Intercambio simulado (2)

Vaya experiencia de intercambio. Es mas alucinante de lo que esperaba.

INTERCAMBIO SIMULADO (2ª PARTE)

Espero hayáis leído la primera parte del relato. Cuando Luisa, una mujer que no es mi esposa, sino la de un amigo, me acompaña como pareja a un local de intercambios. En la primera parte conté que habíamos conocido a Oscar y Sara, recién casados y con ganas de marcha. Dicen aquello de que segundas partes nunca son buenas, pero estaréis de acuerdo conmigo cuando terminéis de leer esta, que este no es el caso de una segunda mala parte, porque lo que ocurre aquí es muy bueno.

Oscar tenía 25 años y mi acompañante, Luisa, se "enamoró" de él a primera vista aunque ella le sacaba al menos quince años de diferencia. Luisa haría tiempo que deseaba a un hombre joven, fuerte, sin una pizca de grasa en la carne, como aquel chico de ojos azules y cabello rubio. Oscar era la perfección atlética, muy diferente al marido de Luisa. Por mi parte yo me fijé en Sara, de 22 años, morenita de pelo corto, figura delgada y rostro muy simpático. Curiosamente me recordaba enormemente a mi mujer en la época en la que la conocí. Era de risa: si todo salía bien iba a volver a follar con el pasado; era excitante. No sé si a primera vista nosotros le parecimos a ellos muy atractivos; imagino que sí, aunque éramos de mayor edad y más maduros que ellos yo creo que era eso lo que precisamente les atraía. Si en su luna de miel empezaban con los intercambios ¿hasta donde serían capaces de llegar aquellos chicos?.

Charlamos un rato y de mutuo acuerdo decidimos iniciar una relación. No sabíamos cómo pero lo íbamos a intentar. Lo primero era buscar intimidad, así que decidimos entrar al reservado, a la estancia semioscura de los divanes que Florian había mencionado y que al parecer estaba en precio de oferta. Pero con oferta y todo costaba lo que yo ganaba en medio mes. Sin embargo, aunque sólo entrásemos allí a fumar un cigarro, merecía la pena pagarlo. Oscar quería pagar de su bolsillo pero yo me negué y le dije que pagaría yo; sería el regalo de boda de Luisa y mío para ellos. Oscar y Sara comentaron que esperaban todavía un regalo mayor de nuestra parte y les dijimos que intentaríamos complacerlos.

La estancia semioscura de los divanes era preciosa y acogedora. Sin apenas decoración tenía un buen gusto que invitaba a la pasión y la libidinosidad. Había dos amplios divanes el uno frente al otro con una disposición pensada para que el intercambio de las parejas se produjese cercano pero por separado. En medio, una mesita baja de cristal muy bien dispuesta con champán, copas, preservativos en una cajita y toda una serie de frascos de vaselina y gel. El suelo enmoquetado, por el que había almohadones y cojines dispersos sugería acabar haciendo sexo revolcándose a todo lo largo de la estancia y disponiendo de tu pareja de intercambio o de la tuya propia. A este respecto me surgía una duda. Yo (así parecía que iba a suceder, y eso esperaba) iba a follar con Sara, pero ¿lo haría después con Luisa?

Nos acomodamos los cuatro y bebimos champán. Hablábamos de nosotros, de temas sexuales, sobre los que Luisa y yo contábamos unas serie de cuestiones sexuales ficticias de nuestra intimidad (pues no existía tal relación) y ellos, Oscar y Sara, contaban las suyas, por cierto muy interesantes y excitantes. A parte de eso, no sabíamos o no nos atrevíamos a proceder. La joven Sara dio el primer paso:

  • Luisa – dijo a mi acompañante- ¿quieres verle la polla a mi recién estrenado esposo?

Por supuesto que Luisa quería, pero casi no le dio tiempo a contestar cuando la chica le bajó el pantalón y el slip a su marido (los dos estaban frente a nosotros) y saco su pene semiflácido que empezó a acariciar y a masturbar suavemente. Lo hizo durante unos minutos.

-Ahora –dijo Sara a Luisa- enséñame tú el de tu marido.

Eso no estaba previsto pero Luisa saco mi pollón erecto. Así fue cómo la mujer a la que deseaba desde hacía tiempo me puso las manos encima por primera vez, y al parecer le gustó porque al cogerme la verga le costó dejar de acariciármela y masturbarme de tanto que le gustaba aquello. Nos mirábamos Luisa y yo a los ojos totalmente excitados, tanto que me corrí sin poder evitarlo dejando escapar potentes chorros de semen.

  • ¿Vosotros no sois marido y mujer verdad? –preguntó Oscar.

  • ¿Cómo has podido saberlo? –dije yo-.

-¡ Joder –dijo él con bastante enfado- se nota en lo que habéis contado de vosotros y en la manera que esa puta te ha hecho la paja pedazo de cerdo!

Y sin mediar palabra se acercó a mí y me propinó un puñetazo en la barbilla que me hizo tambalearme y caer al suelo. Me asusté bastante por el modo de actuar de aquel bestia. Luisa también se llevó una bofetada y gimoteó temerosa. Menos mal que Sara intentó calmar a su marido. Yo no entendía porque se había puesto así, pero los acontecimientos iban a dar un cambio brusco. Oscar estaba ofendido por el engaño pero a la vez se le notaba excitado. El tío se quedó desnudo y mostró la orgullosa erección de su polla, ¡ahora os vais a enterar! –dijo. Sara, su mujer, le pidió que no nos hiciera daño (¿con qué tipo de hombre nos habíamos metido allí?). A la vez Sara, comenzó a acariciar a Luisa con ternura, al tiempo que la desnudaba y le dio un beso en la boca. Luisa correspondió suavemente al beso, pues consideró que así Sara la protegería de Oscar. ¿Qué pasaría conmigo?. Me incorporé como pude del suelo y me senté sobre el diván; en ese momento llegaría lo peor para mi. El energúmeno de Oscar se aproximó a mi y con los brazos en jarra plantó su polla enfrente de mi cara. Me temí que me pidiese que se la chupara y no me equivoqué:

  • ¡Chúpamela! –dijo autoritario.

  • Estás loco – le contesté- no voy a hacerlo.

Entonces, con violencia, me agarró del cabello y puso su enorme pene sobre mis labios. La zorra de su mujer, Sara, me sugirió que lo hiciera si no quería que Oscar se enfadase más y cometiese una barbaridad en aquella estancia. Así que, con algo de asco y sintiendo mucha humillación, entreabrí los labios y comencé a chupársela un poco. Luisa y Sara nos miraban interesadas y excitadas, mientras entre ambas no dejaban de besarse y acariciarse todo el cuerpo. El intercambio no se estaba produciendo en los términos que yo hubiera deseado, pero la situación no dejaba de ser curiosa. Yo estaba proporcionando placer a otro hombre. Oscar gemía de gusto y me llamaba "amor mío" y otras cosas. Mi polla se estaba empezando a empinar de nuevo y ya no tenía escrúpulo ninguno en meterme la tranca de Oscar hasta el final de mi garganta. Se la cogí y lo masturbé a conciencia. Ver a las dos tías liadas entre ellas también contribuía a mi excitación. Después de unos momentos Luisa y Sara se acercaron y se arrodillaron ante mí para, las dos a la vez, empezar a comerme la polla a mi. Y Oscar, ante mi ansia chupándole la polla, no pudo aguantar más y se corrió en mi boca. El semen casi me atragantó porque no supe si tragarlo o escupirlo. Hice ambas cosas, escupí un poco y otro no tuve más remedio que tragarlo. Oscar cayó exhausto entre las dos mujeres que seguían chupándomela. Sara, al ver a su marido sin fuerzas, le obligó a inclinarse ante mi y a que se metiera mi verga en la boca. Luisa le ayudó. Así que en ese momento fue Oscar quien me la chupó a mi y lo hizo con tanta dedicación y esmero que al momento me corrí en su boca. El uno habíamos probado el aparato del otro.

Con aquella experiencia Oscar nos perdonó el engaño. Yo le dije a él que había estado bien pero que no esperase sexo anal conmigo, yo lo que quería era follar con su mujer o con Luisa, que a esas alturas ya parecía haber aceptado mantener una relación conmigo.

Las chicas querían su ración de polla y se acercaron a nosotros para estimularnos con caricias y besos. Luisa estaba con Oscar y Sara conmigo. En unos instantes se me puso dura otra vez, pero Oscar no consiguió una erección y Luisa se sintió tan decepcionada que se arrastró hasta mi. Sara se sintió molesta, no quería compartirme. Al otro lado de la estancia Oscar nos miraba con desolación. Me sentí ganador; si él me había humillado al principio, ahora el humillado era él, pues la dos hembras estaban a mi merced. Me calenté con Sara, a quien después de lamerle la concha y prepararla se la hundí hasta los testículos. Gimió y disfrutó como una condenada, y obtuvo sus efervescentes orgasmos. Yo me retuve, no quise correrme, pues era posible que no consiguiese una cuarta erección; y como era con Luisa con quien quería disfrutar plenamente, después de dejar a Sara agotada sobre el suelo, me dirigí a mi objetivo sexual de los últimos meses y me satisfice todo lo que pude con ella, le hice que lamiera el pene mientras yo le comía el coño, en un perfecto sesenta y nueve y posteriormente la puse a cuatro patas y se la metí en su coño desde atrás. Más de cinco minutos le estuve embistiendo hasta que los dos llegamos al orgasmo y nos corrimos jadeando como cerdos. Oscar y Sara nos observaban con envidia y con la baba cayéndosele.

Y así fue mi primer intercambio de pareja. Continuará...