Intercambio

Sentí su lengua lamiendo mi clítoris con mucha suavidad y descendiendo luego hasta mi vulva.

INTERCAMBIO.

No sé porque entré en aquel local, quizás fue porque su nombre: INTERCAMBIO, lo que me llamó la atención. Estaba escrito sobre la puerta, con aquel letrero azul luminiscente.

Acababa de pelearme con mi novio unos minutos antes. Por la misma razón de siempre, su estúpida manía de sobar a Sofía hasta la saciedad, de tal modo que la gente no hacía más que insinuarme que entre ellos había algo y que yo era tonta por permitirles que hicieran aquello en mis narices. Estaba harta de que todos me tomaran por tonta y cornuda. Así que cansada de eso y de las continuas discusiones, le dejé allí plantado en la puerta de la discoteca:

Por mí puedes follarte a Sofía tanto como te apetezca, tú y yo hemos terminado, me voy a casa – Le grité saliendo del local.

Empecé a caminar. En realidad no tenía intención de ir a casa, quería estar sola y pensar. Di unas cuantas vueltas por aquel barrio hasta que encontré aquel letrero luminoso y sin pensarlo demasiado entré en el local.

Era un pub, oscuro, como la mayoría de ellos y lleno de gente. Sobre todo parejas que no hacían otra cosa más que besarse.

Me acerqué a la barra y un chico bastante guapo me preguntó:

¿Qué quieres tomar?

Un bloody Mary.

El chico empezó a preparar la bebida mientras yo observaba a mi alrededor, había un montón de parejas besándose, e incluso tríos. Empezaba a preguntarme que hacía yo en aquel lugar, cuando una voz detrás de mí me preguntó:

¿Puedo invitarte?

Me giré hacía él. Era un hombre de unos 35 años, alto, moreno, de intensos ojos negros.

Vale. – Acepté.

Mi mujer y yo hemos estado observándote desde que has llegado, – miré en dirección hacía donde él miraba y una mujer de su misma edad, rubia y menuda, nos saludó – y nos preguntamos si te apetecería acompañarnos mientras tomamos unas copas.

Repasé mentalmente lo sucedido aquella misma noche con mi novio y finalmente dije:

¿Y por qué no? No creo que la noche pueda empeorar más.

El hombre pagó las bebidas y cogió las dos copas que tenía enfrente, yo cogí la mía. Mientras nos dirigíamos hacía donde estaba su mujer se presentó:

Yo me llamo Julio.

Yo soy Montse.

Llegamos a donde estaba la mujer rubia y el marido nos presentó:

Esta es Montse, y esta es mi esposa, Anabel.

Anabel se acercó muy efusivamente a mí y me dio un beso en cada mejilla, luego los tres nos sentamos alrededor de la mesa. Yo estaba nerviosa, como un flan y algo incómoda por la situación, pues era evidente que tras aquella copa pasaría algo que no había previsto, pero por una noche quería lanzarme a la piscina, dejar volar mis instintos y olvidar el dolor que me había causado mi novio.

Estuvimos un rato hablando los tres de nosotros. Lo que nos gustaba, lo que no y en el transcurso de la conversación, Julio cada vez se pegaba más a mí y con frecuencia me tocaba, siempre disimuladamente. Anabel también aprovechaba cualquier ocasión para tocarme, ya fuera la rodilla o el hombro e incluso se atrevió a tocarme un pecho, y fue justo en ese momento, cuando tenía su mano sobre mi seno derecho, rozándolo con suavidad, cuando acercó sus labios a los míos y me besó. Yo me sorprendí un poco al principio, pero luego, al sentir la dulzura de aquella boca y aquella lengua me dejé llevar y correspondí su beso. Sin duda aquel beso era el pistoletazo de salida para lo que aquel matrimonio había ido a buscar a aquel bar. Julio, mientras su mujer me besaba, acariciaba mi espalda descendiendo con su mano hasta mi culo.

¿Qué os parece si nos vamos a casa? – Propuso Julio.

Por mi perfecto. – Dijo Anabel y ambos me miraron con expectación esperando mi respuesta.

Era evidente que si íbamos a su casa no sería para seguir la conversación, pero a esas alturas, yo ya estaba más que excitada y no dejaba de imaginar lo que de verdad iba a suceder entre nosotros tres; y la verdad, me apetecía vivir una noche loca, hacer lo impensable, algo que nunca antes y en otras circunstancias hubiera hecho. Así que finalmente dije:

Vale, me muero de ganas.

Ambos me miraron con satisfacción. Así que salimos del local, nos dirigimos a su coche, un Mercedes Todoterreno. Sin duda eran gente de dinero. Subimos al coche. Anabel y yo en el asiento trasero y Julio, por supuesto, conduciendo. Y de nuevo Anabel me besó y empezó a acariciar mi cuerpo, mi espalda, mis senos. Sentí una de sus manos sobre mi rodilla, mientras yo trataba de imitarla. Su mano ascendió por mi pierna poco a poco, despacio, apartando la falda, hasta llegar a mi sexo, que primero acarició por encima de la tela del tanga. Yo estaba a mil, trataba de imitarla pero la excitación y sus caricias no me lo permitían. Vi como se colocaba entre mis piernas, arrodillándose ante mí. Me quitó las braguitas y abrió mis piernas, su cara se perdió entre ellas. Sentí su lengua lamiendo mi clítoris con mucha suavidad y descendiendo luego hasta mi vulva. Julio conducía observándonos de vez en cuando por el retrovisor. Desde donde yo estaba podía ver su entrepierna abultada por la excitación. Las caricias bucales que Anabel estaba aplicando sobre mi sexo me estaban excitando como nunca. Mi cuerpo empezó a convulsionarse y temblar cuando su lengua se introdujo en mi vagina y empezó a moverse dentro y fuera como si fuera un pene. Así logró que tuviera mi primer orgasmo de la noche. El primer orgasmo que me causaba una mujer y había sido genial.

Llegamos a su casa y Julio aparcó el coche. Era una casa con garaje y dos pisos. Con las piernas aún flojas por el orgasmo, bajé del coche. Anabel bajó detrás de mí.

Bien, preciosas, ahora me toca disfrutar a mí. – Dijo Julio ofreciéndonos un brazo a cada una.

Subimos al piso superior. Y justo tras abrir la puerta, Anabel se quitó los zapatos y se perdió por el pasillo diciendo:

Os espero en la habitación.

Mientras, su marido me había abrazado y pegando su cuerpo al mío. Trataba de comerme la boca. Yo correspondía su juego tratando de encontrar su lengua. El tío estaba a mil. Sentía su polla enormemente crecida en mi vientre y como palpitaba deseosa de llegar al final. Deslicé mi mano hasta su entrepierna y la acaricié suavemente. Bajé la cremallera del pantalón, mientras Julio me quitaba el vestido dejándome sólo con las bragas y el sujetador. Entonces me agaché frente a él. Saqué el miembro que era bastante largo y grueso, por lo menos más que el de mi novio, acerqué mi lengua y lamí el glande. Luego me lo introduje en la boca y empecé a chuparlo y lamerlo, mientras observaba a Julio, que acariciaba mi cabeza y me decía:

Muy bien, preciosa, eres toda una experta.

Seguí chupando mientras acariciaba el tronco con la mano. Y justo en ese momento oímos la voz de Anabel desde la habitación que nos llamaba:

Chicos, ¿No venís? ¿Qué estáis haciendo?.

Julio tiró de mi pelo y me hizo levantar.

Venga, vamos a satisfacer a esa dama. – Dijo dándome una palmadita en el culo.

Nos dirigimos a la habitación, donde Anabel nos esperaba completamente desnuda, tendida en la cama y con las piernas abiertas.

Tienes que probar esa boca – Le dijo Julio a su mujer – Hace milagros.

Anabel me indicó con un dedo que me acercara a ella y lo hice. Gateando sobre ella llegué a su boca y la besé profundamente. Luego ella me empujó por los hombros para que descendiera hasta su sexo y lo hice. Situé mi boca a la altura de su sexo y lo observé. Yo estaba colocada en cuatro sobre la cama y entre las piernas de aquella hermosa mujer, mientras su marido estaba detrás de mí acariciando mis nalgas suavemente y con lascivia. Me decidí por fin a lamer aquel lampiño sexo de mujer. Era la primera vez que hacía algo así, pero traté de hacerlo como a mí me gusta. Lamí el clítoris, primero tímidamente, y luego con un poquito más de confianza y empecé a dar golpecitos sobre él con mi lengua. Anabel empezó a gemir, señal inequívoca que iba por buen camino. Me tumbé entre aquellas dos suaves piernas de mujer para facilitar el trabajo. Julio, que seguía detrás de mí, me arrastró hasta el borde de la cama de modo que me quedé de rodillas sobre el suelo, y tanto Anabel como yo quedamos cruzadas en la cama. Julio seguía acariciando mis nalgas, amasándolas. Sentí sus dedos deslizándose hasta mi vulva y acariciando mis labios vaginales, luego metió un par y empezó a moverlos dentro y fuera. Yo seguía lamiendo el sexo de Anabel, que se estremecía y gemía excitada, apretando su sexo contra mi boca. Decidí introducirle uno de mis dedos en la húmeda vagina, mientras chupeteaba y mordisqueaba el clítoris.

Julio, detrás de mí, había acercado su hinchado pene enfundado en un condón a mi vulva y apretaba tratando de penetrarme. Empujé levemente hacía él y sentí como el glande se introducía en mí. Julio me sujetó por las caderas, y de un solo empujón introdujo el resto de su polla. Me sentí llena al tenerla toda dentro. Julio empezó a moverse, primero en un lento mete-saca que me torturaba. Yo trataba de seguir chupeteando y lamiendo el sexo de Anabel pero de vez en cuando tenía que detenerme para gemir por el placer que Julio me estaba dando. Así que introduje un segundo dedo en el sexo de Anabel y empecé a moverlos frenéticamente con el objetivo de hacer que se corriera. No tardó mucho en hacerlo, gimiendo y convulsionándose como nunca antes había visto correrse a nadie.

Una vez calmada se quedó tendida sobre la cama, observando como su marido seguía torturándome con su largo y grueso aparato.

Poco a poco Julio iba aumentando el ritmo, haciendo que mi vagina estrujara su miembro, que mis jugos brotaran de mi sexo. Me sentía llena de sexo y a la vez estaba disfrutando como nunca. Julio pegó aún más su cuerpo a mí y me asió por los senos que acarició con desespero, mientras seguía empujando fuerte una y otra vez. Yo gemía cada vez más fuerte, sentía como aquel pene rozaba mi punto g y eso, unido al choqueteo de sus huevos contra mis labios vaginales, me estaba llevando a la gloria.

El traqueteo empezó a hacerse cada vez más rápido, más fuerte, ambos gemíamos y ambos empujábamos el uno contra el otro, mientras Anabel nos observaba con cara de satisfacción. Parecía que íbamos a perder el equilibrio de un momento a otro pero en realidad, ambos estabamos perfectamente acoplados y perfectamente sincronizados. Yo empujaba, él empujaba, ambos cabalgábamos salvajemente en busca del orgasmo. Hasta que empecé a sentir como aquel cosquilleo nacía en mi sexo a la vez que su miembro se hinchaba dentro de mí y en menos de un minuto ambos nos convulsionábamos presas del orgasmo. Cuando ambos nos calmamos Julio se separó de mí, se levantó y saliendo de la habitación me dijo:

Te espero en el comedor.

Me levanté y me vestí con la atenta mirada de Anabel sobre mí.

Ha sido genial. – Me dijo.

Sí, la verdad es que ha sido una experiencia realmente excitante. – Añadí abrochándome la blusa.

Acerqué mi boca a la de ella y la besé.

Espero volver a verte. – Dijo Anabel.

Bueno, no sé si volveré por aquel bar, pero... quien no repetiría después de esta experiencia.

Salí de la habitación y me dirigí al comedor. Allí Julio, con los pantalones del pijama puestos, me esperaba. Me tendió un sobre y me dijo:

Aquí tienes lo que te toca, sé que no hemos hablado de cuanto sería pero... Supongo que bastará con lo que hay ahí dentro.

No podía creerlo aquel tipo me estaba pagando por haberme acostado con él y con su mujer. Cogí el sobre pero ni siquiera me atreví a abrirlo. Le di las gracias y entonces me dijo:

Espero que podamos repetirlo próximamente.

Sí, yo también. – Añadí.

Cogí mi bolso y salí de aquella casa. Tras cruzar la puerta del jardín y ya en la calle por fin me atreví a abrir el sobre y mirar. Había 600 Euros, había ganado 600 euros sólo por follar durante un par de horas con ellos y encima había disfrutado de la situación. Pensé que, desde luego, repetir, no era una mala idea.

Erotikakarenc

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