Inmoral VI. El final.

No aguanté más y me tiré de rodillas frente a aquella divinidad. Me cosquilleaba todo el cuerpo, disfrutaba nada más con la expectación de que en breve lo tendría entre mis labios. Miré hacia arriba y nuestras miradas se cruzaron.

Despertar entre los brazos de Marina y con el aroma de su cabello envolviéndome izo por un momento que me olvidase de todo lo ocurrido. Fue en el instante de intentar moverme cuando todo lo sucedido el día anterior regresó con fuerza a mi mente. Un dolor sordo en todas las articulaciones de mi cuerpo, un escozor punzante en el muslo y un vacío en la boca del estómago, que no se debía al hambre precisamente.

-¿Cómo amanece mi princesa? -preguntó mi ex, utilizando el apelativo con el que solía llamarme cuando salíamos juntas.

-Horrible, me duelen hasta las pestañas.

Con ayuda logré incorporarme sentándome en el borde de la cama, allí, Marina se encargó de vestirme con ropa suya. Alzar los brazos o llevarlos a mi espalda para abrocharme el sujetador, hubiera sido imposible sin su ayuda.

-Estás llena de hematomas por todo el cuerpo, vaya hostia te diste.

-Tenías que haber visto la pobre Zephir, siniestro total.

-Te llevaré a tu casa y a ver si tu madre te puede cuidar, yo tengo exámenes y me es imposible pedirme el día.

Asentí sin demasiada convicción, en aquel momento ninguna idea me parecía lo suficientemente buena para alegrarme. Me había quedado sin moto, iba a perder el trabajo, me dolía todo el cuerpo y el cachorro…, en el cachorro mejor no pensar.

-*-

-¡Hada!, madre mía, si no te conociera, pensaría que te han entrado a robar en casa.

-Bueno, hace unos días que no ordeno y limpio un poco -“por lo menos desde que vino Virgin a pasar el fin de semana.”, pensé, pero aquello no se lo iba a decir a Marina.

Con un resoplido, mi amiga ordenó un poco el comedor, lo justo para que me pudiera sentar en el sofá y estar mínimamente cómoda, en la larga sesión de televisión que me quedaba por delante.

-Esta tarde me pasaré a ver si necesitas algo, aunque imagino que con tu madre aquí estará todo bajo control.

-Yo seré la que esté bajo control con mi madre aquí -respondí con fastidio por la futura falta de independencia.

-*-

La semana siguiente, fue de las peores que recuerdo. A las dos curas dolorosísimas en dermatología, se sumaron las constantes visitas de mi madre y no sabría decir que era más frustrante; ver como raspaban mis costras hasta que la piel sonrosada volvía a aparecer o acudir resignada al escrutinio de toda mi ropa, mis pocos útiles de limpieza, mi nevera, mis reservas alimenticias…

Que no puedes ir vestida como cuando ibas a la universidad, que ahora eres una profesional, que te tienes que alimentar mejor, que no uses ese detergente para la ropa de color y mil cosas más por el estilo.

Lo gracioso venía cuando acudían amigas a visitarme, entonces les hacía un tercer grado que ni la Gestapo; que si tenían novia o novio, que desde cuando eran amigas mías, que en qué trabajaban, menos mal que por discreción, no les preguntó si se habían ido a la cama conmigo.

La visita más incómoda fue la de Olga, entre ella y mi madre se aliaron para tratarme como si tuviese quince años. No sé cuál de las dos resultaba más condescendiente conmigo.

Intenté buscar en la trabajadora social, trazas de la supuesta atracción hacia mí, que Marina había asegurado percibir. Allí, o yo tenía desenfocado el punto de mira, o lo único que había era un acercamiento ahora que había logrado una posición de superioridad moral frente a mí.

Era una sensación extraña, como si me ofreciera ser mi amiga maternal y yo no pudiera negarme porque ella sabía lo que me convenía y era mucho más lista que yo.

Al menos esa visita me trajo noticias buenas; el bichito, como ella la llamaba, había entrado en el centro de acogida y tan pronto como cumpliera los dieciséis, se iniciaría el proceso de emancipación, aunque ni la fiscal, ni Olga eran muy optimistas al respecto. Pero l lo positivo para mí, fue que Virginia no contó a nadie más aquella historia de que nos habíamos acostado juntas. Eso, unido a mi baja laboral, le había dado una buena excusa a Olga para no pedir mi expulsión. Me estuvo sermoneando toda la tarde, para finalmente, decirme que si todo continuaba así, podría reincorporarme a mi puesto de trabajo, si bien, no me dejaría pasar otra como la de Ricky o la de Virginia.

-*-

Por fin, poco a poco, la movilidad de mis brazos fue mejorando y mi madre fue espaciando sus visitas. Todos los días me traía algo de comer, lo cual era muy de agradecer, pero enseguida se marchaba dejándome cierta intimidad. A pesar del mes que había pasado desde el accidente, aún tenía que ir a curas una vez a la semana y el codo derecho me seguía doliendo cada vez que intentaba hacer algo de fuerza.

Me despedí de mi madre y me dispuse a sentarme a comer cuando sonó el timbre. Imaginé que se le habría olvidado algo, posiblemente las llaves de mi casa, porque si no, no tenía sentido que llamara al timbre.

Abrí la puerta de mi piso, sin molestarme en mirar por la mirilla y el corazón me dio un vuelco involuntario. Tuve que acumular toda la fuerza de voluntad que tenía para poder preguntar:

-¿Qué haces aquí?

-Yo también me alegro de verte, Hada.

-No estoy segura de poder decir lo mismo, Virginia.

-¿Puedo pasar? O me vas a tener en el descansillo -preguntó el cachorro sin perder ese tono de seguridad con el que había empezado la conversación.

Me retiré a un lado y le permití que pasara al interior de mi casa. Ella anduvo despacio observándolo todo a su paso.

-Está todo muy cambiado desde la otra vez que estuve aquí.

-Mi madre, que es una obsesa del orden y la limpieza. ¿Vas a decirme a qué has venido? -pregunté con el tono más impertinente que fui capaz de poner.

Ella se quitó la mochila escolar y la dejó junto al sofá, luego tomó asiento en este y me miró con sus profundos ojos sin decir nada.

-¿Has comido? -pregunté más por romper el silencio que por otra cosa.

-¿Cómo te encuentras?, quería haber venido antes a verte pero ya sabes, con la adaptación al centro y con el nuevo educador social no he tenido mucho tiempo, además… a lo mejor soy muy cría para que seamos amigas….

-Yo flipo, ¿ahora vas de víctima?

-No voy de nada, Hada.

-¿Qué tal con Sergio?, no me dirás que no escogí un educador guapo para sustituirme.

-Bien…, bien, es un buen tío.

-¿Ya te lo has follado? O ahora no te interesa que te acojan… a lo mejor has preferido tirarte a tu tutora del instituto.

El cachorro tensó las mandíbulas haciendo un visible esfuerzo por contener su ira y se alzó situándose a escasos centímetros de mí. Pensé que la bofetada era inevitable, pero entonces ella apartó la mirada y se agachó a recoger su mochila del suelo.

-¿Dónde te crees que vas? -grité cuando se dirigía con paso calmado hacia la puerta de salida.

Virgin no respondió y abrió la puerta. En dos zancadas, agudizando el dolor de mi pierna, me encontré junto a ella y la agarré con fuerza. Nuestras miradas se enfrentaron en una muda lucha por lograr una superioridad que era absurda.

No sabía si cabrearme y comenzar a gritar o echarme a llorar y abrazarla. Todo era confuso, en mi cabeza, mil ideas giraban a toda velocidad sin permitirme agarrarme a alguna como un chaleco salvavidas. Sería tan sencillo odiarla, dejar que se marchase y hacer mi vida sin ella, ignorarla, pero todos aquellos pensamientos se disipaban tan rápido como acudían a mi mente.

-¿Por qué, Hada?, ¿por qué me rechazas?, vale que estuvieses herida, pero hasta el último momento tuve la esperanza de que vinieses tú para llevarme al centro de acogida. Al menos… una despedida en condiciones.

La hice pasar de nuevo a mi casa y cerré la puerta, no era cuestión de que los vecinos fisgonearan.

-Mira, no estoy de muy buen humor, bastante cabreada estoy contigo, como para que ahora me vengas tú con reproches. Se puede saber ¿por qué coño le dijiste a Olga que nos habíamos acostado?, ¿qué eres, la graciosilla que va de lista por la vida?

Virginia se quedó mirándome en silencio como si estuviera meditando en alguna cosa. Finalmente se sentó en el sofá y palmeó a su lado para que la acompañara.

Sin estar completamente convencida me senté en el otro extremo del sofá, lo más alejada posible de ella.

-Cuando… cuando… apareciste en mi vida todo era… una mierda. Lo había perdido todo y no sabía cómo iban a ser las cosas, solo sabía que tenía que seguir adelante, como lo había hecho los otros años.

Aquel discurso me sonaba a aprendido, Virgin miraba fijamente la pantalla apagada del televisor como si allí estuviese escrito su discurso. Posiblemente no se atreviera a mirarme a los ojos.

-Luego llegaste tú, y al principio no tenía muy claro para que servías…, es decir que no sabía si eras buena o qué. Lo examinaste todo, poniendo nota a cuanto hacía.

-Bueno, no todos los chicos son como tú.

-Eso pensé. En el instituto y en el centro de acogida, hay chicos que se habrían dedicado a montar fiestas en el piso y a gastarse todo el dinero de la cuenta corriente en tonterías.

Entonces, el cachorro giró lentamente y me miró con una ternura que hizo que mi corazón diera un respingo.

-Luego…, aquel día… llegaste y me hiciste el desayuno. Fue raro, sentí un montón de cosas que nunca había sentido. Me abrazaste y te abracé y tuve todo el día un cosquilleo en el estómago que nunca antes había tenido.

Involuntariamente me incliné acercando mi cuerpo al del cachorro, que continuaba mirándome fijamente sin percatarse de nada más.

-No soy tonta ¿sabes?, no habré salido con muchos chicos, pero sabía que significaba todo aquello. Cada vez que me iba a la cama, soñaba con despertar y verte, en la cocina,  de espaldas exprimiendo naranjas.

Una angustia creciente fue atenazando mi estómago. Un terrible miedo comenzó a apoderarse de mí. “¿Hada, es posible que hayas vuelto a meter la pata hasta el fondo?”, me recriminé en silencio.

-Tenía dudas y mucho miedo a tu rechazo. Busqué información y lo primero que encontré en internet, me quitó las ganas de mujeres casi para siempre. Rubias siliconadas, metiéndose todo tipo de consoladores y con caras de…, puaj.

Aquella salida, alejó momentáneamente los miedos que había comenzado a tener y me despertó una gran ternura. No pude evitar acercarme más al cachorro y estrecharla entre mis brazos. Ella, cómo si hubiese estado esperando aquel momento desde el comienzo, se recostó en mi hombro, dejándose achuchar como un gatito mimoso. Estuvimos así varios minutos hasta que al fin, retomó su historia.

-Como en internet, todo era pornografía o relatos y poemas muy rosas, decidí acudir a alguien que me pudiera orientar en primera persona.

-¿Lo analizas siempre todo tanto?

-Pues…, era una decisión importante y no quería que pensases que era tonta y estaba confundida.

-¿Y a quién le preguntaste?

-Hay una chica en segundo de bachillerato, tiene dieciocho años y siempre se ha dicho de ella que es torti.

Le di al cachorro un suave golpe en la cabeza, no me molestaba bollo si lo decían con respeto, pero tortillera era algo que me resultaba muy despectivo.

-Perdón, lesbiana. Me costó mucho tener el valor de acercarme a ella un día después de clases.

-¿Y qué ibas a hacer?, ¿pasarle un test de lesbianismo?

-No tenía muy claro que quería de ella, de entrada ni siquiera sabía si realmente le gustaban las chicas. Al final resultó ser una tía muy maja, una empollona un poco estirada pero no me trató como si fuese gilipollas.

-¿Y qué te contó?

-La invité a una cola y estuvimos hablando un buen rato. Según ella no hay ninguna diferencia entre salir con un chico o con una chica, la única está en con quien sientes las mariposas en el estómago.

-¿Y cómo se llama esa amiga tuya?

-¿Por qué?

-Bueno, parece simpática y desde que rechacé a una pequeña morena, estoy libre y sin compromiso.

Aquella broma hizo que Virgin me golpeara el estómago juguetonamente. No sabía en qué instante exacto, mi ira y mi rencor se habían transformado, pero volvía a querer a aquella chiquilla tanto como la última vez que la había visto.

-Le pregunté por mis mayores dudas… en lo sexual, internet me había creado más preguntas que respuestas. No creía en serio que hubiera que tener un pene de goma enorme atado a la cintura, pero tampoco lo tenía claro.

-Ja, ja, ja, ja, créeme que nada de eso es necesario, aunque bueno, siempre hay gente muy juguetona.

-Irene me dijo que la mejor manera de explicármelo era yendo a mi casa, ella no tenía novia y dijo que yo le parecía mona. Uf, en aquel momento me tembló todo, estaba nerviosísima y estuve a punto de salir corriendo de la cafetería.

-Oye, esa amiga tuya está empezando a gustarme mucho. Una tía con las cosas claras-revolví la corta melenita de Virginia para infundirle un poco de confianza-. Continúa.

-Aunque tenía miedo, Irene parecía alguien que tuviera las cosas muy claras y yo no tenía nada que perder. Me armé de valor y la invité a mi casa.

-¡Virgin!, estás hecha una pendona.

-¡Oye!, que Sergio me ha dicho que eres la más ligona de la ciudad.

Esperaba que esa última frase no significase que también se lo había contado a mi compañero.

-¿Y qué tal fue? -pregunté comenzando a acariciar los hombros de mi cachorro.

-Tenía mucho miedo, pensaba que me iba a llevar al dormitorio y a desnudarme, pero fue todo muy bien. Tomamos otra coca-cola y me tomó de la mano, acariciándome la palma con su dedo. La verdad que cuando me quise dar cuenta de lo que estaba pasando, estábamos las dos desnudas y yo tenía su boca en mi… fue dulce y muy generosa.

-Uf, ahora sí que tengo ganas de conocer a esa tal Irene.

-Aquello estuvo bien, pero que muy bien. Al principio veía a Irene por los pasillos, y si ella me sonreía o me saludaba, mil hormigas correteaban por mi cuerpo. Pensé que tal vez me habría enamorado de ella.

-Fue tu primera vez, es un recuerdo muy bonito y muy importante -sentí una punzada de celos al escuchar aquellas palabras sobre la compañera de Virginia.

-Me di cuenta de a quien quería de verdad, cuando me invitaste a pasar aquel sábado en tu casa. Estuve súper nerviosa. Todo el rato pensaba en a qué sabrían tus labios, tu piel, tu…

Tuve que morderme el labio para contener las emociones que me embargaban. Aquella chiquilla iba a lograr que me pusiera a llorar de emoción. Eran las palabras más bonitas y más sinceras que me habían dicho nunca. La sombra de Olga cruzó por delante de mi felicidad, ¿por qué contárselo a ella?, ¿realmente había perseguido que la acogiera?

-Cuando te besé y me correspondiste, fue como si todo lo malo se fuera. Iba a tener a alguien a mi lado, iba a tener un hogar que compartir con la tía más guay del mundo. Pero a medida que iba pensando en todas esas cosas, también me iba calentando más y más, deseando a toda costa tocar tu piel, sentir tu cuerpo. Como una niña tonta, pensaba que nunca me abandonarías, que siempre estarías a mi lado. Entonces saliste corriendo hacia el baño y todo se derrumbó. ¿No era suficiente mente mujer para ti?, ¿no besaba bien? Se me habían abierto las puertas del cielo y de un portazo me las habían cerrado.

-Yo…, yo…

-No digas nada. De camino a casa, en el taxi, tuve mucho tiempo de pensar. Tal vez lo mejor fuese irme al centro de acogida e intentarlo con más calma, sin que fueses mi tutora legal. Ser tan solo no… novias… bueno… si tú… ya sabes… si tú… quisieras…

El cachorro enrojeció hasta la raíz del pelo al decir aquellas palabras.

-Analicé todas las posibilidades y tomé la decisión de ir al centro hasta que me permitieran vivir sola. No iba a ser muy agradable, pero sentía que volvía a estar sola, los días pasaban y tú no me llamabas.

-Estaba… estaba esperando a tener buenas noticias y así hacer las paces.

-Cuando vino a verme Olga, estuvimos hablando de muchas cosas como contigo. Le pregunté mucho por la emancipación, si gestionaría yo mi dinero, si podría seguir estudiando, también le pregunté qué pasaría si deseaba vivir junto a alguien, como pareja y si ese alguien era mayor de edad. Ella me puso muy negro lo de la emancipación y yo tonta de mí pensé que…

-Continúa, por favor -interrumpí, antes de que se le ocurriera detenerse.

-Me explicó, que cuando estuviera emancipada podía mantener relaciones con quien quisiera. Si aún no tenía los dieciséis o si no estaba autorizada, solo podría vivir con alguien si mi tutor legal lo autorizaba o si me casaba y conseguía la independencia matrimonial.

-Tendrías jodido que te autorizaran a casarte antes de los dieciocho años, mucha responsabilidad para tu tutor y para el juez.

-Eso me dijo ella. Entonces le dije que si con quien conviviese fuese mi tutor qué pasaría.

-Olga me dijo que en aquel momento tú eras mi tutora y el cambio de tutor lo tendría que autorizar el juez, por lo que debería ser alguien que cumpliese todos los requisitos. Pensaba que no me querías volver a ver, pero deseaba tanto despertarme algún día y volverte a ver allí que no sabía bien que decía.

-Lo siento peque, he sido tan tonta -respondí abrazándola con más fuerza.

-Me preguntó si tenía a alguien y yo le conté que de momento no, porque habíamos discutido, pero que esperaba de todo corazón poderlo solucionar y que cuando lo hiciera, saldría del centro y me iría a vivir junto a esa persona. Fui tan estúpida, tenía tantos pájaros en la cabeza.

-No te culpes cariño -dije sin pensar muy bien en lo que decía, pero me salió de lo más hondo.

Ella se arrebujó más en i costado y continuó hablando.

-Olga me preguntó cuántos años tenía esa pareja, si trabajaba, si tenía estudios y todas esas cosas típicas. Se me ocurrió preguntarle si sería un problema para el juez que esa persona fuera chica, he leído que hay gente muy homófoga.

-¡Virgin!

-Entonces ella comenzó a preguntarme con más insistencia, si me había acostado con ella, que cuándo la había conocido y al final me dijo que comprendía que una chica sola, confundiese sus sentimientos hacia su tutora legal. Que no era la primera que se sentía atraída por quien le suponía una tabla de salvación y cosas de ese estilo.

-¡Será mala puta!

-Terminó diciéndome, que tú eras como una adolescente más y encima muy guapa, pero que podría estar confundiendo mis sentimientos. Tan solo esperaba que no me hubieses forzado y que hubiera sido todo consentido. Yo le aseguré que estaba enamorada de ti y que tú jamás me forzarías a nada.

-¡Hija de la gran puta!

-Tranqui, Hada, fue muy simpática y comprensiva. Me preguntó que por qué habíamos discutido y yo, tonta de mí confié en ella y se lo conté. Me dijo que hablaría contigo para intentar solucionarlo todo, pero que yo no esperase vivir contigo, que debía ir al centro de acogida hasta que el juez estudiara los papeles de emancipación Me dio un abrazo y me dijo que las discusiones de pareja son pasajeras y que lo solucionaríamos.

.Sí, claro, haciéndome creer que tú lo único que buscabas era que te acogiera en mi casa y por eso te habías acostado conmigo.

-¿Eso te dijo? -preguntó el cachorro incorporándose bruscamente y con las lágrimas amenazando con desbordar su párpado inferior-. ¿Y la creíste?

-Yo… -de nuevo aquella enana volvía a ganarme la partida.

-¿Pensaste de mí que era una puta que me vendería por no ir al centro?

Tuve que sujetarle las manos con fuerza porque intuía sus ansias por atizarme.

-¿Que haría el amor contigo por una cama y un plato de comida?, ¿eso es lo que piensas de mí?, he estado mucho tiempo sola como para vender mi cuerpo y mis sentimientos por eso.

Parecía fuera de sí, forcejeando con todas sus fuerzas por desembarazarse de la tenaza que hacía sobre sus muñecas, pero yo era muchísimo más fuere que ella. No lo vi venir, desesperada e iracunda como estaba, no se le ocurrió otra manera de defender su honestidad que atizándome un terrible cabezazo en la nariz. Por Dios que aquella niña tenía ovarios.

-¡Hostia puta!, ¡serás salvaje!

-¡Salvaje puede pero puta no!

Me dolía la nariz muchísimo y comencé a sentir el sabor metálico de la sangre en el paladar. Mierda, mierda y mil veces mierda, vaya manera de hacer las paces.

Corrí al baño con el cachorro pisándome los talones, no pensaba que fuera a continuar con su ataque físico pero por si acaso mientras me taponaba la nariz con papel higiénico, la sujeté con mi mano libre.

-Suéltame, que no te voy a hacer nada, una tía de metro setenta y mucho teniendo miedo de una chiquitaja como yo…

-¿Chiquitaja?, si casi me rompes la nariz, ¿cómo voy a ligar yo con la nariz rota?

-A mí me seguirías gustando aun con la nariz rota.

La abracé y nos sentamos en el borde de la bañera. Durante un buen rato le estuve contando la historia de Ricky y el porqué no había confiado en ella cuando la zorra de Olga me contó aquel cuento, que a medias había deducido y a medias se había inventado. El cachorro, tras escuchar toda mi historia, se arrodilló entre mis piernas y se abrazó a mi cintura, apoyando su cabeza en mi tripa. Regresó aquella oleada de calorcillo que hacía que me faltase la respiración. “Hada, la más ligona del lugar, la eterna soltera, a punto de caer en las garras de un cachorrito de quince años.”, por más sermones que me diera a mí misma, sabía en lo más profundo de mi corazón, que aquella niña no volvería a salir de mi casa, ni de mi vida. Ya la había perdido una vez y no volvería a cometer el mismo error.

Se levantó del suelo mirándome con toda la ternura de aquellos ojos enormes. Me tendió la mano y yo la acepté sin dudarlo ni un segundo, confiaba en ella y me dejaría hacer por una vez en mi vida no quería huir.

La seguí por el pasillo como un perrito a su dueño, hasta que llegamos a mi dormitorio. Me quité el tapón que había hecho para cortar la hemorragia, comprobando que ya no salía sangre.

-¿Sabes que significa ese cabezazo? -preguntó con solemnidad.

Sonreí y asentí con la cabeza, conocía perfectamente la respuesta a aquella pregunta:

-Que te quieres y que… me… quieres…

-Te quiero -susurró sobre mis labios antes de besarlos con ternura.

Tanto tiempo esperando aquel momento, que no fui capaz de mantener la calma. Presioné insistentemente con mi lengua hasta que el cachorro perdió la iniciativa y derrotada, se limitó a permitirme el paso.

Sentí la punta de su lengua golpear contra la mía y un sinfín de hormigas comenzaron a corretear por todo mi cuerpo.

Lamí sus labios y perfilé sus pequeños dientes. Ella succionó y mordisqueó mi labio inferior, demostrándome que estaba hecha toda una experta. Divina Irene que le había enseñado muy bien, a ver que más le había enseñado.

Solo con el calor de aquella boca en mis labios y mi lengua ya tenía más que suficiente, pero el cachorro despertó mis más bajos instintos cuando abandonó mi boca y descendió hasta mi cuello. Se había sentado a horcajadas sobre mis rodillas, y al tiempo que mordisqueaba mi cuello y lamía el lóbulo de mi oreja, aferraba mi sudadera del borde inferior comenzando a alzarla.

No tardé en estar completamente desnuda de cintura para arriba, ya que estando sola en casa no había visto la necesidad de ponerme sujetador. Mientras su boca descendía de mi cuello a mis clavículas, mis manos se apoderaron de aquel culito respingón que me despertaba tanta ternura como excitación.

Las hormigas se iban chamuscando, y el cosquilleo dejaba paso a un calor abrasador que a duras penas me dejaba el suficiente sentido común como para ir con calma y no tirarme sobre el cachorro como una loba en celo.

Si yo intentaba, con dificultad, controlar mis instintos, no parecía que pasara igual con Virginia. Me empujó con fuerza de los hombros, recostándome sobre la cama y se quitó su suéter, con un movimiento brusco. Llevaba un sujetador morado, de los que se había comprado conmigo y me pareció la chica más guapa del mundo, con aquel cuerpecito y aquella mirada entre desafiante y tierna.

Se llevó las manos a la espalda y poco después, los tirantes del sostén comenzaban a deslizarse por sus brazos, permitiendo que viera aquellas dos preciosidades, que parecían demasiado grandes y redondas para el menudo cuerpo.

Se fue inclinando con cuidado. Tomó mis tetas en sus manos y las centró con las suyas propias para que nuestros pezones se rozaran. Nuevamente agradecí internamente a Irene por sus enseñanzas, aunque no debía subestimar al cachorro. Luego le preguntaría qué era de su propia cosecha y qué de los aprendizajes de Irene.

Nuestros pechos se frotaron y nuestras bocas se volvieron a buscar devorándose más que besándose.

El cachorro movía violentamente su pubis contra el mío haciendo que me clavara la cremallera del vaquero, pero sus ansias eran tantas que le permití que continuara un poco más, verla tan fogosa, despertaba tanto placer en mí, como el que ella misma me daba con sus caricias y su boca.

A tientas, busqué el botón de sus pantalones y logré desabrochárselos.

Virgin se puso de pie y tras quitarse los zapatos con sendos puntapiés, comenzó a deslizar el tejano por sus caderas. Yo no perdí el tiempo y comencé a imitarla.

-¡Quieta! .ordené cuando se disponía a tirar del elástico de sus braguitas moradas. No sabía si había venido con intención de que pasara aquello, pero me ponía a mil una chica en conjunto de ropa interior. Verla con aquellas tetas preciosas y con aquella braguita introduciéndose entre sus labios fue la imagen más bonita que pudiera imaginar.

Terminé de quitarme mis propias bragas y no pude evitar llevar los dedos a mi vulva. Dios, aquella niña era preciosa.

-¡Oye!, ¿eso no lo debería hacer yo?

-Tal vez, pero es que mirarte es… uf… es…

Rio alborozada y sus mejillas comenzaron a teñirse de un rojo intenso. Giró sobre sí misma como toda una stripper profesional, permitiéndome ver el movimiento sensual de su culito. Entonces sí aferró el elástico de su braguita y comenzó a deslizarla muslos abajo, permitiendo que viera la profunda gruta que separaba sus redondeados glúteos. Fue agachándose provocativamente hasta que sus manos coincidieron con sus tobillos y su trasero se ofrecía impúdicamente. Cuando ya pensaba que no resistiría las ganas de arrodillarme e hincar mi cara entre aquellos mofletes, Virgin se incorporó y fue girando lentamente.

Estaba ansiosa por ver su entrepierna, tenía tantas ganas de tocarla, de saborearla, de sentirla, que quería tenerla ya junto a mí. Por fin detuvo el movimiento de sus caderas y observé maravillada aquel pubis recortadito y la cosa monstruosa que asomaba en la unión de los labios mayores. Había oído a alguna amiga hablar de aquellos clítoris, pero siempre pensé que eran mitos o leyendas urbanas.

Si las tetas del cachorro eran tremendas con respecto a su pequeño cuerpo, aquel clítoris era demencial, comencé a salivar solo de pensar en posar mis labios sobre él, y sobre todo me consumía el deseo de ver al cachorro retorcerse de placer. Todo el mundo decía que tenía dedos de pianista, por lo largos que eran, pues juraría que aquel clítoris tenía la mitad de la longitud de mi dedo índice. Asomaba desafiante enhiesto como si me gritase a pleno pulmón: Soy para ti.

No aguanté más y me tiré de rodillas frente a aquella divinidad. Me cosquilleaba todo el cuerpo, disfrutaba nada más con la expectación de que en breve lo tendría entre mis labios. Miré hacia arriba y nuestras miradas se cruzaron.

Mi cuerpo se aflojó por completo, y casi tengo un orgasmo, cuando la mano de virgin se posó sobre mi cabeza, comenzando a empujar hacia su entrepierna. Esa decisión por su parte y mi confianza en ella me proporcionó un placer nuevo que nunca había experimentado. Siempre solía ser yo quien marcara la pauta y lo cierto es que dejarse llevar era una pasada.

Obedecí entusiasmada entreabriendo los labios y dejando que el cachorro, mejor dicho, la loba, me acercase hasta su hinchadísimo clítoris.

El primer roce con mi labio inferior, provocó un estremecimiento de sus muslos y un impulso por mi parte de estirar los brazos y aferrarme a aquellas caderas. Saqué mi lengua de su escondite y lamí suavemente aquella enormidad, mis manos amasaban las nalgas, provocando entre ambas acciones, los primeros jadeos de Virgin.

Me lo introduje por completo en la boca, succionándolo desde la base y lamiendo su longitud en el interior de mi boca. Virgin arreció en sus jadeos y ayudada por mis manos, comenzó a embestir mi boca con sus caderas, como si quisiera follarme la boca con su clítoris. Había temido producirle alguna molestia con aquellos chupetones tan intensos, pero ella estaba disfrutando como una enana.

Llevé mi mano derecha entre sus muslos retrasándola hasta comenzar una lenta caricia desde la rabadilla hasta su vulva. Con suma delicadeza y sin cesar en mis caricias linguales a su clítoris, comencé a introducir un dedo en su interior. Entró sorprendentemente fácil, verla así de lubricada me hinchó el pecho de orgullo.

Continué profundizando en su vagina sin detectar la fina membrana que esperaba encontrar allí dentro y que el hecho de no hallarla, me produjo una gran tranquilidad.

La mano que reposaba sobre mi cabeza, se crispó enredando los dedos entre mis rastas. Sus caderas empujaron con fuerza hacia mi boca tensándose con fuerza. Un gritito como el de un gatito fue la última constatación de que había logrado que mi querido cachorro llegase al orgasmo.

Retiré mi dedo de su interior y repasé con mi lengua sus labios mayores saboreando la melaza de su intimidad.

-*-

Me desperté con más sueño del que me había acostado, debía hacer cuanto estuviera en mi mano para relajarme pero los nervios atenazaban mi estómago. Anduve hasta la cocina y la imagen que más me podía relajar en la vida estaba allí ante mis ojos. La mujer más guapa del mundo, ataviada tan solo con un delantal, exprimía naranjas en pleno octubre para mí.

Me acerqué sigilosa y le rodeé el talle con un brazo mientras con la otra mano acomodaba su larga cabellera rubia sobre uno de sus hombros. Acerqué mi nariz al lacio cabello e inhalé profundamente embriagándome con su aroma.

Arrimé mi boca a su oreja y lamí con deleite, bajé por su nuca, sorteando el lazo del delantal y continuando por su columna vertebral. Mi lengua fue delineando cada vértebra en un camino que había recorrido mil veces y que no me cansaba de recorrer. Fui arrodillándome para acomodarme.

Llegué al lazo que aferraba el delantal a su cintura y con mis dientes, tironeé de una de las puntas para deshacer el nudo.

Continué bajando, acariciando apenas con la punta de mi lengua, las crestas del profundo valle que separaba sus nalgas.

Ayudada con mis manos, separé aquellos glúteos e hinqué mi boca en aquella carne que olía tan profundamente a ella. Pasé mi lengua por el fondo de aquel surco, primero de arriba abajo y luego en sentido inverso. Alcancé el prieto esfínter y lo lamí con fruición para pasar a puntear su oquedad como sabía que le volvía loca. Saber que tras tantas mujeres, yo había sido la única en hacerla disfrutar con aquello me llenaba de un tonto orgullo que no podía disimular en mi corazón, cada vez que me emocionaba al saborear aquella parte tan íntima de su anatomía.

Alargué una mano hasta introducirla bajo el delantal y alcancé su humedad, comenzando a estimular su duro clítoris. No tardé en escuchar cómo el exprimidor se detenía y cómo la espalda se arqueaba ofreciéndome un mejor acceso a su culito. Comencé a succionar el esfínter mientras incrementaba la velocidad con la que friccionaba su perlita. El profundo gemido que estaba esperando no tardó en escucharse, llegando a mis oídos como música celestial.

Me levanté admirando aquel rostro arrebolado casi apoyado sobre el banco de la cocina.

-No deberías haber hecho eso. Tienes que estar tranquila y concentrada -dijo con una sonrisa boba que desmentía sus palabras.

-Y qué mejor manera de ir contenta al examen de conducir que con un buen desayuno, zumo, tostadas y culito -dije dando un cachete cariñoso en su nalga-. Además, lo tengo todo muy estudiado, fijo que apruebo.

Ella se giró encarándome con sus ojos claros:

-Cachorro, ¿sabes que te quiero?

-Después de lo que te acabo de hacer, esas palabras pierden credibilidad -dije sacándole la lengua.

-Enana, si acabas lo que has empezado, te puedo decir que te amo como a nadie en el mundo.

-¿A sí? Y yo ¿qué recibiré a cambio?

-¿Te parece poco toda una declaración de amor? -dijo y me dio un pico en los labios.

-Hada, cariño, hace seis meses que estoy esperando otra declaración.

Arqueó las cejas interrogativamente y a mí me entró la risa tonta.

-¿Me estás diciendo que quieres que te pida lo que creo que quieres que te pida?

-Vaya fluidez de palabra. Te estoy diciendo que si tú me amas más que a nada en el mundo, yo te quiero aún más, porque desde hace seis meses que cumplí los dieciocho, quiero ser completamente tuya.

-Qui… quieres… que tú y yo…

-Te pones muy guapa cuando te pones nerviosa. Estaba esperando que dieras tú el paso, pero me parece que voy a ser yo.

Me acerqué hasta que mi cuerpo se aplastó contra el delantal y la agarré con fuerza de la cintura, acercando mis labios a los suyos y deteniéndome antes de que se tocasen:

-¿Quieres casarte conmigo?

Aquella sonrisa que me enamoraba y sus brazos en mi nuca, fue toda la respuesta que necesitaba. Nuestras bocas se saborearon con el mismo amor que hacía tres años y con el mismo, estaba segura, que dentro de treinta más.

Me gustaría agradecer de todo corazón a quien ha comentado sus impresiones sobre la historia:

Melosa: Si no sueles comentar me siento muy dichosa.

HombreFX: Gracias por tus comentarios.

Scorpio: Gracias por tu concreción.

Ibero54: Muchísimas gracias por tus halagos.

Laura: Muchas gracias por leer y por tus palabras.

Ayhoria: Muchas gracias por todas tus observaciones.

Amantefilial: Muchas gracias por tus palabras.

Marian: Gracias por leer y comentar.

Laysca: Muchas gracias y besos para ti también.

Rocio: Gracias por tus observaciones.

Martha4: Muchas gracias y abrazos para ti también.

Lizzy25: No sabes lo dentro que me llegaron tus palabras.

Aleliel: Gracias por manifestar tu sensibilidad con el relato, me hace muy feliz que te llegase muy al fondo. Da gusto escribir estas ideas cuando hay ánimos como los tuyos.

Juli: Qué decir de ti, has sido una compañía inestimable en este viaje. Además de ser difícil de impresionar, siempre ibas un paso más allá que la historia, un besazo.