Inmoral III.
Con mis pezones fui acariciando y rozando sus párpados, su nariz y sus labios, que de inmediato se abrieron para apresar mi carne entre ellos. Como una niña golosa, se amamantó primero de uno y luego del otro al tiempo que sus manos amasaban mi culo por encima de los pantis. Poco después, la tela le
El retumbar de los subwoofers me golpeó nada más entrar en el local. Volví a arrepentirme de no haber quedado con las locas de mis amigas antes de ir a la discoteca, me iba a costar un mundo encontrarlas con tan poca luz. Me dirigí a la primera barra y pedí un ron con limón, si tenía que estar un rato buscándolas mejor que fuera con algo de beber.
Con la copa en la mano fui directamente a la segunda planta, en la primera la música era demasiado dance y estaba segura que allí abajo mis chicas no aguantarían ni diez minutos. Subiendo las empinadas escaleras pillé a más de uno y una mirándome las piernas. Lo cierto era que para una vez que me ponía minifalda, y con lo incómodo que era, se agradecía que al menos los demás lo valoraran. No es que fuera muy coqueta o fuera provocando por ahí, pero no me desagradaban las miraditas si no pasaban de ahí.
-¡Golfa! -Reme me gritó en la oreja nada más subir el último escalón mientras me pellizcaba el culo.
Me agarró de la mano y me llevó al fondo de la pista donde estaban las otras dos. A chillidos me explicó que ella venía del baño y me había visto subir las escaleras. Las tres se quedaron boquiabiertas de verme con botas altas y minifalda y no con mis eternos vaqueros.
-¿Vienes con el modo caza on? -preguntó Irene poniéndome morritos. Era la más loca de todas y no solía cortarse ni un pelo.
-Fijo que ha pasado mala semana y quiere desquitarse con un buen polvo -respondió Marina, mi mejor amiga y con la que hacía dos años había mantenido un intento de relación.
Durante un rato hablamos de nuestras respectivas semanas, junto a mí, la más quemada era Marina, que era profesora de instituto y rara vez tenía clases tranquilas. Poco a poco nos fuimos dejando llevar por la música y la conversación fue espaciándose hasta que terminó y nos dedicamos a mover el cuerpo. Me Acerqué bailando a Marina, sus ojos miel enseguida supieron ver dentro de mí, como lo habían hecho desde que nos conocíamos.
Había sido la relación más larga de mi vida. La única persona con la que podía bajar la guardia y que tenía las cosas tan claras que abrumaba a todas las demás. Pero yo no había estado a la altura, cuando ella necesitó de mí, yo huí como una cría dejándola tirada. Muchas veces pensaba qué hubiera sido de nosotras si me hubiera llegado a ir a vivir con ella.
-No olvides que los curros son necesarios para pagar las facturas -siempre que me veía así intentaba desdramatizar el trabajo para que no me sintiera tan derrotada.
Para hablarme se había acercado mucho a mí, rozándome el rostro con su larga melena castaña. Aquella caricia y su perfume despertaron en mí unas irresistibles ganas de abrazarla y algo más.
-Ya, si me lo digo constantemente -respondí acercándome aún más-. Pero a veces, necesito explotar.
-Pues cuidadito con quien explotas, no vayas a salpicar -puso un dedo entre mis pechos y empujó alejándome de ella.
Desde que cortamos yo había intentado en muchas ocasiones tener un rollo de una noche con ella, y gracias a su temple, habíamos evitado un tremendo error. Aquella buena amistad solo se mantenía gracias a su esfuerzo. Tampoco es que yo estuviera todo el rato queriéndomela llevar a la cama, pasaban meses y meses en que lograba no poner a prueba nuestra amistad, siendo una tía legal.
-Ahora vengo -dijo Marina desapareciendo en dirección al piso inferior.
Estuve bailando con Reme e Irene una media hora hasta que vi acercarse a mi ex junto a una morenaza espectacular. La verdad que Marina era mucho más espectacular que la otra chica, pero constantemente, por el bien de nuestra amistad, tenía que negarme el atractivo de la profesora de instituto.
-Os presento a Beatriz -dijo Marina mirándome fijamente a mí.
Las tres le dimos dos besos a la recién llegada y ella misma nos explicó que era interina en el mismo instituto que nuestra amiga.
-¡Vaya fichaje! -dijo Irene-, a ver si las demás también traéis amigas así de guapas.
Continuamos bailando las cinco mientras una sutil tensión iba apareciendo entre Irene y yo. Ambas controlábamos visualmente a la recién llegada, intentando calcular nuestros pasos, pero sin dejar de vigilarnos mutuamente. Solíamos tener gustos similares y no sería la primera vez que alguna le levantaba el ligue a la otra.
Vi que Bea, que era como prefería que la llamaran, había terminado su cubata y me tiré a fondo. De un solo trago me bebí mi segunda copa, de la cual me quedaba más de medio tubo.
Dejé el vaso en la estantería adosada a la pared, escogiendo el camino más complicado y que me permitiría sujetar a Bea de la cintura.
-¿Quieres otro? -le pregunté al oído mientras no separaba mi mano de sus lumbares.
Me miró un segundo con aquellos grandes ojos que me habían gustado nada más verla y asintió con la cabeza retirando mi mano de su espalda y jugando con uno de mis dedos.
Tomadas de la mano nos marchamos hacia la barra, no sin antes hacerle un gesto significativo a Irene, aquella vez había ganado yo.
-*-
Bajamos del taxi y mientras buscaba en mi bolso las llaves de mi casa volvimos a besarnos desesperadamente. Bea me había contado que vivía con sus padres y que tras dejarlo con su novia, llevaba dos años sin ninguna relación. Hasta que no había conocido a Marina, le había dado mucha pereza ir a determinados locales a la caza de un rollo pasajero.
Aquella confesión me había asustado un poco, pero luego me estuvo contando que había decidido liberarse un poco y que deseaba probar el sexo por el sexo. Bueno, sus palabras fueron que llevaba mucho tiempo de sequía y lo necesitaba.
Tras entrar en mi casa, pasamos al salón y preparé los últimos combinados de la noche, o al menos eso esperaba yo.
-¿Estás segura de esto? -pregunté llenando los vasos de hielos.
-Bastante, pero por si las moscas, me han dicho que tú si lo estás -respondió con una nota amarga en su voz.
-Ja, según Marina, soy la doctora desengaño. Pase una noche con ella y se le quitarán las ganas de pareja por una buena temporada.
Aquella fama me jodía en lo más hondo de mi corazón, pero debía reconocer que me la había ganado a pulso. Bea necesitaba ver que el mundo no se acababa sin pareja estable y yo necesitaba darle salida a toda la tensión que acumulaba. Ninguna sufriría daño alguno.
Le di su vaso y la miré lentamente de arriba abajo, dejando bien a las claras mis intenciones lujuriosas. A mí me parecía espectacular aunque para mucha gente sería una chica poco exuberante, sin tetas ni trasero demoledores. Su altura y delgadez le daban un aspecto sereno y elegante que me había encantado.
Apoyé un codo en el respaldo del sofá y me acerqué a su cuello mientras ella bebía. Posé mis labios en aquella piel fina y comencé a besar toda la zona lentamente. Ella dejó el vaso en la mesita y suspiró profundamente dejándose caer sobre el respaldo.
Al cuello siguió la oreja al tiempo que mi mano se sumaba a la fiesta comenzando a acariciar un muslo prieto, por encima del pantalón.
Bea, de momento, se limitaba a acariciar el dorso de mi mano, dibujando círculos con la punta de un dedo mientras yo continuaba mi camino hacia su entrepierna y nuestros labios por fin se encontraron.
Comenzó tímidamente saboreando mis labios como si no se atreviera a invitar a las lenguas a la fiesta. Mi mano se afanaba en desabrocharle los pantalones, mientras la suya había dejado de dibujar círculos y se había marchado hasta mi espalda en la que hacía surcos imaginarios con sus uñas.
Por fin los botones cedieron y pude acariciarla por encima de sus braguitas. Fue la llave para que su boca se abriera y las lenguas comenzaran a danzar alocadamente. A través del algodón sentí, con mis dedos, sus labios entreabiertos y húmedos. Froté delicadamente de arriba abajo y viceversa, provocando los primeros gemidos, que mi boca atrapó ansiosa.
Fue algo suave, como un calentamiento previo para ir entonándonos, pero cuando sentí que una mano sujetaba con fuerza la mía y que otra me clavaba las uñas en la espalda, tuve claro que para ella no había sido simplemente un entrante.
-¡Uf!, qué vergüenza -dijo recuperando el aliento.
-¿Por qué? -pregunté sabiendo la respuesta.
-Porque un poco más y llego sin que apenas me toques.
-Pues mejor para mí, no veas lo bien que me lo voy a pasar -le dediqué mi mejor sonrisa y me agaché para quitarle los zapatos-. Mejor si nos ponemos cómodas ¿no?
Tras los zapatos le llegó el turno a su suéter, para lo que ella colaboró alzando los brazos. Posé mis dedos sobre uno de sus pechos, rozando la suave tela del sujetador de raso. Pronto apareció una protuberancia bajo la tela blanca y centré en ella mis caricias.
-No te puedes ni imaginar lo sexis que me parecen estos sujetadores. Los de encaje no son lo mismo, son como excesivos.
-Tengo las braguitas a juego, pero hoy me he puesto un tanga. No pensaba enseñarle mi ropa interior a nadie.
-¿A nadie?, pues si yo pensaba que tú y Marina lo teníais todo muy estudiado.
-Que va -dijo mientras volvía a tomar su vaso y yo continuaba dando atenciones a su pezón-. Me dijo que vosotras ya habíais pasado por mi etapa y que aunque estabais un poco locas, erais muy majas.
-Sí, no creas que a mí me costó, pero a los dieciocho años ya lo tenía claro.
-¿Que te gustaban las mujeres?
-No, que si no me lanzaba no me comería nada.
-¿Y?
-Pues muchísimos patinazos, algún éxito moderado, algunos enamoramientos dolorosos, creo que ha habido de todo desde entonces.
-A mí, es que esto de conocer gente en frío me daba muchísimo palo, que luego hay tías muy raritas por ahí.
Aproveché que se inclinó hacia delante para dejar el combinado y desabroché su sujetador.
-¿Y yo soy rarita?
-Tú lo que tienes es las manos muy largas -dijo riendo mientras le acariciaba toda la espalda-. Pero se está a gusto contigo.
Retiré su pelo y posé mis labios sobre su nuca. Mientras mi boca iba besando su cuello y sus hombros, mis manos habían hecho que el sujetador bajara por sus brazos, permitiéndome introducir una mano entre él y el cálido seno que escondía. Tocar aquella fina piel y masajear la carne firme hizo que un cosquilleo se iniciara en mi bajo vientre.
Bajé con mi boca lamiendo toda la columna, llegué al elástico de su tanga y avancé hacia la parte delantera. Bea se recostó sobre el respaldo para facilitarme la tarea.
Seguí lamiendo junto a la cinturilla, ascendiendo luego hacia el ombligo, donde una mano frenándome y un espasmo de la tripa, me dejó muy claro que aquella zona era terreno vedado por las múltiples cosquillas. Por fin alcancé el premio especial. El sujetador se encontraba en el suelo y sus pechos se ofrecían por completo para mi disfrute.
Lamí las juntas, donde la transpiración daba un sabor salado a la piel y después ascendí hacia la plenitud, masajeando con mi boca la pancita de aquellas preciosidades. Por último, la guinda del pastel, aquellos oscuros pezones de areolas diminutas. Los rodeé con mi lengua, los succioné con mis labios y deposité sobre ellos centenares de cortos y rápidos besos.
Sentí unos dedos enredándose en mis rastas y tirando de mi cabeza hacia el seno. La otra mano, con muchas dificultades, intentaba que los pantalones y el tanga, pasaran por sus caderas. Le ayudé en esta última tarea y con un saltito de su trasero entre las dos pudimos bajar las dos prendas por sus muslos.
Los entrecortados gemidos eran música celestial para mis oídos. En aquel instante, tan solo me importaba hacerla llegar de la manera más rápida posible y me tuve que obligar a pausarme, debía dejar claro quién era Hada. Con las yemas de mis dedos sobre el interior de sus muslos, me dediqué a rozarlos imperceptiblemente sintiendo cómo la piel se estremecía a mi paso. Mi boca había cambiado de pecho, llenando de besos toda la carne hasta terminar lamiendo y mordisqueando el durísimo pezón.
Mis dedos continuaban acariciando la piel de sus muslos en lentas pasadas que nunca llegaban a su intimidad mientras Bea, cada vez más inflamada, aplastaba mi cabeza contra sus pechos e intentaba acercar su pelvis a mi mano con movimientos de su cadera.
-Para, Hada -dijo entre jadeos.
-¿Ahora?
-Me gustaría corresponderte -dijo tironeando de mi suéter hacia arriba.
-Bueno, tiempo habrá, ahora estate quieta y déjame hacer.
Mi voz tuvo que resultar suficientemente contundente pues me sonrió y se tumbó sobre el sofá apoyando su cabeza en el brazo del mismo. Terminé de quitarle el pantalón y le extendí las piernas, tras lo cual me puse de pie con el cubata en la mano.
-Preciosa -dije con convicción mientras la miraba de pies a cabeza.
Bea sonrió incómoda por el escrutinio y extendió una mano invitadora. Negué con la cabeza y ella alzó las cejas en un gesto de confusión. Dejé el vaso sobre la mesa e inicié un lento striptease.
Primero fueron mis botas. Posé un pie junto a su cintura y la invité a que deslizase la larga cremallera, una vez esta estuvo a la altura de mi tobillo, Bea sujetó mientras yo sacaba mi pie fuera. Repetimos la operación con la otra pierna, pero en esta ocasión, el pie en vez de volver al suelo, se posó entre sus muslos a milímetros de su entrepierna. Ella solita empujó sus caderas hasta que mis dedos, aún enfundados en la media, rozaron su vulva.
Con un gesto sensual, fui alzando mi suéter hasta dejar mi sujetador negro a la vista. Al mismo tiempo, el dedo gordo de mi pie había comenzado a moverse arriba y abajo iniciando una estimulación tan torpe como excitante.
Con mucho cuidado y manteniendo un precario equilibrio, logré ponerme de pie encima del sofá. Bajé la cremallera de mi falda y esta enseguida se deslizó piernas abajo. Bea ayudó a sacarla de mis pies mientras yo me sujetaba del respaldo en una postura nada sexi.
Para lo que tenía pensado hacer, decidí no continuar con el striptease, nada como el tacto de la seda de un panti para frotar la sensibilidad de una amante. Poco a poco me fui arrodillando mientras una de sus piernas venía a mi encuentro. Sentir aquel muslo sobre mi braguita me puso a mil y comencé una cadenciosa cabalgada mientras mi rodilla se hincaba en el sofá y mi muslo presionaba su intimidad.
Me dejé caer pasando mis brazos detrás de su nuca para fundirnos en un prieto abrazo y poder comernos las bocas. Mientras recibía gustosa aquella lengua cálida unas manos inquietas me recorrían entera, sin decidirse a detenerse en ningún lado. Bea me acariciaba los muslos, la espalda y el culo, como si hiciera siglos que no tocaba el cuerpo de otra mujer.
Sin previo aviso, su boca presionó la mía como si quisiera devorarme y sus muslos se cerraron como tenazas sobre la pierna con la que frotaba su intimidad. Por último, unas uñas clavándose en mi espalda confirmaron lo que ya intuía; minipunto para Hada.
-Uf, ya ni recordaba lo bien que sienta -dijo Bea apoyándose sobre un codo y tomando su vaso de la mesa.
-¿En serio dos años? -pregunté sentándome sobre mis talones.
-Sí, y lo peor es que las amigas me mandan muchas chorraditas al whatsapp pero nada de tetas.
Llevé mis manos al cierre del sujetador y tras abrirlo, deslicé la prenda por mis brazos.
-Ala, ya tienes tetas.
-Uf, ahora es cuando yo debería decir lo guapa que eres.
-No es obligado -dije observando cómo sus ojos se clavaban en mis pechos.
-Ja, ja, ja, no lo decía por eso, lo decía porque me vienen otras palabras menos…
-¿Menos sutiles?
-Me vienen a la cabeza palabras muy, pero que muy vulgares.
-Si llevas dos años sin tetas, puedes soltar por tu boca lo que quieras…, aunque yo que tú la utilizaría para otras cosas -respondí mientras me inclinaba acercando mis pechos a su rostro.
Con mis pezones fui acariciando y rozando sus párpados, su nariz y sus labios, que de inmediato se abrieron para apresar mi carne entre ellos. Como una niña golosa, se amamantó primero de uno y luego del otro al tiempo que sus manos amasaban mi culo por encima de los pantis. Poco después, la tela le estorbó y terminó de desnudarme, llevando el tanga y las medias hasta mis rodillas.
Enseguida las manos volvieron a mi culo. Sus uñas arañaron juguetonamente toda la piel de mis nalgas hasta que un dedo se introdujo entre ellas y con la afilada punta trazó un camino entre mi coxis y mi esfínter. Aquella uña rozándome, junto a su lengua y sus labios en mis pezones, me puso a punto de caramelo.
La otra mano me atacó por delante y mientras un dedo acariciaba el valle entre mis glúteos, otros se apoderaron de mi humedad. El pulgar buscó mi hinchado clítoris y el resto acarició mis labios menores y la entrada a mi vagina, sin decidirse a penetrarme.
Aplasté mi torso contra el rostro de Bea, enterrándola entre mis tetas mientras por fin mis súplicas eran escuchadas y un par de dedos juguetones se introducían en mis entrañas, llevándome a un orgasmo sensacional.
Tras recuperar el aliento, recorrí con la punta de mi dedo uno de los muslos de Bea, invitándola a continuar, por lo menos yo tenía pilas para rato. Lo que más temía sucedió. Quedaba poco tiempo hasta el amanecer y mi amante quiso que lo pasásemos abrazadas sobre el sofá o el concepto que tenía ella de abrazo, que no era otro que el que yo la rodease protectoramente desde atrás. “¿Por qué todas las mujeres de mi vida me tienen que ver como la fuerte?”, pensé mientras hundía mi nariz en la espesa melena negra.
Me resigné a dejar el sexo por aquella noche, pasando la hora que quedaba entre caricias y susurros sobre lo bien que lo habíamos pasado. Tuve que seguirle el juego, afirmando que para mí también había sido muy especial, mientras me imaginaba como hubiera sido tener aquella boca entre mis piernas.
-*-
Bea abrió la puerta de su portal y se giró para agitar su mano a modo de despedida. Me puse el casco e instintivamente llevé la mano al bolsillo de mi chaqueta. No sabía qué me había impulsado a agarrar aquel llavero antes de salir de mi piso. Tal vez fuese porque era la única persona que aceptaba lo que se le daba sin exigir nada más o por la honestidad brutal que destilaban todas sus palabras.
Estaba un poco harta de que todas dijeran que no necesitaban afecto y luego lo fueran buscando sutilmente. Ella era la única persona que había conocido que dijera abiertamente que lo necesitaba, pero que asumía con madurez que no lo tendría.
Puse en marcha la moto y dejé que ella sola me llevase hasta casa de Virginia, estaba completamente segura de que habría liado a su tutora para terminar durmiendo en su propio piso, pero en el fondo no me importaba.
Cargada con un par de bolsas de comida, suerte que encontré un chino abierto, abrí la puerta del piso de Virgin con mi copia de las llaves. Lo dejé todo en la cocina y fui hasta su dormitorio donde dormía hecha un ovillo. A mi cabeza llegaron los recuerdos de multitud de mujeres hechas y derechas que buscaban desesperadamente quién cuidara de ellas y quién las mimase. Me agaché y estuve un rato mirando aquel rostro plácido y escuchando aquella respiración pausada.
Era demasiado pronto para prepararle el desayuno pero yo me moría de hambre, el sexo y el alcohol son lo que tienen, que exigen alimento. Busqué por los armarios de la cocina hasta dar con un exprimidor, pero sin hallar señales del tostador de pan. Finalmente me conformé con utilizar una sartén, un poco vieja, para hacer las tostadas.
-Que bien huele -dijo Virginia a mi espalda sobresaltándome.
-No quería despertarte.
Me giré y vi a la niña vestida con un pijama que le venía diminuto, se nos había olvidado comprar uno. Me sonrió de una manera tímida mientras se rascaba el culete.
-¿Un domingo tan temprano haciendo zumo y tostadas?
-¿No te apetece?, he comprado mantequilla y mermelada de fresa.
-Ten cuidadín o al final te encariñarás con el cachorrito.
Se sentó en una silla sin retirar la sonrisa de su rostro. En cualquier otra persona aquellas palabras habrían sonado irónicas, pero la advertencia de Virgin era completamente sincera y sin la más mínima acritud.
-¿Vienes de marcha? -preguntó mirándome detenidamente.
-¿Por qué?
-Porque no creo que te pintes para venir a hacerme el desayuno.
-Primero, enana, no vengo a hacerte el desayuno, vengo a desayunar contigo que es muy distinto y segundo, salí anoche pero ahora vengo de mi casa.
-¿Ligaste?
-¿Ahora te interesa mi vida sentimental?
-No, era por hablar de algo.
-¿Tú sales con alguna pandilla?
-¿Pandilla? -rio ella ante mi pregunta.
-Bueno, ya me entiendes.
-Me gusta pasear, y a veces voy con alguna amiga.
Corté más naranjas e hice otro zumo mientras me preguntaba que hacía yo allí.
-¿No fue bien el rollo de anoche?
-Yo no he dicho que anoche tuviera ningún rollo, y aunque lo hubiera tenido qué te hace pensar que no hubiera ido bien.
-No estarías aquí.
Aquella chiquilla tenía una facilidad increíble para pillarme indefensa.
-A lo mejor sí ha ido bien y me apetecía venir a contártelo.
-Ya, seguro -dijo tras limpiar, con la lengua, el cuchillo con el que había untado la mantequilla.
-No hagas eso, te puedes cortar, además no es muy higiénico.
-¿Ella no quería nada serio y tú sí?
Un escalofrío recorrió mi espalda, aquella niña comenzaba a ver con demasiada facilidad dentro de mí.
-¿Ella? -pregunté haciéndome la loca.
-Cuando me preguntaste por chicos, luego lo hiciste por chicas, además me fijé en cómo mirabas a la de la tienda de deportes.
-¿Y con eso deduces que me gustan las mujeres?
-Bueno, no lo estás negando -me miró fijamente, traspasándome con aquellos inmensos ojos oscuros.
-¿Algún problema?, además he sido yo la que no he querido algo más serio.
-¿Miedo al compromiso?, el otro día pensé que tú también te sentías sola, que no habías encontrado alguien que…
-¿Que me cuidara? -terminé la frase por ella.
La miré mientras organizaba mis ideas en la cabeza. Tomé asiento frente a Virginia alargándole un vaso de zumo de naranja.
-Virgin, tengo la suerte de sentirme querida. No tengo ninguna especie de rencor contra la sociedad ni necesidad de afecto. Si te hablé así el otro día, es porque Necesito que seas fuerte porque te queda mucho y no quiero que sufras.
-¿No quieres que sufra yo o no quieres sufrir tú por mí?
-Yo no estaré ahí siempre.
-Sabes, no entiendo por qué vas de tía dura -dijo con la boca llena de tostada. Aprovecha tú que puedes.
Me quedé pensando e hice una pregunta de la que estaba segura me arrepentiría.
-Ya vale de hablar de mí, ¿y tú?, ya no tienes quien te quiera, ¿cómo lo llevas?
-¿Siempre eres tan delicada?
-Acordamos ser sinceras ¿no?
Poco a poco, como a cámara lenta, aquellos grandes ojos se fueron poniendo vidriosos y luego comenzaron a permitir que algunas gruesas gotas se escaparan rodando mejillas abajo. Virgin apretó las mandíbulas haciendo un último esfuerzo por contener el sollozo, pero finalmente convulsionó y comenzó a llorar abiertamente.
Me levanté a toda velocidad con la intención de acercarme y abrazarla pero ella me detuvo alzando una mano al tiempo que inhalaba profundamente.
-No, no te acerques, no es el primer bajón ni será el último, es mío y tengo que vivir con ello.
La madurez que se escondía en aquel cuerpecito no dejaba de sorprenderme. ¿Qué coño me pasaba con aquella niña? Intentaba endurecerla como había hecho con tantos otros adolescentes, pero ella siempre parecía ir un paso por delante de mí.
Finalmente la Hada más visceral salió a la luz, la que iba de dominadora cuando en el fondo tenía todos los miedos del mundo. La que necesitaba que la quisieran pero le daba pánico querer.
-Escúchame enana, mientras estemos juntas eres mi colega. Si necesitas llorar ahí estaré para que llores en mi hombro, si necesitas pegar a alguien ahí estaré como saco de boxeo, si necesitas maldecir puedes insultarme todo lo que quieras.
La gruesa coraza que recubría a la pequeña se desquebrajó ligerísimamente y su pequeño cuerpo se abrazó al mío con una fuerza descomunal, fruto de la desesperación. Su rostro empapado en lágrimas reposaba sobre mi hombro y sus juveniles pechos, desnudos debajo del pijama se aplastaron contra los míos. Me maldije por pensar en tetas justo en aquel momento, era incorregible y no tenía remedio.
Estuve un rato acariciando su espalda, aguardando a que su respiración fuera normalizándose. Finalmente su cabeza se alzó y se acercó a mi rostro plantando sus labios sobre mi mejilla.
-Te habrá costado un esfuerzo tremendo -dijo tras darme aquel cálido beso.
-No… no… no estoy muy acostumbrada -confesé sincerándome más de lo que quería en realidad.
-Si quieres que seamos colegas, esto debe ser reci… recip…
-Recíproco -concluí ante su dificultad para pronunciar correctamente la palabra.
-Eso, recíproco.
Entonces cometí otro acto inconsciente, no sabía que me llevaba a abrirme a aquella niña pero me arrodillé frente a ella y entonces fui yo quien se apoyó en su pecho y me dejé abrazar. Podía sentir el rítmico latido de su corazón y oler el aroma a frutas del bosque de su gel.
-Mi madre era la única que me abrazaba, con mi padre me acostumbré a ser yo quien daba los abrazos. Gracias -dijo Virginia mientras pasaba una mano por mis rastas.
Había intuido la fuerza de aquella adolescente, pero seguía sorprendiéndome, darme el abrazo le había aportado mucho más que recibirlo. Estaba tan acostumbrada a dar, que se estaba olvidando poco a poco de sus necesidades.
-Ella quería más y a ti te entró el miedo a la responsabilidad -afirmó como si conociera mis pensamientos más íntimos.
Estaba violando todas las normas éticas de mi profesión y cualquier regla básica del sentido común, pero algo me empujaba a sincerarme con Virginia, de un modo que no me atrevía con las amigas de mi edad. Moví la cabeza afirmativamente sin separarla de sus pechos.
-Conmigo también tienes miedo -volvió a afirmar.
-Me como mucho la cabeza -respondí separándome y mirándola a los ojos.
-Bueno, por mí no te preocupes, antes de que vinieses tú, no tenía a nadie -dijo encogiéndose de hombros-. Solo intenta no tomarme mucho cariño.
-Solo eres un expediente más, ¿por qué tendría que tenerte cariño?
Virginia me sonrió, aclarando que había entendido mi ironía, levantó la palma de su mano esperando a que yo hiciera lo mismo y luego hizo chocar ambas con entusiasmo.
-¿Seguro que una palmada es lo que quieres? -dije poniéndome en pie y abriendo los brazos.
Ella se acercó y se aferró a mi cuerpo con fuerza, yo rodeé su espalda y la acerqué más aún a mí.
Gracias, de corazón, a todos los que han comentado y a los que espero que comenten.