Inmoral IV.

Acaricié su tripa, sintiendo la suavidad y calidez de aquella piel. No debía, no podía, era inmoral, pero mis manos decidieron actuar por sí mismas, ascendiendo hasta tomar entre mis palmas aquellos pechos de pezones duros como piedras.

Aparqué encima de la acera, junto a un montón de motos aparcadas en batería. Como siempre llegaba tarde, pero no me pude resistir a admirar una novísima BMW que estaba aparcada cerca de mi vieja Zephir. Pensé en lo reducida de mi cuenta corriente y me resigné a que mi moto y yo siguiésemos cumpliendo los mismos años juntas.

--Pero mira que te sienta bien el uniforme –saludé a Carmen, una de las policías de la puerta del juzgado de menores.

-¿Llegas tarde? –preguntó mientras yo ya corría hacia las escaleras.

Cuatro plantas después, me dirigí al despacho de la fiscal Escribano, llegaba veinte minutos tarde y seguro que todos se cabrearían conmigo.

-¿Anda, qué haces tú vestido de madero? –pregunté al policía, de uniforme,  que estaba apoyado en la esquina de la mesa de la secretaria de la fiscal.

--¿No estoy guapo? –preguntó Víctor, uno de mis mejores amigos en el ambiente del curro-. Es que tengo que ir a un juicio a testificar y el comisario quiere que vayamos de bonito.

Me sonrió ampliamente mientras se ponía la gorra, tomando una actitud de guaperas de película.

-Por cierto has venido diez minutos antes de la hora, ¿estás enferma? –preguntó Víctor sonriendo a la secretaria sexagenaria  que ordenaba unos papeles.

-¡No jodas!, ¿era a las nueve y media? Y yo que venía a toda hostia.

-Hada, deberías apuntarte las cosas en una agenda –dijo Marga, la secretaria de la fiscal.

-¿Por cierto, lleva mucho rato tirándote los trastos? –pregunté a Marga mirando de reojo al policía.

Víctor y yo solíamos salir a tomar algo de vez en cuando. Teníamos gustos muy similares para las mujeres y aunque en alguna ocasión nos habíamos querido pisar los ligues, terminábamos riéndonos y bebiendo cubatas. El cabrón tenía un éxito con las chicas que no era de este mundo. Una de sus mayores aficiones era tirarle los trastos a la madura secretaria, sacándole la mayoría de veces una amplia sonrisa.

-¡Déjalo!, así luego se lo cuento a mi marido y se pone un poco celosón.

-Si algún día te decidieras a probar mis encantos, no tendría que ir por ahí buscando consuelo –dijo Víctor mirándome seductoramente-. Por cierto tenemos pibonazo nuevo en la comisaría una rubia monísima.

-Yo pensaba que era la única rubia que te interesaba –repliqué poniendo morritos-. ¿Me puede interesar?

-¿Ya estáis hablando de mujeres?, estáis salidos –dijo Marta que entraba en aquel instante por la puerta.

A la reunión estábamos convocados: la fiscal de menores, la trabajadora social, el inspector de menores y mi jefa, pero era yo quien llevaba aquellas reuniones, Sandra prefería el trabajo ligero con recompensas más inmediatas.

La recién llegada se quitó la americana de cuero que llevaba y la colgó junto al bolso en el perchero. Alta y de pelo ondulado, era una mujer muy atractiva, sobre todo cuando llevaba americanas y vaqueros ajustados como era el caso.

-Le estaba contando a Hada, que tenemos nueva agente en la comisaría.

-Sí, Ángela, creo que se llama –respondió Marta poniéndose una taza de café de la máquina.

-¿Y por qué me debe interesar o le debo interesar?, estáis hechos unos celestinos.

-El otro día se fue a almorzar con una de las chicas del parque de bomberos. Yo las vi muy sonrientes –Víctor veía lesbianas en todas las mujeres que se resistían a sus encantos de seducción. Estaba más que segura que la tal Ángela, ya habría sido objeto de sus ataques y que por supuesto no habría sucumbido.

-Hmmm, un trío con una poli y una bombero, la ilusión de toda mi mida. Una que me amarre con sus esposas y la otra que me azote con su manguera.

Todos rieron de mi broma, hasta que la puerta se abrió y Olga nos miró perdonándonos la vida.

-Buenos días señorita curvas –dije sin dejar de sonreír.

-Buenos días señorita Martínez –respondió mirándome con frialdad-. Creo que ya va siendo hora de que olvidemos aquel incidente. Ya le pedí disculpas.

Desde que hacía un par de meses, Olga en una acalorada discusión me llamó señorita rastas, no perdía oportunidad de intentar fastidiarla haciendo referencia a sus exuberantes curvas. Tenía que reconocer que era tan atractiva como insufrible.

Llevaba un vestido, de punto en tono hueso, de una sola pieza que resaltaba muchísimo sus voluminosas tetas y su marcada cadera. Aquellas curvas habrían sido de infarto en cualquier mujer pero en su metro sesenta escaso aún resultaban más espectaculares. Conociéndola como la conocía, su vestuario no era al azar. Se notaba que había estado tomando el sol, probablemente esquiando y el vestido servía para destacar aquel bronceado, la boina en el mismo tono que el vestido, era para resaltar su negrísima melena rizada.

-¿Comenzamos? –preguntó dirigiéndose a Marta.

La interpelada hizo un gesto a la secretaria y esta abrió la puerta del despacho de la fiscal que estaba cerrada con llave. Pasamos los cinco, sentándonos en una mesa redonda de reuniones.

Marga alargó varias carpetas a la fiscal Escribano, Víctor y yo sacamos nuestras respectivas tabletas y Olga se limitó a ponerse unas gafas de diseño vintage mientras nos observaba con aire de superioridad.

Dos horas después habíamos avanzado en algunos casos pero otros estaban tan estancados como antes de comenzar. Marta era una fiscal con mucho sentido común y sensibilidad, pero no podía mirar hacia otro lado en cuestiones burocráticas, que eran casi siempre las que lo fastidiaban todo. El hecho de que no pasara de los treinta y cinco años, hacía que el trato con ella fuera muy amistoso, incluso había compartido con Víctor y conmigo alguna cerveza. Muy diferente era Olga, que a pesar de tener solo tres años más que yo, era una amargada tan estirada como si fuera de alta alcurnia.

-¿Bueno, y la madre de Eric González? –preguntó la jueza abriendo una nueva carpeta.

-Está tan mal como su hijo. Estoy esperando los informes de salud mental, pero a mí me parece que se puede hacer cargo del chaval y de sí misma –respondí ante el examen del nuevo caso.

-La asociación de esquizofrenia, ha quedado conmigo en que intervendrán orientando a la madre y dando apoyo psiquiátrico al chaval –dijo Olga como si se hubiese apuntado un tanto.

-Puedo hablar con los padres de sus compañeros para que retiren la denuncia por agresión, pero si te parece mejor dejarlo como está y retrasar un poco el juicio a ver si hay cambios –con lo informal que era Víctor como persona, se transformaba completamente cuando ejercía de profesional.

Marta asintió con la cabeza a la sugerencia de mi amigo el poli y agarró una nueva carpeta.

-Virginia Gómez.

Apreté la mandíbula, con temor, en previsión de lo que pudiera venir. De aquella reunión saldría el futuro del cachorro y había prometido que haría todo lo que pudiera por no llevarla al centro de acogida.

-¿Tienes los informes del tío? –preguntó Marta a Víctor, que miraba atentamente su tableta.

-A ver…, no es un santo…, pero tampoco parece que sea un degenerado o un mal tipo…

-Inspector, creo que sería mejor que dejase las valoraciones para la fiscal y para mí –interrumpió Olga con altanería.

-De acuerdo, señorita Jiménez –respondió mi colega a la “curvas”-. No tiene denuncias, sí algunas multas de tráfico, pero en lo estrictamente formal nada más.

-¿En lo personal? –pregunté acojonada.

-Bueno, no es un modelo de conducta. Sus lugares preferidos son los bares y los prostíbulos. Hasta hace unos meses tuvo una novia con la cual se les vio discutir en varias ocasiones en los bares que frecuentaban juntos. Cocaína esporádica, deudas con algunos bares, con la seguridad social y con un taller donde reparó el camión y aún no ha abonado la factura.

A medida que escuchaba el informe sobre el tío de Virgin, el hall del centro de acogida se iba dibujando con nitidez en mi mente. Olga se giró hacia mí y me miró de un modo indescifrable.

Expuse lo mejor que pude la situación actual del cachorro haciendo hincapié en sus virtudes: Lo buena estudiante que era, lo madura que resultaba para su edad, lo bien que parecía haber llevado ella sola todo el duelo de su madre, tirando de un padre depresivo…

-No parece una relación demasiado aséptica –dijo la trabajadora social en tono frío. Olga era la mismísima reina de la burocracia y sus intervenciones eran de lo más impersonales, por lo que contrastaban muchísimo con las mías.

-Tu no la conoces, Olga –dije haciendo un esfuerzo por ser respetuosa con aquella estúpida.

-Si Marta está de acuerdo, creo que no hay más solución que el internamiento –respondió la exuberante trabajadora social-. Prepararé toda la documentación para el juez.

-¡Por favor!, no podemos llevarla a un centro de acogida –dije más angustiada de lo que pretendía.

-¿Pretendes acogerla tú? –preguntó Olga cargada de veneno.

--Vete a la mierda, Olga –dije por lo bajo, ante su sonrisa de triunfo.

Aquella insinuación velada a Ricky me había dado ganas de abofetearla, pero no debía perder los nervios delante de Marta y de Víctor, o ella se saldría con la suya. Ricardo Montoya había sido un huérfano como Virginia. También había sido un ejemplo de superación y constancia. Llevándomelo a casa e impidiendo que fuera a un centro de acogida había cometido un tremendo error que me había dejado muy tocada tanto en lo profesional como en lo personal.

-¿La emancipación? –pregunté a la desesperada.

-Aunque le falten cinco meses para cumplir los dieciséis, podríamos retrasarlo todo hasta ese momento. El problema son los ingresos económicos, sin trabajo el juez jamás firmará la emancipación y lo sabes –Marta se había mostrado comprensiva aunque inflexible, al fin y al cabo era su misión.

-Podría vivir sola en su piso si entre los profesores del instituto y yo le echamos una mano.

-Haré como que no he escuchado eso último. Si encuentras quien acceda a ser su tutor, pueden gestionar la situación como mejor les parezca siempre que no me entere –la afirmación de la fiscal, recibió la mirada dura de Olga como respuesta.

-Por mi parte, no estoy dispuesta a poner en riesgo la profesión de nadie por asistir ilegalmente a una menor. Por supuesto, quiero lo mejor para la pequeña, pero no se puede alargar esto indefinidamente. Hada, te doy una semana, si no logras encontrarle un sitio enviaré los papeles al juez –dijo la trabajadora social, mostrando un poco de humanidad como hacía siempre cuando la cosa se ponía suficientemente dramática.

-Gracias, Olga –dije exhalando el aire que había contenido en los pulmones.

-No es necesario que me lo agradezcas, no lo hago por ti, lo hago por la muchacha.

Era la una del mediodía cuando terminamos la reunión, con más cuestiones abiertas que las que había al inicio de la misma, pero era el día a día de trabajar con menores. En matemáticas uno y uno eran dos, pero con las situaciones socio-familiares, uno y uno podían dar cualquier resultado.

-Bueno, a ver si te pasas por la comisaría y te presento a la rubia –se despidió Víctor cuando salimos por la puerta principal.

-Vale, pero si no le van las mujeres, prométeme que no te cortarás las venas porque te haya rechazado –reí agitando la mano y corriendo tras Olga que andaba en dirección opuesta.

-Olga  -llamé cuando estuve lo suficientemente cerca como para no necesitar gritar-. ¿Te importa si tomamos algo?

-¿Cómo? -la “curvas” me miró como si me hubiera picado un bicho.

-Mira, creo que he sido muy faltona contigo y quería que enterráramos el hacha de guerra.

-Te debe importar mucho esa niña, para que intentes pedirme disculpas.

-No te he pedido disculpas, aún. Además, es que estás irresistible con ese vestido.

-Ya –respondió Olga incrédula.

Tras dos años de llevarnos como el perro y el gato, parecía poco creíble que desease hacer las paces, justo en aquel momento, pero era lo único que se me ocurría para ponerla del lado del cachorro.

-Si ahora no te viene bien, podríamos quedar en otro momento.

-He de reconocerte algo, eres una inconsciente pero tienes un par de ovarios. Te prometo que pensaré algo y te llamaré, aunque la cosa pinta muy fea.

-Gracias, Olga.

-Hada –me llamó cuando ya me giraba hacia el aparcamiento de motos-.

Me giré y la trabajadora social abrió la boca como si quisiera decir algo pero finalmente calló y se marchó.

-*-

-¿Jugamos otra a Mario o nos vamos a dar una vuelta por ahí?

Virginia se encogió de hombros ante mi pregunta. Posiblemente no había sido nada profesional invitarla a pasar el sábado en mi casa, pero tras la mala noticia del día anterior, no quería que estuviera sola el fin de semana.

-¿Crees que me ayudará?

-Aunque Olga es como un dolor de muelas, creo que en el fondo quiere lo mejor para ti.

-¿Y si cree que lo mejor es el centro?

-Bueno, es una posibilidad, tendremos que ir haciéndonos a la idea.

-Dirás que tendré que ir haciéndome a la idea, ¿o vas a venirte conmigo?

-Virgin…, no te pongas borde.

La adolescente me miró fijamente con aquellos ojos que me desarmaban y se disculpó en un susurro.

Mi teléfono volvió a sonar, en la pantalla se podía ver el nombre de Sonia. Era la cuarta vez que me llamaban aquel sábado: primero fueron mis queridas locas, luego Víctor, más tarde mi madre y ahora mi amiga del gimnasio. , Por raro que resultase, solo esperaba una llamada, la de Olga, por más que me cayera como el culo quería verla. Me excusé con Sonia y prometí quedar con ella durante algún día de la siguiente semana.

-¿Te apetece que salgamos a cenar a algún sitio? –la noche había caído hacía rato y lo cierto es que no me apetecía cocinar, además de que me daba cierta vergüenza que Virgin se diera cuenta de lo mala cocinera que era.

-Vale, pero… no tengo ropa para salir… -respondió el cachorro con aire tímido.

-Yo siempre salgo con vaqueros, ¿no te vale? –ella me miró con una muda súplica en su mirada-. Vale, ¿quieres ponerte guapa?

Nos marchamos a un centro comercial, podríamos comprar algo de ropa y cenar sin salir del recinto, incluso si queríamos ver una peli o jugar a los bolos también había posibilidad de hacerlo.

-Ey, estás estupenda –dije cuando Virgin salió de uno de los probadores con un vestidito de lana y unos leggins conjuntados.

-¿Crees que soy guapa? –preguntó ella ruborizándose.

No había visto hasta aquel día ninguna muestra de coquetería por parte del cachorro, pero debía reconocer que era toda una adolescente y además muy guapa. Era cuestión de tiempo que sus hormonas comenzaran a bullir, despertando su sexualidad.

-Eres preciosa –respondí sonriendo ampliamente.

-No me refiero a eso.

Aquel giro de la conversación ya no me gustaba tanto, no le iba a decir que aunque estuviera vedada para mí, me parecía una tía súper atractiva y con un cuerpecito muy apetecible. “Hada, ¡por Dios!, contrólate.”, me recriminé

-¿Y a qué te refieres?

-A que si te parezco guapa como chica.

-Si tuvieras tres años más, te pedía salir de inmediato –me reí intentando quitar hierro a la situación, se estaba poniendo feo aquel asunto y podíamos hacernos daño.

-Tengo edad suficiente para mantener relaciones, lo hemos dado en clase.

-¿Me estás tirando los trastos? –pregunté mientras salíamos de la tienda en busca de algún restaurante.

Ante mi pregunta, se puso roja como un tomate, confirmándome, que la situación se estaba escapando de mi control.

Decidimos por consenso, ir a un mexicano. Virgin iba  muy guapa con su vestido nuevo y debía hacer un gran esfuerzo para no caer en su juego de insinuaciones.

-Nunca he tenido una cena de pareja –dijo enrollando su tortita.

-¿Y qué te hace pensar que esta lo es? –aquella niña tenía una facilidad pasmosa para dejarme sin reacción.

-No digo que lo sea, pero tal vez…

-Mira, Virgin…

-Ya, ya, sé lo que me vas a decir. Estás confundida por todo lo que te ha pasado…, hemos pasado mucho tiempo juntas en estas semanas…, estás falta de afecto y…, debes buscar alguien de tu edad…, ¿acerté?

-Pues no, tonta –reí intentando desdramatizar el momento-. Sabes que no eres solo trabajo para mí, te he tomado mucho cariño y temo que de aquí a un tiempo no estemos juntas, por lo que espero que seamos amigas…, buenas amigas…

-¿Tú no serás mi educadora si voy al centro? –la angustia de su voz sonó completamente sincera.

-Allí hay varios colegas míos, sobre todo Jorge, es un tío estupendo.

El cachorro siguió comiendo en silencio, herida por mis palabras.

-Si no queda más remedio, y al final tienes que ir, había pensado que podríamos quedar los fines de semana.

Toda la contrariedad desapareció al instante de su rostro siendo reemplazada por una expresión de esperanza.

-¿Me llevarías a cenar como hoy?

-Claro, cachorro, ¿por qué no?

-¿Como una cita?

-Que cansina con lo de la cita, ¿es que no hay más chicos o chicas en tu vida?

-Pues nadie que me interese, perdona si te he incomodado.

De nuevo me desarmaba y conseguía llevarme a su terreno. O se trataba de la cría más manipuladora del mundo, o realmente le había llegado muy dentro, como  para que confundiese sus sentimientos hacia mí.

Salimos del centro comercial dirigiéndonos hacia mi casa. Había propuesto a Virginia que nos quedásemos echando unos bolos, pero había argumentado que no se encontraba con muchas ganas.

Mientras paseábamos camino de mi piso se acercó a mí y me tomó de la mano. Aquello hizo que sufriera un escalofrío por la espalda, me estaba comenzando a acojonar de verdad. . No me atreví a rechazarla. Me intenté poner en su piel, necesitaba a toda costa cualquier muestra de afecto, debía estar atemorizada por la posibilidad de entrar en un centro con cientos de chicos más y alejada de su entorno.

-Venga, a limpiarte los dientes.

-¿Vamos a dormir juntas? –preguntó Virgin mirando la puerta del único dormitorio de mi piso.

-Sí, pero tienes que prometer que te portarás bien.

-¡Vale! –dijo con una sonrisa radiante.

Busqué un pijama para el cachorro, le vendría largo, pero era lo único que le podía prestar. Aproveché para cambiarme mientras ella estaba en el baño.

-¡Fiu, fiu, fiu! –el cachorro me había sorprendido vestida tan solo con un tanga, mientras buscaba mi pijama tirado en el suelo.

-Creo que silbar a una chica desnuda me pega más a mí que a ti.

Virgin se acercó poniendo una mano sobre mi cintura, aquel contacto me electrizó, me quedé bloqueada sin saber reaccionar. “¡Por Dios, Hada!, eres una persona adulta.”, me dije volviendo en mí misma y alejándome de la niña.

-¡Jo, que no iba a comerte!

Me puse el pijama a toda prisa dándole el suyo al cachorro. Me metí bajo el edredón y esperé a que ella se cambiase, sin querer mirarla mientras lo hacía, pero sin poder apartar la vista de aquel cuerpecito.

-¡Niña!, tienes los pies helados –me quejé cuando se acercó a mí dentro de la cama.

Se dio la vuelta poniendo su trasero sobre mi pubis, invitándome sutilmente con la postura de la cuchara a que la abrazara con fuerza.

No había nada inmoral en aquello, además era el único consuelo que le podía ofrecer hasta que Olga hiciera algo. Acerqué mi boca a su mejilla y la besé cariñosamente, ella agarró mis manos y se rodeó la cintura con ellas mientras me acariciaba el dorso de las mismas con sus dedos.

Lo que sabía que llegaría tarde o temprano apareció, como el maullido de un gatito. Sentí las lágrimas correr por su rostro hasta que las pude saborear en mis labios que permanecían junto a su mejilla.

La apreté más contra mi cuerpo y no fui capaz de reprimir el impulso de introducir mis manos bajo su pijama.

Acaricié su tripa, sintiendo la suavidad y calidez de aquella piel. No debía, no podía, era inmoral, pero mis manos decidieron actuar por sí mismas, ascendiendo hasta tomar entre mis palmas aquellos pechos de pezones duros como piedras.

-Dime que me pare –dije mientras sentía como su culete se apretaba contra mí.

-Sigue, por favor, sigue –respondió ella entre susurros.

Su cabeza giró atrapando mis labios en su boca. El beso fue lento, reconociéndonos y saboreándonos las lenguas. Fue delicioso, nos entregamos por completo, dedicándonos durante mucho tiempo a besarnos con lentitud, haciendo que nuestras lenguas se acariciaran de modo juguetón.

Dejé de masajear sus tetas, permitiendo que ella se diera la vuelta y me abrazara a mí sin permitir que nuestras bocas se separaran ni un solo instante en toda la maniobra.

Llevé mis manos hasta su espalda y la acaricié lentamente de arriba hasta abajo sin llegar a atravesar la línea decorosa que marcaba la cinturilla de su pijama. Ella, más lanzada, sí metió sus manos bajo mi pantalón, palpando a placer todo mi culo.

“Hada, para esto por Dios, te estás metiendo en un berenjenal.”, me repetía una y otra vez.

Con todo el autocontrol que fui capaz de sacar de mi maltrecha profesionalidad, logré separar mis labios de los del cachorro, empujando levemente para que se separara.

Con un tirón más brusco de lo que era mi intención inicial, saqué sus manos de dentro de mi pantalón y corrí a encerrarme en el baño.

Todo me daba vueltas y sentía un vacío en el estómago que me iba a devorar desde dentro. Casi podía sentir las náuseas que amenazaban con subir hasta mi garganta. “¿Qué coño has hecho Hada?”, me decía una y otra vez de rodillas frente a la taza del wáter.

Por fin fui ganando algo de calma y decidí meter la cabeza bajo la ducha para terminar de despejarme. Cuando más de un cuarto de hora después, salí del baño, no había ni rastro de Virgin en todo el piso.

Me vestí a toda prisa poniéndome lo primero que pillé encima del pijama y agarrando las llaves de la moto me lancé escaleras abajo.

Había más de dos horas andando desde mi casa a la del cachorro, pero la muy inconsciente había decidido emprender el viaje a las tres de la mañana ella sola.

-¡Sube! –grité desde el interior del casco cuando me detuve a su lado.

Ella me miró por un segundo y continuó andando con la poca dignidad que seguramente le quedaba. Imaginaba que un rechazo como aquel, habría supuesto minar sus últimas reservas de amor propio.

-Estoy dispuesta a pasarme toda la noche siguiéndote. Además de momento sigo siendo tu tutora legal y podría llamar a los maderos para que te lleven a mi casa.

-Déjame en paz, Hada, no estoy de humor.

Frené la moto y dejé que se alejara unos metros, era la persona más estúpida del mundo y aquella chiquilla estaba pagando las consecuencias. Debía de pensar en ella y no en lo que a mí me apetecía o en lo que me haría sentir menos culpable.

-Para un segundo, Virgin, por favor –rogué tras volver a su altura-. Toma veinte pavos y píllate un taxi.

Me miró con aquellos ojos, que parecían tan jóvenes y a la vez tan ancianos. Estiró el brazo y tomó el billete que le ofrecía.

-¿Es una despedida? –preguntó con un hilo de voz.

Aquella pregunta se clavó en mis entrañas como un puñal. ¿Qué debía responder?, ¿podría seguir junto a ella después de lo que había pasado?, ¿había sido solo una válvula de escape para su amargura?, ¿dejarlo todo allí y en ese instante sería la solución? Me armé de valor e intenté responder con la mayor sinceridad que fui capaz.

-Virgin, de verdad, no puedo.

-Si es lo que de verdad quieres…

El cachorro alzó una mano y un taxi se detuvo junto a mi moto. Sin mirar atrás y con las mandíbulas muy apretadas se introdujo en el coche, que no tardó en perderse de mi vista al girar una esquina.

Gracias de corazón a todos los que se han molestado en darme su impresión sobre el relato.