Instantes

La vida es una sucesión de instantes que se te quedan grabados. Este es uno de ellos

Siempre me ha gustado viajar, he tenido la suerte de que mi trabajo me ha permitido recorrer el mundo. Pero acababa de cumplir 50 años y los viajes empezaban a pesarme.

En aquella época la terminal 4 de Barajas estaba despejada y sin tiendas, era como una inmensa catedral desparramada.  Me invadía siempre cierta melancolía recorrerla, caminando en silencio, escuchando solamente las ruedas de la maleta.

El cansancio del viaje, el jet lag y el tono amarillo de las luces me producía una sensación de irrealidad que se mantenía hasta que el aire del exterior me despejaba.

Sin salir de la terminal te busqué en la cafetería en la que habíamos quedado. En seguida te vi, sentada en una de las sillas del fondo. Llenaste mi retina con tu presencia y todo lo demás quedó difuminado. En ese preciso instante supe que esa imagen se quedaría grabada en mi memoria y me acompañaría siempre.

Las  piernas cruzadas, el codo apoyado en el respaldo de la silla y la mano sujetando tu cabeza ligeramente inclinada mientras mirabas el móvil, en un gesto tan tuyo. Supongo que estaba leyendo una de las excusas interminables y aburridas de tu marido de porque iba a llegar tarde a casa esa noche

Llevabas un vestido blanco, corto y entallado. Sabía que sin nada debajo. Conocía bien ese vestido, recordé las muchas veces que en el coche te había obligado a subírtelo por la cintura y  a separar las piernas, dejando tu coño al aire, abierto y accesible. Me encantaba acariciarlo, sentirlo caliente y húmedo, y masturbarte, llevarte al límite, notar  cómo tensabas los músculos y buscabas el orgasmo que al final te negaba una y otra vez. Amo por favor, necesito correrme, gritabas mientras te retorcías de deseo.

Casi podía sentir tu humedad en mi mano mientras caminaba hacia ti.

Me fijé en tus caderas. Eran unas caderas poderosas, a las que me gustaba agarrarme cuando te ponías a cuatro patas y me decías úseme Amo, mientras me ofrecías tus agujeros y movías el culo para incitarme. Eran folladas animales, sin sentimiento, solo instinto. Un macho cubriendo a su hembra para preñarla, acabando en un orgasmo salvaje.

Seguí recorriendo tu cuerpo con la mirada mientras me acercaba.

Tus pechos, que había atado, torturado y azotado con dureza cientos de veces en esas tardes largas e intensas que pasábamos en hoteles de adúlteros. Tus pezones, grandes, ideales para pinzarlos y que se notaban duros y empitonados. Supe que estabas excitada pensando en lo que te esperaba.

Tu cuello, ahora desnudo y que en nuestras sesiones lucía con orgullo un collar negro, ancho, con pinchos y tachuelas. Un collar de perra auténtica, sin dobleces, que aceptaba el castigo con nobleza y a la que le gustaba jugar duro.

Tu rostro era hermoso, maduro y natural, no te gustaba ocultar el paso de los años.

Me fijé en tu boca, grande, de labios rojos bien perfilados. Me encantaba follarmela, enterrar mi polla en ella y descargar los huevos, llenarla de semen y ver cómo escurría por las comisuras de tus labios.

Límpiame la polla puta, te decía después de correrme en tu cara. Gracias por dejarme limpiarte Amo, me decías con una sonrisa. Casi podía sentir tu boca chupando mi polla y lamiendo con ansia mis huevos cuando llegué a tu lado.

Me paré frente a tí. Sabia que me habías visto, pero no levantaste la vista. Me concentre en el olor tan característico de tu perfume y te acaricié con suavidad el pelo y la cara.

Buenas tardes perra.

Buenas tardes Amo, respondiste mirando hacia arriba, con tus ojos rasgados, negros y profundos y esbozando esa sonrisa imperfecta, ligeramente asimétrica, que te hacía aún más atractiva

En ese momento entendí el verdadero significado del refrán, de Madrid al cielo.

Pd. Espero que en estos momentos complicados estés bien, y que hayas encontrado la paz que yo no supe darte.