Inmarcesible
El amor no se construye en la mente. Dedicado a una sencilla estilista y a su esposo.
Enamorarme de mi esposo fue tan fácil como disfrutar la vida junto a él. Teníamos una linda familia, las niñas eran nuestro mayor orgullo. El era un exitoso ingeniero que trabajaba en el sector petrolero. Y no era solo su éxito financiero, su inteligencia era sobresaliente, tanto que superaba sus habilidades para los negocios, iba mas allá de los contratos y de las utilidades. Mi esposo era tenido en cuenta para la toma de decisiones importantes, para el emprendimiento de nuevas exploraciones, para inversiones en nuevos equipos.
Su prestigio e influencia alcanzaba mi hogar y en las fechas importantes llegaban obsequios de personas que hasta desconocía, obsequios para mis hijas, para mi. Me sentía orgullosa de mi esposo y de mi familia.
Cada noche mi esposo me regalaba al menos una sonrisa, una caricia con sus tibias manos sobre mis mejillas y un suave beso de buenas noches. En casa no había prestigios, no había títulos, ni diferencias.
Mientras mi esposo trabajaba yo me dedicaba al hogar, el tenía muy buenos ingresos y en nuestra época no era usual que las mujeres trabajáramos.
Luego quise aprender algunos oficios y tomé cursos de floristería, peluquería, cocina. Me esmeraba por tener mi hogar impecable para mi familia. Mi mundo era alegre, tranquilo, próspero.
Y todo cambió en un solo día.
Recibí una llamada del hospital, mi esposo había sufrido un derrame cerebral y estaba en coma.
Su estado era grave y aunque no iba a morir, se desconocían las secuelas del derrame sobre sus facultades mentales y los médicos no podían entregar ningún pronóstico al respecto.
Esperé varios días hasta que mi esposo abrió los ojos por primera vez. Yo estaba junto a el en ese momento y cuando nuestras miradas se encontraron, mi corazón se inundó de alegría. Era él, estaba completo, era su mirada tranquila y amorosa, había recobrado al ser que mas amaba.
Por minutos nos miramos sin pronunciamos una sola palabra.
- Hola amor, te estaba esperando, bienvenido - Le dije.
Su mirada era imperturbable, no me respondió.
- Descansa un poco, tendremos el resto de la vida para hablar. Y con un beso lo despedí.
Pasaron los días y mi esposo no hablaba.
El médico me dijo que su cerebro había sufrido algunos daños neurológicos menores y que su memoria se había borrado totalmente. No sabía quien era, no sabía hablar, mucho menos escribir, no sabía quienes eran sus seres queridos. Ya no sabía que era padre, ni esposo, ni ingeniero, posiblemente no reconocería ni a su propia madre.
Pero Doctor, yo se que el está ahí, lo vi en su mirada, afirmé con angustia.
Lo siento, en su estado emocional quiere verlo así, pero no es la realidad. Es posible que en los primeros meses recobre parte de la memoria, pero eso es impredecible, me dijo fríamente el médico.
Yo estaba segura del significado de su mirada y no aceptaba lo que el médico me decía.
Unos días después fuimos a casa y tuve que ir aceptando la realidad.
Nuestras hijas estudiaban en otra ciudad, los contratos de mi esposo ya no estarían mas, el nivel de vida tendría que cambiar, los regalos y los amigos fueron alejándose paulatinamente hasta que quedamos solos y mas unidos que nunca.
De algo me iban ahora a servir los cursos de peluquería, floristería, cocina.
¿Por que me pasó esto a mi?. Sentía dolor con la vida, era injusto, no lo merecíamos.
Iniciamos las terapias y disfruté cada progreso por mas insignificante. Pronto aprendió a hablar con alguna dificultad, volvió a caminar, a comer por si solo. Los progresos eran pequeños y constantes.
A los pocos meses, volví a soñar con su total recuperación, con la próspera y alegre vida que teníamos.
- Te voy a recuperar, te voy a recuperar, afirmaba yo con intensidad.
El no entendía por que yo decía esas palabras, el no sabía que había pasado, sus pensamientos eran sencillos, básicos, muy lejos estaba de entender mis deseos.
Después de algunos meses su aprendizaje fue mas lento, su cerebro no podía ir mas allá. Un día dejé atrás las esperanzas y acepté que jamás lo recuperaría. Esa noche me senté en mi silla preferida, fijé mi mirada en el horizonte que se interrumpía en una pared del ahora pequeño apartamento donde vivíamos. Una perezosa lágrima corría por mi mejilla, una lágrima de impotencia, de frustración, de resignación.
De pronto, una tibia mano que conocía acarició mi mejilla, unos labios carnosos me besaron tan suavemente como otras noches lo hicieron y esa voz que tantas veces me acompañó, me dijo con palabras entrecortadas:
- No llores, mañana te ayudo a buscar lo que se te perdió, ahora no hay sol.
En ese instante mágico recordé aquella primera mirada en el hospital, recordé que lo había visto ahí y que sabía que no lo había perdido. Y así había sido siempre, pero no lo había comprendido.
Comprendí que mi esposo no era su inteligencia, ni su contratos, ni la vida cómoda que tantos años disfruté. Comprendí que jamás lo perdí, que siempre estuvo ahí ese ser lleno de amor, de mirada sincera, de manos tibias y labios carnosos que me llenaban con afecto. Apreté sus manos contra mis mejillas y mis lágrimas, cerré mis ojos y en mis pensamientos busqué su mirada.
- No hay nada que buscar amorcito, siempre ha estado en el mismo sitio, le dije.
Hoy mi esposo me acompaña todos los días a la peluquería y es el orgullo mas grande que llevo en mi corazón.
TE AMO. INFINITAMENTE TE AMO.