Instruyendo a mi amigo y a su esposa

En realidad no me considero un experto ni mucho menos en cuestión de solucionar casos matrimoniales. Sin embargo me sucedió esto en días recientes y significó para mí una experiencia inolvidable.

INSTRUYENDO A MI AMIGO Y A SU ESPOSA

En realidad no me considero un experto ni mucho menos en cuestión de solucionar casos matrimoniales. Sin embargo me sucedió esto en días recientes y significó para mí una experiencia inolvidable.

Todo comenzó cuando observé que el amigo en cuestión se encontraba acongojado. Le pregunté a qué se debía su estado y me contó que la relación con su esposa estaba medio deteriorada. Y como es natural, me puse a darle consejos sobre cómo mejorar aquella relación, incluyendo algunos aspectos de tipo sexual.

Transcurrieron los días y no se volvió a hablar del tema. Como somos compañeros de trabajo, en una ocasión mi amigo (quien por cierto se llama Rodolfo) y yo tuvimos que realizar juntos un trabajo en campo, es decir actividades fuera de las oficinas centrales. Se había acercado la hora de la comida, y como nos encontrábamos cerca de su casa, se le ocurrió a Rodolfo invitarme a ella para comer.

Al llegar a su hogar, me presentó a su esposa. Hasta ese día no tenía la fortuna de conocerla. Es una chica realmente guapa, pero de lo que me percaté inmediatamente es que posee unos pies muy lindos, y cómo no habría de darme cuenta si soy un observador muy cuidadoso de los pies de mujeres. Después de las presentaciones, ella también reiteró la invitación para que comiera junto con ellos. Ese día pasó sin mayor relevancia.

Dos semanas después volvimos a salir Rodolfo y yo a un trabajo de campo, nuevamente cerca de su casa. Y naturalmente volvimos a comer en ella. Como tengo mucha confianza con Rodolfo, le comenté que no había visto pies tan bonitos como los de su esposa, que lo felicitaba de tener una mujer con tales preciosidades. El me miró un poco (o un mucho) sorprendido. Su esposa que estaba en la cocina no oyó mi comentario, pero Rodolfo se encargó de decírselo. Entonces ella un poco ruborizada me preguntó que si verdaderamente me encantaban sus pies, y pues no me quedó más remedio que decirle que sí. Alejandra (así se llama la esposa de Rodolfo) le reclamó entonces amablemente a él que cómo era posible que otra persona se diera cuenta que ella que tiene pies bonitos.

Siguió:

  • Oye Varito, no eres la primera persona que me lo dice, pero Rodolfo nunca me lo había comentado. Te digo una cosa, me gusta cuidarme mucho mis pies, pero a este alcornoque nunca le han interesado.

  • Bueno –le dije a Alejandra– no debes inquietarte por eso. Somos pocos los hombres que nos fijamos si una chica tiene o no bonitos pies. Por lo que, considero yo, no debes reclamarle a tu marido por ello. O acaso, ¿no es un buen marido contigo?

Ella contestó que eso no lo podía negar, que Rodolfo era un buen esposo.

Ni yo mismo sé por que agregué el comentario siguiente, sin temer a las consecuencias:

  • Aunque déjame decirte Ale que como yo sí soy una persona que admira los pies bonitos de las mujeres, si yo fuera tu marido, qué cosas no haría con los tuyos.

La plática tomó más tintes atrevidos, sin embargo Rodolfo no hacía gestos de enfado, y quizá eso animó a Alejandra a preguntarme:

  • Por ejemplo, ¿Qué cosas?

Rodolfo, también me hizo la misma pregunta, pero extrañamente en un tono desenfadado y con el interés de saber mi respuesta. Después comprendería su conducta ante la situación. Me comentaría que consideraba que después de aquella experiencia sus relaciones matrimoniales mejorarían, ya que había descubierto a través de mí una inquietud que su esposa tiene: sentir admiración por sus pies.

Le contesté a Ale:

  • Permíteme un esmalte de uñas.

Me dijo:

  • Ven a mi recámara.

Le dije a Rodolfo:

  • Acompáñanos.

A lo que el accedió con el beneplácito de Ale.

No podía creer la naturalidad con la que se estaba dando la situación.

Llegamos a la recámara, Ale me pasó el esmalte de uñas y me dijo

  • ¿y ahora qué?

  • Voy a pintar las uñas de tus pies. – Le dije –

Se sentó en el borde de su cama. Tomé el frasco, saqué la brocha y comencé por el dedo gordo de su pie derecho. Me sentía realmente extasiado. Tener en mi mano un lindo pie de mujer. Rodolfo miraba un tanto incrédulo, pero también fascinado.

Pinté con mucha paciencia y cuidado cada uno de las diez uñas de los pies de Ale. Me sentía realmente en la gloria sabiendo que yo era un protagonista en dicho cuadro. Sentía una imagen grandiosa, cada vez que soplaba para que el esmalte secara.

Cuando terminé con el tinte, tome su pie derecho y comencé a besarle cada centímetro de él. Rodolfo sólo contemplaba la escena como estatua. Era realmente un momento inolvidable, creo para todos. Ale se encontraba sumamente extasiada, entonces con señas le pedí a Rodolfo que se acercara. Le comenté en voz baja que continuara él con la tarea.

Le sugerí que llegado el momento colocara los pies de ella sobre sus hombros y que cuando la penetrara continuara haciendo de todo a sus pies.

Me levanté para retirarme. Ale estaba un poco asombrada por qué yo ya no continuaba con lo que había empezado, pero no dijo nada y se dejó hacer por su marido.

La próxima vez que vi a Rodolfo estaba sumamente contento. Y me comentó que agradecía profundamente lo que había hecho por él. Debo confesar que no sólo lo hice por él, sino también por su esposa, por sus lindos pies. Que había descubierto algo en lo que no había puesto jamás atención: en la sensualidad que pueden brindar los pies de una mujer, y máxime cuando esos pies son pulcramente cuidados por dicha mujer para provocar placer. Me hizo saber que su esposa se había comportado en el acto cómo el lo había soñado. La verdad pues sentí un poco de envidia, pero pues, aclaro, envidia de la buena.

Varito.