Intercambio Inesperado

Buscábamos un par de días tranquilos, en la nieve y alejados de la ciudad. Unas fotos con otros huéspedes, desencadenaron un tiempo de placer maravilloso.

INTERCAMBIO INESPERADO – PARTE I/3

Buscábamos un fin de semana tranquilo y relejado en la nieve, lo preparamos y nos dispusimos a disfrutarlo juntos.

Teníamos una magnífica oportunidad para estar solos durante  dos días y decidimos aprovecharla. Elegimos un pequeño hotel rural cerca de los Picos de Europa, por la zona cántabra, el tiempo amenazaba frío y nieve, justo lo que nos apetecía; recorrimos ilusionados y felices el trayecto hasta llegar al hotel, donde llegamos poco antes de las 12 del mediodía; el lugar era perfecto, en la ladera de una elevada montaña,  con unas vistas preciosas y mucho silencio.

Con nuestra llegada comenzaban a caer los primeros copos de nieve y fue reconfortante entrar en el recibidor del hotelito, compuesto por sólo 4 habitaciones, con un aspecto muy acogedor, un comedor y una sala de lectura con una confortable chimenea. Nuestra habitación, en el primer piso, era cómoda,  y coqueta, con una amplia cama matrimonial y una bonita chimenea, algo que habíamos puesto como condición.

Nos acomodamos sin prisa, recorrimos cada rincón de la habitación disfrutando de sus pequeños detalles y nos abrazamos junto a la ventana, viendo como esos copos seguían cayendo y comenzaban a blanquear el color azul de nuestro coche. Allí, frente a la ventana nos besamos; fue un beso tierno, dulce, pidiéndote que te entregaras, porque yo tenía mucho para entregarte. Sentí tus labios que se abrían despacio invitando a mi lengua a entrar y, al tiempo que lo hacía, notaba como nuestros cuerpos se pegaban y se estremecían. Miré a tus ojos, siempre tan vivos y expresivos, y ante ellos te dije cuanto te amaba; el brillo mutuo en nuestros ojos nos invitó a un beso largo, extenso, yo metí mis dedos bajo tu pelo, acariciándote la nuca, apretando tu boca y acercándote mi pene, ya muy duro, a tu entrepierna.

Los planes de dar un paseo antes de la comida se quemaron en la habitación al igual que los troncos de madera que nos regalaban su calor; mi boca buscó tu cuello, inclinaste la cabeza para dejarme hacer, besé tus orejas, se te escapó el primer suspiro de placer y lancé mis manos en busca de tu piel; saqué la camisa de tu pantalón por la parte de tu espalda e introduje mis manos en ella; fui tirando hasta dejarla completamente fuera para comenzar a acariciar tu piel, tu cintura e ir subiendo y alzándola hacia arriba

Sentí tus manos frías introducirse por mi camisa, desabrochar mi cinturón, mi cremallera e introducirse bajo mi ropa interior hasta hacerse con mi pene erecto. Fue un placer notar tus manos en el,  eso me hizo cerrar los ojos varias veces mientras mi mano recorría tu entrepierna sobre el pantalón, acariciándote tu mojado sexo. Nos dimos unos segundos para despojarnos de nuestra ropa y mi erección tomó su plenitud cuando te vi totalmente desnuda, preciosa, perfecta, delicada, femenina, deliciosa. Volví a sentir esa increíble sensación de acariciarte el sexo, de disfrutar del placer de tocarte y sacar mis dedos mojados; sin ninguna protección, acerque mi pene a esa zona y los deslicé suavemente por tus labios vaginales lo que provoco numerosos gemidos de ambos. Te desplace hacia la gran cama,  te tumbaste boca arriba, abriste tus piernas y extendiste tus brazos invitándome a poseerte. Entré en ti con mucha delicadeza, milímetro a milímetro, se que te gusta sentir cuando entra, y quise que fuese poco a poco; tus manos en mis nalgas dieron el empujón definitivo y terminé por clavártela toda, entera mientras mis manos se perdían en esos pezones que tanto me gustan.. Quería que fuese así, natural, a pelo, y así fue, te corriste entre gemidos y palabras tiernas; sentí que también explotaría en breve y sacándola de tu cálido agujero, derramé todo mi amor sobre tu vientre, rozando mi pene en tu delicada y suave piel. Fue hermoso, delicado y profundo a la vez, cargado de sentimiento y de ganas, de amor y de deseo; permanecimos un rato así, piel con piel, abrazados e impregnados en los frutos de nuestro placer. Qué bien se está sobre ti, preciosa.

Abrazados fuimos a la ducha para entregarnos al relajante placer de su agua tibia, nos pusimos una ropa cómoda e informal y bajamos a tomar un aperitivo, antes de pasar al comedor y degustar un menú de la zona. Otra pareja, algo más jóvenes que nosotros, parecían ser los únicos huéspedes del hotel. Tras la comida y provistos de ropa apropiada, salimos a dar un paseo por los alrededores, ya con una fina capa de blanca nieve sobre el suelo. Un cigarro y nuestras manos por la cintura y tu hombro, fueron la compañía del corto paseo que nos despejó plenamente y refrescó nuestros cuerpos. Mirándote allí, rodeada de nieve, estabas radiante, noté tu cara de felicidad y mis pequeños ojos, destellaban una vida que hacía tiempo no mostraban

De regreso al hotel, nos detuvimos en un cruce de senderos y decidimos dar un paseo en esa dirección; parecía una estampa navideña, con los abetos a los lados del camino cargados de blancos copos de nieve nuestras pisadas dejaban huella clara sobre el blanco manto. Nos reímos sobre nuestros pasos, abrazados y pertrechados bajo el amplio paraguas que nos proporcionó el hotel, juntamos nuestras cabezas e intercambiamos besos. Seguimos el sendero hasta alcanzar una especie de mirador natural desde donde se alcanzaba una preciosa vista de la zona, poblada de vegetación y nieve; saqué la máquina de fotos e hicimos una serie de ellas, algunas de broma y divertidas, después tratábamos de poner la cámara sobre algún objeto para poder utilizar el disparador automático y, de esa forma, conseguir una foto juntos en ese paraje tan bonito. La experiencia fue negativa pues no había nada con altura y estabilidad para apoyarla; en esto estábamos cuando sentimos una voz que nos decía:

-          ¿Queréis que yo os haga algunas fotos juntos? .

-

Era la pareja que se alojaba en nuestro hotel, que, al oírnos preguntar en recepción  por una ruta para caminar, decidieron imitar nuestra iniciativa y siguieron nuestros pasos, después, nuestras huellas, les indicaron el camino a seguir. Les agradecimos su ofrecimiento y nos hicieron varias fotos, a continuación, en correspondencia les hicimos nosotros algunas a ellos; se presentaron como Luis y Sonia y eran del País Vasco; tras intercambiar una breve conversación nos despedimos y nos dirigimos al hotel, tenía ganas de meterme en la habitación y acurrucarme entre tus brazos.

Subimos a nuestra suite y nos dedicamos a atizar las brasas de la chimenea; me senté sobre la mullida alfombra y apoyé mi espalda contra el borde de la cama, acomodado en un amplio cojín. Tú te sentaste a mi lado provista de un cenicero y tu tabaco y poco a poco te fuiste recostando hasta poner tu cabeza sobre mi regazo, encendiste un cigarrillo y te relajaste disfrutando de cada calada de tabaco mientras mis manos dibujaban caricias sobre tu frente, bordeando tus pómulos y el contorno de tu boca; nos relajamos totalmente con la mirada perdida entre el fuego que ya tomaba fuerza, tomaste mi mano y la besaste, añadiendo a tus besos una palabras preciosas, que indicaban lo que sentías por mí. Me disponía a introducir mi mano bajo el generoso escote de tu jersey y disfrutar, una vez más,  de la delicia de tus pechos cuando sentimos caminar sobre el pasillo de madera que conducía a las habitaciones, acompañando los pasos por la conversación de dos personas, un hombre y una mujer que, de inmediato, identificamos como la otra pareja, únicos huéspedes avistados por el momento.

Advertimos que ocupaban la habitación contigua a la nuestra y escuchamos sus movimientos en la misma a causa del silencio absoluto que acompañaba aquella hora; la noche comenzaba a caer y apenas eran las 5 de la tarde. Al cabo de un rato, cuando nuestros labios se fundían en un beso, nos llamó la atención algo, procedía de la habitación contigua y pronto comprendimos que era: Unos gemidos intensos atravesaban la pared y penetraban en nuestros oídos; poco a poco se fueron incrementando, acompañándose de frases cargadas de erotismo y morbo, indicando claramente que sentían, que deseaban y cuanto lo necesitaban. Al cabo de unos minutos estábamos tan encendidos como la chimenea; te despojé del jersey y besé tus pechos, mi lengua perforó tu boca y con prisa te quite la larga falda que cubría tus piernas dejando al descubierto el pequeño y seductor tanga de color blanco que tapaba tu recortado vello púbico; tú, como contagiada de mis prisas, te afanaste en quitarme mis vaqueros y el polo de manga larga que llevaba puesto; yo baje tu prenda y tú la mía y con furia rodamos desnudos, piel con piel, por la mullida alfombra, mientras continuaban llegando con mas intensidad los alaridos de placer que nuestros vecinos nos regalaban, señal inequívoca que estaban en pleno orgasmo.

Aquello nos excitó tanto que realizamos una penetración inmediata, sin juegos ni caricias previas; te giré sobre la alfombra y te colocaste de rodillas, cabeza agachada, yo te separé un poco las piernas y ante mi se mostraba tu seductor culo, incitándome a penetrarlo sin recato; moje mis dedos en tu coño y lubriqué la entrada con tus fluidos. Tu con una mano, te acariciabas el clítoris y sentiste el embiste de mi pene que, entre dolor y placer, te arranco una serie de gemidos; al lado los jadeos de nuestros vecinos seguían dándonos un morbo increíble y sentimos como se corrían a la vez, parecía como si estuvieran presentes en nuestra habitación. – Imagínate que nos miran, amor- te dije; - piensa que están aquí, frente a nosotros y disfrutan de este polvo que les ofrecemos -. Intensificamos nuestros movimientos, tu te movías para sentirme entero dentro, ocupando totalmente tu intestino mientras yo sentía como tus músculos me apretaban con fuerza mi verga.

Conscientes de que las paredes serían atravesadas por nuestras palabras y gemidos, aumentamos la intensidad de los mismos, como queriendo devolverles el favor que antes nos habían propiciado. –Me voy a correr, mi vida, - grité. – No pares, tesoro, voy contigo -, agregaste y, así, tal como estábamos, de rodillas sobre la alfombra y ante el fuego de la chimenea, me vacié en ti por segunda vez ese día. Tu orgasmo, que siguió al mío, fue tan intenso que creo pudieron oírnos desde recepción.

Te cubrí de besos, de mimos, y tumbada boca arriba, te separé las piernas para meter mi lengua en tu chochín, ahora colorado tras el continuo roce a que fue sometido por tus sabios dedos; lo lamí con sumo cuidado, tragándome cuantos flujos arroyaban de él, estaba viscoso y deslizante y le dedique un buen rato para dejarlo perfectamente lubricado. – Si sigues así, harás que me corra de nuevo, amor – dijiste elevando la voz. Al cabo de un instante, volvías a gemir ante la insistencia de mi lengua que, recorría cada milímetro de tu deliciosa cueva. – Córrete en mi boca – te pedí, y en pocos segundos note como te convulsionabas, agarrando con ganas mi pelo y empujando mi cabeza contra tu sexo hasta que descargaste tu deseado líquido en mi boca. Me lo bebí y con mis labios mojados de ti, te besé en la boca. Nos quedamos tumbados en la alfombra durante un rato y el silencio se hizo de nuevo; del baño de nuestra habitación salía la conversación que, por el respiradero existente, procedía de nuestros vecinos. – Joder, me han puesto caliente otra vez -, decía ella, - esta noche se van a enterar – añadió entre risas.

Nos quedamos relajados, apoyados uno sobre el otro; te besé una y mil veces y allí, desnudos y felices, ante el calor de la chimenea que ponía la poca luz existente en la habitación, ya que la noche se había apoderado del exterior mientras una fina capa de nieve blanqueaba el delicioso paisaje,  te confesé cuanto te amaba.

Nos vestimos para bajar al salón del hotel y tratar de leer un rato; tu bonito jersey escotado me mostraba un delicioso canal que formaban tus pechos, tu pantalón ajustado, delimitaba ese culo duro, firme y provocador que me enloquece y el toque de tu colonia me embargaba plenamente.

Descendimos a la planta baja con nuestra cámara de fotos, nos dirigimos al saloncito de lectura y nos acomodamos en un confortable y amoroso sofá para dos, a un lado de la placentera chimenea. Justo en el otro sofá, nos recibieron con una pícara sonrisa nuestros compañeros de hotel, quienes parecían llevar un buen rato allí.

  • ¿Qué tal la tarde? – preguntó Sonia.

– Muy bien, tranquila y relajada, respondiste tú, lo que provocó una cómplice sonrisa por su parte.

Tras un rato de breve conversación nos dispusimos a tomarnos una cerveza y yo, cámara en mano, te saqué algunas fotos ante tus protestas y gestos por taparte la cara.

Sonia recordó entonces que está tarde había visto en su cámara algunas fotos que Luís nos había sacado mientras ella lo hacía con la nuestra entre el nevado paisaje.

  • ¿Queréis verlas?, nos invitó, y acercó su cámara a mis manos.

– Vete pasándolas en este botón – me indicó.

Así lo hice y tras tres fotos nuestras en la nieve, aparecieron varias de ellos, hechas por mi, en el mismo lugar, pero, a continuación había otras muy distintas: Fotos de ambos haciendo el amor en la habitación.

– Oye, estás otras, están muy bien – le dije.

Ella, se rió sabiendo perfectamente a que me refería y añadió.

– No están muy bien enfocadas, hubiéramos necesitado  alguien para hacerlas, seguro que las habría sacado mejores, jajaja –

, - Bueno, ya sabes, si necesitáis ayuda solo tenéis que decirlo -  solté también entre risas y a tono de broma.

– Lo recordaremos -, respondió entre risas.

Leímos un rato, tomamos la cerveza, nos pusimos en grueso anorak, guantes, gorro y salimos a dar un corto paseo por la nieve, sin perder de vista el hotel. El viento helado y la nieve nos refrescaron rápidamente; abrazados y felices, regresamos al hotel.

Matricam (Carlos y Ana) - Narración de Carlos (Continuará)