Inmovilizada

Una chica de la universidad acepta convertirse en la esclava sexual de un desconocido a cambio de una fuerte cantidad de dinero.

INMOVILIZADA

Eran las seis y media de la tarde y Manu se encontraba acostado plácidamente sobre la cama con una muchacha a su lado. La había encontrado en la calle a la salida de una Universidad y le había prometido dinero si hacía lo que él le pidiese en su casa. La muchacha había aceptado. El ofrecimiento de dinero casi nunca fallaba. Cuando era joven solía sorprenderle la facilidad con que se conseguía cualquier cosa sólo con ofrecerlo, pero con sus 43 años estaba más que acostumbrado. Siempre agradecería a su padre la fabulosa fortuna que le legó. No quiso continuar con los negocios de su papi, así que lo vendió todo y con el dinero que obtuvo se metió en negocios turbios. Con la prostitución era con lo que más dinero ganaba, y para qué engañarse, también con lo que más disfrutaba.

Se acercaban las siete de la tarde y tendría que despedir a su compañera antes de que apareciese la puta novata que conoció el día anterior. Así que la hizo vestirse, le pagó y se despidió amablemente de ella, agradeciéndole los favores recibidos y pidiéndole que volviese al día siguiente. La joven se fue encantada a su casa pensando por el camino cuál sería el escondite ideal para su dinero.

No le apetecía moverse de la cama, pero con gusto se tomaría un café. Así que llamó a una de sus criadas con la campanilla que tenía en la mesilla. Al poco rato, apareció una chica de unos 18 años ataviada sólo con un delantal corto de color blanco rodeado de puntillas, dejando al descubierto sus hermosos pechos, pequeños y puntiagudos, y su culito.

-¿Deseaba algo el amo?

-Tráeme un café.

-En seguida, señor.

El café no tardó mucho en llegar. Mientras se lo tomaba, disfrutó de un cigarrillo y del recuerdo la muchacha.

A las siete menos cinco sonó el timbre de la puerta. Era Ruth. Alguien a quien en un principio no pudo ver porque se escondía detrás de la puerta, le abrió. Pasó extrañada y cuando vió a la criada y su atuendo comprendió su actitud.

-¿Es usted la señorita Ruth?

-Sí.

-Venga conmigo, por favor. El señor la está esperando.

El apartamento era enorme. Ocupaba toda la primera planta del edificio. Cruzaron por dos pasillos, pasando por delante de numerosas habitaciones cerradas, hasta que llegaron a una que se encontraba con la puerta entreabierta.

-Pase, por favor. -La criada semidesnuda le indicó con una mano que pasase y ella entró en el dormitorio, tras lo cual, oyó como se cerraba la puerta.

-Buenas tardes, mi buena Ruth. -Manu estaba semitumbado en la cama de matrimonio apoyado en un enorme cojín azul cielo sobre sábanas de satén del mismo color. Estaba completamente desnudo, llamando la atención sobre su musculoso cuerpo y enorme aparato. Estaba depilado, haciendo que su polla pareciese todavía más grande.

-Buenas tardes. –La muchacha estaba realmente preciosa, con su hermoso pelo liso hasta casi la cintura, sin flequillo, y un vestidito corto ajustado en el talle y con vuelo en la falda.

-¿Cuántos años tienes?

-¿Cuántos quiere que tenga? -Contestó astutamente Ruth.

-Quince mejor que dieciseis.

-Entonces tengo catorce.

-Estupendo, pero no te creo. Desnúdate. -Vale, empezaba el juego.

Quitarse el vestido fue algo rápido y como de costumbre, no llevaba bragas. Las playeras salieron sin soltarlas.

-Túmbate en la cama boca arriba, y quédate bien quietecita. -Mientras lo hacía, Manu ya tenía unas cuerdas en la mano. Sin ningún tipo de explicación, comenzó a atarla. Primero la muñeca derecha al cabezal de hierro, después la izquierda; continuó con el tobillo izquierdo al pie de la cama y siguió con el derecho. Ya estaba a su merced aquella zorrilla pelirroja y sin pensarlo dos veces le dio una bofetada con eco.

-Uauuuu! ¿Porqué me pegas?

-Por hablar sin que se te pregunte. Lo acabas de volver a hacer. -Evidentemente le cayeron otras dos bofetadas.

-Quiero que te quede una cosa muy clara. No me gusta la cortesía. Que yo te diga buenas tardes no implica que me tengas que contestar si yo no te lo pido. ¿Lo has entendido bien?

-Sí.

-Sí, señor.

-Sí, señor. -Ruth no sabía qué pensar de todo aquello y la cosa se estaba poniendo demasiado fea para su gusto. Intentó soltarse las muñecas y los tobillos pero era imposible. Sólo consiguió hacerse daño. Se sentía impotente y rabiosa. Si hubiese podido le hubiese escupido y abofeteado a aquel cabrón.

-Al llegar cometiste otro error. Me has mentido. Cuando pregunto algo quiero una respuesta sincera, pero esto lo vas a pagar de otra manera. -Se dio media vuelta y salió de la habitación sin cerrar la puerta. Ruth cada vez estaba más asustada; aquel juego no le gustaba nada, de hecho, no le parecía ningún juego. Todo había tomado un cariz demasiado real, lleno de sentimientos contradictorios y negativos.

Al poco rato llegó con una joven totalmente desnuda. (El también seguía estándolo).

-Ainhoa, ¿Ves a esta jovencita?

-Sí, señor.

-Se ha portado mal y me gustaría que la castigases por mí. ¿Qué te parece si te pones sobre ella y la meas?

-Muy bien, señor. -La chica sonrió maliciosamente y sin pensárselo dos veces subió a la cama, colocó un pie a cada lado de la cintura de Ruth y se agachó. Mancillar a otras le gustaba horrores.

-Ponte a la altura de sus tetas. -La muchacha dio dos pasitos hacia adelante y se situó encima de los pechos de Ruth, se volvió a agachar y respiró hondo aguantando después la respiración, haciendo fuerza. A los pocos segundos de esfuerzo empezó a salir de su delicioso coño depilado un chorro perfecto que caía directamente sobre la cara de la pelirroja. A Ruth le pareció un chorro eterno, no podía respirar mientras caía sobre su cara, porque corría el riesgo de aspirar el pis y si abría la boca se lo tragaría; los ojos le escocían y aunque se sentía más libre si miraba, no quería correr más riesgos, de modo que los mantuvo cuidadosamente cerrados.

-Lo has hecho muy bien, Ainhoa. Ven conmigo que te voy a recompensar. -Y salieron juntos de la habitación dejando a la otra sola y con una desagradable sensación de humedad sucia por toda la cara.

Intentó abrir los ojos, pero todavía le escocían y lloraban. Por efecto de la humedad empezó a picarle la cara, pero no podía rascarse. Tiró de las cuerdas que le aprisionaban las muñecas una y otra vez, pero lo único que consiguió fue herirse. Entonces trató de acercar la cara a uno de sus brazos para limpiarse un poco, y lo logró. Al moverse, sintió que algo le hacía cosquillas a la altura del vientre. Abrió los ojos y vio que Manu había dejado un billete de cinco mil pesetas sobre ella. Sintió una rabia y una impotencia terribles. Aquello era el colmo; era como si hubiese dado por finalizada la sesión y sin embargo no le había soltado, no le dejaba irse. ¿Pasaría algo más después, o ya no volvería y la dejaría allí toda la noche? Ella tenía que volver a casa antes de las doce o se la cargaría. Estaba empezando a ponerse muy nerviosa. Aquello era increíble. Seguro que si lo contaba no le creería nadie. Menudo día de mierda que tenía. Encima sólo le había dejado cinco mil pesetas, que no llegaban ni a propina por las humillaciones recibidas. Manu se enteraría de quién es ella. Aquello no iba a quedar así y ella no era de las que perdonaban, sino más bien todo lo contrario. Algún día se las devolvería todas con creces, vaya que sí. Volvió a tirar de las cuerdas, pero no había manera de soltarlas. Además las heridas que se estaba haciendo en las muñecas empezaban a dolerle bastante. ¿Cómo explicaría esas heridas? Si fuese invierno se podrían esconder, pero era verano, pleno y calurosísimo verano, y la gente se iba a mosquear si aparecía con manga larga. En menudo lío estaba metida.

Por un lado tenía ganas de chillar que le soltasen de una vez, que quería irse a casa, pero por otro, tenía miedo de protestar. Si lo hacía igual significaba otro castigo peculiar del "señor" Manu, y entonces sí que no saldría nunca de aquella maldita casa. Por lo menos no le había vendado los ojos. ¡Joder, menudo consuelo de mierda! ¿Cuánto tiempo llevaría ya allí? Había llegado hacia las siete, así que por lo menos eran ya las ocho o tal vez más tarde. Quizá tuviese suerte y no sólo fuese más temprano, sino que le soltarían pronto. El timbre; estaba sonando el timbre de la puerta. Alguien venía. Aquello podía ser bueno para ella, o malo, o no significar nada en absoluto. Estaría atenta. Sí, parecía que alguien andaba por el pasillo. ¿Quién sería? ¿La soltarían de una vez? Se acercaban, los pasos se acercaban a la habitación. La puerta, estaban abriendo la puerta.

-Hola, Manu. Uy!, ¿y tú quién eres?-Ante ella apareció el hombre más interesante que había visto en su vida. Iba vestido con un niqui negro y unos pantalones vaqueros, ropa que no pegaba mucho con la edad que debía de tener (unos treinta y muchos), pero que a pesar de todo le quedaba maravillosamente, acentuando la sensualidad que reflejaba su astuta y atractiva cara.

-Me llamo Ruth, ¿me podrías soltar, por favor? –El apuesto caballero se le quedó mirando muy interesado ante la situación. Todos los días no se encontraba con una pelirroja preciosa esperándole desnuda e indefensa. Sí, se estaba excitando mucho. Sin mediar palabra se sentó en la cama y miró con sus ojos color miel el cuerpo femenino. Era realmente preciosa. Se la follaría. Miró a los ojos a la pobre chica y le sonrió dulcemente. Acercó sus pequeños labios perfectamente formados a los gruesos que le esperaban y se fundieron en un húmedo beso. Ruth no sabía qué pensar del desconocido. Por un lado, su agradable sonrisa y sus bellas facciones le causaban confianza, pero por otro notaba algo duro en él; quizá fuesen los ojos, esos ojos con forma de media luna, pestañas demasiado grandes para un hombre, párpados pesados; o quizá fuese la nariz, estrecha y pequeña, pero con forma de pico carroñero; o sus pómulos, algo sobresalientes; o sus cejas, demasiado arqueadas. Era realmente atractivo e interesante. ¿Se debía fiar de él? La verdad es que en la situación en que se encontraba no tenía mucho donde elegir, así que optó por disfrutar del apuesto desconocido, y ya vería después qué pasaba. Si se portaba bien con él, lo más probable es que después le soltase, así que se dejó llevar por aquel agradable beso y los que le siguieron.

El hombre se cansó pronto del besuqueo y comenzó a acariciarle los pechos suavemente, con tiempo, empezando por la base y ascendiendo con una habilidad de profesional. Pero al llegar a los pezones se superó a sí mismo. Abrió las palmas de las manos y los masajeó mientras alcanzaba la carnaza de alrededor, haciendo que sus dos tetas se moviesen seductoramente. Después continuó moviéndolos con un dedo cada uno, y cuando estaban como la piedra, los cogió en pinza, los estiró, los pellizcó, los arañó. Ruth estaba orgasmando, gimiendo. No podía más. Le dolían los genitales a rabiar. Necesitaba una confortación rápida ya. El sacó su lengua y avanzó por el vientre hasta su coño, apartó los pelos que le estorbaban y metió su apéndice bucal en la cueva rosada. Una vez dentro paladeó el orgasmo de la joven, aspiró su aroma y una vez satisfecha su curiosidad básica, movió la lengua por las paredes de la vagina de un lado a otro como si quisiese aprendérselo de memoria, palpando un bultito aquí, una rallita allá y luego una profundidad cálida y confortable. Decidió volver a las paredes de aquella rosácea caverna y continuó estudiando su geografía. Ruth estaba a punto de estallar. Aquello era demasiado. Necesitaba algo más, algo más fuerte. Como si le hubiese oído, el extraño retiró su lengua. En su lugar metió dos dedos y los movió con furia dentro y fuera. Por si aquello no fuese suficiente, metió otro dedo más y siguió con el furioso movimiento. La pelirroja ya no gemía, gritaba de placer. Entonces el hombre se aventuró e intentó meter la mano entera. No le costó mucho. Aquel coño estaba ávido por tragar cualquier cosa. Los movimientos vaginales de la muchacha en su puño estaban haciendo correrse al desconocido, que utilizaba la otra mano para masturbarse la verga que asomaba por la cremallera del pantalón. Decidió acompañar el baile con movimientos suaves de su mano hacia un lado y hacia otro, hacia atrás y hacia delante. Los sonidos que emitía Ruth ahora eran guturales, salían del vientre, del coño, del flujo. El placer era insoportable. El hombre estaba encantado con la muchacha. Por su muñeca caían cascadas de orgasmos inundando la sábana.

-¿Qué pasa aquí? -La puerta se acababa de abrir de golpe y Manu estaba de pie en el marco con los brazos cruzados y un traje negro que hacía juego con su lúgubre y enfadada expresión.

-Hola, Manu. ¿Quién es esta preciosidad que tenías aquí escondida?

-Déjala, es mía. ¿A qué has venido?

-A lo de siempre, pero antes voy a soltar a esta chica.

-Ni se te ocurra. Si lo haces no te suministraré más putas. -Como si estuviese sordo, el desconocido empezó a soltarle las muñecas a Ruth.

-Te he dicho que no lo hagas. -El tono de voz era cada vez más alto, pero el hombre continuó desatandole las piernas.

-Vístete, que nos vamos de aquí.

-Javier, te la estás cargando seriamente. Si te la llevas te voy a hundir.

-Manu, cariño, no te sulfures y recuerda que no soy buen enemigo. Hasta luego.

Apartó a Manu de la puerta y dejó sitio para que Ruth pudiese salir. El otro siguió chillando y amenazando a Javier desde la habitación, pero éste siguió haciendo caso omiso y salió con la chica de la casa.

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Autor: Master Zero