Intercambio simulado

Siempre me gustó ella. Le hubiese propuesto un intercambio a su marido para poder saborearla, pero al final...

INTERCAMBIO SIMULADO

La esposa de mi amigo Ramón siempre me gustó. Mi amigo, un poco estúpido para estas cosas sólo le hacía falta beber un poco para hablar más de la cuenta y empezar a decirme lo buena que estaba Luisa, su mujer, a describirme su cuerpo desnudo..., que si un lunar precioso junto al pezón del seno izquierdo, que si un culo bien puesto, que qué bien se veía su coño afeitado y cuántas veces follaban a la semana..., en fin un montón de cosas que a mi me ponían frenético y con ganas de echarle un polvo a Luisa.

Mi mujer, Aurora, y yo, éramos muy amigos de Ramón y Luisa y salíamos juntos los sábados por la noche, o de vez en cuando cenábamos en casa de unos u otros. Como decía, Ramón se ponía cachondo cada vez que olía el alcohol y en una de estas me llegó a decir que dejaría follar a Luisa con otro hombre en un intercambio mientras él se tiraba a la mujer de ese tío. Supuse que lo decía porque en aquel momento andaba por allí mi esposa, y al igual que yo deseaba a la suya, él tendría ganas de pasar un buen rato con Aurora, que en nada tenía que envidiar las virtudes físicas y femeninas de Luisa. A mí con mi mujer me iba bien en el terreno sexual, pero imagino que por cierta rutina y deseos de experimentar sensaciones nuevas veía en la mujer de Ramón el objetivo perfecto para mis anhelos; además por cómo la describía mi amigo en los hábitos sexuales la tía había de ser una guarra chupapollas (se le notaba en la cara). Por otro lado nunca se me hubiera pasado por la cabeza proponer a mi mujer hacer un intercambio con Ramón y con Luisa; no sé cómo habría reaccionado; aparte de que Ramón no le caía bien del todo. O sea, que ese no era el camino para acabar follándome a Luisa.

Luisa era un ama de casa que de vez en cuando expresaba lo rutinario de su vida en el hogar, por lo que un día Ramón me pidió el favor de que intentase que en la empresa textil en la que yo trabajaba contrataran a su mujer, para que escapase un poco del aburrimiento de la casa. Por el cargo que yo ocupaba en la fábrica textil no me costó conseguir que Luisa entrase en la plantilla de empleados. Se adaptó bien al trabajo y dijo estarme muy agradecida. Es curioso, a partir de ese momento Luisa y yo empezamos a llevarnos mejor y hablar más a menudo. Así iban pasando los meses; de amigos no pasábamos, pero yo aún deseaba follar con ella.

Llegaban las vacaciones veraniegas y la empresa ofrecía su cena anual para empleados. El que quisiera podía llevar a su pareja pero casi nadie lo hacía; era una forma de ir solo con amistades del trabajo. Yo siempre fui sólo y Luisa también fue sin su marido; incluso yo pasé a recogerla por su casa al ir a la cena. Aún recuerdo la cara de bobo de Ramón al despedirse desde la puerta y decirme: ¡Cuida de mi esposa, eh! Ramón me consideraba inofensivo sólo por el mero hecho de que yo no era muy dado de hablar de sexualidad. Pero mira por donde, durante la cena de empresa todos los compañeros y compañeras del trabajo, al comer y beber vinos y cervezas, nos animábamos y casi todos los años, durante una calurosa tarde noche de julio, acabamos hablando casi exclusivamente de sexo. Por eso creo que la mayoría no quería venir con pareja matrimonial a la cena, precisamente porque después de la cena muchos compañeros y compañeras se animaban a tener una aventura sexual. No había sido nunca este mi caso; yo no tenía éxito para eso, pero sabía que sucedía entre mis compañeros y compañeras. La conversación de aquella noche se centró en el tema de los intercambios de pareja hasta el final de la cena; Luisa estuvo muy expectante e interesada por todo lo que se decía del tema. En aquella ocasión la cena acabó antes que de costumbre y todos se fueron yendo cada uno por su lado, solos o acompañados, en pareja o en grupo. Recuerdo por ejemplo a mi jefe, que se marchó en su Mercedes junto al director de marketing de la empresa y tres empleadas de la sección de etiquetado. Imaginé el tipo de orgía que montarían los cinco.

Luisa y yo nos quedamos solos, así que le propuse llevarla de vuelta a casa... Ya en el coche expresó su deseo de parar en algún pub a tomar algo más. A mi me pareció estupendo. Así que me dirigí a uno que había a varios kilómetros de distancia. Durante el trayecto Luisa me dijo:

  • ¿Es verdad que existen esos locales de intercambios de parejas de los que se ha hablado durante la cena?

  • Supongo –dije yo-, nunca he ido a ninguno.

-¿No has ido con Aurora? –me preguntó.

  • No, que va –me reí-. No se lo he propuesto, pero casi estoy seguro de que se negaría. ¿Has ido tú con Ramón?

  • No, tampoco, aunque me lo pidió hace tiempo...

  • ¿Te negaste Luisa?

  • Sí, bueno..., veía como si en hacer eso mi marido me vendiese a otro hombre. La idea me hacía sentir mal...

  • Comprendo –le dije-.

  • Aunque...-continuó diciendo ella- creo que me gustaría ser libre para experimentar, la idea del intercambio me parece morbosa y más después de la conversación de la cena. El hacer el amor con un desconocido sería excitante, pero para mí no lo sería tanto bajo el consentimiento de mi marido o en su presencia. Así que creo que nunca sucederá...

No podía dejar la ocasión de poder comenzar algo con Luisa aprovechando la ocasión de aquella charla. Me parecía increíble que me estuviese hablando de aquellos temas a mi. Entonces me armé de valor y no pensé en posibles consecuencias negativas que podía tener lo que iba a proponer:

  • Luisa –le dije- para que realices un intercambio quizá no haga falta la presencia de tu marido...

  • ¿Qué quieres decir? –me preguntó mirándome extrañada.

  • Habrás pensado que te estoy pidiendo que hagas el amor conmigo –me expliqué-, y quizá yo tenga ganas de eso, pero lo que te propongo es otra cosa...

  • ¿El qué? –preguntó disimulando mal algo de interés-.

  • Si quieres, podemos ir tu y yo a un local de intercambio, hacernos pasar por marido y mujer e intentar un intercambio con otra pareja. Ello no significará necesariamente que te tengas que acostar conmigo. Así los dos lo experimentaremos al margen de tu marido y de mi mujer.

  • No sé qué pensar, ¿quedaría como secreto entre nosotros?

  • Por supuesto Luisa, de sobra sabes que soy una persona discreta.

  • La verdad es que sería excitante.

  • Sí, lo sería; tú decides, creo que a la vuelta de esta manzana hay uno de esos locales, al parecer el que tiene más prestigio en el tema de discreción, etc...

  • Está bien –dijo después de pensarlo un poco-.

-Vamos –dije yo entonces-, y recuerda somos marido y mujer; si algo no te convenciese o no te gustase no tendríamos que seguir adelante.

Entramos a aquel local en el que nunca habíamos estado ninguno de los dos. Al traspasar la puerta una especie de relaciones públicas se acercó hasta nosotros y muy amablemente dijo no habernos visto nunca y que sí teníamos a bien nos explicaría cuales eran las normas del local. Le rogamos que así lo hiciese.

  • Bien –empezó diciendo el relaciones públicas- pueden venir aquí simplemente a disfrutar de una deliciosa velada mientras toman una copa, ello a nada compromete. Sin embargo, por aquí habrá más parejas que de vez en cuando se acercarán a ustedes con el propósito de charlar o de proponerles un juego de intercambio. Si quieren aceptan si no, lo dejan; son libres. A veces los camareros o las "acomodadoras" empleadas del local pueden actuar de intermediarios y relacionar con mensajes a parejas que se gusten. Luego, si quieren mantener relaciones con alguna pareja bien pueden salir del local e ir donde quieran o bien pueden alquilar uno de los cómodos reservados del local; hoy precisamente hay una oferta muy asequible de habitación semioscura con divanes. ¡Anímense y pásenlo bien! Si nunca han hecho un intercambio les aseguro que les gustará.

Florian, que así dijo llamarse el relaciones públicas, se portó de forma muy amable y nos cayó bien. Sus explicaciones y sugerencias nos animaron y nos tranquilizaron, dándonos más seguridad para aquella aventura.

  • ¡Esto es estupendo!- dijo Luisa-, con cuarenta años cada uno de nosotros, con nuestro marido y con nuestra mujer, y los hijos esperándonos en casa... y nosotros aquí, envueltos de ganas de aventuras... ¡Te aseguro que voy a por todas!

-¡Y yo!- le dije- con gran entusiasmo.

Varias parejas se nos acercaron, pero por una razón o por otra ninguna era de nuestro agrado. Se notaba cuáles eran las parejas veteranas y como venían a por carne fresca. En un momento dado el bueno de Florian se nos aproximó y nos dijo que había una pareja joven en idénticas circunstancias a las nuestras, eran nuevos en esto y algo tímidos. Nos sugirió presentarnos: así conocimos a Oscar y a Sara, una pareja de recién casados que nos cayó bien desde el primer instante. Eran encantadores y más aún lo hacía el hecho de que estaban en esta ciudad de paso por su viaje de luna de miel. ¡No llevaban ni cinco días casados y ya se montaban intercambios! Por supuesto, Luisa y yo le hicimos creer que éramos marido y mujer y que teníamos a los hijos con la abuela. Esto pareció ser un aliciente más para la excitación de Oscar y Sara, que buscaban a una pareja algo más madura que la que ellos formaban para este tipo de experiencias...

CONTINUARÁ