Insomnio

Una larga noche en tu cama hace que tiemblen mis sentidos...

La una de la madrugada ilumina en mi reloj. Otra noche en la que tu cuerpo impide que el sueño venga a mí. No puedo otra cosa que no sea pensar en tomarte y hacerte sólo para mí. Tenerte tan cerca y tan lejos al mismo tiempo me está matando. Te das la vuelta mientras duermes en nuestra cama y tu piel roza la mía hipnotizándome hacia tu cuerpo, noto tu espalda con mis labios y no puedo evitar besarte, sentir con mi parte más blanda la suave textura de tu torso desnudo, como una droga extasiando todos mis sentidos, como una bocanada de aire en un océano perdido. Sólo quiero continuar besándote por todos tus lugares, recorrer tu espalda entera con mis labios, explorando cada vez con más intensidad mi deseo hacia ti.

Me alejo exiliada por tu momento, y mi cabeza no para de maquinar cuales son mis posibilidades para no morir del desgarrante y agónico fervor que invade mi cuerpo. Pero por mucho que fuerce mi intento por sacarte de mi cabeza para dejar lugar a mis sueños, más me doy cuenta de que sólo tú ocupas la psique más surrealista de mi espíritu consciente, pues ni el  mejor sueño jamás soñado, ni la mejor estampa jamás creada en mi mente puede compararse con las delirantes curvas de tu cuerpo.

Hago por pensar en cualquier detalle trivial de mi vida, pero en seguida mi cabeza vuelve a pensarte al darse cuenta de que todo acto es vano sin ti.

Y ya no puedo contenerlo más; todos mis intentos encuentran una excusa para fallar en cuales misiones, y me resigno a rendirme a ti…

Estallan en mi cabeza imágenes de tu cuerpo desnudo en frente a ti, ardiente de deseo sólo quiero quemarme entre tus llamas, derretirme en tu mirada de fuego y fundirme en tus fervientes labios, entrelazar nuestras lenguas y llenar tus hendiduras con la más húmeda de mis intenciones. Quiero sentir cada bocanada de tu aliento dentro de mí y notar como atraviesa todo mi cuerpo abriéndose paso, caliente y embriagante, hasta mi sexo. Quiero tocar tu lengua con la punta de mis dedos, perfilar con tu humedad las curvas de tus labios y no poder resistirme a volverlos a tocar con los míos. Recorrer todo tu torso intentando  captar tu suavidad con toda mi contorna; mi cara, mi vientre, mis pezones… quiero sentirte toda en mi ente. Notar tu pelo entre mis dedos es sin duda lo más inocente y, al mismo tiempo, lo más excitante que he sentido jamás, sólo deseo perderme en tu espesura para no tener que rezar para encontrar mi lugar.

Noto tal fervor en mi cuerpo, que siento que en cualquier momento nuestros cuerpos se harán uno.

Mi ansia brota al pensar que puedo llevar mis labios más allá. Encuentro tus turgentes piernas con mis manos y decido que ya no hay nada más delirante que mi tacto pueda explorar. Y mis labios se acercan a ti suplicando volverte tocar; empiezo por tus tiernas mejillas dándote pequeños besos y bajo hasta tu siempre apetecible cuello que no puedo evitar probar con mis caninos más afilados, cual deseo de tu sangre aflorar; noto como cambia tu respiración y mi cabeza se vuelve loca al escuchar tu aliento desbocado. Sigo adentrándome en las sábanas y mi boca encuentra el relieve de tus dulces pezones; se siente como una fuente de agua fresca regando mis sentidos, y no puedo hacer otra cosa si no probarlos; recorrerlos con mi lengua y presionar ligeramente a cada movimiento, mordisquearlos levemente mientras te miro a los ojos y ves como el deseo reina en mis pupilas. Pero mi ansia sigue sedienta y no me controlo al intentar hacer todo lo que mi mente maquina, quiero perderme en la sensibilidad de tus pechos y, a medida que tu intensidad vocal aumenta, mis manos no encuentran parada en tus preciosos senos. Mi cabeza a punto de estallar de placer, se mueve vigorosamente por tus erectos pezones, pero mi ansia aumenta con cada uno de tus gemidos y no puedo evitar seguir por toda tu geografía y continuar llevando mis labios hacia tu punto más ardiente.

Acaricio tu vientre y noto como tu bello se eriza con cada contacto, desvanezco en la textura de tu fina piel y acaricio todo mi semblante en la gloria de tu torso, quiero invadir con todo mi cuerpo tu textura y no encontrar fin en tu cintura. Mas continuo bajando en la busca de culminar mi deseo en la divergencia de tus caderas; observo tu precioso sexo y pruebo el sabor de tu palpitante clítoris lamiendo levemente lo poco que asoma, como un iceberg que aún no muestra todo su potencial, me adentro en ti hundiendo mi boca en tus abundantes flujos… me encanta como tu calor recorre toda mi boca y despierta todas las papilas gustativas de mi lengua al probar tal manjar, rodeo tu vagina con toda mi lengua en la procura de descubrir todos tus maravillosos secretos tan bien escondidos en la hendidura más hermosa de tu cuerpo. Tus gemidos hacen la banda sonora de tan genial obra maestra, y yo tampoco puedo contenerme ante su presencia; nuestros jadeos se coordinan en perfecta armonía, y mi cabeza pierde su cordura, me veo incapaz de parar en el empeño de adentrarme en ti con mi lengua, llenándote de gemidos y flujos, jadeos y gemidos hacen la base de mi respiración que vibra en tu clítoris a cada intento de desahogar mi placer.

Quiero que te corras en mi boca y saborear todo tu ser.

Pero en vez de seguir, me levanto y me acerco a tus labios para compartir tus flujos con nuestras lenguas… te saco de la cama y te empujo hacia el armario. Te beso apasionadamente y cojo las esposas, rozo el interior de tus muslos con el frío acero y acerco tus manos apresándolas por detrás de tu cuerpo, el frío empieza a hacer efecto y noto como se erizan tus carnosos pezones, los muerdo suavemente disfrutando cada centímetro, y me sumerjo en tus adentros con dos dedos; sueltas un potente gemido que consigue erizar todo el bello de mi cuerpo. Vuelvo mi mano al “cubículo alemán” y atrapo mi dildo negro, me deshago de la ropa y me lo visto en mi cadera desnuda, me siento en la silla de nuestro dormitorio y me sitúo en frente de la mesa; te subo a mi regazo erecto y bien lubricado: me adentro en ti, despacio, midiendo cada centímetro con cada expresión de tu cara, que rabea de placer. Poco a poco acelero mi ritmo y te envisto cada vez con más fuerza, tus manos atadas sobre la mesa hacen el pilar que te hace participar en la escena, cada vez más desbocadamente sobre mi regazo. Mis músculos se tensan en función de ir cada vez más rápido y poder entrarte más fuerte a cada envestida. Nuestros cuerpo empiezan a sudar, y donde antes había torpeza, ahora nuestra piel se desliza perfectamente, haciendo que nada se interponga en nuestro empeño de extasiarnos de placer.

Cojo el látigo y lo golpeo en tus nalgas firmes, calientes y ruborizadas por nuestro acto; acaricio tu carne herida y vuelvo a flagelarte, así, una vez tras otra, hasta que confundas el dolor con el placer. Jadeas casi sin aliento sin poder resignarte a parar, mi cuerpo ya no puede más, jadeo contigo llenando nuestro cuarto de gemidos. Me dices que no pare y no lo hago, continúo más fuerte a tu orden, y no paras de repetirme que no se me ocurra dejar de penetrarte hasta lo más hondo y profundo de tu ser. Llega el momento, y me miras fijamente extasiada y, sin dejar de gritar, te corres llenando mi vientre y mis muslos de mi elixir de la vida…

Las tres de la madrugada ilumina en mi reloj. Otra noche en la que tu cuerpo impide que el sueño venga a mí.