Inspección ocular

Dos chicas uniformadas, con su gorra, su pistola, su porra, sus esposas y un hombre “indefenso” haciendo realidad su sueño.

INSPECCIÓN OCULAR.

(Antes de que empecéis a leer quiero decir que este relato no es sólo uno más de mis relatos. Este relato es especial, sobre todo para mí, porque en cierto modo es un relato compartido con mi querido Rinaldo. Nacido de una idea y fantasía suyas que me pidió llevara a cabo en forma de relato, expresando lo que a él le gustaría expresar y que él no se ve capaz de hacer. Así que antes que nada quiero decirle a él que: ha sido un placer crear este relato, "tu relato", ha sido un reto maravilloso para mí hacerlo, como maravilloso ha sido haber dado en el clavo de lo que deseabas y poder compartirlo aquí contigo, espero que esta conjunción de ideas y relato pueda seguir en un futuro, y seamos así tú mi mente y yo tus manos, para escribir historias sensuales y eróticas. Te quiero mucho, ya lo sabes. Muchas gracias. )

Otro lunes más en que debía ir al Ministerio para realizar algunas gestiones. Me encantaban los lunes, precisamente por eso, por mis visitas al Ministerio, ya que allí podría ver a Ana y Carina, las dos guardas de seguridad que estaban en la garita de la puerta controlando. Cada vez que las veía dudaba sobre cual era más guapa, porque ambas me gustaban. Una morena, otra rubia y con aquellos grises uniformes que las hacían más atractivas aún y para mejorar ese marco, esas esposas, la porra y el arma reglamentaria que aún me ponían más.

Con frecuencia ellas estaban en mis sueños eróticos, imaginaba que ambas me hacían el amor y que me recriminaban al más puro estilo Sado sobre algo que había hecho mal. Me excitaba sólo con imaginarme atado, siendo el blanco de sus más profundos deseos sexuales.

Así que aquel lunes me levanté con una sonrisa. Me duché, me vestí, desayuné y salí hacía el trabajo. Alllí recogí los documentos que debía llevar al Ministerio y seguí mi camino. El tráfico estaba fatal a aquella hora y un trayecto que podría haber hecho en un cuarto de hora, tarde tres, con lo cual al llegar estaba muy nervioso.

Así que al entrar en el Ministerio iba deprisa. Junto al detector de metales estaba Carina, la morena, que me sonrió al verme y muy amablemente me dijo:

  • ¡Buenos días!

  • Buenos días. – Le respondí dejando las llaves y el móvil sobre una cinta.

Pasé bajo el arco y esté empezó a sonar. Maldita mi suerte, pensé, con la cola que había en el departamento al que debía ir y encima el detector se ponía burro. Volví a pasar bajo el arco, me quité el reloj mientras Carina me decía:

  • Vienes con prisa hoy.

  • Sí, había mucho tráfico y debo estar a las doce de vuelta.

Pasé de nuevo bajo el arco mientras Carina me explicaba:

  • Se pone fatal el tráfico a estas horas.

El dichoso arco volvió a sonar y me lamenté:

  • ¡Será posible el dichoso aparatito!

  • No te sulfures – Trató de tranquilizarme ella sonriendo, mientras veía a su compañera Ana saliendo de la garita. – Seguro que es cualquier tontería que hace sonar este aparato, hoy está sensible. – Añadió quitándole importancia.

Volví hacía atrás pensando que podría ser lo que sonara. No recordaba llevar nada más que fuera metálico encima.

  • Chica, no sé que puede ser, pero creo que ya me he quitado todo lo que llevaba metálico.

  • ¿Estás seguro? – Me preguntó Carina.

Ana ya había llegado junto a nosotros y preguntaba con una amable sonrisa en los labios.

  • ¿Qué pasa?

  • Nada, seguramente debe ser una tontería. – Le dijo Carina. – A ver, quizás lleves alguna moneda en algún bolsillo y no lo sepas. – Me indicó.

  • Puede ser. Veamos.

Registré todos mis bolsillos pero no encontré nada.

  • No, estoy limpio. – Dije, como solían decir ellas cada vez que pasaba por allí.

  • ¿Y algún piercing que te hayas puesto, quizás? – Apuntó Ana poniendo cara de viciosa, como si estuviera imaginando lugares donde... En fin, ya me entendéis.

  • No, parece que no me conozcas, Ana, sabes que yo no soy de esos.

  • Ya, pero a veces los que parecéis más inocentes sois los más salvajes. – Dijo Ana divertida.

  • A ver pasa otra vez. – Me indicó Carina.

La obedecí y el pito volvió a sonar.

  • Creo que tendremos que hacer una inspección ocular. – Anunció Ana con la misma cara de pícara con que me había mirado anteriormente.

  • ¿Inspección ocular? ¿Qué significa inspección ocular exactamente?. – Pregunté algo asustado.

  • Pues precisamente eso, Inspección ocular, ver y comprobar que no llevas nada sospechoso bajo la ropa. – Aclaró Ana.

  • ¿Estáis locas? Me conocéis sobradamente y sabéis que yo nunca llevo nada extraño.

  • Si nos fiamos de ti, pero nuestro jefe que está en la garita no. Será un puro trámite, no te preocupes. – Trató de tranquilizarme Carina poniendo la misma mirada inocente y viciosa que había puesto anteriormente Ana.

  • No me mires así, no llevo ningún piercing, te lo juro y menos donde estás imaginando.

  • Bueno, eso lo veremos ahora mismo. – Me dijo en tono desafiante.

Carina se alejó hacía la garita, mientras Ana me hacía pasar por enésima vez bajo el arco que volvía a sonar. Mi nerviosismo iba en aumento, porque cada minuto que pasaba era un minuto más que perdía.

Carina salió de la garita acompañada por su jefe. Se acercaron a nosotros y Carina dijo:

  • Vamos, Antonio se queda aquí.

Ambas empezaron a caminar delante de mí. Yo las seguí. Por el camino iba observando sus maravillosos cuerpos enfundados en aquellos uniformes. No sé porque pero precisamente eso era lo que más me gustaba de ellas, su uniforme, creo que si no lo hubieran llevado no me hubiera sentido tan atraído y mi imaginación no hubiera empezado a volar fantaseando que ambas me desnudaban y me hacían su esclavo sexual. Inevitablemente y sumergido en esos pensamientos mi vista se fue hacía sus culos, que se bamboleaban al ritmo de sus pasos debajo de la tela de aquel uniforme. Su arma en la cadera, su porra un poco más atrás moviéndose al ritmo de sus pasos, las esposas en la otra cadera, me hacían imaginar lo que se sentiría estando atado por aquellas dos bellezas, era una visión tan excitante para mí... Ascendí con mi mirada desde su trasero hasta su nuca y entonces vi sus cabelleras bamboleándose al ritmo de sus pasos y como ambas cuchicheaban mientras me miraban con cierta perversión. Cuando llegamos a aquella puerta me di cuenta que ni siquiera me había fijado por donde habíamos pasado, pues la vista de sus cuerpos me había tenido muy ocupado.

  • Bien, entra. – Me indicó Ana con una amplia sonrisa en su rostro.

Entré en la habitación que estaba a oscuras. Las chicas entraron conmigo y encendieron la luz, luego cerraron la puerta. En el centro de la sala había una silla y en una esquina una pequeña mesa. Era una habitación mediana y sin ventanas, con una lampara de luz fluorescente en el techo. Vi que Carina cerraba con una llave. Ana me dijo:

  • Bien, vamos a ver que tienes por ahí, quítate la camisa por favor.

La miré incrédulo y me quejé:

  • ¡Venga ya! No hablas en serio. No pienso quitarme nada.

Carina se acercó a mí y dándome una palmadita en la nalga dijo:

  • Venga, no te hagas de rogar. Tenemos que realizar la Inspección ocular.

  • No, ¿no os basta con mi palabra?

  • Sí, pero tenemos que comprobar que de verdad no llevas nada "sospechoso", es un puro trámite, te desnudas un poquito, nos dejas verlo y luego te dejamos ir ¿verdad, Ana?

Suspiré fastidiado pero finalmente empecé a desabrocharme la camisa. Ambas se pusieron frente a mí, observándome expectantes. Una vez desabotonada la camisa la abrí y les mostré mi torso desnudo añadiendo:

  • ¿Satisfechas?

  • ¡Uhm, no! – Dijo Carina, que parecía la más dura de ambas. Ana a su lado, se reía entre dientes. – Tienes que quitártela, y los pantalones también.

Mi ira iba subiendo poco a poco, me sentía humillado por aquellas chicas. Una cosa era una pequeña broma, pero aquello ya empezaba a pasar de castaño oscuro.

  • Venga chicas, esto ya es demasiado, no llevo nada y lo sabéis, dejad que haga mis gestiones y me vaya. Ya vale con la bromita ¿no?

  • No es ninguna broma. – Dijo Carina totalmente seria. – Esto va de verdad, así que quítate esos pantalones, tenemos que comprobar que no llevas nada sospechoso.

Ana también se puso sería y viendo sus caras no tuve más remedio que obedecer. Me quité el pantalón con evidente fastidio y se lo tendí a Carina, que lo cogió y rebuscó en los bolsillos. Al terminar dijo:

  • Bien, ahora los calzoncillos – La miré a disgusto y ella añadió: - y sin protestar.

No sé porqué, quizás porque tenía ganas de que aquello terminara, pero obedecí y me quité el slip quedándome totalmente desnudo. Con las manos me tapé mis partes y entonces, ambas dieron una vuelta rodeándome. Ana cogió su porra y apartándomelas dijo:

  • Esas manitas fuera que lo que queremos ver está bajo ellas.

Yo me sentía avergonzado, una parte de mi sueño erótico (estar desnudo frente a esas dos bellezas) se estaba cumpliendo, pero en lugar de sentirme feliz y alegre, me sentía humillado, avergonzado y más, cuando vi que mi sexo estaba más diminuto de lo que jamás hubiera estado.

  • Vaya, vaya, pensé que esa cosita se alegraría de vernos. – Dijo Carina recobrando la picardía.

Yo no podía dejar de mirar el suelo sintiéndome avergonzado por la situación. Entonces Ana acercó su porra a mi barbilla y me hizo levantar la cabeza diciéndome:

  • ¿Qué tal si solucionamos eso?.

  • ¡No! – Contesté yo empezando a sentir un extraño calor en todo mi cuerpo y como mi sexo empezaba a despertar. Ellas se dieron cuenta y Carina dijo:

  • Bueno, parece que ya despierta el aparatito, anda siéntate en esa silla. – Me ordenó, indicándome la silla que había en el centro de la sala.

Me senté y esperé. Ana se acercó a mí y me ordenó:

  • Pon las manos en la espalda. – Mientras sus ojos se cruzaban con los míos y por un momento su picardía se me contagió y creo que ella lo vió, porque me miró como reafirmando su deseo. Vi como sacaba la lengua y se mojaba su labio superior provocativamente.

Obedecí y sentí algo frío alrededor de mis muñecas, seguidamente oí un clic e inmediatamente entendí que me había atado las manos con las esposas. Aquello aún me excitó un poco más y sentí como mi sexo crecía, ya que en mis húmedos sueños estar atado mientras ellas me hacían lo que querían, me ponía a cien. Entretanto Carina se había desabrochado la blusa hasta el nacimiento de sus senos y se acercaba a mí con cara de leona. Me asustó un poco, pero a la vez me excitó. Se sentó sobre mis piernas y pasando la porra suavemente sobre mi pecho dijo:

  • Vamos a torturarte un poquito para que confieses.

Sonrió y acercó su boca a mi cuello, lamiéndolo con la lengua, lo que hizo que mi piel se erizara y desapareciera totalmente mi nerviosismo. Resiguió con ella hasta mi oído haciéndome estremecer, mientras con una de sus manos tiraba de mi pelo causándome cierto dolor. Luego descendió con su lengua hasta mi boca, rozó la comisura de mis labios con ella y la introdujo buscando la mía. Correspondí aquel beso cada vez más excitado.

  • ¿Quién te ha dado permiso para darme tu lengua? – Me preguntó con voz autoritaria, tirando de mi pelo con fuerza, a la vez que con la otra mano pellizcaba mi pezón izquierdo.

  • ¡Ah! – Me quejé levemente.

Ana detrás de mí dijo entonces:

  • ¿Por qué no comprobamos si tiene el piercing? – Estaba apoyada sobre mis hombros y había dirigido sus manos a mi aparato empezando a toquetearlo con suavidad.

Aquellos dedos suaves despertaron aún más mi libido, y mi sexo poco a poco fue creciendo y poniéndose en perfecta forma.

Carina había dejado de besarme y buscaba los labios de su amiga. Se besaban con pasión y sensualidad, como sólo dos mujeres saben hacerlo.

  • Pues no encuentro nada sospechoso. – Añadió Ana cuando dejaron de besarse.

Carina se adelantó sobre mis piernas y alcanzó mi sexo, restregándose contra él y aumentando mi excitación, mientras Ana se apartaba y salía de mi campo de visión. Empecé a olvidar mis prisas y a dejarme llevar por aquella situación que me parecía sumamente excitante. Carina, sin dejar de moverse sobre mi sexo erecto, empezó a desabrocharse la blusa mientras decía:

  • ¿Te gusta el espectáculo? Pues hoy vas a disfrutar de lo lindo.

Y tras decir eso se quitó la blusa. Vi a Ana frente a mí totalmente desnuda. No podría creer mi suerte, estaba atado a la silla y con aquellas dos bellezas brindándome el espectáculo que siempre había soñado. Carina se desabrochó también el pantalón y luego retrocedió unos pasos apartándose, momento que Ana aprovechó para colocarse entre mis piernas, y diciendo:

  • Veamos si hay piercing.

Tomó mi sexo y empezó a lamerlo suavemente. La visión de aquella chica, arrodillada entre mis piernas, lamiendo, con una cara aparentemente inocente me excitó aún más. Carina a un lado se iba quitando la ropa y una vez completamente desnuda no tardó en hacerle compañía a su amiga. Así Ana le ofreció mi sexo a Carina y esta empezó a lamerlo con la misma suavidad con que Ana lo había hecho, y yo allí, mirándolas, atado, sin poder moverme. Deseaba acariciarlas, besar sus labios, pero no podía.

Ana y Carina se iban turnando, mientras una lamía mi glande, la otra hacía lo mismo con mis huevos y así alternativamente en una conjunción perfecta de movimientos que cada vez me tenían más excitado y más a su disposición. Yo gemía y me estremecía de placer, sentía como mi verga estaba cada vez más grande y como en cualquier momento podría explotar en un intenso orgasmo, pero ambas sabían cuando detenerse para que eso no sucediera.

Finalmente Carina se levantó y volvió a sentarse sobre mis piernas. Acercó su sexo húmedo al mío y empezó a juguetear, lo rozaba y se la introducía levemente, haciéndome creer que iba a metérselo, pero volvía a sacárselo y me dejaba con las ganas. Estuvo unos dos minutos repitiendo aquella tortura, mientras Ana lamía y mordisqueaba levemente mis huevos. Carina me miró a los ojos y se detuvo un rato, me cogió del pelo y tirando de él con fuerza me dijo:

  • ¿Quieres follarme, verdad?

  • ¡Ay! – Me quejé por el daño que me hacían tanto ella como Ana, que ahora tiraba del pelo de mis piernas. – Sí.

Carina acercó su boca a la mía y me dio un salvaje beso, casi mordiendo mi labio. Y Ana entre mis piernas, succionaba uno de mis huevos haciéndome daño otra vez.

Finalmente sentí mi glande en la entrada del sexo de Carina y como esta se sentaba introduciéndoselo por fin completamente. A la vez Carina clavó sus uñas en mis hombros haciéndome daño. Suspiré, al igual que Carina, al sentir como mis más profundos deseos se cumplían.

Carina empezó a moverse arriba y abajo. Ana se puso en pie y su compañera le dijo:

  • Ven aquí cielo, vamos a demostrarle a este como se monta un buen trío.

Y así Ana se colocó entre Carina y yo, mirándola a ella. Ambas mujeres se besaron y empezaron a acariciarse mientras yo las observaba y sentía como Carina subía y bajaba sobre mi erecto sexo que parecía estar cada vez más tieso y palpitante.

Me sentía el hombre más feliz del mundo teniendo a aquellas dos mujeres sobre mí, besándose con una sensualidad enorme y haciéndome estremecer de placer a la vez. Era un maravilloso sueño que se estaba convirtiendo en realidad poco a poco. Quería soltarme las manos y acariciar el cuerpo de Ana que se retorcía ante mí, ya que su amiga acariciaba su sexo y su culo con pasión, pero no podía, y eso me torturaba más que cualquier otro martirio. Tener a aquellas bellezas, moviéndose, retorciéndose de placer y no poder tocarlas ni siquiera un centímetro... Me ponía a mil. Besé la espalda de Ana, era lo único que podía a hacer, la lamí y chupeteé mientras veía como sus manos pellizcaban los pezones de su amiga. Su culo estaba pegado a mi pecho. Y si me movía por encima de su cadera, podía ver como Carina tenía una de sus manos entre las piernas de Ana y como esta se retorcía. Sentía la mano de Carina moviéndose, repiqueteando sobre mi vientre al introducirse y salir del sexo de su compañera. Ana gemía cada vez más fuerte y se retorcía más, señal de que estaba a punto de correrse.

También yo sentía que ya no podía aguantar más y que mi sexo iba a explotar de un momento a otro ante tanta excitación, así que avisé:

  • Me voy a correr.

Ambas con rapidez salieron de encima de mí, se sentaron de nuevo entre mis piernas. Ana sujetó mi verga y las dos se dedicaron a lamerlo y mimarlo hasta que un potente chorro de semen salió. Carina fue la primera que pudo atrapar algo con su boca, luego lo hizo Ana, aunque ambas quedaron con la cara manchada del blanquecino líquido. Fue la mejor corrida de mi vida. O eso creía, porque poco a poco fui despertando de aquel maravilloso sueño.

El pi, pi, pi del despertador me sacó de aquel fantástico espejismo, aunque otro igual de maravilloso estaba apoyado sobre mi hombro izquierdo.

  • ¡Uhm, maldito despertador! – Protestó Ana apagándolo. - ¡Buenos días, cielo! – Oí que me decía.

Abrí los ojos y sus azules ojos me miraban con pasión. Acercó sus labios a los míos y me besó.

  • ¡Buenos días, princesa! – De repente recordé que la Ana de mi sueño tenía su misma carita inocente y de niña buena que ella, sólo que en lugar de ser pelirroja era rubia.

Ana se levantó y empezó a vestirse, yo la observaba desde la cama, contemplando su cuerpo perfecto, sus curvas sensuales, su espalda recta. Se puso la ropa interior y luego la camisa gris del uniforme, los pantalones con su cinturón y finalmente su porra, sus esposas y la pequeña pistola reglamentaría. Estaba tan sensual y atractiva con su uniforme de guardia jurado, que inevitablemente me acerqué a ella, la atraje hacía mí, la abracé y empecé a tratar de desnudarla.

  • Rinaldo, por favor, que voy a llegar tarde. – Protestó como si en realidad no quisiera que parara, pero recapacité, ya que ella tenía razón, ambos teníamos que ir a trabajar, al caer la noche ya tendríamos tiempo.

Erotikakarenc (del grupo de autores de TR y autora TR de TR) .

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