Instruyendo a Eva IV
Llegué puntual a la cita, estaba nervioso. Sabía lo que quería de ella, pero no tenía claro si estaba dispuesta. Esta vez si es el penúltimo, me había equivocado.
Llegué puntual a la cita, estaba nervioso. Sabía lo que quería de ella, pero no tenía claro si estaba dispuesta.
-Morenita no quiero líos, ni relaciones, ni palabras bonitas… solo quiero sexo, quiero follarte sin preguntas, sin explicaciones, sin compromisos
-Me parece bien, yo todo eso ya lo tengo fuera de aquí
-Entonces deja tu ropa en la puerta junto con todo eso y ven para que pueda demostrarte lo mucho que deseo poseerte
Su mirada encendida me indicaba que estaba tan cachonda como yo, empezó a denudarse y la dejé allí en el pasillo. Me senté en el sofá y esperé a que esa chiquilla viniera a mí, mi polla dura palpitaba entre mis piernas ansiando tenerla.
-Siéntate aquí, sube los talones, abre las piernas y enséñame lo que haces cuando estás sola y cachonda.
Se colocó sumisa como le pedía, separó bien los muslos y con dos dedos apartó los ricitos que cubrían su sexo, separó los pliegues de su vulva y empezó a pasar sus agiles dedos por la raja rosa que brillaba ya por la excitación y la humedad.
Sin dejar de mirarla empecé a desnudarme, cuando bajé mis calzoncillos sonreí al verla mirar mi inhiesta polla y morderse los labios.
-¿Te gusta chiquilla?
-Me encanta –dijo relamiéndose sin ocultar su deseo-
Miré a mí alrededor y noté que el apartamento solo tenía lo básico, todo parecía tan sórdido que lo hacía más excitante. Me arrodillé entre sus piernas y sin tocarla bajé la cabeza para pasar mi lengua por su sexo. Succioné su clítoris con ganas entre pasada y pasada de mi lengua por toda su raja, cuando la oía jadear más seguido apoyé sus pies en mis hombros, para no tener freno en el recorrido de mi lengua que iba desde su clítoris hasta su ano; ella se retorcía al borde del orgasmo, porque cada vez que iba a abandonarse dejaba de lamerla para que este se frenara.
-Por favor cabrón no puedo más –me decía lloriqueando agarrada a mi pelo-
-¿Quieres córrete verdad putita?
-Si
Lamí de nuevo toda la raja y esta vez no solo no frené sino que añadí dos dedos a mis juegos que terminaron en el fondo de su vagina mientras se retorcía gritando sin pudo ir alguno y eso me encantaba. Me levanté sin apenas dejarla reponerse y agarrando sus tobillos tiré subiéndola para dejarla bajar un poco y así clavarla en mi polla con un solo movimiento de mis caderas. Ambos jadeamos al notar la forzada y dura penetración y flexionando un poco las rodillas fui moviéndola para entrar hasta el fondo. Cuando sentí los primeros coletazos de placer, saqué mi polla le di la vuelta y poniéndola de rodillas en el mismo sofá volví a penetrarla aferrado a sus peritas y pellizcando sus pezones mientras mordía su nuca.
-Córrete pequeña zorra –le grité-
Unos minutos y mil embistes después su cuerpo tembló con otro orgasmo que me arrastró sin piedad, doblando mis rodillas mientras el placer recorría todo mi cuerpo.
Me senté a su lado intentando ambos recuperar el resuello, después me vestí en silencio. Los dos rehusamos mirarnos a los ojos mientras nos vestíamos, era como si ese gesto nos devolviera a nuestras rutinarias vidas, en las que no había sitio para lo que sucedía en ese sórdido apartamento.
Nos vimos muchas veces más en las que dábamos rienda suelta a nuestros más bajos instintos, follábamos como salvajes y al final una vez saciados nuestros cuerpos, siempre esa misma sensación de hastió.
Una noche en una cena con los colegas y posterior salida nocturna me presentaron a Rosa. Era una mujer de cuarenta y ocho años recién divorciada y con ganas de divertirse después de demasiado tiempo siendo solo un ama de casa.
-Me gusta tu compañía, pero ahora mismo no busco nada serio y no quiero ni hacer daño ni engañar a nadie -le solté sin nada que perder-
-Yo tampoco busco nada serio, ya he tenido de eso y ahora no estoy en ese punto, de todas maneras agradezco tu sinceridad
A esa noche la siguieron otras y recuperé con Rosa el galanteo, el intentar conquistar a una mujer. Empezando desde el principio sin prisas, conociéndonos. Me gustaba esa mujer, la tranquilidad y armonía que aportaba a mi vida demasiado baqueteada en los últimos tiempos.
Hablé varias veces con la morenita, le conté lo de Rosa y le dije que quería intentarlo con ella sin interferencias. Ella se quejó pero lo entendió y terminó diciéndome que si cambiaba de opinión la llamara
Tardé más de una semana en besar a Rosa por primera vez, ella más que corresponder se dejó llevar y cuando una semana después me invitó a subir a tomar la última, intenté subir un escalón más y tras besos y arrumacos en el sofá empecé a acariciarla. De nuevo se dejó hacer y cuando desabroché su blusa ella dejó que sacara sus pechos y los acariciara con mis manos primero y con mis labios después. Jadeó ligeramente, casi por compromiso, pero eso no me frenó, tenía demasiadas ganas.
Metí una mano entre sus muslos buscando una humedad que no encontré, pero apartando su braga busqué su sexo intentando generar esa humedad que aún no existía. Estaba tensa y la insté a que se relajara mientras mis dedos jugaban entre sus pliegues que empezaban a humedecerse. Con la otra mano agarré la suya y la llevé a mi paquete sobre el pantalón, entendiendo lo que quería empezó a tocarme. Sus caricias no eran ni suaves ni bruscas, pero de nuevo eso no me amedrentó. Después de largo rato tocándonos, terminé de desnudarla y me desnudé yo antes de tumbarla en el sofá y colocarme entre sus muslos, después de ponerme un condón que me había pasado, agarré mi polla y la paseé por su raja ligeramente mojada, la coloqué en la entrada y fui entrando en su coño tibio.
Besé y lamí sus pechos mientras movía las caderas, ella seguía jadeando tímidamente, supe entonces que así no iba a correrse y salí de su coño para arrodillarme en el suelo y así poder lamer su coño, no paré hasta notar la rigidez de su cuerpo y sus suspiros que delataban su orgasmo, solo entonces me quité el condón y me la meneé corriéndome sobre sus pechos.
No hubo fuegos artificiales, fue un polvo corriente entre dos personas que se tenían más simpatía que deseo.
En el fondo era más normal para mi edad ese polvo que los anteriores al igual que era más sana la relación que ahora tenía con Rosa que la que tuve con Eva o en su defecto con la morenita. Eso me decía mi yo conformista, pero luego solo en mi casa viendo por la ventana a Eva despedirse de su novio todo mi ser lloraba su ausencia. Esa otra parte de mi gritaba que no porque fuera más normal lo de Rosa, tenía que gustarme más y no podía olvidar que solo Eva hacia que todo mi ser vibrara con una simple caricia. Luego volvía mi otro yo y el recuerdo de su decisión de alejarse de mi me convencia que debía seguir intentando encontrar en Rosa ese equilibrio que me permitiera vivir en paz, lejos de mi niña.
Una noche al regresar a casa me crucé con Eva en la plaza.
-Hola
-Hola
-Ayer te vi en el centro con una mujer, hacéis buena pareja
-Gracias, estamos muy bien juntos –le dije enfadado por leer entre líneas “ella te pega más que yo”-
En ese momento una vecina paso con su perro y con un simple adiós se fue.
Pasaron las semanas y aunque el sexo con Rosa no era la hostia, ya que para ella no era una prioridad, fuera de la cama era la pareja perfecta y yo intentaba que una cosa supliera la otra.
-Venga mujer no seas mala, déjame subir –le decía a Rosa dos noches después en su portal-
-Estoy muy cansada, además yo no soy como tú que siempre estás dispuesto, lo siento pero yo no soy así -dijo sin inmutarse-
Me fui a casa encabronado y después de aparcar decidí andar un rato para cansar mi cuerpo e intentar relajarme. La cosa no mejoró y para acabar mi gran noche empezó a llover a cantaros y todo el camino de vuelta lo hice mojándome. Deseaba llegar a casa para calentarme, abrí el portal y cuando encendí la luz me quede más helado de lo que estaba al ver a Eva sentada en la escalera.
-¿Qué haces aquí?
-Veo que te alegras de verme
-No es eso, pero me has sorprendido
-¿Podemos hablar?
-Es muy tarde y estas chorreando
-No me eches por favor, necesito hablar contigo.
Entré en el ascensor y ella me siguió, llegué a casa y abrí la puerta dejándola pasar.
-Pasa al salón, voy a por unas toallas, estas temblando –le dije al verla-
Cuando regresé con las toallas parecía un pajarillo desvalido, de pie en medio del salón chorreando agua.
-Pero chiquilla ¿porque no te has puesto ha cubierto?
-Te esperaba, la puerta estaba cerrada y no quería alejarme por si regresabas
-Podía no haber regresado
-Siempre vuelves –me sorprendió su respuesta-
Tartamudeaba por el tembleque de su boca, subí la calefacción y ella se secó el pelo que era lo más mojado junto a su ropa.
-Necesitas quitarte esa ropa mojada, o no entraras en calor, voy a ver si queda algo tuyo por ahí –mentí sabiendo seguro lo que había de ella-
Entré con un pantalón y una sudadera de deporte suyas y me quedé helado al ver a mi niña solo con unas braguitas rosa y los brazos cubriendo sus hermosos pechos. Me cabreó la respuesta de mi cuerpo al verla desnuda de nuevo.
-Toma, ponte esto –le pasé la ropa-
Pude ver sus redondas tetitas cuando cogió la ropa, sus pezones pequeños, redondos y rosaditos casi me hicieron jadear como a un perro. Mi mala uva crecía por momentos, al no ser capaz de controlar mis emociones.
Se puso la sudadera y de nuevo me sorprendió al ver como se quitaba las braguitas también mojadas. Eso ya fue el colmo, ni siquiera fui capaz de apartar la mirada del pubis rasurado de esa niña. Luego se puso el pantalón y acabó antes de que hiciera más el ridículo y babeara allí en medio.
-¿Quieres un café con leche?
-Si
Me siguió a la cocina y mientras estaba haciendo el café me dijo de sopetón
-Te echo mucho de menos, ya no puedo más –no me esperaba esto y reaccioné cruelmente-
-¿Y qué esperas ahora niña?
-No lo se
-¿Olvidas que un día te largaste sin importante nada ni mirar atrás?
-Lo siento
-No puedo borrar estos meses porque tú te aburras con tu novio y quieras ahora volver para que llene estos vacíos.
-Nunca debí irme como lo hice, es normal que me odies
-¿Que esperabas que me volviera loco de alegría, que cortara con todo?
-No espero que cortes con todo, solo que no me eches de tu lado
-Que ha cambiado ahora, ¿te jodió enterarte que estaba rehaciendo mi vida? –le dije con maldad-
-Si –su sinceridad me desarmó-
Metí encendido la leche en el micro y puse lo necesario sobre la mesa. Me temblaban hasta las manos con furia, no contra ella sino contra mí mismo, porque en el fondo me alegraba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
-¿Ya no sientes nada? –me dijo abrazándome por detrás-
Durante unos segundos disfruté del calor de su abrazo aunque volvía a indignarme mi respuesta, no podía evitar desear a esa chiquilla, siempre seria así y darme cuenta de eso me hizo perder los papeles.
-¿Qué quieres Eva comprobar que sigues poniéndome cachondo? –me giré mirándola furioso-
Acerqué mi sexo a su cadera para que pudiera notar la dureza de mi polla sin dejar de mirarla.
-Claro que me pones cachondo, eres una chiquilla que además esta buenísima. ¿Es esto lo que quieres? ¿Qué te folle para poder irte a casa creyéndote ganadora?
Estaba fuera de mí, tiré el cacharrito con el azúcar y las cucharitas que había puesto en la mesa, le di la vuelta tirando del pantalón y doblando su cuerpo me coloqué tras ella y apoyando una mano en mitad de su espalda me desabroché el pantalón, con dedos torpes, saqué mi polla y agarrado a sus caderas la penetré de un solo golpe. Ambos dimos un alarido, yo por el placer de volver a poseer su cuerpo y ella de sorpresa por la rapidez con que la había ensartado. Su coñito estaba húmedo y caliente, lo cual a pesar de sus quejidos me decía que estaba tan excitada como yo. Entré y salí con desesperación de su cuerpo, ya no intentaba inmovilizarla, ahora agarrado a los bordes de la mesa justo al lado de su cabeza me movía sin salir un milímetro de su cuerpo. Mis muslos en esa postura rozaban los suyos, mi pelvis no dejaba de estar en contacto con su culo, redondo, blanquito y tan suave que me enloquecía.
Ella se removió bajo mi cuerpo y gimió mientras se corría, no le di pausa, la giré y senté en la mesa mientras de un tirón le quité el pantalón, subí sus piernas rodeando con ellas mis caderas y abrí su coño con dos dedos, agarrando mi polla por la base froté con el glande su clítoris y ella volvió a jadear.
-Quítate la sudadera, quiero ver tus tetas –le pedí con voz queda-
Entre jadeos se deshizo de ella y sus tetas aparecieron ante mis ojos, volví a penetrarla hasta el fondo disfrutando del bamboleo de sus redondeces, bajé la cabeza y lamí sus pezones antes de atraparlos entre mis labios primero y después entre mis dientes.
Mi polla palpitaba cada vez que ella la apretaba con los músculos de su vagina, estaba al límite de mi aguante, llevaba un siglo deseando secretamente volver a poseerla. Los dos nos movíamos al mismo ritmo lujurioso y noté esa curiosa manera en la que mi niña rozaba su clítoris con mi pelvis mientras arqueaba el cuerpo ofreciéndome uno de los mejores manjares… sus tetas.
Dos minutos después ella jadeaba un nuevo orgasmo y me catapultaba al mío. Grité, aullé y empujé con toda mi alma mientras sentía que todo mi ser se vaciaba en su interior.
Cuando conseguí respirar con normalidad volvió a invadirme la rabia por haber cedido, por no ser capaz de contenerme cuando ella meses después decidía ante un arranque volver a mi vida.
-Ya ves nena, al final has conseguido lo que querías, a pesar de haberte sobrevivido una vez y encontrar la tranquilidad y la armonía con una mujer encantadora, sigues poniéndome tan cachondo como el primer día –le dije con rabia-
Se bajó de la mesa y se puso la sudadera, no pude evitar un nuevo coletazo de placer al ver que la sudadera llegaba justo sobre su pubis, dejando ver perfectamente su depilada sonrisa vertical. Con toda la rabia recorriendo mis entrañas deseé lamer eso coñito con tantas ganas que me mordí los labios.
-Aunque princesa eso solo demuestra que la teoría de que a los maduritos nos ponen las golfillas como tú, es cierta –volví a atacarla-
No dejaba de mirarla a medio metro de ella, vi como recogía el pantalón del suelo, ella me miró y su expresión triste cambio por completo.
-tienes razón, me odias y a pesar de ello me miras con deseo, como si quisieras devorarme –dijo con amargura-
-¿Qué quieres ahora Eva? -le dije dándome cuenta del cambio-
-Cómeme el coño como solo tú sabes comérmelo –dijo dejando caer el pantalón –
La miré anonadado viendo como tras tirar el pantalón al suelo de mi cocina, se giró y vi su precioso culo mientras salía de la cocina. La seguí como un idiota hasta mi habitación y allí se sentó sobre las almohadas en el cabecero, flexionó las piernas doblando las rodillas y separó los muslos enseñándome la totalidad de su coño. Mientras en mi cabeza resonaban sus últimas palabras “cómeme el…”.
-No voy a cambiar nada de lo que hay ahora en mi vida
-No lo hagas, seré solo lo que tú quieras que sea… solo cómeme
¿Y qué creéis que podía hacer ante la visión del paraíso que Eva guardaba entre sus piernas? Pues lanzarme a comerme ese coñito que estaba más rico y era más tentador que la mejor de las manzanas…
Continuara… uno más…