Insomnia
Otra noche pensando en ti, otra noche perdida. Otra noche de insomnia.
Otra vez me levanto empapado en sudor. Otra vez me levanto ardiendo y empalmado. Otra vez me levanto pensando en ti. Malditos sean esos sueños que atormentan mi mente, malditas sean esas pesadillas que apuñalan mi lado consciente. Maldito sea el lado inconsciente por provocármelas, y maldito sea también por no decirme su significado.
Otra vez estoy aquí, en esta cama que no quisiste conocer, en esta habitación a la que podrías haber entrado cuando quisieses, a este santuario, mi santuario, que había deseado haber compartido contigo. Estoy bajo las sabanas, con mi pijama de invierno, pero tengo calor, y estoy erecto. Bajo mi mano derecha en dirección a mi pene. Esta duro, duro como nunca lo ha estado.
Está tan duro que me duele, me martiriza el alma. Esta así por tu culpa, sí, eres tú la causante. Odio escribir esto, pero con todo el dolor de mi corazón, empiezo a masturbarme. Cojo mi pene desde la base y lo pajeo, subo y bajo mi mano en toda su longitud. No creo que necesites su descripción, ¿o sí? Es un pene normal, y tú lo sabes, no es ni largo ni gordo, no es el de un actor porno ni mucho menos, pero me dijiste que te gustaba. Ojala fuese verdad. Dijiste que estaba dulce, que era un sabor especial. Aun recuerdo como tus labios envolvían mi miembro, y, esa punzada dolorosa que es el recuerdo, me excita y me mata. Recuerdo como nos devorábamos a besos, como nos acariciábamos, como guiaste mi mano por encima de tu pantalón hacia tu sexo. Recuerdo ese calor, indescriptible, que emanaba de tu entrepierna. Recuerdo tus suspiros y tus coloretes. Recuerdo como me besabas con pasión. Y eso hace mella en mí, eso me excita, eso, de alguna manera, hace que mi miembro crezca casi de manera imperceptible en mi mano.
Y sigo masturbándome.
Una pequeña gota viscosa se asoma por la punta de mi pene. Se desliza por el glande y me ayuda en la masturbación. Sé que tiene un nombre específico, pero no recuerdo cual. Solo te recuerdo a ti. Sé que te gustaban los penes, no en el sentido malo de la palabra, no insinúo nada, porque te conozco (o te conocía, a saber ) y sé que el sexo te gustaba. Siempre fuiste bastante ardiente. Siempre fuiste una especie de maestra para mí. Me ayudaste mucho, y digo gracias por ello. No sé qué le encontráis las mujeres a los penes, no les encuentro la gracia, de verdad. Quizá sea mi heterosexualidad la que habla, pero vuestro cuerpo es infinitamente más erótico y precioso que el nuestro. Os prefiero, pero también te prefiero a ti.
Sigo masturbándome, y sigo recordando. Recuerdo tu cuerpo desnudo, tus curvas insinuantes, tus pechos redondeados y tus pezones erectos. Preciosos, no tengo más que añadir. Recuerdo como te sorprendiste la primera vez que te chupe un pezón, tendrías que haber visto tu carita. Estabas hermosa, preciosa, sublime. Recuerdo también tu pubis, con pelusilla, casi recién depilado. Me pediste perdón por no tenerlo totalmente depilado, como yo te conté que me gustaba. Dioses, era y es lo más bonito que he visto en mi vida, no me importaba que no te hubieses depilado, no me importaba nada. Solo tú.
Mi pene esta grueso, bajo las sabanas. El roce con el pantalón del pijama me hace cosquilleos en el glande, provocándome más placer. Mi mano sigue con ese movimiento casi mecánico que tenemos los hombres, es un movimiento prácticamente reflejo. Sigo rememorando, espero que no te importe. Recuerdo tu olor, maravilloso. ¿Te he confesado alguna vez que durante toda la semana que no pudimos vernos, estuve oliendo una chaqueta impregnada con tu olor? Si, lo hice. Qué patético, ¿verdad? Más patético es seguir pensando en ti después de todo. También recuerdo tu sabor. Deliciosa, eras el manjar más exquisito que haya probado en toda mi puñetera vida. Ojala tuviera el sabor de tu coño en la boca por siempre, ojala embotellasen tu elixir. Sería mi única bebida, mi único alimento.
También recuerdo como me rogabas que no te dejase marca alguna. Eso me hace dudar, mi mano duda, mi miembro flaquea un poco al recordar tus palabras. Por unas decimas de segundo me cuestiono el seguir masturbándome o no. Ante la duda, aplico un pequeño "sprint" a mi carrera, aun puedo seguir. Continúo con mi pequeño momento que alberga dolor y placer a cantidades casi idénticas.
Estoy cerca de acabar, noto el cosquilleo que precede a los espasmos propios de un orgasmo. Pero antes de acabar, tengo que confesarte una cosa. No pude llegar al orgasmo contigo no por estar nervioso, si no porque había algo que me lo impedía. Ese algo eras tú. No quiero ni mucho menos echarte las culpas (creo que la culpa fue de los dos, sinceramente), pero todo lo que me dijiste, acerca de no dejarte marcas, de que necesitábamos condón, de tu expresión de "esto está mal" todo eso me hizo daño. No eras mía y no podía pretender que lo fueras, no podía engañarme más. Creo que es normal, creo que tenías razón. Creo que me voy a correr ya.
Mi pene se agita, escupe el semen de manera violenta contra mi pijama. No hay tiempo para el papel, solo hay tiempo para ti y para mí, para el dolor y para el placer. No es mucho lo que escupe, hoy ya me he masturbado más veces, pero es lo suficiente como para manchar el pantalón del pijama. En cuanto a manchas soy muy estricto, pero el dolor (y el placer, no lo olvidemos) que siento al recordarte, después de tanto tiempo, me impide hacer otra cosa que llorar. Lloro, si, y no me avergüenzo al decirlo, pues aquí nadie me conoce. Lloro y maldigo a todo lo que hay, a toda la existencia, a ti, a mí, a él, al destino, a todo lo que hay.
Otra noche pensando en ti, otra noche perdida. Otra noche de insomnia.
[Si lo lees, vuelve a ser la que eras, por favor, no me odies ni te odies a ti misma.]