme encima para obtener el placer que deseaba… sin embargo, en lugar de tomarlo, lo estaba pidiendo… estaba intentando decirme que quería sexo conmigo, estaba intentando comunicarse conmigo… Lo cierto es que yo debería luchar por llevar nuestra comunicación más lejos, quizá después de obtener lo que deseaba, perdiera su interés en mí… pero su insistencia, sus modos de hacerme saber sus deseos sin usar las palabras que desconocía, me resultaban a la vez tan tiernos y halagadores…
-Está bien… - cedí – pero luego, tienes que seguir aquí conmigo, ¿vale? – Creo que no entendió la segunda parte, pero mi afirmación, por algún motivo, le había quedado clara. De inmediato, allí mismo, sobre el piso de tierra apisonada, se colocó detrás de mí para intentar penetrarme. - ¡Espera, no! – grité, y al apartarme, gimió cubriéndose la cabeza, como si temiera que fuese a golpearle.
-No pretendo hacerte daño… - sonreí, apartándole el brazo – sólo quiero que veas que lo que haces, no es lo único que hay… yo sé otras cosas que también van a gustarte, y que sirven para que también yo… - me miraba la boca, fascinado, abriendo y cerrando la suya… ¿es que nadie había hablado nunca tanto rato con él…? Sentí una oleada de cariño invadirme, y un deseo muy fuerte de protegerle y cuidarle… descubrí que quería darle placer, realmente lo quería… Lentamente, le cogí la mano y se la llevé a mi pecho. Mientras con una mano le invitaba a acariciarlo, con la otra me abrí la blusa. Me acerqué más a él, los dos sentados sobre los tobillos, hasta meterme entre sus piernas dobladas. Su aliento bañaba cálidamente mi cara… le cogí las dos manos y apreté mis pechos con ellas. El tener a una chica tan cerca y sólo apretarle los pechos, era algo totalmente nuevo para él… pero no parecía disgustarle.
-¿Te… gusta? – susurré. Noté mis mejillas ardiendo… todo era a la vez tan inocente y tan lujurioso… Él no me contestó, sólo me miró a los ojos, con expresión de feliz desconcierto… "Tengo que ponerle un nombre" pensé "no voy a ir llamándole "tonto", sin más, ni voy a dejar que nadie más se lo llame. Es mío, es mi mascota… y yo ya sé que no es tonto". – No te asustes… voy a… acariciarte yo a ti… - le hablaba bajito, porque me daba cuenta que eso le gustaba, sonreía cuando me oía hablarle en voz baja. Lentamente, dirigí mis manos a los tirantes de su peto y los desabroché. Él estaba nervioso, jadeaba y las piernas le dieron un temblor. Se le puso la carne de gallina cuando el peto cayó hasta su cintura y mis manos tocaron su piel desnuda. Él no retiraba sus manos de mis pechos, moviéndolos en suaves círculos, como yo había hecho, pero tenía los dientes apretados de lo nervioso que estaba.
-Calma, bonito… calma… - musité. Muy despacio, dirigí mis manos a sus hombros, acariciando la piel húmeda de sudor, y tan caliente que quemaba… sintiendo cómo se estremecía a mi contacto, rocé muy suavemente mis manos por su pecho, acariciando muy ligeramente sus pezones, su piel cubierta de un suave vello de melocotón, entre rubio y anaranjado… y su vientre tibio y palpitante… me di cuenta que mis rodillas estaban pegadas a su sexo duro, que aún permanecía oculto por la ropa, bajo una mancha húmeda. Alcé la cabeza y vi que nuestras caras estaban a muy poca distancia… su boca entreabierta no dejaba de jadear quedamente… estaba excitadísimo, todo su cuerpo temblaba, sudaba y sus ojos suplicaban con desesperación lo muchísimo que necesitaba correrse… pero aún así, no había movido sus manos de mis pechos, parecía tener miedo de que la magia se terminase, de que aquello fuese un sueño, y si se movía pudiese estropearlo y perderlo para siempre… estaba verdaderamente irresistible, y sin poder contenerme, lo abracé por la cintura y el cuello suavemente y cerrando mis ojos, le besé los labios.
Un encantador gemido de sorpresa y satisfacción salió de su pecho, y yo misma no pude aguantar más. Le hice elevarse ligeramente, sólo lo justo para que su peto cayese hasta sus rodillas. Ni siquiera llevaba ropa interior… su miembro estaba empapado en semen, él ya se había corrido… y quizá más de una vez, pero su excitación era tal, que aún así seguía erecto. "Cuánta miel para mis labios…" pensé confusamente, pero resistí la tentación de chuparle… quería tenerle dentro de mí, quería que él pudiera satisfacer su deseo de penetrarme… aquélla era un poco como su primera vez… era la primera vez que no tenía necesidad de contentarse con violar a las chicas castigadas, la primera vez que alguien participaba con él, la primera vez que no era la simple satisfacción de una necesidad, sino el recreo de un placer inmenso… la primera vez que alguien le daba gustosamente placer.
También yo, sin levantarme del suelo, me despojé de las bragas y me acerqué más a él. La punta de su ardiente polla acarició mi vientre, y yo podía notar mi sexo húmedo hasta el culo, estaba derretida de deseo por él… Le miré a los ojos y vi en ellos un antojo infinito. Le sonreí, y besándole de nuevo, llevé sus manos a mis nalgas y le invité a apretarlas, mientras me sentaba sobre sus muslos, colgándome de su cuello.
-Ya, bonito… ya lo vamos a hacer… qué bonito eres… tan tímido a pesar de todo… qué bonito eres…- no sabía muy bien ni lo que decía, mientras él acariciaba y sobaba mis nalgas y su respiración se hacía más trabajosa… mi sexo estaba muy cerca del suyo, me froté contra él y gemí de placer cuando mi clítoris se abrasó de pasión al tocar su verga. Me miró con cara de susto, creo que temió que mi gemido fuese de dolor, y aquello me emocionó. – No duele… me gusta, me gusta mucho… - le tranquilicé, acariciándole la cara, y me empujó hacia él, en un torpe intento de apretarme contra sí. Lo abracé, al tiempo que me aupé ligeramente y me dejé caer un poquito… sólo lo justo para que entrase sólo la punta.
Nuestro gemido al unísono atronó los terrenos y una bandada de pájaros echaron a volar asustados. Apreté mi cabeza contra sus hombros, mientras mi sexo se contraía, en un orgasmo que me había cogido completamente a traición… él temblaba violentamente, y tiraba suavemente de mis caderas, intentando que me ensartase por completo, no se había corrido aún… Lo hice, dejándome caer de golpe.
-¡Aaaaaaaaaaaaaah…. Otro! – gemí, con los ojos desencajados, y casi asustada de la intensidad maravillosa del segundo orgasmo. Él se estremecía entre mis brazos, y pude sentir su semen derramándose en mí, y al igual que la noche anterior, parte de la descarga quería salirse… pero no perdía su erección. "Dios mío, ¿y si le he excitado tanto que no puede bajársele, y le revienta alguna vena o algo similar….?" Pensé, llena de preocupación… había leído casos así en hombres que habían tomado demasiada Viagra, y no creía posible que pudiese darse sin el empujón químico, pero de todos modos me asusté. Tenía que bajarle la erección, y sólo había un medio para ello.
Un poderoso gemido acompañado de una sonrisa de placer recibió mis esfuerzos cuando empecé a dar botes sobre el miembro de mi mascota. Le abracé y me agarré a sus hombros, mientras él me seguía teniendo atrapada de las nalgas. Yo hacía los saltos con rapidez, profundamente, decidida a hacerle gozar, a vaciarle… él no dejaba de gemir y estremecerse del gusto que sentía. Recordé que la noche anterior se había corrido porque yo le hablaba y le miraba a los ojos… Me separé un poco de su pecho para poder hacerlo. Apenas miró mis ojos, sus caderas también empezaron a moverse, buscando mayor placer, ninguno de los dos podíamos parar… Mi corazón latía desbocado mientras veía en sus ojos tantos sentimientos… placer, ternura, lujuria, vergüenza, agradecimiento, deseo… Sabía que tenía que hablarle, dirigirme a él, pero no pude evitarlo, era como si quisiera absorberle entero… Le agarré de los mofletes y le besé, metiendo mi lengua en su boca casi furiosamente… fue demasiado para él. Un profundo golpe de cadera, un gemido ahogado que parecía no querer acabar nunca, un estremecimiento que le hizo sacudirse de pies a cabeza como si hubiera recibido una descarga eléctrica…
Su pecho y el mío, juntos de nuevo, se golpeaban mutuamente, recobrando el aliento… y entonces, sentí que sus manos abandonaban mis nalgas, allí donde yo las había colocado y donde él las había dejado obedientemente, y subían hasta mi espalda, para apretarme contra él. Gemí dulcemente, y le besé en el cuello, en la cara… me aparté un poco para mirarle a los ojos una vez más. Pude ver que estaba confuso, no entendía qué implicaba lo que acababa de suceder, ni por qué había pasado… pero sobre todo, estaba feliz. Intenté levantarme, porque él seguía de rodillas, sentado sobre sus talones y la posición debía serle incómoda, sin duda tenía dormidos los pies… pero apenas me moví, me apretó de nuevo contra su pecho. No puedo negarlo, sentirme tan deseada, tan cariñosamente necesitada, me halagó profundamente "dejémosle que me tenga abrazada un ratito más…" pensé "si nadie lo ha abrazado en su vida, tiene que saciar una necesidad de muchos años…".
-No es preciso que me lo cuentes, lo he visto todo desde aquí, perrita. – me dijo el Rector cuando volví aquélla tarde para pasarle el informe. - ¿Te parece bonito andar divirtiéndote así sin tu amo…?
No era una acusación, él mismo me había ordenado hacer explícitamente lo que había hecho, era una forma de mostrar su agrado con lo sucedido, y pedir sin ordenar.
-Ahora vengo dispuesta a cumplir vuestros deseos, amo… - contesté sumisamente - ¿me dejaréis que os haga una mamada, mientras me decís qué os ha parecido?
El Rector sonrió lascivamente y señaló el hueco entre sus piernas. Llena de contento, me arrodillé de inmediato y saqué su miembro, ya erecto, del pantalón… Me gustaba la sonrisa del Rector, tan llena de lujuria, su risita lasciva… mientras lamía sus bolitas y acariciaba su pene, me dijo que estaba contento conmigo:
-Lo has hecho muy bien, animalito… nunca pensé que nadie fuera capaz de conseguir que estableciera un vínculo con alguien, ni menos aún que pudiera darse cuenta que hay otra persona además de él en el sexo… y le has hecho dejar de tener miedo a las palabras… he visto… he visto que ahora le gustan… querrá aprenderlas para hablar contigo… y tú… tú le ensañarás… haah… más deprisa, perrita… os estuve mirando todo el rato… me pusisteis muy cachondo… hoy no lo tragues… deja que caiga en tu cara… ¿Qué nombre… le pondrás…?
Mientras aceleraba, pensé en el nombre que había elegido para él… no importaba si al Rector no le gustaba, él era mío y sólo yo decidía en ese aspecto. Siendo niña, siempre quise tener un cachorro… un golden, un perrito amarillo, cariñoso y juguetón. Sabía qué nombre me gustaría ponerle a un perro así…
-Willy. – contesté, y en ese preciso momento, el Rector no aguantó más, se estremeció y tal como había ordenado, no tragué, tan sólo me puse delante, sonriente por obtener mi premio, y su disparo de semen me empapó la cara; el primer disparo me dio en la nariz y cerré los ojos a tiempo, otro chorro me cayó en la mejilla y lo sentí escurrir y gotear por mi mandíbula… el último goterón lo recogí en mis pechos desnudos.
-Es un… bonito… nombre. – coincidió el Rector. Dirigí mis dedos hacia mi cara empapada para recoger el esperma y llevarlo a mi boca, pero me detuvo. – Tú no… llámalo… que te limpie él. Compartidlo.
Sonreí y me volví. En un rincón del despacho, de pie, callado y con una potente erección, estaba mi mascota. No parecía entender qué pasaba, pero cuando vio mi sonrisa, me la devolvió, lleno de alivio. Le hice una seña con la mano para que se acercara y toqué el suelo para que se arrodillara y obedeció de inmediato. Para que entendiese qué quería que hiciera, lamí su mejilla y luego le mostré la mía. Con una agradable sonrisa, radiante por saber que estaba comprendiendo a otra persona, lamió mi cara, tragándose el semen sin ningún reparo. Saqué mi lengua y gemí ligeramente y de nuevo entendió que yo también quería mi parte; recogió una buena porción con su lengua y la llevó a la mía, para repartirlo y que a la vez juguetease con ella. Cerré los ojos con verdadera lujuria al notar a la vez el sabor del esperma y la dulzura de la lengua de Willy…
-Mmmh… más… más… - pedí desmayadamente, y mi mascota lamió de inmediato los goterones de mi cuello y pechos para llevarlos a mi lengua de nuevo… mientras nos dábamos lametones y besos cada vez más evidentes y yo empezaba a lamer también la mandíbula de Willy, camino que, lo sabía bien, me llevaría por su pecho y su vientre hasta su sexo deseoso, apenas nos dábamos cuenta de la presencia del Rector, que nos observaba casi orgulloso… y enternecido.