Inocencia perdida
Yo era una joven virgen de 26 años, educada en un hogar religioso y conservador, pero eso no evitaba que yo sintiera una fuerte atracción por los hombres rudos, hasta que una vez, un obrero fuerte y musculoso..
Soy una mujer de 50 años, felizmente casada y voy a contarles una de mis aventuras de juventud. Crecí en un pueblo pequeño del Estado de México, educada dentro de una familia de origen humilde, religiosa y muy conservadora, por lo que la virginidad era considerada un tesoro y tener amigos (varones) era casi un pecado, pero siempre me las ingenié para tener cerca un buen macho, alguien que me gustara, pues a pesar de mi educación, nunca dejaron de encantarme los hombres bien formados, machos mexicanos, violentos y musculosos. A mis 26 años era una chica delgada, morena clara de senos grandes que a todos encantaban, trabajaba como ingeniero en una empresa grande, con miles de empleados y tuve la fortuna de conocer a Jorge, un obrero que vivía en un pueblo cercano al mío y que estaba como cualquier mujer soñaría: Alto, fuerte, moreno… ¡un ejemplar masculino fenomenal! Con mi amplia experiencia, me hice amiga suya y pronto lo tuve comiendo de mi mano. Nos hicimos muy buenos “amigos”, aunque la verdad por las noches me masturbaba pensando en él, nunca pensé en ir más lejos en la realidad, pues la verdad yo quería llegar virgen al matrimonio, pero con alguien de mayor “clase”.
Mis amigas me envidiaban y yo me daba la gran vida haciéndolas imaginar toda clase de historias, pues él siempre me acompañaba a mi casa aunque yo solía salir muy noche de la oficina.
Aunque pasamos varios momentos felices como buenos amigos, no hubo entre nosotros más que un beso de amigos cada noche que nos despedíamos, él se cansó de pedirme que anduviéramos, pero yo siempre me negué, más por vergüenza con mis padres que por falta de ganas, pues en mi familia no está permitido llevar novios a casa: El que lleves debe ser con quien te cases. Claro que esto no evitaba que en nuestra despedida intercambiáramos miradas coquetas y uno que otro toqueteo travieso. Hay que decir que Jorge tenía novia pero eso no evitaba que la pasáramos bien en días laborales. Un día me dijo: “Me voy a casar, te invito a conocer la casa donde viviré”. Aquella noticia me impactó pero tuve mucha curiosidad por conocer el lugar donde él y su esposa vivirían. Me llevó en su coche ya casi al anochecer, era un paraje solo en medio del campo. Llegamos al lugar y él me invitó a pasar: estábamos solos, los dos lo sabíamos y a mí me mojó las pantaletas la sola idea de saberme sola con él en un lugar alejado de las miradas de los curiosos. Me mostró la sala y el comedor, evitó la recámara. Me invitó un vaso de refresco que tomamos sentados en su sala. Platicamos de todo, de pronto se acercó y me besó en los labios. Me mostré enfadada pero en realidad estaba deseando lanzarme a sus brazos y que me destrozara el himen ahí mismo. Él se enfureció con mi reacción, me levantó por la cintura con sus brazos musculosos y me llevó hasta la recámara, donde me encerró y me dijo que si yo lo quería cancelaría su boda. Me reí y le dije: “Bueno, cancélala”. Él sonrió y me dijo, pero eso tiene un precio…se aproximó a mí, me levantó tomándome por las nalgas pero esta vez no pude más y lo rodeé con las piernas, nos besamos apasionadamente y me tumbó en la cama, en pocos segundos me había quitado las bragas y me besó la vulva, mientras me apretaba fuertemente los senos redondos y plenos. Me dolía pero no hice nada para detenerlo. Pronto vi su dureza a través de su pantalón y no pude más que tocarlo. Me quedé como hipnotizada, nunca había llegada tan lejos con nadie. Torpemente abrí su cremallera y saltó su miembro enorme, mojado y retador, lo tomé con una mano y con la otra le acaricié los testículos. “Despacio”, me dijo, “con cuidado”, estaba muy caliente y mojada y cuando menos lo esperaba me tomó suavemente de la cintura, me dio la vuelta y sentí que me ensartaba como si fuera una mariposa: Grité de dolor y sentí como un hilo de sangre me escurría por las piernas. Él se movía dentro de mí como si fuera un toro embistiéndome: Yo aullaba como una perra y eso lo calentaba más, la vista se me nubló, mientras yo seguía experimentando toda clase de sensaciones nuevas para mí que iban del dolor desgarrador al placer extremo, de pronto un chorro de líquido caliente inundó mi interior y él se desplomó sobre mí. Nos fuimos y me dijo: “Te espero mañana en la fiesta, no faltes”. Los dos nos reímos y nos dimos un último beso. Al otro día estuve en aquella fiesta donde lo miraba entre los invitados, vestida con un profundo escote que sabía que le recordaría lo que sus manos tuvieron la noche anterior. Nunca lo olvidaré.