Insomnio

Una noche de insomnio, un encuentro con su vecino... y su primera experiencia como sumisa

Terminó el capítulo del libro que estaba leyendo y miró el reloj. Las 2 de la mañana. En 6 horas sonaría el despertador y era incapaz de dormirse. Con un bufido apartó las sábanas y se levantó para beber algo. A oscuras en la cocina, vaso de agua en mano, miró distraída por la ventana que daba al patio de luces.

Se propuso tratar de descuartizar la inquietud que le impedía dormir, desentrañarla para ver si así se quedaba tranquila y podía conciliar al fin el sueño. Decidió ignorar el gran elefante de la habitación, no tenía fuerzas ni ganas de ponerse a pensar en el trabajo y la cantidad inasumible de estrés que debía soportar a diario. Cuando dudaba si dedicarse a la ingrata cuestión de su soledad, una luz encendida de pronto en el edificio de enfrente, una planta más abajo, la devolvió a la realidad.

Parecía que su vecino tenía también problemas para conciliar el sueño. Era un chico joven, de unos 25 años. Se lo había cruzado ya un par de veces por el barrio. Era tímido y muy educado. La visión de su torso desnudo la sorprendió gratamente. Con ropa perdía, mucho. Era esbelto pero fibrado, la piel tostada por el sol, casi dorada, marcando un cuerpo torneado y proporcionado. Brazos fuertes, espalda ancha y por lo que dejaban intuir los calzoncillos un culo que parecía acolchado por unos músculos tersos y apetecibles. Abrió la nevera, al lado de la ventana y dándole la espalda sacó una botella de agua a la que dio un trago largo. Ese movimiento le permitió relamerse con sus dorsales. Desde luego la ropa no le hacía justicia a ese cuerpo que parecía esculpido. Cerró la nevera. Se giró y frenó en seco, sobresaltado, fijando la mirada en el punto donde ella estaba.

Sorprendida, se sintió estúpida por no haberse dado cuenta de que la vería. Trató de salir del bache con una sonrisa estúpida y un saludo con la mano, antes de desaparecer de su vista. Se metió en la cama, se tapó y se puso un podcast para tratar de dormir de una vez.

Si consiguió dormir algo, no lo notó en absoluto. Al día siguiente estaba agotada, nerviosa y con tantas ganas de ir a trabajar como de que la atropellara un camión. Con ese punto de partida, estaba claro cómo sería su día. Volvió a casa derrotada. Tras una parada en el supermercado, arrastró los pies, cuesta arriba, hasta su portal. Buscaba las llaves en su bolso, sin éxito, cuando se dio cuenta de que alguien se había parado a su lado, al levantar la vista vio al adonis de la noche anterior. Se sonrojó avergonzada y se lo quedó mirando, sin saber qué decir.

Parecía que él no había labrado un plan más allá de plantarse delante de ella y sonreir. Al fin, abrió la boca.

─Hola, parece que el bochorno no nos abandona, no? ─tenía una voz grave, aterciopelada, que la hizo imaginárselo susurrando secretos en su oído.

─Ni siquiera refresca por la noche, estos días es imposible dormir ─Ella estaba tratando de calcular si el comentario acerca del tiempo era una referencia al encuentro de la noche anterior y la visión de la que ella había disfrutado.

─¿Tienes problemas para dormir? ─Hasta parecía que había algo que recordaba a preocupación en su voz.

─Sí… bueno, no es por el calor, llevo una temporada complicada ─En cuanto las palabras salieron de su boca se arrepintió de haber dicho aquello a un desconocido. Al menos sus dedos se encontraron con el tacto metálico de las llaves que estaba buscando.

─Vaya, lo siento ─Parecía que a él se le acabó la conversación.─ Me llamo Rodrigo ─dijo tendiéndole la mano con una sonrisa de dientes perfectos que dibujaba unos hoyuelos preciosos en sus mejillas.

─Lucía ─ella extendió la mano, un poco embobada por lo bueno que estaba su vecino y sorprendida porque estuviese hablando con ella.

─¿Me invitas a pasar?

Vaya, parecía que no era tan tímido como pensaba. Ella se lo quedó mirando divertida, mientras abría el portal y le dejaba paso. Debía tener como mínimo 10 años menos que ella. Hacía tiempo que no cataba un cuerpo como aquel.

Los cuatro pisos en ascensor los subieron en silencio. Al entrar en el piso ella le preguntó si podía ofrecerle algo de beber y, con un par de vasos de agua fresca, se sentaron en el sofá.

Él la miraba con una intensidad que provocaba una sonrisa nerviosa en ella. En silencio, parecía disfrutar divertido de aquella reacción.

─¿Vives sola?

─Sí, desde hace un año más o menos. ¿Y tú?

─Es un piso de estudiantes, vivo con otros 3 compañeros de carrera.

─¿Qué estudias?

Él sonrió, sacando a relucir de nuevo aquellos hoyuelos y negó en silencio.

─Vamos a hacerlo mejor que eso. ¿En qué pensabas cuando me viste ayer?

Ella abrió los ojos, sorprendida y se rió nerviosa, de nuevo. Ese salto en la conversación la sacó de juego y trató de pensar una respuesta ingeniosa, sin éxito.

─Bueno… No esperaba ver a nadie. Me sorprendió que coincidiésemos, cada uno en su cocina. Pensé que tal vez tendrías problemas para dormir.

La sonrisa perfecta no se borraba de su rostro y aquella mirada intensa no soltaba su presa.

─¿Y después?

Ella pensó que no tenía nada que perder, que él se habría metido en su casa por algo y que le apetecía sudar por algo más que por el calor.

─Pensé que la ropa no te hacía justicia. Me sorprendió tu cuerpo, tus brazos, tus músculos. Tienes un cuerpo precioso ─Lucía empezó a comérselo con los ojos, mirando sus manos, de dedos largos y fuertes, sus brazos, su pecho.

Él se acercó, despacio, tanto que se estrellaron. El contacto cálido con sus labios mullidos le hizo sentir un hormigueo en su bajo vientre, tenía una boca deliciosa. Cuando se perdió dentro de la humedad en la que la esperaba una lengua esponjosa y hábil, surgió otra humedad en ella.

Las manos de ambos se debatían entre caricias, tirones y finalmente empezaron a liberarse de una ropa que a todas luces sobraba. El contacto con su piel fue delicioso, sentir la potencia de sus músculos, el calor de aquel cuerpo joven y lleno de energía, a punto de desbordarse.

Él se apartó un segundo y contempló su cuerpo desnudo, sonrió. Eso la incomodó. Casi temió que él se diera cuenta de su error y saliera tan rápido como había entrado, al ver que su cuerpo nada tenía que ver con la maravilla escultural que ella tenía enfrente.

Él se levantó. Ella lo imitó como un resorte, sin comprender qué estaba pasando.

─Quiero que te pongas de rodillas ─dijo él con una voz suave pero firme que la excitó todavía más.

Tras unos segundos en que todo le daba vueltas, sin entender qué estaba pasando, la excitación superó a la inseguridad y, mirándolo a los ojos, descendió lentamente hasta quedar de rodillas ante él.

─Lo has hecho muy bien ─Esa voz parecía hipnotizarla. Él acarició su cabeza de forma delicada, deslizando esa mano perfecta por su mejilla.

La agarró por el mentón y se acercó, sus bocas casi rozándose. Ella cerró los ojos. Entonces sintió un fluído cálido que se deslizaba por sus labios. Abrió los ojos y vió que por aquellos labios esponjosos se deslizaba un hilo de saliva. Sin poder controlarse quiso beber más y acercó su boca.

─Shhh… No tan rápido ─dijó él mientras se incorporaba.

Su mano la agarró del pelo y por sus ojos pasó un destello de frialdad.

─Vamos a tener que enseñarte a comportarte.

Él echó entonces una mirada al sofá y cogío la camiseta que hasta hace poco llevaba puesta, con destreza se la ató haciendo de venda. A oscuras, de rodillas y desnuda se sintió totalmente indefensa, ridícula. ¿Qué estaba haciendo? Y, sobre todo, ¿qué estaba haciendo él en ese momento? Por su cabeza el drama de unas fotos robadas en aquella situación y publicadas. Las reacciones de la gente que la conocía. El tambor en su pecho se aceleró todavía más, sentía que le costaba respirar, el aire empapado en el olor a colonia y la piel de aquel hombre ante el que se había rendido sin pensar. Y entonces pudo dejar de pensar.

Una mano de dedos largos y ágiles escaló por su cuello para agarrarle el pelo, echó su mano levemente hacia atrás y le susurró al oído:

─¿Quieres que te enseñe a ser una buena chica?

Ella sentía vértigo mareada de tanta excitación. Sin poder decir palabra, asintió.

En un segundo su tronco había sido desplazado hasta descansar sobre el sofá, una mano fuerte sostenía su cabeza, mientras notó una rodilla separando sus piernas. Y después, la nada. Se rompió todo el contacto. Ella contuvo la respiración, tratando de escuchar lo que pasaba a su alrededor. Anticipar el tipo de situación en el que se veía metida.

─No te muevas. Quiero que cuentes en voz alta.

Ella no entendía nada, no sabía si esperaba que contase en voz alta. Y de ser así, para qué. En el momento en que iba a preguntarlo un azote en su nalga derecha detuvo el tiempo. Sintió un escozor cálido que se extendía por su piel. Sus ojos ciegos abiertos de par en par.

─Uno… ─dijo en un susurro.

─Dos… ─la calidez de convertía en calor.

─Tres… Cuatro… Cinco… ─sentía el ardor que parecía hacer palpitar su piel. El muy cabrón aplicaba su mano en el mismo punto cada vez.

─Seis… Siete… ─El dolor insoportable. Cada vez tenía que luchar con más fuerza contra el impulso de apartarse de aquella fuente de tormento.

─Ocho… Nueve… ─¿Serían sus daddy issues los que la hacían sentirse orgullosa de no defraudar a aquel desconocido?

─Diez… ─No creía poder soportar un golpe más

─Lo has hecho muy bien ─La voz de él acariciaba su oído, mientras sus manos se deslizaban por su piel encendida, como un bálsamo─. Te has ganado un premio.

Entonces una de sus manos hizo que volviese a ponerse de rodillas, piernas separadas y manos apoyadas sobre el sofá. Sintió el roce de su cuerpo, también de rodillas, detrás de ella. Una mano agarraba su cuelo, haciendo que la cabeza vuelta hacia atrás se apoyase en el cuerpo de él. La otra agarraba, apretada y pellizcaba un pecho primero, el otro después, para entretenerse retorciendo un pezón hasta hacerla soltar un gemido.

En ese momento su mano bajó encontrándose con una oquedad húmeda que llevaba tiempo esperando aquel contacto.

─Estás empapada.

A continuación un dedo, dos, tres. Ella no sabía cuánto tiempo iba a aguantar sin correrse. La situación la había excitado y los dedos ágiles tocaban los puntos exactos, movimientos precisos que hacían vibrar su cuerpo.

─Voy a correrme.

─No.

Aquello la sacó de la situación. No sabía cómo reaccionar a eso. Sintió que él bajaba el ritmo. Quiso suplicarle que continuara, que no la dejase así. Estaba a punto de…

Entonces él se apartó y a ella se le vino el mundo encima. Se sintió ridícula allí de aquella guisa.

Y una lengua que parecía salida de la nada rozó su coño, sobresaltándola y sobreexcitándola. Unas manos sostuvieron con firmeza sus nalgas, haciendo que descendiera. Se sentó sobre la boca de él. Sintiendo una lengua caliente. Sin saber si la humedad salía de su coño o de la boca vibrante debajo de él. Empezó a mover sus caderas hacia delante y detrás, restregándose, deseando llegar al clímax.

Las manos la hicieron elevarse de nuevo. Otra mano la puso de nuevo sobre el sofá. Y entonces sintió una forma redondeada, caliente, deliciosa restregándose en la entrada de su coño, que ya a punto de estallar la obligó a echarse hacia atrás para darle la bienvenida.

─Fóllame ya.

─¿No has aprendido nada? ─El tono jocoso en el tono de la voz de él la irritó un poco. Por un momento no supo qué decir.

─¿Por favor?

─Aceptaremos barco… ─Y entonces una polla dura, palpitante, se deslizó despacio, resbalando en su humedad, profunda, despertando su placer centímetro a centímetro.

Las embestidas empezaron a aumentar en ritmo. Él la agarraba de los pechos, apretando de nuevo sus pezones. Empezó a gemir. Empezaron a gemir. Y explotaron.

Echos un ovillo a los pies del sofá, desnudos, la venda improvisada arrojada de nuevo al suelo, ella sintió que aquella noche podría dormir bien.