Inma, sumisa malagueña

Se me presenta en un local con una chica sumisa esbelta malagueña. Acaba haciendo todo lo que le pido en un callejón junto a una discoteca. Su escueto tanga se convertirá en húmedo trofeo.

Estamos en el local de un antiguo amigo del instituto. ¡Instituto, lejana palabra! Acaba de abrirlo. Segunda versión de su anterior local, aún abierto. Los años no pasan en balde, la estridente música heavy ha evolucionado a un suave reggae. Siete vikingos hacen de las suyas en la pista de baile. Un metro y noventa y dos centímetros se mueven convulsivamente creyendo que eso es bailar. Su rubia compañera teutotona, con o sin u, se mueve con algo más de gracia mientras se quita las diversas capas de sudor que permiten observar las manchas de sus múltiples ceñidas camisetas. “Está bien este sitio”, comentario de moda. Una mirada morena atraviesa una cabellera pelirroja hasta mí. Aprendo a leer en los labios para creer entender una frase: “Ehtá mu güeno”. La pelirroja alta se dirige a la morena bajita. No esperes alta literatura por ser altas las horas. Muchas miradas, pelirroja a ojos verdes, ojos verdes que te comen, repaso general, “ehtá mu güena”. Más miradas, conversación intrascendente: “Está bien este sitio”. Siete pasos de mujer me acercan al paraíso. Primer saludo: “Tu mirada me suena, no tendrá algo de árabe”. Cualquier frase es buena si viene acompañada de una sonrisa que invita al placer. ¡Qué torpe es la lengua cuando habla todo el cuerpo! Se llama Inma. Es alta y tiene el pelo teñido con alheña. Su esbelto cuerpo se ajusta en unos pantalones de plástico que pretende ser cuero. Aún no lo sé, pero su tanga roza su sexo desnudo por la depilación a la cera. “Me gusta estar tensa”. Mientras hablamos y caminamos, su ínfima braga roza lo más delicado de su cuerpo, ¡cuánto pensaré después sobre ello!. Así se explican aquellas palabras, todo ese deseo en su mirada.

¡Maldita, bendita Europa! Apagan la música. Quieren cerrar. Recogemos los abrigos. Es Navidad, bonito presente me quiere hacer la vida. Miramos las invitaciones que nos han dado simpáticas chicas vestidas con una sonrisa en el transcurso de la noche. Jugamos a los cromos con las tarjetas que regalan alcohol. Nos invitan a copas en dos discotecas, una de estudiantes, otra de divorciados. Ya no somos lo uno, aún no somos lo otro. Un abrigo de piel sintética abriga el cálido cuerpo de Inma, la pelirroja. Aún así no desprecia el mejor abrigo de la piel humana. Caminar levemente abrazados, sutil aviso de otros abrazos. Bromas y más bromas. Se aliña el tabaco. Unos fuman, otros aspiran. El camino conduce ambas bocas a un beso. La mía y la suya. La cadena metálica que hace las veces de cinturón sirve para retenerla cuando simula una huida que rápidamente se convierte en rapto. Raptada su voluntad, decide obedecerme. Aprende a besar cuando se le obliga, mi mano derecha abarca todo su cuello que no quiere escapar, sus labios se abren ante una débil presión, cierra sus ojos y espera con ansia que mis labios se aproximen a los suyos. No quiere escapar, hoy ha decidido ser obediente. Mi otra cabeza toma el mando. Ahora sólo hay un dueño de nuestros actos, decidimos ser inocentes, sólo recibimos órdenes precisas de un amo certero que se siente muy crecido y henchido esta noche. A veces, sólo a veces, se percata de la presencia de los otros, de su amiga, de mi amigo, del nuevo conocido, agregado de esa noche. Dos hombres compiten por su amiga morena. Dos amigas no ovulan el mismo día, o sólo ocurre en Lesbos. Aunque nadie lo sepa, estamos dentro de la discoteca de estudiantes. Bailamos juntos, bailamos separados, bailo para ella, baila para mí. Me gusta cuando baila para mí, le ordeno con la mirada que siga haciéndolo. Mi dedo índice le indica que gire, el brillo de mi pupila, cómo hacerlo. Se contonea para mí. Hoy ha decido obedecerme. Me regala el derecho de ordenarle mis caprichos. Se contonea frente a mí mientras me mira con deseo. Ella se mueve al son que impongo, yo mando más que la música en su baile. “¿Dónde vamos?” ¡Maldición! La casa de mis padres, donde pasó esta navidad, está abarrotada: mis padres, mis hermanos, mis cuñados, mis sobrinos. Llevo poco dinero, mis últimas pesetas pronto serán euros. Dejé la tarjeta en mi maleta, anteayer me atracaron. Ella duerme de prestado en casa de una amiga, cuatro en el apartamento, le dejan un sofá. Vamos a la calle, aquello es un callejón. Nadie transita nunca por allí. Cuatro veces pasa el mismo viejo madrugador, cuatro veces fija su mirada en mis manos que sujetan las de Inma, cuatro veces mira mi pene amenazando su cuerpo, cuatro veces ve su boca entregada, mi mano desnudándola, mi lengua saboreando. Tiro con fuerza de la cadena que hacía de cinturón. Se rompe. Ella sonríe y la guarda en su abrigo. ¡Qué fácil la vida cuando te desean! Lamo sus pechos con ansia desesperada.

Le ordeno que me los enseñe. Ante cualquier negativa: una orden, una palmada sonora en su trasero y, ¡magia!: su sonrisa. A veces la sujeto para desnudarla. A veces para besarla, para lamerla. Mi mano en su sexo. “Tú notas mi excitación. Quiero notar la tuya” ¿Qué mujer se niega? Descubrimiento: su sexo desnudo, desnudo de vello, recién depilado. La mínima tira lleva una noche bebiendo su néctar. Cadena para anglófonos. “El roce del tanga en el periné y el clítoris afeitados me excita. Lo has visto esta noche”. Me divierto explorando una nueva forma de masturbación femenina, tiro con fuerza del tanga que asoma por la parte trasera de su pantalón y ella se retuerce a mi lado. Rítmicamente, ella rebota como un muelle, con fuerza, cambia su cara por un destello de placer. Mi primera promesa: la próxima vez yo afeitaré esos labios ansiosos, repasaré cada pelo, seguiré cada pliegue. “Me encanta. La próxima vez tú me afeitarás”, asiente ella dispuesta a complacerme en cada detalle. Mi dedo corazón abraza su vagina y su clítoris, su estrecho pantalón no permite que la otra mano se introduzca en su trasero. Introduzco el corazón de mi dedo en su cálida boca. Saborea los restos del placer en el dedo. De nuevo, mi mano en su cuello, una débil presión, cierra los ojos, abre los labios. Aprende rápido. Quiere ser obediente y demostrarlo. Cuando termino el beso, mantiene sus ojos cerrados y expresión de deseo y angustia. Siente vértigo. Golpeo sus labios con mi mano. Con los ojos cerrados, dirige su boca al lugar de donde vienen los golpes y besa la mano que la castiga y adiestra. “Sabes a coño”. Sonríe y aclara: “Mi coño”. “Sabe de puta madre en cualquier caso”. Le doy media vuelta y la presiono sobre el capó del coche, ella no repara si está limpio o sucio y bajo su pantalón ceñido al par que su tanga empapado. La fuerza de mis embestidas no encuentra ninguna resistencia, ella solo aprecia el asombroso tamaño de mi polla excitada cuando la saco para que limpie concienzudamente los restos de semen y pueda agradecer los orgasmos disfrutados. Antes de dejarle que se suba el pantalón, le arranco el empapado tanga, lo huelo y lo guardo en mi bolsillo. “Ahora puedes subirte el pantalón”, conmino.

Una última sonrisa, se sabe acreedora de placer lingual para el próximo encuentro. A una pregunta mía me contesta que estudió en un colegio de monjas. Yo entiendo que por eso me dijo: “No pienses que yo soy así siempre. Hay muy pocos hombres como tú, aunque debería haber más. No es normal hacer estas cosas, así, desde el principio. Sólo contigo...” ¿Alguien quiere la verdad cuando le han dicho que eres el único?. Más promesas. “Mañana nos vemos”. “Mañana te quiero más obediente”. “Voy a comprarme un piso aquí sólo pa verte”. La cojo de sus caderas y la aprieto contra mi sexo. “Voy a follarte cada día. Así, de frente, muy poco, te marcaré cada día con mis azotes, casi siempre te follaré a cuatro patas, algunas veces, sólo algunas, te encularé bruscamente, siempre lamerás mi polla hasta dejarla reluciente”. Introduzco un dedo en su ano. “¡Uy, cuántas fantasías hechas realidad”, pronuncia con su marcado acento malagueño. Otra inmensa sonrisa deja asomar sus dientes blancos. La aprieto contra mí y en la piel de su espalda le dejo las marcas de mis uñas. Quiero marcar toda su piel. Cierra sus ojos y se ve placer en su cara. “Mientras duren las marcas, no me olvidarás”. “No te olvidaré en la vida”. Otro beso, un tierno azote en su trasero. La piel de su culo aún está virgen. La araño con fuerza, la sigo marcando. Su gemido no distingue el placer y el suspiro. Nos acercamos donde su amiga y el otro chico toman un café. En la puerta del bar nos damos los últimos besos. Un beso lleva a otro, otro beso a otra caricia, otra caricia a otro azote. Nos miramos, mantenemos la mirada. Tras un breve titubeo, me dice con asombro: “...es que … te cambia la mirada”. Otro beso. “Mañana nos vemos”.

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