Inicios y comienzos
Una chica domada
Abigail tenía 18 años, cabello rubio, ojos azules y muy hermosa. Cuando finalizó la escuela secundaria se fue de viaje, con un grupo de amigas, alrededor de Europa, antes de comenzar la Escuela de Arte. Esperaba obtener buenos resultados en su carrera.
El sol que entraba por la ventana, consiguió que al final Abigail se despertase. Se levanto perezosamente. Su cama olía a sudor y sexo. Durante la noche sus sueños habían sido muy eróticos y la cama había absorbido parte de ellos. Se levanto, desayuno y mando las sabanas a lavar.
Atraveso el jardín con el corazón latiéndo en todo el cuerpo, transpiraba y una brisa le había endurecido los pezones a tal punto que le dolían. Entro en la cocina, la cara le ardía, tomo una botella de vino blanco helado y subí la escalera hacia su cuarto, pero me quedé congelada en su puerta.
Tal y como había ordenado llevaba un traje chaqueta que le daba un aire sumamente ejecutivo.
-Hola perra, ¿has seguido mis instrucciones?.
-Si, amo.
-¿llevas ropa interior?
-No amo.
-¿Las bolas chinas?
-Las he llevado todo el día, amo.
Era excitante verla caminar y saber que no llevaba ninguna ropa interior y que las bolas chinas iban chocando en su interior.
Recorde como la habia domado yo estaba decidido a domarla. Me coloqué detrás de ella y empecé a azotarla otra vez en el culo con el cinturón, pero esta vez justo donde el trasero se une a la pierna, y fui bajando por la parte trasera de los muslos. Empezó a gritar mucho antes de cumplir con los 10 azotes.
– No puedo más, tengo el culo en carne viva, no me pegues más, haré todo lo que tú digas…
–Está bien zorra, pero todavía no hemos terminado con la lección.
– Sí, sí, haré todo lo que me digas, todo…
– ¿ Chuparme la polla?
– Sí, sí, quiero chupártela,
– Es lo único que tendrás en la cabeza, chuparme la polla y hacer todo lo que yo te diga que hagas.
–Por favor, suéltame y te lo hago…
– Ves, todavía no aprendes. Tú único deseo será complacerme, pero lo harás como yo te diga y cuando yo te diga, no cuando a ti te apetezca. ¿Lo entiendes?
– ¿Pero no querías? No te entiendo.
– No lo harás cuando yo te lo ordene, y te sentirás feliz de tener una ocasión de complacerme.