Instinto primario - por Espir4l

Un grupo de autores de TR hemos decidido escribir una serie de microrelatos como ejercicio. Esperamos que sean del agrado de los lectores.

Sus manos me exploraban con una seguridad a la que no podía oponerme. Todo mi afán era vencer la gravedad sobre mi cabeza para elevarla y ver a través de mis pechos casi desnudos lo que estaba ocurriendo más al sur. Acariciaba mi mente con sus palabras medidas, palpaba mi vientre desde dentro, me pedía que abriera más las piernas, incluso se atrevía a separármelas cuando yo las sentía ya ajenas a mi voluntad y a mi propio cuerpo, cuando su voz sonaba como un eco lejano y sus manos seguían actuando alrededor de mi vulva hinchada, irrigada de un torrente sanguíneo que parecía desbordarse por momentos.

Lo mejor estaba por llegar; el momento culminante se hacía inminente. Mis manos se ciñeron a la poca ropa que aún cubría mi tímida piel, si bien ahora poco me importaba un botón más o uno menos. Todo mi ser se resumió a mi vagina distendida. Era mi momento; estaba tan entregada a la situación como concentrada en mis poros, tan ausente del mundo... Había estado esperándolo, soñándolo, dibujando mentalmente el escenario e idealizando cada sensación. Ahora todas esas expectativas se alejaban en un horizonte de placer, de dolor, de presión, de emoción... mis codos elevaban mi torso sobre una realidad mucho mas extrema en todos sus calificativos. Quería gritarlo, pero me ahogaba en mis propias sensaciones. Si mi garganta acartonada hubiera podido beber una sola gota de sudor para aliviarse aún con su nimia cantidad de emulsión salada... Pero no, tuvo que conformarse con las lágrimas de parecido sabor que brotaron segundos más tarde, cuando presa del más absoluto éxtasis que la naturaleza puede darnos rompí en un grito de alivio, de felicidad... Me aferré a una piel caliente, suave y resbalosa que se descargaba sobre mi pecho y me devolvía una mirada sincera fuente de calidez, mezcla de agradecimiento y paz.

No había terminado de enfundarme el alma en mi carne aún erizada cuando oí su voz más sosegada: "Tiene la misma boca que su padre. Es una niña preciosa".