Intercambio mexicano

La lectura de nuestro primer intercambio provocó otro internacional.

INTERCAMBIO  MEXICANO

A raíz de haber publicado la narración de nuestro primer intercambio ("EL PUB") en una página de relatos eróticos de Internet, (Todorelatos.com) recibimos una amable comunicación de un lector mexicano, llamado Roberto, comentando nuestro relato.

Nos decía que le había gustado mucho su lectura y que, incluso, le había provocado cierta excitación; que su ilusión era vivir una aventura parecida a la nuestra, pero que su mujer, Laura, era todavía reacia al intercambio y que estaba en periodo de convencimiento.

El constatar que su situación era muy parecida a la nuestra de unos meses antes, despertó en nosotros una corriente de simpatía que hizo que le contestáramos y entablásemos así una amistad, a través de e-mail, llegando incluso a darle nuestra opinión sobre como podría ser mejor ese intercambio que deseaba.

Nos dijo pensaban venir a España y que, aunque su destino eran Madrid y Sevilla, se desviarían hasta Valencia, para así conocernos.

Al fin llegó el día de su venida. Fuimos a la estación a esperarles, tal como habíamos quedado, nos reconocimos, nos saludamos y, la verdad, es que quedamos los cuatro encantadísimos de la impresión que, uno a uno, nos habíamos causado mutuamente.

Roberto era un chico alto (1.81) moreno, sanote, atractivo físicamente y, nos pareció, que  con un  comportamiento noble, leal, sin dobleces ni mentiras, como nosotros solemos comportarnos.

Laura me causó un gran impacto. No muy alta (1,67), proporcionada, largas piernas, pecho pequeño muy firme, morena de pelo rizado y también muy atractiva.

Les llevamos a su hotel y, una vez instalados, nos reunimos a charlar, a comentar las incidencias de su viaje, sus impresiones de este país y la que nosotros les habíamos causado y cosas por el estilo. La verdad es que nos caímos estupendamente. En un aparte, al ir a los lavabos, Roberto me confesó que había quedado prendado de la belleza de Mª Carmen y  que le habían impactado sus pechos y caderas, algo más grandes y rotundos que los de Laura, como a él le gustaban. Yo, a mi vez, le dije que había quedado impactado con los encantos de Laura y, los dos dijimos que : ¡ Ojalá que a ellas les haya ocurrido lo mismo”.

Quedamos para el día siguiente. Les enseñamos los monumentos más característicos de la ciudad, comimos en un restaurante y fuimos profundizando en el conocimiento mutuo.

Después de un larga sobremesa los llevamos a enseñarles nuestra tienda y a continuación fueron de nuevo  a su hotel a descansar hasta la hora en que habíamos quedado para cenar.

Ya nosotros solos en nuestra casa, estaba yo esperando que Mª Carmen terminara de arreglarse para salir, sentado en el salón, tomando una cerveza y, cuando apareció casi me atraganté al verla tan hermosa, maquillada y vestida con un vestido negro, ceñido, con un escote espectacular que le hacían los dos pequeños tirantes y aquel sujetador que le recogía las tetas, dejando ver su parte superior y el canalillo que sugerían multitud de pensamientos eróticos. En aquel momento cruzó por mi mente el recuerdo de Roberto y de lo que me había comentado sobre los pechos de Mª Carmen y le dije: “Con ese escote vas a causar estragos”. Me dijo que se había puesto ese vestido porque Laura le había dicho que iba a ponerse un vestido blanco y así harían contraste. Que no creía que fuese demasiado provocativa, pero que si yo le decía aquello, se echaría un echarpe sobre los hombros.

“No seas tonta – le respondí -. Te lo he dicho adrede. Vas muy bien y además hace calor. Vámonos.

Fuimos a reunirnos con ellos. Al saludarnos, cuando Roberto besó a Mª Carmen, notamos los tres el gran impacto que le causó el escote y los pechos espléndidos y exclamo:

“Me deja impresionado lo guapísima que estás y, con permiso de estos dos te diría que “estás buenísima”.

Nos reímos. Yo también requebré a Laura pues la verdad es que estaba preciosa con aquel vestido blanco, liviano, casi transparente y, al no llevar sujetador se le notaban los pechos y los pezones.

Fuimos al restaurante al que solemos ir en alguna ocasión. Cenamos muy bien, con excelentes vinos y champán al postre. En amigable camaradería, charlamos, reímos e hicimos todo tipo de comentarios que, conforme los vinos hacían su efecto, eran cada vez más subidos de tono.

Al terminar la cena marchamos a una discoteca cercana en la que hacían un espectáculo erótico. Nos sentamos en el diván de una mesa bien situada, pedimos unos cuba-libres y contemplamos el pase de las atracciones. Entre el vino, el champán y los cuba-libres, lo que ocurría en la pista nos sugería comentarios, cada vez más procaces y de más alto contenido erótico.

Yo ya había observado que la mirada de Roberto se posaba de vez en cuando en el escote de Mª Carmen; ahora lo hacía más a menudo, con más insistencia y con mirada más ávida. El ambiente se iba caldeando más y más y las manos, cuando se posaban en el brazo o en otra mano, ya no se retiraban tan rápido como antes; se dejaban más tiempo, como no queriendo dejar el contacto.

Acabó el espectáculo, atenuaron las luces y sonó música de baile lenta. Laura y Roberto se levantaron y se perdieron, enlazados, en la pista. Nos quedamos solos Mª Carmen y yo. Le pasé el brazo sobre los hombros, se recostó y le pregunté:

-“ ¿ Qué tal estás? Te noto algo rara.

  • “Sí  -me respondió -  Entre las conversaciones que estamos teniendo y que Roberto me mira mucho el pecho, la verdad es que me estoy excitando y no en que puede acabar todo esto”-

-“ Ya te dije  - le contesté- que ese escote iba a hacer estragos, porque sé que a Roberto le gustan los pechos y caderas como los tuyos y debe estar poniéndose excitado. Tu no te preocupes, déjate llevar y vive el momento.”-

La besé en la mejilla, le acaricié los brazos desnudos y, callados, esperamos el regreso de nuestros amigos. –“ ¿ No bailáis? Preguntó Roberto. Mari Carmen le contestó que a mí no me apetecía mucho. Entonces habló Laura: “Yo también estoy cansada. Baila tú con Roberto y yo me quedo sentada con Manolo.

Roberto le tendió la mano; Mari Carmen se levantó y enlazados se fueron a bailar.

Laura se sentó a mi lado. Estaba sofocada. Se lo dije, achacándolo al calor y ella me respondió: “No es solo el calor. No sé que le pasa a Roberto que está excitadísimo y, la verdad, no creo que a estas alturas sea solo por bailar conmigo. Fíjate como están bailando de apretados. Mari Carmen tiene que notarle el pene, pues lo tiene completamente en erección y duro como una piedra. Miré y, efectivamente, no sola bailaban completamente pegados, sino que las manos de el la acariciaban, sobre todo en las caderas que debían volverle loco.

Le dije: “Mira Laura, yo creo que si se ha puesto algo cachondo debe ser por culpa de lo que hemos bebido, del espectáculo y de los pechos de Mª Carmen. Los mira, cada vez con más pasión”.  “Si –me contestó- ya me he dado cuenta; seguro que es eso ya que le gustan mucho ese tipo de pechos y caderas. No sé que pensar.

Le respondí que no le diese importancia ni que se preocupase por ello; que eran juegos de parejas que enriquecían las relaciones entre los matrimonios. Tú sabes que Roberto te quiere. Yo adoro a Mari Carmen y, sin embargo, a mí también me atraen tus pechos y esos pezones chiquitos que se te notan a través del vestido. Estoy pensando toda la noche en lo delicioso que sería acariciarlos y besarte los pezones. El sentir la proximidad de tu cuerpo hace que me enerve y solo la posibilidad de poder acariciarte como te digo, me trastorna tanto, que ni siquiera vocalizo bien, el deseo me emborracha y me gustaría que mis manos recorriesen tu cuerpo y que la punta de mis dedos fuesen como transmisores de las sensaciones que despiertas en mí.

“Me gustaría besarte toda. Recorrer con mis labios todo tu cuerpo, desde la punta de los pies hasta tu cabeza, deteniendo mis labios y mi lengua en esos rincones tan apetitoso que tu cuerpo tiene que esconder.”

Dijo: “Calla, por favor. Como sigas diciéndome cosas así, me vas a poner fuera de mí y completamente excitada”.

Callamos. Le rodeé los hombros con mi brazo, la atraje hacía mí y, muy suavemente, le acaricié la cintura que, con aquel vestido tan sutil, parecía que le tocaba la misma piel.. Subí la mano hasta sus pechos y, al rozar sus pezones, noté que se encrespaban y que su cuerpo se estremecía. Seguí rozando su vestido hasta que mi mano se posó sobre su muslo y subiendo hasta su entrepierna noté su vello púbico, a través del vestido y de sus braguitas.

A la vez mirábamos hacía la pista donde Mari Carmen y Roberto seguían abrazados, bamboleando sus cuerpos al compás de la música lenta, sin mover apenas los pies del suelo y las manos de él explorando los maravillosos rincones que tiene el cuerpo de mi mujer. Contemplando aquello, nuestra excitación subió bastante más.

Al fin volvieron a la mesa. Iban ardiendo, la mirada algo perdida y cierto nerviosismo al hablar. Además Roberto que, al no llevar chaqueta no podía disimular el bulto de su entrepierna, seguía llevando a Mari Carmen enlazada por la cintura y, sin soltarla, se sentaron. Yo tampoco separé mis manos de los hombros y del muslo de Laura. Ya ninguno disimulábamos lo que cada uno sentía.

Mari Carmen propuso irnos a casa y terminar allí la velada bebiendo una botella de champán, y  que podían quedarse allí a dormir. Nos pareció estupendo y nos fuimos.

Al llegar les mostramos su habitación y mientras ellas se acicalaban en el baño, Roberto y yo nos instalamos en el salón. Sacamos el champán y las copas y nos sentamos en dos sofás colocados en ángulo recto. Abrí la botella, llené las copas y esperamos. Cuando llegaron, sin saber el por qué y de la forma más natural, Mª Carmen se sentó en el sofá de Roberto y Laura en el mío. Brindamos y bebimos.

Saqué una baraja y propuse un juego que consistía en hacer cuatro montones con las cartas; cada uno elegía un montón, lo levantaba y el que descubría la carta más alta, imponía una penitencia al que levantaba la más baja, que podría consistir en quitarse alguna prenda o en hacer algo a otro. Como estábamos ya bastante lanzados, aceptaron el juego y comenzamos. Conforme avanzaba éste los comentarios eran más procaces, el ambiente se caldeaba, nos poníamos más cachondos y el sexo flotaba por toda la habitación. Un una ocasión Roberto, que había ganado, le pidió a Mª Carmen, que había perdido, que tenía que dejar que yo le quitase el sujetador. Lo hice y, al sentirse libres de aquella cárcel que los oprimía, sus tetas saltaron gozosas y se mostraron en toda su esplendidez. Miré a Roberto y ví el impacto que le causaron.

En justa venganza, cuando fui yo el que ganó, le pedí a Roberto que le quitase el sujetador a Laura (yo ya sabía que no llevaba, puesto que la había acariciado en la disco). Al decirlo ella le pedí se bajase los tirantes del vestido, dejando este en la cintura y al aire sus pechitos, lo que me produjo un fuerte deseo de acariciarlos y besar las dos fresitas tiesas que parecían sus pezones.

Seguimos jugando. Mari Carmen, que como los demás, estaba ya completamente sumergida en aquel ambiente de lujuria y de deseos contenidos, cuando le tocó su turno me pidió le quitase a Laura “la prenda más húmeda que lleve”. Al sacarle su braguita, blanca como su vestido, nos mostró su coñito y el vello de su pubis. A continuación fui yo el que le dije a Mª Carmen que tenía que quitarle a Roberto el pantalón y el boxer a la vez. Desabrochó el pantalón, bajó la cremallera y, al tirar de las prendas hacia abajo, saltó como un muelle el pene, erecto, tieso y duro, hasta el extremo de que quedó completamente vertical, golpeando su vientre.

Mari Carmen, agarrando todavía el pantalón con manos temblorosas, miraba con ojos llenos de avidez o de lujuria, aquella “herramienta” que aunque ya la había sentido pegada a su cuerpo cuando bailaron, ahora veía en toda su turgencia. Aquella mirada me confirmó que su coño debió recibir una oleada de calores y flujos vaginales del deseo que la debió de invadir.

Vino al fin el climax de juego cuando ganó Laura y perdió Roberto. Tuvo la idea “diabólica” de exigirle que tenía que acariciar los pechos de Mari Carmen por un tiempo mínimo de 25 segundos.

Roberto, sin pantalón y con la verga apuntando hacia arriba, se giró, paso sus manos por debajo de los brazos de ella que le había dado la espalda, y empezó a sobar aquellas tetas que le habían obsesionado. Laura y yo contábamos los segundos: 1, 2, 3… No aguantó los 25. Con la mirada cargada de deseo a la vez que seguía magreándole  los pechos, empezó a besarle el cuello y las orejas. Le bajó la mano al pubis y, al empezar a acariciarlo, las piernas de ella, fueron abriéndose, poco a poco, ofreciendo el coño encendido a la mano que lo sobaba con fruición.

En el otro sofá, mirando embobados el espectáculo que nos ofrecía la otra pareja, Laura y yo llegamos a muy altos índices de excitación. Se encontraba ella sentada, con las piernas encima del sofá, apoyada su espalda sobre mi pecho. Yo le sobaba las tetitas, cogía sus pezones entre mis dedos, los besaba y también su cuello, mientras mi otra mano jugaba con el vello de su pubis. Sobre todo le hablada con voz queda y susurrante, diciéndole cuanto iba sintiendo y todo lo que cada parte de su cuerpo me iba inspirando.

Cuando abrió sus piernas, bajé mi mano hasta su “rajita” y la encontré toda empapada. Se lo dije: “Tienes el coñito chorreando”.  –“ Tu tienes la culpa – me respondió – con lo que me dices y lo que me haces me estás poniendo muy cachonda.

En el otro sofá vimos como la otra pareja se dedicaba a practicar un auténtico sesenta y nueve. Ella estaba completamente tendida, con el cuerpo ligeramente arqueado por la cintura, para facilitar que la boca y la lengua de Roberto pudieran penetrar y chupar mejor aquella “almeja” palpitante. Nosotros, sin dejar de acariciarnos, mirábamos y nos producía una sensación fuerte y extraña. Yo pensaba en el placer que sentía el coño de mi mujer y esto me excitaba sobremanera. Mari Carmen le manoseaba los huevos con una mano y con la otra agarraba la polla de él, dejó al descubierto todo el “capullo” y se lo metió en la boca, chupando con labios y con lengua.

Laura, que también miraba la escena, me dijo: “Me estoy poniendo excitadísima y solo deseo sentir también como tu lengua penetra en mi raja y me la comes toda. Solo de pensarlo me corro”.

Besándola la coloqué boca abajo, acaricié y sobé su culo respingón y cuando abrió sus piernas, posé la punta de mi lengua en su culito, respondiendo con un estremecimiento y un gritito de placer. Seguí un ratito chupando su culito; después bajé la lengua a su coño, se le pasé repetidamente por los labios, hasta que sus jadeos pedían más. Entonces le metí toda le lengua dentro, chupando a la vez el clítoris con los labios, succionando su capuchoncito. Ella jadeaba, daba grititos y se retorcía de placer. Cogió mi polla con su boca; su lengua rodeaba el glande en movimientos circulares y sus labios se movían arriba y abajo dándome un intenso placer.

Yo aguantaba el gozo y seguía lamiendo el coñito precioso que tenía en la boca. Solo nos faltaba para provocar mayor lujuria , sentir los jadeos y estertores de la otra pareja, que nos transmitían los sucesivos orgasmos de Mª Carmen. Laura empezó a correrse una y otra vez, sin pausas, gritando el gusto que estaba sintiendo. Aguanté algún orgasmo más, hasta que, ya sin poder resistir más, me corrí con un goce infinito.

En el otro sofá, Roberto debía tener la obsesión de correrse con los pechos de Mari Carmen, que habían sido los inductores primeros de aquella pasión, porque vimos como retiró la polla de la boca de ella, lo puso en el canalillo de las dos tetas, las frotó sobre su capullo e, inmediatamente, una gran eyaculación inundó de semen el cuerpo de Mª Carmen.

Algo más calmados, Laura me pidió le indicase donde estaba el baño , puesto que quería lavarse. Le acompañé al del pasillo y, al salir, aun pude oir como Mari Carmen le decía a Roberto, con voz queda, una frase que a mí me había dicho muchas veces, después de sentir varios orgasmos: “Cómo me ha hecho gozar mi coño. Ahora está para follar”.-

Ya en la bañera dejamos que el agua corriera abundantemente sobre nuestros cuerpos, Puse gel en mi mano y empecé a aplicárselo por toda su piel, sobándola a la vez muy suave y cariñosamente, sus pechos, su vientre, sus caderas, sus brazos, su culo, sus piernas y su coño. Sobando y sobando, con aquella suavidad a la que ayudaba la espuma del gel, iba subiendo poco a poco una excitación que hacía que nos rozasémos uno contra el otro y que la excitación fuese llegando otra vez a niveles insoportables. Empecé a besarla toda. Me arrodillé y, cogiendo el culo con las manos, le besé en el pubis. Laura subió su pierna derecha, apoyándola en el borde de la bañera y, quedando así sus piernas en ángulo recto, me ofreció aquella “gruta de amor”, toda empapada de nuevo, palpitante y que pedía con ansia ser “comida”. Aplasté mi boca sobre su coño al que, la postura de pié, hacía que se proyectara hacia fuera. Chupé su clítoris, metiéndomelo todo en la boca; metí la lengua en la vagina y la punta alcanzó a lamer los rincones más profundos, facilitado por la postura y porque ella se abría todavía más al agacharse ligeramente y cogiendo mi cabeza con sus manos la apretaba contra su coño.

Al sentir mi lengua tan adentro y que no paraba de moverse, un temblor la recorrió toda, dio un grito y empezó a correrse una y otra vez, llenando mi cara con el fluido de sus corridas. Yo chupaba y chupaba aquel tesoro que Laura tenía entre las piernas.

Yo ya no pude más. La llevé hacia el dormitorio con un brazo rodeando su cintura y el otro acariciando su pecho.

Al entrar nos encontramos con la sorpresa de que, en una de las dos camas que se encuentran juntas, estaban Mari Carmen y Roberto; ella estaba echada de costado, mirando hacia nosotros, con las piernas flexionadas. El a su espalda, cogiendo sus pechos con las manos, pegado a su culo, con la polla metida en su coño, sacándola  y metiéndola cadenciosamente entre gemidos de placer.

Coloqué a Laura en mi cama, en la misma postura, de costado mirando hacia ellos, colocándome yo detrás, también cogiendo sus pechos. Al sentir mi polla erecta en su culo, abrió sus piernas y el pene se coló en su coño, llenos de los fluidos de sus corridas anteriores y, entre suspiros de gusto, comencé a bombearla suavemente.

La situación era fantástica. Estábamos follando, las parejas intercambiadas, unos frente a los otros a menos de 50 centímetros de distancia, sintiendo cada uno su propio placer y el que gozaban los otros tres. Entre gemidos, jadeos y estertores, las dos pollas entraban y salían de aquellos dos preciosos coños, una y otra vez, hasta que la intensidad de sus gemidos arreciaron, indicando la proximidad de sus orgasmos.

Entonces Roberto, sin dejar de follar cada vez con más fuerza, quitó una de sus manos del pecho de Mª Carmen y la acercó a la cara de sus mujer acariciándola. También yo solté el pecho de Laura y cogí con fuerza la mano de Mª Carmen.

Así nos sobrevino una explosión de placer tan descomunal, en un largo orgasmo compartido que, aquí ya no sé continuar porque no encuentro las palabras que puedan describir lo que sentimos.

En la misma postura, derrengados, continuamos un buen rato, hasta que el pene, ya flácido, se escurrió del coñito de Laura.

A continuación sin saber como se pusieron de acuerdo, si se hablaron o se hicieron alguna seña, se levantaron las dos y se cambiaron de cama. Abrazados cada uno a su mujer, sin lavarnos siquiera, nos quedamos dormidos.