Inmoral V.

-Madre mía, con el casco y en bragas estabas desastrosa pero ahora estás peor, vaya cara.

La aguja del velocímetro marcaba ciento veinte kilómetros por hora cuando giré el puño del acelerador a fondo. Dos horas haciendo pesas en el gimnasio no habían sido suficientes para descargar la rabia y frustración que me consumían. Solo había otra opción antes de terminar bebiendo gin-tonics y escuchando Alanis Morissette; volar sobre el asfalto intentando que los problemas quedasen atrás.

Me pegué más al depósito, intentando que las ráfagas de aire, que a esa velocidad eran fortísimas, no me desestabilizasen. La autopista estaba bastante vacía y me permitía acelerar más y más sin preocuparme de las consecuencias. Había pensado, por un breve instante, acudir al instituto de Virginia, pero dudaba de mi autocontrol y no quería complicar la ya de por sí difícil situación.

Aquel par de ojos inocentes volvió a mi mente. “Inocentes no.”, me dije reflexionando en lo ocurrido aquella misma mañana. Una furgoneta de reparto se incorporó a la autopista pocos metros por delante de mí, cerrándome, entre ella y un gran camión,  la posibilidad de cambiar de carril. Un pánico helado me atenazó el corazón, no podía ser real, aquello no podía estar pasando.

Si frenaba a fondo la caída sería segura, con la altísima probabilidad de que alguno de los coches que venían por detrás me arroyara. La camioneta de reparto parecía circular a cámara lenta, como si jamás fuese a terminar de adelantar al enorme camión, que a medida que me acercaba parecía más mastodóntico.

-*-

Cinco HORAS ANTES

Desde el sábado de madrugada, en que Virginia abandonó mi casa, la semana había sido durísima. A la acumulación de trabajo, se sumaba el hecho de que no supiera nada del cachorro ni de Olga. Esperaba tener buenas noticias de esta última y con ellas poder hacer las paces con Virginia. No era cobardía, tan solo que deseaba verla feliz y vernos, para discutir de lo que había pasado, no parecía la mejor opción.

A las ocho de la mañana me había llegado un whatsapp de Olga, en el que me pedía que fuese a su despacho aquella misma mañana. Me había vestido con lo primero que pillé y justo una hora después me encontraba frente a su puerta.

-¿Se puede? –pregunté abriendo la puerta un par de dedos.

-Pase señorita Martínez –dijo Olga con su acostumbrado tono mordaz-. Estoy tomando café, ¿quiere uno?

Negué con la cabeza y me senté en una de las sillas que había frente a la trabajadora social.

-Ayer pasé la tarde con Virginia. Ya sabes que aunque haya pocas posibilidades de la emancipación legal, lo voy a intentar. Pero que conste que lo hago por ella no por ti.

-Gracias –dije en un susurro.

-Por supuesto, deberá ir temporalmente al centro, salvo que algún adulto la acoja mientras se lleva a cabo todo el proceso y se va acercando su cumpleaños. Ya sabes, luego los psicólogos, la fiscal, el juez, etcétera, etcétera.

-Olga, no es por nada, pero todo eso ya lo sé.

-Bien, tan solo quería asentar conceptos –dijo y dio un largo trago a su café-. Sabes que cuando pasó todo lo de Ricardo Montoya, te ayudé aunque no estuviese de acuerdo contigo.

-No sé a qué viene eso ahora.

-Déjame que me explique y me entenderás. Puedo comprender que alguien con buena fe sea tonta. Puedo entender que para un joven huérfano el centro de acogida no sea la mejor solución. Comparto contigo, que los adolescentes que afrontan y superan situaciones muy complejas, son de admirar.

-¿Puedes abreviar?, por favor.

-Vale, vale, pero necesito poner en orden ciertas ideas. Verás, tú, pecaste de tonta cuando acogiste a Montoya. Sí, él parecía un chaval encantador, buenas notas, responsable, intentando salir adelante con todo en su contra.

-Olga, las dos sabemos cómo terminó aquello. Me utilizó, me engañó y casi termina con mi carrera.

-Tuviste mucha suerte de que la policía estuviera tras el camello que le pasó los cien gramos de coca al chico. De lo contrario, habría sido muy comprometedor, ser tutora de un menor y tener esa cantidad en un armario de tu piso.

-¿Qué pretendes?, ¿meter el dedo en la llaga? Ya me destrozó bastante él, diciendo que la coca era mía y que yo la vendía entre sus amigos.

-Hada, siento si no soy la simpatía personificada, pero hay cosas que están por encima de los miramientos.

-Sigue.

-Si Ricardo fue capaz de engatusarte para que lo acogieras, en contra de la opinión de todos los técnicos, ¿de qué será capaz Virginia metiéndose en tu cama?

-No sé de qué me hablas –dije sintiendo como un sudor helado recorría mi espalda.

-Vamos, Hada, que no nací ayer. La chiquilla está convencida de que si te enamoras de ella, no irá al centro de acogida y vivirá contigo.

-No…, yo no….

-Hada, mantener relaciones sexuales con una menor es muy grave.

-No…, no…, yo… -era incapaz de articular palabra y aunque lo hubiese sido, no sabía que decir. Gruesas lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, mientras todo mi mundo se desmoronaba a mi alrededor.

-Debería poner el grito en el cielo, acusarte formalmente de acoso, pero anoche tuve mucho tiempo para pensar detenidamente.

-Olga, te lo juro, no me he acostado con ella.

-Vale, no sé si han sido solo besos, tonteos o si habéis hecho un sesentainueve. Ahora lo que más me importa, es que otro niño te ha vuelto a tomar el pelo. Hada, no tengo nada personal en tu contra, te lo aseguro, pero no puedo seguir confiando en ti.

-Olga, por favor… -no sabía que decir, solo tenía ganas de salir corriendo de allí y desaparecer en algún sitio muy lejano.

Entonces ocurrió algo que no hubiese imaginado ni en mil años. Olga se levantó de su sillón, y dando la vuelta a la mesa se detuvo junto a mí. Tomó mi cabeza entre sus manos y la apoyó contra su pecho.

-Estoy segura de que podremos solucionar esto como personas adultas –dijo en voz suave mientras acunaba mi cabeza y permitía que llorase contra su americana de firma.

Estuve un buen rato así, sin saber si el tiempo seguía corriendo o si se había detenido. Las sienes me zumbaban y el rostro me ardía como si estuviese al rojo vivo.

-No la acosé, tal vez tensé demasiado la situación, ¡joder!, ¡mierda! –volví a derrumbarme y las lágrimas, que había logrado controlar a duras penas, inundaron mi cara.

-¿No tenías unos pantalones más rotos? –preguntó Olga apoyándose en la mesa y mirándome las piernas.

Mi mente comenzó a pensar lo diferentes que éramos. Ella vestida con un moderno traje de chaqueta que remarcaba su curvilínea figura y permitía ver sus piernas enfundadas en licra, yo con una sudadera y unos vaqueros llenos de tajos que yo misma le había hecho un año antes.

-Es lo primero que pillé cuando me enviaste el whatsapp –respondí observando como una sonrisa se iba dibujando en los labios de Olga-. ¡Manipuladora!

-Bueno, por lo menos has pensado en otra cosa por un rato.

-Gracias, tía, con la de veces que me he metido contigo.

-Escucha, vete a casa y descansa. Hablaremos cuando tengas la cabeza más despejada.

-¿Por qué haces esto?

-Digamos que no soy tan mala como tú crees… Por cierto… señorita Martínez….

Aún había sitio para más sorpresas aquella mañana. Olga se acercó a mí y me revolvió las rastas con los dedos, como si fuera una niña chica. Decididamente, era un gesto que proclamaba su superioridad, pero en aquel instante cualquier muestra de cariño era bienvenida.

-¿Ahora volvemos al señorita Martínez?

-No se le ocurra acercarse a la niña. Créeme que para ella tampoco está siendo fácil, realmente te aprecia, aunque tenga una manera un tanto extraña de llamar tu atención.

Cuando salí de allí la cabeza me daba vueltas. Pensé dirigirme inmediatamente al instituto, luego a un supermercado a comprar ginebra y finalmente me decidí por el gimnasio.

-*-

Todo tuvo que pasar tremendamente rápido porque no recuerdo nada salvo estar tirada sobre el asfalto, con un terrible escozor en la pierna. Miré a los lados y divisé mi pobre Zephir, que estaba doblada sobre sí misma en un ángulo imposible, al lado la furgoneta que le había pasado por encima y de la cual yo, seguramente,  me habría librado por poco.

Gritos, sobresaltos y sirenas a lo lejos. Luego médicos y enfermeros haciendo preguntas como si no tuviera la cabeza en su sitio. ¿Que cómo me llamaba?, ¿Que dónde vivía?, ¿Que cuántos eran dos más tres?

Me llevaron al hospital y me hicieron radiografías de todo tipo, tras las cuales me condujeron a la sala de curas donde me limpiaron el quemazo de la pierna. Aquello dolía a rabiar, con un cepillo de púas durísimas, rascaron toda la piel hasta extraer toda la gravilla y parte de la carne.

Las lágrimas rodaban incontroladas empapando el acolchado del casco. Aquello era lo más doloroso que me había pasado en la vida.

-Se me olvidó decirte que no hicieras ninguna tontería. Cuando pienso que no puedes ser más tonta vas tú y te superas.

¿Qué demonios hacía Olga allí?, ¿Quién habría sido el gracioso que la había llamado?, mi madre, Marina o incluso la loca de Sonia, cualquiera era mejor que Olga.

-Hola, Hada, las radiografías están correctas, ya puedes quitarte el casco –dijo un médico que acababa de entrar por la puerta con un gran sobre en las manos.

-¿Seguro que no tiene daño cerebral? –preguntó la trabajadora social con ironía. Luego sin pedir permiso, se acercó y golpeó el casco con la palma de su mano-. ¡Estúpida!

-¡Ay! –grité amortiguada por el acolchado.

-Madre mía, con el casco y en bragas estabas desastrosa pero ahora estás peor, vaya cara.

-¿Por qué estás aquí?

-¡Oye!, que si molesto me marcho y te quedas sola.

-No, Olga, simplemente que en “avisar a” tengo a mi madre y luego a Marina.

-A mí no me ha avisado nadie. Te llamé y un policía contestó preguntándome si era alguien cercano.

-¿Me llamabas?

-sí, me dejaste algo intranquila. Hay que ver, para caerte tan mal… -Olga dejó la frase inacabada y esbozó una tenue sonrisa.

-Ey, vas de tan lista que… no te haces de querer precisamente.

-No voy de tan lista…, soy tan lista.

Para cuando llegó Marina, ya había vaciado todas las reservas de lágrimas y había agotado todas las palabrotas del diccionario. Aquello fue horrible, la hora más dolorosa de mi vida.

Entre mis dos amigas…, bueno, entre mi amiga y lo que fuera Olga, me llevaron al coche de esta última y luego a casa de Marina.

Yo había insistido en ir a mi piso, pero ninguna de las dos opinó que fuera una buena idea. No había nada roto, pero las contusiones por todo el cuerpo y la quemadura de la pierna me tenían en un estado catastrófico.

-*-

Marina me enjuagaba tras el baño, con sumo cuidado de no mojar los apósitos que cubrían mi pierna. Era la persona en quien más confiaba y le había contado todo lo que había pasado aquel nefasto día.

-Ya sabes lo que te voy a contestar ¿no? –preguntó mi exnovia secándome la pierna sana con una toalla.

-¿Que tengo un tipazo impresionante? –respondí con una sonrisa para quitar dramatismo a mi confesión-. ¡Ay!, ¡salvaje!

Marina, en un movimiento rapidísimo, me había estirado de los pelillos del pubis.

-Si querías meterme mano al chocho podías ser un poco más sutil. Me has hecho daño.

-Más daño te tenía que hacer…, Hada, por lo que más quieras, madura –lo dijo con tanto sentimiento que pensé que se pondría a llorar, no era una chica muy sensiblera, pero siempre estaba pendiente de mí-. Si te pasa algo…

-No sé…, te lo juro…, lo intento…, pero siempre la cago…

-Tienes que disfrutar de lo que tienes, sin buscar constantemente algo más, algo nuevo, algo superior.

-Lo tuve una vez, y como siempre la cagué –puse mi mirada de cachorrillo desvalido pero enseguida me arrepentí-. Perdona, Marina, soy imbécil.

-Un poco sí, pero aun así te quiero… -se acercó envolviéndome con la toalla y me abrazó. Hasta aquel momento no había sido consciente de lo mucho que necesitaba un abrazo. “Vaya mierda de tía dura que soy.”, reflexioné dejándome apretar por aquellos brazos.

Con movimientos torpes y apoyada en el hombro de Marina, logré llegar hasta el dormitorio y tirarme sobre la gran cama. La otra habitación era un despacho minúsculo y Marina se había negado a que durmiera en el sofá del comedor. Aquel lecho trajo a mi memoria recuerdos muy felices y muy… calientes. “¡Hada!, estás enferma.”, me recriminé al comenzar a pensar en cosas tan inoportunas.

-No has cambiado de suavizante –dije inhalando el pijama que me había ayudado a ponerme.

-Hada…., no vayas por ahí que te conozco.

Estuvimos hablando largo rato sobre adolescentes. Marina, como profesora de instituto, también había tenido sus tensiones sexuales con alguna alumna, pero por supuesto ella no había sucumbido. Era infinitamente más madura que yo y aunque era una loca con la que te lo podías pasar fenomenal, jamás se metía en jardines de los que no pudiera salir.

-¿La quieres o es una simple atracción?

-No lo sé, Marina, he pasado momentos muy bonitos con ella y me siento como una idiota por haberme dejado utilizar.

-Tampoco la crucifiques, está sola y confundida, posiblemente esté encantada con el amor que le das y haya querido corresponderte de un modo un tanto… básico.

-¿Más básico, no hubiese sido más sencillo un abrazo o un gracias?

-Escucha, imagina que ella está súper a gusto contigo, quiere expresarte lo mucho que te quiere y al mismo tiempo presionar un poco para que le dejes quedarse contigo. No sería la primera adolescente que prueba cosas nuevas y además lo haría con alguien experimentada y a la cual aprecia. No deberías ser tan dura con ella hasta que no hayáis hablado.

-¿Por qué siempre tengo la sensación de que tienes respuesta para todo…?

-Por cierto, ¿qué hay con Olga?

-¿Con Olga?

-Está cañón y no te quita ojo de encima.

-¡Marina!, deja de ver bollos por todas partes. –Ella hizo un gesto de disgusto ante mi calificativo, para determinadas cosas mi ex era muy conservadora.

-Créeme, la morena siente algo por ti, no sé muy bien qué es pero algo siente.

Un sopor me fue invadiendo, el día había sido muy intenso y las emociones muy vívidas, y era normal que estuviese agotada. Los pensamientos se fueron amontonando en mi mente sin orden ni concierto: El cachorro y la sinceridad de sus preciosos ojos, Marina y lo a gusto que me encontraba junto a ella y la nueva Olga que estaba descubriendo. Comencé a pensar que era una inmadura. No podía estar en aquella situación y pensando en tres mujeres al mismo tiempo. Volvía a repetirse la historia de siempre, mi incapacidad para centrarme en alguien y pensar con la cabeza en vez de con el chichi.

De repente fui tremendamente consciente de mi muslo malherido. Había estado un buen rato tranquila, sin sufrir grandes molestias, pero la pierna comenzaba a palpitar dolorosamente.

-¿Estás bien? –preguntó Marina en un susurro.

-Me duele, ¿qué hora es?

-Las cuatro de la madrugada, no te puedo dar nada hasta las ocho. Duérmete.

Diciendo esto me rodeó el talle y me atrajo hacia sí, colocando mi pierna sobre la suya.

-¿Cómoda? –preguntó.

-En la gloria –respondí hundiendo mi rostro en sus suaves ondas castañas e inhalando la sutileza de su aroma-. Me encanta tu olor.

-Hada…, para el carro que te conozco –pero sus actos desmintieron sus palabras, porque comenzó a acariciarme la espalda con lentas y largas pasadas.

Una idea se abrió camino con fuerza  en mi mente. Estaba en la cama con una mujer preciosa, divertida y madura. La había querido con toda mi alma y la había dejado escapar porque era idiota. Me rodeaban los brazos de la chica con la que soñaría cualquiera. Aquel impulso que me llevaba a comportarme como una idiota se apoderó de mí y el cosquilleo en el estómago se impuso a la cordura.

Giré el rostro buscando la respiración de Marina en la absoluta oscuridad.

-Hada, no –susurró.

Posé mis labios sobre los suyos y presioné para abrirme paso entre ellos, tanteando con la lengua de forma decidida.

-No, por favor –balbuceó con mi lengua adentrándose en su boca.

Llevé mis manos a su nuca y la atraje más hacia mí. Su pasividad pronto dio paso a una respuesta entusiasta aunque entre beso y beso continuaba negándose.

-Hada, no, terminaremos arrepintiéndonos –dijo cuando liberé sus labios y bajé a besar su cuello.

En aquel momento, con el dulce sabor de la piel de Marina en mi paladar y con uno de sus pechos en mi mano, un profundo sentimiento de angustia se apoderó de mí. Aquellos grandes ojos negros se me habían aparecido y habían trastocado todo.

Comencé a sollozar calmadamente sobre el hombro de Marina. Entre las lágrimas reconocí un profundo sentimiento de insatisfacción conmigo misma. Me sentí fatal por ser como era, por no poder ser alguien normal, por no conformarme con todo lo maravilloso que la vida me había dado.

Estaba junto a la mujer de los sueños de cualquiera, alguien que me quería y me comprendía, y mi corazón pensaba en una chiquilla que me había tomado el pelo y para la cual, posiblemente no significase más que una tabla de salvación.

¿Por qué tenía que ser tan tonta?, ¿por qué no podía conformarme con ser feliz?, ¿por qué tenía que enredarlo todo?

Una mano comenzó a revolverme las rastas cariñosamente y poco a poco, el agotamiento y las intensas emociones volvieron a sumirme en un estado de abandono.

¿Qué iba a hacer con mi vida?