Internado disciplinario para chicas (2)

No pretendas conmoverme poniéndome ojitos o con sensiblerías, perrita... He intentado que ésto sea por las buenas, y tú no has colaborado

Es cierto, el Rector daba miedo… pero conmigo se había portado bien, me encantaba la idea de ser su perrita y que él hiciese de mí su antojo… La celadora que me acompañó a mi cuarto me sonrió. Ella sabía que era un cuarto especial para las alumnas especiales del Centro Disciplinario de la Madre Penitente, y que algo debería haber hecho para ganarlo. Pensé que me diría algo, que dejaría caer alguna cosa acerca de lo que había hecho que ameritaba un trato especial, pero se limitó dejarme frente a la puerta del cuarto y darme la llave, luego se marchó sin decir nada. Impaciente, abrí la puerta.

No sé porqué había esperado encontrar un cuarto…. Más rosa. Al decir "habitación especial", yo pensaba un cuarto propio de una niña, que al fin al cabo, a mis dieciséis años, no dejaba de ser en el fondo, pero aquello era esencialmente, oscuro. Se trataba de una habitación elegante y sin duda lujosa, espaciosa y con cierto encanto gótico, porque parecía sacado de Drácula… un saloncito rojo y negro me dio la bienvenida a lo que sería mi nuevo hogar. Había candelabros por todas partes, pero al estar apagados, el cuarto permanecía en penumbra. Los sillones, tapizados de negro, eran anchos y con aspecto de ser muy blandos y cómodos… me recordaron al amplio tresillo que había en el despacho del Rector, sólo que estos eran de una y dos plazas (había dos sillones y el sofá para dos). Enmarcaban una mesita baja de madera tallada, que hacía a la vez de revistero. No pude evitar sonreír al agacharme y ver que todo eran revistas explícitamente pornográficas. Sin poder evitarlo, cogí una al azar y el contenido me hizo sonrojarme… y empezar a humedecerme. Desde las páginas, algunas pegajosas y con delatoras manchas, me miraban mujeres que se introducían los dedos en las vaginas, o bien chupaban enormes penes o mostraban descaradamente sus pechos, pellizcando sus pezones. "¿Esto es… el semen del Rector….?" Pensé vagamente mirando los goterones y me acerqué la revista a la nariz… el olor, aunque rancio, era inconfundible, y una sonrisa cachonda se dibujó en mi rostro… mi lengua lamió mis labios y también, ligeramente, la mancha amarillenta de la página… el semen del Rector era todo para mí… era mi premio, lo deseaba… Un ligero crujido me sobresaltó y miré hacia arriba, de donde provenía el sonido. Una cámara colgada del techo en dirección hacia mí, enfocaba su objetivo. El Rector me estaba vigilando.

Mis muslos se frotaron uno contra otro ante la idea de que quizá él, ahora mismo, sentado en el cómodo sillón de su despacho, me estaba mirando cómo me ponía caliente oliendo su semen en las revistas porno, que mostraban a otras guarras como yo… otras guarras como su perrita… e igual que había dado su semen a las guarras de las revistas, me lo daba a mí, me lo daría a mí de ahora en adelante… mmh, cómo me excitaba pensar aquello… quizás ahora mismo incluso, el pene del Rector estaba erecto al ver a su perrita tan cachonda… podía sentir mis pezones, tan tiesos que dolían, presionar la tela del blusón azul… estuve tentada de tirarme en uno de los sofás y meterme los dedos hasta correrme como la perrita que era, pero sentí que mi placer ahora pertenecía al Rector; él sería quien me dijese cuándo hacerlo… y ahora, la prioridad era seguir viendo mi nuevo cuarto.

Frente a la mesita, había un gran televisor de plasma, con sendas neveritas a los lados, y un reproductor dvd bajo la tele, en el mismo mueble, reposando sobre tres cajones. Una de las neveritas contenía dulces y sándwiches; la otra contenía bebidas y licores. Los cajones contenían películas, todas ellas X. Mmmmmmh, el Rector iba a tener muy bien instalada a su perrita… eché un vistazo a los discos: sadomaso, zoofilia, dominación… una de las cintas se llamaba "Época de celo", y se veía en la portada a una chica siendo penetrada por un enorme perro pastor alemán, mientras otros animales similares esperaban su turno… Sentía que aquello debía darme asco, que una chica bien educada como yo, no debía mirarlo… pero lo cierto es que estaba devorando aquélla foto, mis caderas se movían solas adelante y atrás, y ardía en deseos de poner ese disco en particular… De nuevo, la cámara sonó para enfocarse. Creí entender que el Rector venía a decirme que ya había mirado aquello bastante, y pasé a la alcoba, que comunicaba por una pared rematada en arco con el saloncito.

Un dosel negro cubría la cama, de matrimonio, grandísima, con edredón rojo brillante, tan mullido como el que él tenía en su despacho… tenía aspecto de ser muy cómoda. En el techo del dosel se podía ver el dibujo de una pareja teniendo sexo. Como si estuvieran tumbados, ella tenía la pierna recogida para dejar su vagina expuesta, y en ésta, de labios gruesos y húmedos, el hombre introducía su pene hasta la mitad. Ambos tenían expresión de placer… Qué perverso, dormirme mirando una imagen así… Junto a la cama, además de la mesilla, había un cuadro de botones. Uno de ellos decía "mírate", otro "mírame", pero la mayoría, no decían nada… decidí que los probaría más tarde. El armario tenía ya mi ropa dentro de él, y en la cómoda estaba también mi ropa interior. Había algunos cajones cerrados con llave, y eso me extrañó, pero yo no iba a cuestionar las decisiones del Rector.

Una de las paredes de la alcoba era de vidrio transparente, y daba a un baño, también de saneamientos en negro brillante, con grifería dorada. Entré en él, allí también había cámaras. La enorme bañera-jacuzzi me dejó sin palabras… además de que yo nunca había visto una tan grande (cabrían fácilmente cuatro personas sin estorbarse), estaba excavada en el suelo, como si de una piscina se tratase… Junté las manos y dejé escapar un suspiro de felicidad, ¡aquello era demasiado para una pobre perrita! ¡Qué maravilla… qué bueno era conmigo el Rector!

-Perrita. – dijo una voz. Me volví hacia todas partes, buscando de dónde salía el sonido.

-¿Dónde está, Rector…? – pregunté.

-En todas partes, estúpida… He cambiado de idea, vas a venir a mi despacho ahora. Ya que vas a pasar aquí mucho rato y no me gustan las interrupciones, ven preparada. Haz pis antes de bajar. Ahora. Voy a vigilarte mientras lo haces, perrita, porque a fin de cuentas eres un animalito incapaz y temo que no sepas hacerlo.

-Sí, Rector… - lo cierto es que la idea de que me espiase me resultaba muy excitante y vergonzosa a la vez, pero traté de parecer más avergonzada que excitada. Metí los dedos en mis bragas y tiré para abajo, pero la voz del Rector me frenó.

-¿Ya ves cómo no sabes, perrita….?

-Oh… Rector, ¿qué hice mal….?

-Si lo haces así, lo más fácil es que manches tu ropa, ¿crees que he gastado dinero en esos blusones para que una perra como tú los manche de orín…? Debes pescar el borde del blusón con tu boca y levantarlo, así no lo mojarás. – Obedecí. Solté mis bragas y me agaché, llevé a mis labios la punta del blusón y me erguí de nuevo. El blusón casi mostraba mi bajo pecho, y mi sexo, con las bragas a medio bajar, estaba expuesto casi por completo. La voz del Rector sonaba ahora más baja – Hum… vamos a tener que arreglar ese matojo, no puedo permitir que uno de mis animalitos vaya tan desaseado… Eso es… ahora, baja tus braguitas hasta las rodillas. Muy bien, perrita, ahora haz tu pipí. – Fui a sentarme en la taza, pero de nuevo la voz del Rector me detuvo. – No, no debes hacerlo sentada. Tengo que ver cómo lo haces… ponte en cuclillas sobre la taza, separa bien las piernas y hazlo de modo que pueda verte.

Eso sí que me daba vergüenza… nadie me había mirado ahí abajo, y menos aún me había expuesto yo tan descaradamente… Noté calor en mi cara, pero obedecí. Con cuidado de no resbalar, me subí a la taza y me agaché hasta quedar en cuclillas. Las bragas no me dejaban abrirme mucho de piernas, pero separé los muslos todo lo que pude.

-Eso es, perrita… ahora, ábrete bien los labios con una mano. Venga. – Las rodillas me temblaban, me daba muchísimo corte, pero…. Era el Rector, él me había dado el bonito cuarto y me había dado tanto placer, no podía desobedecerle… con dos dedos, separé bien mis labios vaginales. El frescor dentro de mi vagina y la terrible vergüenza me hicieron reprimir algo a medio camino entre gemido y sollozo. – Bien… empuja y haz pis, perrita, vamos, no tenemos todo el día… - Intenté decirle que me daba demasiada vergüenza que me viera así, que siempre había sentido mucho pudor por mis necesidades y que no podía hacerlo si sabía que me miraba, pero si lo hacía, tendría que soltar el pico del blusón… y tampoco quería correr el riesgo de enfadarle… Empujé con fuerza, pero la orina se negaba a salir. El Rector notó mis esfuerzos. – Perrita… vas a hacerme que lo haga por las malas… Empieza a tocarte el clítoris. Ahora.

Mis piernas temblaron cuando mi dedo acarició la cabeza, totalmente expuesta, de mi perlita. Lo hacía lentamente, a mi ritmo… al estar tan abierta, podía sentir mucho más las caricias, y enseguida empecé a gemir. Un sonido metálico tuvo lugar tras de mí, pero antes de poder girar la cabeza, mi cintura y mis tobillos estaban ya apresados por sendas abrazaderas de metal, forradas de algodón negro. Ahogué un grito y miré hacia la cámara con expresión suplicante, sin soltar la tela que tenía en la boca.

-No pretendas conmoverme poniéndome ojitos y con sensiblerías, perrita… he intentado que esto sea por las buenas y tú no has colaborado… pues bien, sea como tú quieres. No se te ocurra dejar que tu coño de guarrilla se cierre, mantenlo abierto.

Estaba nerviosa, me notaba la cara ardiendo… un sonido de agua tuvo lugar debajo de mí, entre mis piernas, y de pronto un fino chorrito de agua emergió de la taza. Al principio sólo pude oírlo, pero enseguida lo sentí… cuando el chorro de agua impactó contra mí clítoris. El agua tibia chocando contra mi perlita, indefensa y ansiosa. Un violento escalofrío recorrió todo mi cuerpo y mordí la tela del blusón, ahogando un gemido.

-Mira la perrita, qué gustito le da… - oí al Rector – Pero qué guarra… ¿no te importa saber que te estoy mirando, aún así eres capaz de gozar? ¿No sientes ningún respeto por ti misma…? Deberías pedir piedad, suplicarme que parase… y en lugar de eso, mírate, estás ahí, moviendo las caderas, porque no puedes resistir el placer que sientes… tienes un coño muy bonito, perrita, todo rosa… ahora lo estoy viendo en mi televisor, en primer plano… estás chorreando, y no es sólo por el agua que te acaricia… ¿ya vas teniendo ganitas de hacer pis…?

Estuve a punto de chillar que sí, pero tuve que contentarme con asentir con la cabeza, mientras mi mano seguía manteniendo abierto mi sexo… era increíble, la presión del agua iba aumentando paulatinamente, pero siempre concentrada en un chorro fino, que golpeaba exactamente mi clítoris… mi perlita vibrada de gusto, me estaba volviendo loca… el agua me estaba provocando muchas ganas de orinar, pero mi vergüenza se imponía de momento y no era capaz de expulsar… el dolor de mi vejiga, ansiosa por vaciarse ante el poderoso estímulo, se mezclaba con el celestial placer que sentía en mi clítoris torturado por el agua… mis muslos estaban ya empapados por las salpicaduras y la incomodidad de la postura me hacía temblar… quería gemir, quería gritar, pero debía seguir sujetando el blusón… quería penetrarme con los dedos, pero debía conservar abierta mi vagina… mi mano libre estaba crispada en un puño, y constantemente tenía que llevarla hacia atrás, porque se movía sola hacia mi sexo, deseando penetrarme y estallar

-Vamos, perrita, deja de resistirte… - murmuró el Rector. Me parecía que hablaba junto a mi propio oído, y eso me excitaba más aún… noté que mis ojos se ponían en blanco… - esto te encanta, deja de escudarte en vergüenza, sé que ahora mismo estás agradeciendo sentir esa vergüenza que te ha hecho sentir esto, pero ya basta. No quiero perder más tiempo, quiero verte orinar

Oooh, era demasiado… demasiado perverso para mí, demasiado placer para mi clítoris… y la presión del agua aumentó más aún, ya no resistí más, tirité violentamente y ahogué un grito de gozo para no soltar la tela, mientras en medio de las contracciones orgásmicas, mi coñito empezó a expulsar orina a intervalos, ¡mordí el blusón hasta que se me acalambró la mandíbula, era asombroso…. Qué maravilla la sensación de orinar al mismo tiempo que me corría….! ¿Sería eso lo que sentía el Rector al echar su semen….? Oooh, qué bueno… era tan ardiente, quemaba de un modo maravilloso… aún apresando la tela, noté que mi boca sonreía sola por el placer… suspiré y finalmente mis caderas se detuvieron y el despiadado chorro de agua perdió fuerza y desapareció… las abrazaderas de metal me soltaron y caí sentada en la taza, laxa, totalmente rendida, respirando trabajosamente… El Rector se había quedado en silencio. Esperé, mirando a la cámara, y un poco más tarde, de nuevo le oí. Intentaba hablar pausadamente, sin que se notase su necesidad de tomar aire.

-Bien, perrita… ve a tu cama, y… aprieta el botón negro. Es el montacargas. Con él… bajarás a mi despacho y no… no te pongas las bragas.

Me despojé, pues, de la ropa interior, y obedecí. Una trampilla apareció en el suelo, y de ella emergió una plataforma, me subí a ella y automáticamente, bajó con suavidad hasta una cabina situada en el piso de abajo. La abrí. Estaba en la alcoba que había en el despacho del Rector… ¡mi cuarto estaba sobre su despacho! Qué ilusión me hacía que quisiera tenerme tan cerca… Feliz, y, porqué no decirlo, ansiosa por ver qué iría a mandarme, crucé la alcoba y la puerta de comunicación. Sentado en su gran sillón y detrás de la mesa de su despacho, dando la espalda a un enorme panel de televisores, estaba el Rector. Tenía el pantalón desabrochado y la polla le sobresalía, medio fláccida, inclinada hacia un lado, perdiendo fuerza lentamente y empapada de esperma.

-Límpiame, perrita. No dejes nada. – Asentí con la cabeza y me arrodillé entre sus piernas, para limpiar con mi lengua todo el semen que había soltado mirándome. Le agarré el miembro con una mano para lamerlo bien por todas partes… el tronco, los testículos, el bajo vientre… lamí incluso las gotas que habían saltado en la tela de su pantalón, y finalmente metí en mi boca el glande, absorbí para asegurarme de exprimirlo bien y tragué… era muy amargo, pero… me gustaba hacerlo. Y creo que al Rector también le gustaba, porque su polla, que antes estaba perdiendo fuerza, volvía a estar totalmente tiesa de nuevo. – Muy bien, perrita… eres muy hacendosa limpiando a tu amo, y por eso vamos a divertirnos juntos un rato, viendo qué tal les ha ido a tus otras compañeras… quizá alguna se lo esté pasando tan bien como tú

Sonreí y asentí… ¡qué perverso… iba a poder mirar qué les hacían a las otras chicas! Desde luego, dudaba que ninguna estuviera tan satisfecha como yo con mi amo el Rector, pero sin duda, iba a resultar interesante… El Rector dio la vuelta a su sillón para mirar el panel de televisores y se palmeó la rodilla para que me apoyara en ella. Sentada en el suelo junto a él, apoyé mi cabeza en su muslo, lo más cerca que pude de su polla cálida. El Rector, accionó el mando a distancia.

(Continuará)