Instruyendo a la tía Betty
Hola, soy Betty, una señora de 45 años, felizmente casada y amante de su familia. Como prueba de ello pueden leer este relato donde verán la magnífica relación que nació entre mi sobrino y yo y de como él me ayudo en la más absoluta de mis necesidades, que no es otra que la de agradar a mí marido. Pero, si quieren conocerme un poco más y como soy físicamente pueden acudir a mi anterior relato, que seguro les gusta mucho también. Besitos.
Tras la conversación con mi sobrino Mario, acerca de los sabios consejos que un sacerdote le había dado en sus días de colegio, salí a la calle dispuesta a convertirme en una buena esposa a los ojos de la iglesia. Pensé que, si quería ser como las señoritas putas en la cama y de ese modo convertirme definitivamente en una buena y fiel esposa, lo primero sería vestir como ellas. Claro está que, una señora como yo, no sabe mucho de eso ni de como visten esas señoritas por lo que hice lo que buenamente pude y Dios me dio a entender dentro de mi ignorancia. Casi al final, en una tienda un tanto indecente para mi gusto, ya que sólo había hombres de muy mal aspecto que no paraban de mirarme y decirme cosas feas, conseguí un pequeño vestidito negro de cuero. Aunque estaba segura que aquello me iba a ir estrecho del todo pude regresar feliz al bungalow donde esperaba mi sobrino, pero antes quise comprarle un pijamita, uno estampado en caballitos de mar muy mono, para que luciera lindo como un pincel.
Como no era cuestión de derrochar, y a los niños hay que enseñarles desde pequeño la virtud del ahorro, obligué a mi sobrino a compartir ducha de nuevo conmigo. Lo dejé limpio como un principito, aunque lo noté un poco alterado cuando insistí en lavarle bien lavadas sus partes, faltaría más. En fin, cosas de chicos y sus pudores infantiles. Eso sí, atento lo es y mucho, pues insistió en secarme él mismo con la toalla pero, desconozco los motivos, al poco me puse muy nerviosa y cuando eso me ocurre mi chichi ya saben se moja muchísimo. El pobre hizo lo que pudo por paliar aquel bochornoso contratiempo hasta que, por fin, parecía que yo me calmaba un poco. Aun así, sofocada como estaba, fui del todo capaz de prepararle la cena a mi querido sobrino. Sentado él en la cocina lo veía comer con glotonería y tan contenta estaba de contemplar cómo le gustaba mi guiso que decidí sentarme frente a él para darle conversación. Pero quien les escribe es muy patosa y descuidada ya que al poco Mario dejó de comer y no paraba de mirarme. ¿Qué le había quitado el apetito a aquel pobre muchacho?. Pues les respondo, la causa no era otra sino yo. En otros de mis imperdonables descuidos me había puesto una batita muy mona, pero claro, era transparente y a su vista quedaban mis enormes tetonas, cosa que, sinceramente y lo entiendo, no es muy agradable de ver cuando uno está comiendo. Con el mayor disimulo y discreción me retiré a mi dormitorio, pidiendo a Mario que una vez acabase prendiese la tele para ver algo juntos en el saloncito.
Di tiempo a mi sobrino a que se relajara, mientras me vestía con la ropita que había comprado, y así olvidara el triste desliz de su tía y no se lo tuviera a mal. Quería conocer su opinión y me dijese si así vestida podría a llegar a ser una señorita puta, tal y como había aconsejado su sacerdote, para de ese modo llegar a ser una buena esposa con mi marido. Finalmente el vestido ni era de cuero ni me quedaba bien. Era una pieza minúscula, más plástica que otra cosa, que apenas tapaba nada. Si lo subía mi gordito pompis quedaba totalmente al aire pero, claro, si lo bajaba eran mis tetonas las que quedaban del todo fuera. Como una es apañada y pensé que “vale, puta sí, pero ante todo recatada”, opté por dejar a media vista ambos atributos.
Alguna preocupación me rondaba en la cabeza, sin saber bien a que se debía, hasta que caí en la cuenta que me faltaba un complemento. Torpe de mi había olvidado los zapatos pero, hay veces en las que soy muy lista y avispada, pronto caí en la cuenta que tenía los tacos altos de color rojo que tanto gustan a mi marido. A mí, particularmente, no me gustan nada, ya que su altura hacen que camine como un pato mareado, pero a mi marido le encanta verme con ellos. Tanto le encantan que me suplica esté dentro de casa solamente con ellos y nada más puesto, cosa que yo le consiento. Como pude, y sujetándome a las paredes hasta que pude controlar el equilibrio, fui hasta el saloncito con Mario.
Allí que me planté, delante de mi sobrino, con mucha vergüenza y pena por mi parte al mostrarme así vestidita ante él. Pero pronto me llevé otro gran disgusto, sin duda aquel no estaba siendo mi día. Por un lado el pijamita le quedaba muy pequeño, está claro que con las prisas hoy no atinaba con las tallas, y por otro me pareció que él enfermaba de nuevo ya que su cara lucía muy pálida y hasta me pareció notar que babeaba. Pero no hay mal que por bien no venga y al sentarme a su lado, gracias a lo entallado que le quedaba su pantaloncito, pude comprobar que la causa no era otra que una súbita erección. No le di mayor importancia al asunto, ya que es bien sabido que los niños al hacerse mayores sufren de esos repentinos padecimientos, sin motivo alguno además, como era el caso en ese momento.
“Ay, cariño, siento mucha pena que veas así vestida a tu tía y espero no te de mucha repulsión pero quería pedirte un favor”, le dije con mi voz más maternal para no afligirlo.
Acto seguido le expliqué que si alguien podía ayudarme era él y quería saber su opinión acerca de si así vestida me llegaba a parecer en algo a esas señoritas putas que decía D. Guillermo, su sacerdote. Mario no contestaba, distraído mirando mis tetones a medio salir, imagino que por la pena que le causaba ver así a su querida tía. Cómo yo no daba mi brazo a torcer decidí poner fin a esa distracción subiéndome el escote pero, tonta de mí, olvidé lo cortito de mi prenda y ésta se subió de golpe por debajo. Al no llevar braguitas, pues supuse era una prenda que las señoritas putas no usarían en sus labores, mi chochito quedó entero a su vista con esos labios rollizos que tengo. Por un momento temí que mi sobrino saliera huyendo, pero él es un chico muy maduro para su edad y recobró la compostura diciéndome “si, tía, así te ves muy bien”. Contentísima por ir en buen camino fui a darle un besito a mi sobrino, con tanta torpeza y mala suerte por mi parte que acabé dándoselo en sus labios, pero bueno, tampoco pasaba nada porque estábamos en familia. Cómo una tiene su edad y su cultura, y haciendo uso del refrán que dice que “el hábito no hace al monje”, le dije a mi sobrino que si conocía algo más acerca de las señoritas putas, porque una cosa era ir así vestida como ellas pero que yo sospechaba que D. Guillermo se refería a algo más, quizás a como se comportaban y no solo como vestían. El me respondió que sí, lo que provocó un gran gozo en mi interior y le pedí, por favor, que si me podría enseñar, a lo que él, con todo lo buen chico que es, accedió.
Fue entonces cuando le sugerí que, tal vez, si nos fuésemos a mi dormitorio estaríamos más cómodos para sus enseñanzas, cosa que a él también le pareció muy correcta. Feliz y ansiosa por aprender fui dando pasitos cortos y acelerados, debido a la altura de mis tacos, sintiendo como botaban todas las chichas de mi culete. De repente noté las manos de mi sobrino sobre mi pompis, cosa que fui a recriminarle ya que me pareció muy poco oportuno e inapropiado, pero enseguida caí en la cuenta que tal vez eso fuese ya parte de sus lecciones así que, dándome la vuelta, le correspondí con una cómplice sonrisa. Llegados al dormitorio me tumbé en la cama, esperando los sabios consejos de mi sobrino, pidiéndole se pusiese cómodo. ¡Y vaya que si se puso!, pues quedó totalmente desnudo con su cosota bien tiesa y empinada. No es que sea amor de tía, pero la verdad es que así, sin un solo pelo, le lucía bien linda. Sin mediar palabra abordó sus enseñanzas y, colocándose entre mis piernas abiertas, comenzó a lamer los labios gorditos de mi chichi, cosa que a mí me dio pena hiciese pues, con mis traicioneros nervios, ya estaba nuevamente muy mojada. Pero como siempre digo, entre familia no hay penas ni ascos. De repente me subieron unos calores muy extraños y un sofoco en el pecho, por lo que decidí liberar mis tetones bajándome el vestidito, suspirando y pensando en mi esposo y lo contento que se iba a poner con todo lo que iba a aprender yo esa noche. Unos calambritos me entraron cuando la lenguita de mi sobrino comenzó a jugar con mi pipita y yo, para facilitarle tan desagradable y bien intencionada labor, estrujé mi capuchón para liberar mi botoncito que al mirarlo hasta miedo me dio de lo hermoso que se me había puesto. Mi pobre sobrino, haciendo de tripas corazón ante tal asquerosidad, se empleaba a fondo y, tanto lo hacía, que casi me da un patatús mientras una agüita salía a chorritos de mi chichi. La verdad es que siempre fui, perdón por la palabra, un poco meona pero estaba absolutamente segura que aquello no podía ser pipí, aunque tampoco pude pensar mucho en ello ya que mi sobrino me miraba con carita de cordero degollado. La penita que me dio. Aun así yo le dije que continuase con sus lecciones, tan deseosa de aprender estaba.
“Tía, es que ahora tengo que meterla” me dijo, sin yo llegar a entender a qué se refería, por lo que no me quedó más remedio que quedar como una tonta y preguntarle que qué era lo que tenía que meter y en dónde. Cuando señaló su cosota y mi chichi ya todo me quedó mucho más claro y le di mi permiso, pero él seguía sin moverse. “Tía, es que necesito un condón o podría dejarte embarazada”, me respondió él. Yo me reí mucho ante tanta ingenuidad por su parte y le respondí que no se preocupara, que los bebés solo podían hacerlos los papás y a él aun le quedaba mucho para eso. Imagino que, a tan tierna edad, aún no estaba al tanto de que algunas mujeres tomamos protecciones pero no era yo quien, ni tampoco era el momento, para explicarle todo aquello, hay ciertas cosas que les corresponde a las mamás transmitir a sus nenes. Por la cara que puso no llegué a descifrar si lo entendió o no, pero la realidad es que al poco su lindo miembro entró con suma facilidad en mi chochito, embargándome en un rico calorcito mientras él la metía y la sacaba, un poco fuerte para mi gusto, pero, siendo del todo honesta, de qué manera tan sabrosa. Esta parte de la lección, a mi entender, iba muy bien si no fuese porque mis pezoncitos empezaron a dolerme de lo duro que se estaban poniendo y no me quedó más remedio que aliviarlos un poco con mis deditos. Pero una debe tener cuidado y no dar pie a malas interpretaciones ya que, confundido mi sobrino, creo que pensó que se los estaba ofreciendo y se lanzó a por ellos besándolos mucho y lamiendo los enormes tetones de su tía. ¡Qué asco debió pasar el pobre, lamiendo las enormes tetas de su tía tan mayor!. Por fortuna para él aquello acabó pronto, pues, quedándose él muy quieto y su cosota muy dentro de mi chichi, creo hizo el tremendo esfuerzo de eyacular en mi interior para mostrarme todo lo que sabía acerca de las señoritas putas.
El pobre quedó desfallecido tendido a mi lado y a mí, nuevamente, me entró la pena por verlo tan entregado en instruir a la ignorante de su tía y con su rabito tan sucio de mis porquerías. Una mujer decente no puede permitirse ver a su sobrino tan desaliñado, aún más cuando ella es la culpable, por lo que decidí que debía limpiárselo pero, al no tener pañuelos cerca, recordé como lo había solucionado esa misma mañana durante su percance. Ya saben, entre familia no hay penas ni ascos, por lo que mi boquita empezó a asear su cosota, con la inestimable ayuda de mi lengua, hasta dejársela como debía ser: bien limpia, enderezada y lustrosa. Creo que eso le hizo recobrar el ánimo a mi sobrino, eso y su maravillosa juventud, pues en un momento estaba detrás de mí dispuesto a seguir con sus lecciones. Como yo estaba a cuatro patas, posición del todo indecorosa para una señora, supongo que no así para las señoritas putas, me dio lástima que Mario viese mi chochito tan pringoso y manchado por su culpa. Para evitarle semejante visión y disgusto me extendí todo aquello por mi chichi pero, como soy medio torpona, a veces mis deditos se perdían dentro de mi cuevita. Mario emprendió sus clases y para ello su cosota se hundió de nuevo en mi interior. Sin duda, el pobre, debía estar haciéndose mucho daño pues con cada movimiento suyo se chocaba con fuerza contra mi enorme pompis, produciendo un ruido clamoroso en la habitación. La posición no era la más cómoda, bueno, para mi sí que estaba como ida, pero no así para mis tetonas que bailaban como locas hacia delante y hacia atrás en un fuerte bamboleo, por lo que no me quedó más remedio que sujetarlas con mis manos. Mi sobrino, un chico muy listo y observador, enseguida advirtió que mis pequeñas manitas eran incapaces de contener semejantes tetas por lo que, en un alarde de caballerosidad por su parte, él mismo se dignó a sujetármelas y, aunque a veces apretaba mucho, aquello me alivió bastante, dándome un enorme gustito en mis tetas y el chochete a la vez. Esta lección fue mucho más larga, y lo sé muy bien porque, en vez de una, esta vez casi me desmayo tres veces aunque el final de la misma acabó como la primera, con mi sobrino muy pegadito a mí mientras su cosota se derramaba en mi interior, por supuesto no por vicio sino con fines meramente educativos. Cada vez estaba más segura de saber a qué se refería D. Guillermo y feliz por tanto aprendizaje me quedé tumbada en la camita, sonriendo plácidamente, mientras mi sobrino besaba a su tía por todo el cuerpo satisfecho de verla tan contenta. “Por esta noche, y sólo por esta noche, tienes permiso para quedarte a dormir con tu tía”, le dije severamente y así nos quedamos, juntitos en la cama, con mis tetones descansando apaciblemente sobre su pecho hasta que, por lo bajito, le pedí si a la mañana podíamos seguir con las lecciones.