Inmoral II.

-No tengas miedo por defraudarme, eres una tía genial y las dos juntas lo vamos a conseguir.

El rítmico chocar de las pesas al subir y bajar, por las poleas, y la preocupación por organizarme el trabajo, para poder atender todos los casos hicieron que me abstrajera de cuanto sucedía a mi alrededor.

-¡Eh tía! -gritó Sonia en mi oído.

-¿Cómo? -respondí saliendo de mi aturdimiento.

-Que te has quedao en la luna, debes haber hecho diez o doce series sin descansar.

Solté la barra con la que trabajaba los trapecios y miré a mi amiga.

-Por no hacerme caso te has perdido el pibón que estaba en la elíptica.

-¿La morenaza operada?, que poco gusto tenéis para las mujeres las hetero.

-Tía, pues no le quitaba ojo nadie. Casi la miraban tanto como a ti, cacho perra, que si tuviera yo tu tipazo… el monitor de zumba ya habría caído.

Sonia y yo nos habíamos conocido hacía un año en clase de Taekwondo. Su frescura y falta de vergüenza me habían llamado mucho la atención aunque no fuese mi tipo. En seguida nos hicimos buenas amigas y no era raro que saliéramos de marcha juntas.

-¿Qué hora es? -pregunté terminando de regresar a la realidad.

-Las ocho, ¿tomamos una birra?, no entro al hospital hasta las diez.

-Yo he quedado a las nueve.

-¿Con quién, cacho puta?

-Pero si te lo he explicado todo en el vestuario, ¡no me haces ni caso!

-Ah sí, algo de una pelirroja abogada, ¿era eso no?

Resoplé resignada y me dirigí al vestuario. Sonia era como era y no tenía muchas esperanzas de cambiarla. En una hora tenía que ducharme, cambiarme y pasar por mi casa a dejar la mochila de deporte, no resultaba muy romántico ir a cenar con la mochila llena de ropa sudada.

Cuando entré en la zona de duchas, la famosa morena salía de ellas. Tenía que reconocer que como chica fitness daba la talla, pero la verdad que no llamaba mi atención para nada. Era la cosa más inexpresiva del mundo, tal vez para la portada de una revista estuviera bien.

-*-

A las nueve y cuarto frenaba la moto delante del portal de Marta. Lo intenté, prometo que lo intenté, pero era imposible que llegase a una cita a la hora.

Bajé de la moto y me quedé mirando como tonta a la chica que me esperaba en la acera. Se había recogido el pelo y junto a un jersey de cuello alto del mismo verde que sus ojos, le daban una apariencia muy estilizada. La verdad que yo no entendía mucho de eso, pero la veía muy guapa, con un puntito informal gracias al chaquetón de piel vuelta que sujetaba en la mano.

-Lo siento muchísimo, soy un desastre.

-Si llegas a tardar cinco minutos más, pagas tú.

Me sonrió tras la amenaza y me pareció ver a una chica mucho más tranquila y segura de sí misma, de lo que me había parecido aquella mañana.

Cuando se acercó a mí, se vieron los nervios que se había esforzado por ocultar. Decidí darle dos castos besos para que entrase en confianza.

-¿Has traído casco para mí?

-Claro, tú sube y agárrate fuerte.

Le di el casco y le ayudé a ajustar las presillas. Una vez subidas en la moto le indiqué cómo meter sus manos en los bolsillos de mi chaqueta. Enseguida sentí sus delgados dedos, sobre mi cintura, a través del forro de los bolsillos. Me fue indicando el camino como le había explicado: Un apretoncito con la mano de la dirección en que debíamos girar. Cuando sentí que me apretaba la cintura con las dos manos al mismo tiempo, detuve la moto.

Era un restaurante italiano pequeño pero muy coqueto. Pedimos los entrantes y la conversación comenzó a fluir de manera natural, aquel primer paso, que tan difícil resultaba en ocasiones ya estaba dado.

-Me iba a casar, de hecho el piso donde has estado esta mañana era de los dos. Aunque cortamos, ya me había hecho a la idea de irme de casa de mis padres, por lo que me quedé yo con la hipoteca.

-Yo vivo de alquiler, no es gran cosa pero como tú dices, me permite no seguir con mis padres -respondí a su explicación-. ¿Ahora no sales con nadie?

-Estoy cenando contigo.

-¿Ah sí?

-Sí, y además no salgo con nadie. Desde que rompí con mi novio solo he salido con un par de chicos pero… no sé… algo fallaba… será que no escojo bien.

-Y te has dicho, por qué no probar con la rubia de rastas.

-Yo no me he dicho nada, tú me lo has propuesto, yo solo pasaba por allí -dijo Marta sonriéndome.

-Si no tuvieras esos ojos verdes y ese puntito entre tímido e inocente…

-Claro, es que soy irresistible. Voy a utilizar lo de atropellar gente para ligar.

Me gustaba verla tan relajada y sonriente.

-Pues irresistible no sé pero simpática ya te digo que sí.

El resto de la cena fue un ir y venir de pequeñas bromas e insinuaciones. Yo por lo menos me divertí mucho y esperaba que ella también lo hubiera hecho.

El viaje de regreso a su casa fue más rápido pues tengo buena orientación y conocía la dirección. Se bajó de la moto con mucha más agilidad de la que había tenido la primera vez.

-Imagino que querrás tomar otro café -dijo tras quitarse el casco.

-Pues si te soy sincera, no tengo mucho autocontrol y si subo…

-Hada, tengo veintisiete años, soy mayorcita para pararte los pies si te pasas. Además no me has querido responder nada sobre tus andanzas amorosas y eso no te lo perdono, me lo tienes que contar todo.

Subimos en el ascensor y como ya había intuido nuestros cuerpos se buscaron el uno al otro sin necesidad de forzar las cosas.

A diferencia de la mañana, la boca de Marta sí respondió activamente a mi beso. Su lengua, buscó tímidamente a la mía y ambas jugaron a perseguirse hasta que el trayecto finalizó.

Mientras abría la puerta del ascensor y buscaba las llaves en su mochila, me miró sugerentemente, perfilando su labio superior con la lengua.

-Vaya, yo que creía que estaba ante una chica tímida y resulta que eres toda una loba.

-Que no haya besado nunca a una chica no significa que no tenga mis experiencias -dijo Marta cerrando la puerta de su piso y atacando de nuevo mis labios.

Cuando acerqué mis manos para rodear su cintura, hizo un quiebro escapando de mi abrazo y se dirigió hacia la cocina desde la que me miró con picardía.

-¿Solo?, ¿con media de azúcar?

-Si tomo café ahora no dormiré.

-¿Tienes pensado dormir?

Marta se puso a preparar los cafés mientras yo me acercaba a ella por la espalda.

-Me alegra ver que ya no estás tan nerviosa como esta mañana -susurré a su oído.

-La verdad que me pillaste completamente fuera de juego.

Besé el lóbulo de su oreja y a ella se le escurrió la cápsula de entre las manos.

-¿Y ahora?

-Simplemente disfruto de una noche estupenda -Marta empujó hacia atrás con su trasero oprimiendo con él mi pubis.

Bajé de su oreja a su mandíbula y de esta a su mentón por el que subí hasta su boca. Mis manos se introdujeron por debajo del jersey acariciando la suave piel de su vientre.

-si te soy sincera le he dado muchísimas vueltas durante todo el día. Incluso he estado a punto de no acudir -dijo Marta separando sus labios de los míos un segundo-. No tenía ni idea de lo que me habría perdido.

-¿Tienes miedo? -susurré sobre sus labios.

-Estoy acojonada, pero me apetece muchísimo.

Las bocas volvieron a unirse y mis manos continuaron ascendiendo hasta que pude acariciar sus pechos por encima de la ropa interior. Ella por fin dejó la taza de café y se giró dándome la cara.

Puso sus manos en mis mejillas y me acarició como si quisiera memorizar mis facciones. Luego entrelazó sus dedos en mi nuca y me atrajo hacia sí.

Volvimos a besarnos, mucho más lascivamente, lamiendo nuestros labios, nuestras barbillas, nuestros párpados. No quedó piel por degustar en nuestros rostros.

Llevé mi mano a su entrepierna, por encima del pantalón. No era la manera más cómoda pero la situación me pedía ir un paso más allá.

Marta emitió un suspiro dentro de mi boca y sujetó mi mano con las suyas.

-¿Po… podemos… de… dejarlo… aquí?

-Podemos dejarlo donde tú decidas, pero, ¿seguro que quieres que pare? -puse mi voz rasposa, esa que nunca me había fallado con ninguna chica.

Por toda respuesta ella se abrazó a mi cintura apoyando su cabeza en mi hombro. Comencé a contar, si en dos o tres segundos no volvía a besarme la noche estaba perdida.

-yo… Todo… esto… ha ido muy rápido, apenas nos conocemos.

Aquello comenzaba a sonarme muy mal, vale que no me acostase con ella esa noche, eso lo había aceptado ya, pero una relación ni hablar.

-¿Quieres empezar algo? -pregunté aguantando la respiración.

-tú no quieres ¿verdad?, y respira que te vas a ahogar.

-Mira yo…

-Vale, no es necesario que me expliques nada. Por eso no contaste nada de tu vida sentimental.

-Lo siento, Marta, no era mi intención.

-Mira, puedo admitir que tal vez soy un poco tontorrona, pero idiota no, sí era tu intención y no has tenido ninguna otra desde esta mañana.

-Quería conocerte primero, si hubieras sido una tía estúpida te habría dejado aquí y no hubiera subido.

-Fenomenal, como soy simpática subes pero no quieres que quedemos más. Como método para conocer gente es cojonudo.

-Ya te digo que lo siento, vale, era mi intención pero no pensé…

-¿Que no pensaste que la gente desea algo de amor y cariño?, pero tú que clase de persona eres.

-Imagino que una gilipoyas.

-No, no, aquí la gilipoyas soy yo por haber sido tan ingenua.

-Bueno, será mejor que me marche.

No vi venir la hostia hasta que no me atizó en la cara. Había que reconocerle a la pelirroja que tenía ovarios. La miré y ella me devolvió la mirada apretando la mandíbula.

-Sí, vete a jugar con los sentimientos de otra, porque con los míos no.

-*-

Pasé el resto de la semana comiéndome la cabeza. Estaba aburrida de los ligues de una noche en las discotecas y para una vez que había conocido a alguien fuera de ese ambiente, yo solita había metido la pata. No quería compromiso, porque ya había tenido malas experiencias con chicas que no terminaban de tenerlo claro y tenía que ir empujando de ellas. No quería rollos, pero tampoco tener que volver a ser la fuerte de una relación. Yo también necesitaba alguien con quien derrumbarme, con quien poder rendirme alguna vez, esperando que tirasen de mí. Esa era la teoría que me repetía una y otra vez pero en la práctica no tenía nada claro qué era lo que buscaba.

Por primera vez había llegado con antelación a una cita. Allí estaba, sentada en las escaleras del instituto, esperando a que sonara la sirena y Virginia saliera.

Comenzaron a salir adolescentes a toda velocidad, me puse de pie para ver mejor si se acercaba la niña. Algunos muchachos me dijeron piropos nada originales ni elegantes. No tenía la menor gana de enseñarles como se trata a una chica por lo que lo dejé pasar.

-Hola -dijo Virginia a mi espalda mientras yo miraba amenazadoramente a dos jovencitos pagados de sí mismos.

-Hola, Virgin.

-¿Virgin?

-¿No te mola?

-Si a ti te gusta no tengo problema.

-Toma, póntelo -dije dándole el casco.

-Si vamos a empezar por mi casa vivo aquí al lado.

-¿No quieres subir en moto?-

-Me da igual -respondió con aquella calma que tanto me sobrecogía.

Anduvimos hasta su casa que se encontraba a tres manzanas del instituto. No era el ejemplo de piso ideal para una niña pero tenía que reconocer que el mío estaba bastante más sucio y desordenado.

-¿Ropa? -pregunté.

Ella me llevó hasta su habitación y me enseñó sus cajones. Toda la ropa había pasado ya por sus mejores días e incluso alguna de ella estaba rozada en extremo o incluso rota.

-¿Te viene esta ropa?

-Alguna se me clava en la cintura como las braguitas.

-Acércate. Levanta el brazo.

Acerqué la nariz a su axila e inhalé, no olía peor que cualquier adolescente con las hormonas en plena ebullición.

-¿Cada cuánto te duchas?

-No sé, dos o tres días.

-Te compraremos desodorante. Vamos al frigo.

Virginia se movía con decisión, sabedora de que aquellos eran sus terrenos y yo no era más que una invitada. Una que la iba a valorar, pero se resignaba y no intentaba adornar su realidad, vendiéndome lo organizada y responsable que era.

-¿Solo comes macarrones y arroz?

-Bueno… también… pizzas -dijo mirando al suelo como si la hubiera pillado en falta.

-¿Fruta?, ¿verduras?, ¿carne?, ¿pescado?

La niña negó tantas veces como preguntas.

-Un grupo de profesores me está pagando el comedor estos días.

-Ya, y estás durmiendo en casa de tu tutora.

-Sí. Es temporal ya lo sé.

-Mira, vamos a intentar buscar una solución a todo esto, pero no será fácil.

-Gracias por no prometer algo que no puedas cumplir.

-Mira enana, tal vez no tenga la solución para todos tus problemas, pero jamás te engañaré. Tienes quince años ya y por desgracia te acabas de convertir en una persona adulta.

-Hace cuatro años que me convertí en una adulta.

-¿Cuatro?

-La enfermedad de mi madre fue larga y muy dura.

Aquella chiquilla no tenía ni abuelos ni hermanos. Ella sola, con un padre depresivo, había cuidado a su madre de un cáncer terminal. Tuve claro que por más años que siguiera en aquel trabajo, jamás dejaría de sorprenderme la capacidad de las personas. Tenía frente a mí a una auténtica mujer, tal vez habría que guiarla un poco, pero no tenía otra solución que convertirse prematuramente en una mujer hecha y derecha.

-¿Cenas en casa de tu tutora?

-Algunas veces, pero tiene niños pequeños que le dan mucha faena y prefiero no molestar.

-Vamos que sigues cenando y durmiendo aquí -dije mientras observaba indicios de que el piso se había usado en los últimos días.

-Hada, por favor, no me lleves a un centro de acogida.

-Primero vamos al banco, he traído la partida de defunción y la autorización del juez, luego comeremos algo e iremos a conocer a tu tío.

-Mi tío es camionero y casi nunca está en su casa. Prefiero vivir sola aquí.

-Vamos, Virgin, eres suficientemente inteligente para saber que no vamos a permitir que vivas sola, no podemos, es ilegal.

-¡Joder!, soy adulta, se valerme sola. Nadie va a cuidarme.

Me giré y la miré muy seriamente, me dolía ver como morían las últimas hebras de niñez de Virginia, pero no había ninguna otra posibilidad.

-Ya, vale, no puedo ser ni una adulta, ni una niña -se dio media vuelta y pateó con fuerza la puerta de la nevera-. ¡Mierda!, ¡mierda!, ¡joder!

Antes o después el arranque iba a llegar, ninguna cabeza aguanta tanta presión. Apoyó la espalda en la pared y comenzó a sollozar con fuerza. Poco a poco se fue escurriendo hasta que quedó sentada en el suelo abrazándose a sus rodillas.

Aguardé a que pasara la tormenta, ella alzó la vista y me clavó aquellos ojos negros que parecían mirar en mi interior.

-¿Tanto asco te doy? O no quieres arriesgarte a tenerme cariño, como todos los demás. Sí, les oigo: “Yo me la llevaría pero ya tengo dos hijos y si le tomamos cariño”, “yo la acogería pero luego les tienes cariño y….”, como si fuera un cachorrito abandonado, ¿soy eso, Hada?, ¿soy un cachorrillo en busca de un amo?

-¿Ya has terminado de desahogarte?, quiero que recibas todo el cariño del mundo, pero no es nuestra prioridad ahora.

-Claro, para ti soy solo trabajo, un expediente más.

Me agaché junto a ella pasándole un brazo por encima de los hombros.

-Podría abrazarte y decirte que todo va a ir bien, que confíes en mí, pero eso no serviría de nada.

-Pero… yo…

-Sí, tú lo necesitas, necesitas ese abrazo y esa certeza de que todo irá bien. Pero lo siento mucho, no puedo engañarte.

El incidente con Ricky me doctoró en mi profesión de la manera más cruel posible. Desde entonces, todo el mundo en el ayuntamiento me tenía por la educadora más impertinente y ruda con los chavales pero la única que conseguía algún tipo de resultados. Hice un esfuerzo para controlarme, deseaba abrazar a aquella chiquilla y llevármela a mi casa, pero eso no solucionaría toda la vida que tenía por delante.

Fuimos al banco a poner la cuenta a nombre de las dos, ella como titular y yo como tutora legal hasta que el juez determinase quién se iba a hacer cargo de Virginia.

-Podrás sacar diez pavos a la semana, te tendrás que apañar con eso.

-Me sobra -respondió subiéndose a la moto.

-Escucha, hoy tenemos muchas cosas que hacer y he pensado que tú elegirás donde comer.

-¿Un premio de consolación?

-Si no te parece bien buscaremos donde sirvan lentejas y algo de pescado o carne de segundo.

-Me da igual.

-Yo había pensado en un Burger.

Virginia me miró muy seria como si supiese el juego que me traía entre manos y realmente así era.

-Hada, entiendo que quieres que esté a gusto y si me sacas una sonrisa te sentirás mejor, pero tú te irás esta tarde y yo me iré a casa de mi tutora.

-¿Vamos a convertir esto en un duelo a ver quién es más chula?

-No, si tengo que ser una adulta lo seré, pero no me trates como un cachorrillo.

-Pues ahora vamos a un Burger porque me apetece a mí -sentencié viendo que había perdido aquel asalto.

Por suerte para mí la moto siempre había sido un aliado con todos los chavales con los que tenía que hacer intervención intensiva. Unos buenos acelerones y algunas tumbadas, lo que permitía la pobre Kawa, y se bajaban con una sonrisa de oreja a oreja.

Aparqué delante de un McDonald’s y miré cómo se quitaba el casco Virgin. Allí estaba la sonrisa que yo esperaba y que se borró nada más sentirse observada.

-Ha estado chulo -dijo ella cambiando el rostro a uno más serio.

-¿No vas a dejar que seamos amigas?

-Quiero que seamos amigas, pero ahora hay otras prioridades.

Estupendo, aquella niña ya me había ganado dos asaltos y ni siquiera habíamos empezado con lo más duro.

Comimos en silencio y después fuimos a casa de su tío, pero no lo encontramos en su casa.

Volvimos al piso de los padres de Virginia a hacer un inventario completo de la ropa y del material escolar. Aunque se suponía que no debía comprar alimentos, escogería algunas cosas para merendar por si prefería seguir haciendo los deberes en su propia casa.

Un examen en profundidad de la ropa demostró que la situación era mucho peor de lo que pensaba en un inicio.

-¿Tú puedes meter las tetas aquí? -pregunté viendo los diminutos sujetadores.

-Son de hace dos años, las tenía más pequeñas.

-Ya, pero van creciendo. Anda pégate una ducha y vamos de compras.

-¿En la moto?

-¿No te apetece?

-Sí, pero no sé cómo traeremos las bolsas.

El rostro se le había iluminado al oír que tendría ropa nueva. Por lo que había visto en los cajones no tenía gustos caros y debía ilusionarse por el mero hecho de poder llevar ropa de su talla.

-¿Puedo pasar? -pregunté tras tocar a la puerta del baño.

-Sí claro. ¿Tienes que valorar si me ducho bien?

-Pues ducharte no sé, pero ese pelo necesita algunos cuidados. Querrás estar guapa ¿no?

Se limitó a desnudarse en silencio. Estaba muy delgadilla pero no pensé que tuviera malnutrición, de todos modos el próximo día iríamos a su médico a que le hiciera un chequeo completo.

No pude reprimir una risa cuando se quitó la camiseta y observé como los pechos se le salían tanto por debajo como por encima del sujetador. Aunque era menudita, tenía un bonito busto que se había desarrollado bastante.

-Es que han crecido un montón -se justificó ella mientras dejaba el sostén y las braguitas en un cesto.

-¿cuántos días llevabas esas bragas?

-Es que se acabó el detergente y con todo lo de la policía, el entierro, no pude poner lavadora.

Se metió en la bañera y mientras tanto yo revisé los botes que había. Por lo menos teníamos gel y champú, aunque de las peores marcas del mercado.

-Acuérdate de estar un buen rato frotando con el champú y luego acláratelo muy bien, si quedan restos de jabón se queda estropajoso.

-Síii -respondió un poco harta.

-Por cierto, ¿quién te ha cortado el pelo?, lo llevas muy chulo.

Lo decía en serio no simplemente para congraciarme con ella. Llevaba una melenita muy corta, por la nuca, con un enorme flequillo que le daba un aire muy soñador junto a aquellos grandes ojos negros.

-En el instituto hay formación profesional de peluquería, nos cortan el pelo gratis si queremos que practiquen con nosotros. También saben hacer rastas.

-Es bueno saberlo.

Salió de la ducha oliendo a frutas del bosque, le alargué una toalla y esperé a que se secase. Me hubiera encantado envolverla con ella y abrazarla pero debía lograr que fuera fuerte. Nadie le iba a regalar nada.

Se puso unas braguitas limpias y un sujetador que le venía tan pequeño como el anterior.

-Llevarás locos a los chicos con ellas ¿no? -dije apuntando a sus senos.

-No me interesan los chicos -susurró apenas audible.

-¿Las chicas? -pregunté de broma.

-¿Chicas?, no tampoco es eso.

A Virginia se le escapaba la adolescencia sin haber tenido tiempo para vivirla. Lo peor es que yo solo le podía dar unas herramientas, no le podía devolver todo lo que había perdido.

-Hada, quería darte las gracias. Es raro estar con alguien -dijo mirándome muy seria.

-¿Raro es bueno?

-Sí, imagino que sí -suspiró Virginia-. Estás ahí, me giro y no estoy sola.

-Me alegro.

-Sé que volveré a estar sola, que todo esto es temporal y que tú no quieres tomarme cariño.

-Virgin, no es que no quiera tomarte cariño, es que…

-¿Es que tienes miedo de que yo te lo tome a ti?

Aquella jodida niña tenía la manía de ganar todas las batallas dialécticas que manteníamos, me tendría que andar con cuidado si no quería que se metiera demasiado en mi vida y mi corazón.

-Sabes, Hada, mi madre siempre decía que todo iba bien, pero sus ojos decían algo muy distinto. Mi padre decía que no me preocupara que no haría ninguna tontería, pero sus ojos decían otra cosa.

-¿Y qué dicen mis ojos? -pregunté temerosa de la respuesta.

-No lo sé, pero no dicen lo mismo que tus palabras.

Entonces se levantó e hizo algo que cambiaría mi vida para siempre. Se acercó y me abrazó ella a mí.

-No tengas miedo por defraudarme, eres una tía genial y las dos juntas lo vamos a conseguir.

Aquella puñetera cría había sabido encontrar todos mis miedos y los había sacado a la luz. Me dieron ganas de dejarme llevar, de permitir que me abrazara y durante unos segundos ser yo la chiquilla. Todos los miedos volvieron de repente.

-Tienes razón Virgin. Tengo miedo, eres una puñetera cría fantástica y temo que no podamos conseguir todo lo que te mereces. Podríamos llorar las dos sobre lo puta que es la vida con tías como tú…

-Ya, pero no conseguiríamos nada…

-Prometo que dejaré que te derrumbes alguna vez…

-No lo haré, ahora también tengo que cuidar yo de ti, que este caso no te quite el sueño.

Las dos reímos divertidas por el arranque de madurez tan espontáneo.

Pasamos toda la tarde recorriendo las tiendas del barrio y comprando prendas de primera necesidad: Zapatillas de deporte que sustituyeran a las agujereadas que llevaba, sudaderas y vaqueros de su talla y ropa interior con la que se pudiera mover con comodidad.

Debía haber terminado de currar a las siete, pero eran las ocho y las dos estábamos haciendo la cena. Tras la tortilla y la merluza rebozada la llevé a casa de su tutora. Sabía que había dormido en su propia casa sola, pero no podía permitirlo, ni por ella, ni por mi trabajo.

-¿Entonces hasta la semana que viene? -preguntó ella con una nota de tristeza en la voz.

-Sí, necesito tiempo para poderte solucionar muchos papeles con las trabajadoras sociales. Pero si no puedes aguantar sin verme tienes mi teléfono.

No había terminado de despedirme y sentía que ya la echaba de menos. Aquella semana se me iba a hacer muy larga.

Gracias por todos los comentarios.