Inicios VI: Lágrimas

Sexta parte de la crónica Inicios. Ella acude por segunda vez a casa de él, en dónde se verá sometida a una práctica que la hará soltar lágrimas

De nuevo él la había convocado a acudir a su casa para ponerla de nuevo a su servicio. Esa misma mañana había recibido el mensaje de acudir por la tarde. Podía acudir con la ropa que quisiese pero él le había hecho especial hincapié en que viniese perfectamente depilada y aseada. Algo extrañada por la orden, pasó casi 15 minutos más de lo normal bajo la ducha y se aseguró de rasurar la fina línea de vello que mantenía cuidadosamente para él. Se sorprendió al apenarse de tener que quitarse la franja de vello, pero obedeció sin dudar. Para vestirse había optado por una camiseta naranja y unos vaqueros negros, debajo de los cuales llevaba un conjunto de sujetador y tanga de color amarillo.

Se presentó de manera puntual en casa de él. Subió hasta el último piso y llamó a su puerta con los nervios en el estomago. Él no tardó en abrirle la puerta. "Bienvenida querida". Se hizo a un lado para dejarla pasar. "Buenas tardes Amo". Desde la última vez que había estado en su casa y había empleado la palabra, había empezado a dirigirse a él siempre del mismo modo. Aún así seguía causándole vergüenza oírse decirlo en voz alta. Dio un paso adelante y él cerró la puerta. Observó que la casa estaba tan ordenada como la última vez mientras lo acompañaba al salón. "¿Has hecho lo que te dije querida?". Preguntó él mientras se sentaba en el sofá. Ella se paró frente a él y asintió. "Claro Amo". Acto seguido se llevó las manos al cierre del pantalón y lo desabrochó. Se lo bajó un poco arrastrando el tanga también y le dejó ver su sexo totalmente depilado. Él asintió sonriendo satisfecho. "Muy bien. Ya dejaremos que crezca como antes de nuevo". Se puso en pie y se acercó a ella. Sin mediar más palabra la besó en la boca y llevó una mano hacia la entrepierna depilada de ella. "Mm". Un gemido ahogado escapó de los labios sellados de ella al notar como él deslizaba un dedo en el interior de su sexo sin preámbulos. Finalmente se separó de sus labios y sacó el dedo ligeramente brillante. "Desnúdate".  Le ordenó mientras volvía a sentarse. Ella obedeció. Dejó caer los pantalones ya medio bajados y acto seguido se desprendió de camiseta y sujetador. Con un último gestó se desprendió del tanga y apartó la ropa a un lado. Inmediatamente después de desnudarse, se arrodilló delante de él enrojecida ligeramente por la vergüenza. "¿Qué puedo hacer por ti Amo?". Él la miró con su eterna sonrisa. "Quiero que vayas al cuarto de baño de mi cuarto y vuelvas a ducharte con el gel que verás en una bolsa. Verás también unas toallas nuevas, verdes, sécate con esas. Te estaré esperando en la habitación". Algo extrañada por las ordenes, asintió y se levantó para encaminarse al cuarto de baño. Al entrar en el cuarto de él, vio que la cama estaba cubierta por una sábana blanca totalmente nueva. Entró al baño y localizó la bolsa. Era de una farmacia y en su interior había un gel de ducha desinfectante. Aún más extrañada abrió el grifo y empezó a lavarse el cuerpo de nuevo con el gel.

Pasados 10 minutos y una vez asegurada  de haber repasado todo su cuerpo con el gel, salió de la ducha, se envolvió con la toalla verde nueva y salió al cuarto. Él estaba de pie delante de una de las mesillas sobre la que había varios juguetes junto a otra bolsa de farmacia. "¿Lista querida?". Le preguntó al verla. "Sí Amo". Respondió ella quitándose la toalla y dejándole ver de nuevo su cuerpo desnudo. "Perfecto. Túmbate como la otra vez, ¿lo recuerdas?". Ella se sonrojó y asintió la recordar el estar esposada a la cama con la mano de él dentro de su sexo. Se dirigió a la cama y se tumbó en la misma posición, con los brazos estirados hacia el cabecero y las piernas abiertas al máximo posible. Él no tardó en esposarla al cabecero y a los pies de la cama para que no pudiese moverse. Tampoco tardó mucho en ponerle las prietas pinzas de metal en los pezones. "¡Ah!". El quejido escapó de los labios de ella en respuesta a la presión. "Bien querida. Hoy quiero probar algo muy especial que haremos poquito a poco. Voy a someterte a tres prácticas, primero en tus pechos y si te ves capaz de aguantarlas ahí las aplicaré en tu sexo". Mientras hablaba cogió una fusta y la sopesó en la mano. "Primero te los fustigaré". Ella asintió silenciosa mientras el cogía otro objeto. Se trataba de una vara fina y larga hecha de algún tipo de madera. "Luego los varearé". Ella tragó saliva al oírle. Había leído y visto el efecto de las varas. Era doloroso y marcaba bastante. "Y por último". Cogió la bolsa de la farmacia y sacó una pequeña caja. La abrió y cogió uno de los pequeños objetos que había dentro. Ella lo miró con incredulidad. "¿E...eso es una...aguja?". Él asintió sonriendo al ver la cara que ella ponía al decir la palabra. "Así es, por eso he insistido en esterilizar e higienizar tu cuerpo lo máximo posible". Respondió guardando de nuevo la aguja en la caja. "Como te he dicho, primero te aplicaré estas tres cosas en los pechos. Mucho me temo que ellos no se libran querida". Le dijo con una sonrisa. "Pero si tras ellos no te ves capaz de soportar más tu sexo se librará. Tú decidirás querida". Ella asintió con un escalofrío recorriéndole la espalda. "Haré lo que tú quieras Amo". La respuesta escapó de sus labios antes de que realmente pensara en lo que decía. Él le sonrió. "Aún así te volveré a preguntar llegado el momento". Dejó la caja de agujas en la mesilla de noche y se situó frente a ella con la fusta en la mano. Alargó la mano y le quitó las pinzas. "Bien querida, disfrútalo tanto como yo". Ella asintió y cogió aire.

El primer fustazo la recorrió de derecha a izquierda rozándole los doloridos pezones, pero aguantó con los labios sellados. Solo un quedo gemido acompaño al sonido del aire al cortarse y la fusta al golpear la suave piel de sus pechos. Él dejó pasar un minuto antes de volver a descargar el instrumento sobre ella. En esta ocasión fue de izquierda a derecha y sus labios se abrieron ligeramente librando el aire contenido en sus pulmones. Otro minuto pasó antes de la siguiente descarga. "Ah" Esta vez el gemido escapó sin impedimentos. El fustazo había ido de arriba a abajo, sobre su pecho derecho, y había golpeado directamente el pezón. "¡Ah!". Casi sin tiempo para coger aire el cuarto fustazo cayó sobre el su pecho izquierdo, golpeando directamente el pezón. Ella se encogió lo poco que podía con sus esposas y cogió aire para aguantar el siguiente, pero este se demoró. Soltó el aire y volvió a cogerlo, pero la fusta siguió sin caer. Soltó el aire por segunda vez y el ardor de un nuevo fustazo la golpeó en el pecho izquierdo, casi desde el costado y alzándose hacia su erecto pezón. "Ah". Seguía sorprendiéndola como estos se endurecían aún bajo las atenciones más extremas de él. "¡Ah!". De nuevo su pecho derecho era fustigado, desde el costa..."Ah...Ah...¡Ah!...¡Ah!...¡Ah!...¡Ah!" . Una rápida descarga de lado a lado elevó la cantidad de fustazos hasta una docena. Sus pechos se alzaban y descendían visiblemente mientras cogía aire profundamente. Su cuerpo estaba empezando a perlarse con gotas de sudor. Durante medio minuto él observó sonriendo como su pecho subía y bajaba antes de dejar caer un nuevo fustazo. "¡Ah!". Los gemidos escapaban ya libremente cada vez que la fusta acariciaba de nuevo su piel. Alternaba el tiempo entre fustazo y fustazo para no dejarla que se preparara para el siguiente. Lo que si iba en aumento era la fuerza con la que caía cada uno. Contó hasta los treinta fustazos y la dejó descansar un par de minutos. Mientras ella recuperaba el aliento, el llevó una mano hasta el sexo de ella e introdujo dos dedos sin esfuerzo. Los notó cálidos y húmedos. Sonrió, sacó los humedecidos dedos y los llevó hasta la cara de ella para que los viera. "Me gusta que lo disfrutes tu también querida". Ella se sonrojó al ver los dedos de él brillar a causa de sus propios fluidos. Él llevó los dedos hasta la boca de ella y le recorrió los labios con ella. Entendiendo lo que quería, abrió la boca y lamió los dedos notando el sabor salado de su sexo. Hacerlo solo sirvió para excitarla aún más. Una vez terminó, él se apartó y con una velocidad que le sorprendió a ella dejó descargar la fusta en sus pechos de nuevo en rápida sucesión. "¡Ah!...¡Ah!...¡Ah!...¡Ah!..." Ella perdió la cuenta mientras de su boca solo escapaban quejidos, pero él no paró hasta completar los cuarenta fustazos que tenía en mente.

Se apartó de la cama y cogió la vara de la mesilla. Miró el desnudo y brillante cuerpo de ella dejándola reposar un poco antes de continuar. Cuando ella recuperó la respiración, giró la cabeza para mirarlo a los ojos. Él la sonrió y volvió a acercarse a ella con la vara en la mano. Sin decir nada. la descargó del mismo modo en que había hecho con el primer fustazo, de lado a lado rozando los pezones. "¡¡¡Ah!!!". Un fuerte gemido salió de la garganta de ella al notar el varazo. La sensación fue como la de un fustazo concentrado. Notaba como la piel le ardía en dónde la fusta la había golpeado. Mientras jadeaba rápidamente para recuperar el aire, el dejó caer de nuevo la vara. "¡¡¡Ah!!!". La espalda de ella se arqueó lo poco que pudo mientras el grito salía. Realmente le estaba resultando más duro de lo que había imaginado. Él repitió la trayectoria cuatro veces más, cada una acompañada por su respectivo gemido. Unas final líneas rojas podían apreciarse recorriendo los pechos de ella. Él alargó la mano y las recorrió con los dedos, causándole más gemidos a ella. "Estas serán tus segundas marcas tras las cuerdas". Le dijo sonriendo. "Te están quedando preciosas". A pesar del dolor ella no pudo evitar sonreír ante el halago. Él se agachó para darla un fugaz beso en los labios antes de retomar la tarea. "¡¡¡Ah!!!". Cada varazo iba acompañado de su grito, formando un coro que llenaba la habitación. Cuando él empezó a apuntar directamente a los pezones con la vara, ella descubrió que esta podía ser todavía más dolorosa. "¡¡¡Ah!!!". Cada golpe la hacía gritar y arquearse. Notaba como el sudor se deslizaba por su cuerpo y caía hasta la sábana nueva. Cuando él alcanzó el vigésimo varazo volvió a acercarse a la mesilla y depositó la vara sobre ella para acto seguido sentarse en la cama al lado de ella. Sus pechos tenían líneas horizontales surcándole ambos pechos de forma simétrica. Él volvió a recorrerlas con los dedos. "Ah". El suave gemido le hizo sonreír. Se giró y cogió la bolsa de la farmacia.

Las agujas seguían sobre la mesa y ella se sorprendió al ver como el sacaba unos guates de látex, una botella de alcohol y algodón. "Primero desinfectar querida". Ella asintió algo temerosa a las agujas que sabía que se avecinaban. Él puso algo de alcohol en el algodón y lo dirigió hacia los pechos de ella. "¡Ah!". Gritó ella al notar el alcohol quemándole en las marcas de la vara. "Sopla, sopla, sopla." Empezó a decir apresuradamente. Él no pudo evitar reírse en voz alta. "Jajajajaja. ¿En serio querida? ". Él volvió a desinfectarle la zona con el algodón. "Esto es casi lo mejor de todo, no voy a privarme de ello". Comentó con tono de malicia. Ella se mordió el labio mientras él continuaba aplicándole el algodón. Tras unos agónicos minutos, él dio por finalizada la tarea. Sin dejar de sonreír, se puso los guantes y sacó la primera de las agujas.

Ella cogió aire cuando é se acercó hasta su pecho derecho. Pinzó la piel por encima del pezón y apoyó la aguja con ella. Giró la cabeza para mirarla a los ojos y ella cogió aire a la vez que cerraba los suyos. Con una pequeña presión, la aguja se deslizó por la piel de ella. "¡Ah". La punzada se sumó al dolor y escozor que ya sentía. Dejó salir el aire de sus pulmones y los volvió a llenar rápidamente. Él la observó para analizar su reacción y tras unos segundos repitió la operación con el pecho izquierdo. "¡Ah!". Dejó pasar otro minuto antes de coger la siguiente aguja. "¡Ah!...¡Ah!...¡Ah!...". Otras cuatro agujas fueron a parar a cada pecho, formando un circulo rodeando cada pezón. Cuando hubo terminado se alzó y la contempló fijamente.

Su pecho subía y bajaba al ritmo acelerado de su respiración. Su piel estaba totalmente humedecida por el sudor. Los pechos estaban surcados por las marcas rojas de la vara y los pezones estaban envuelto por el brillo de las agujas. Tendió la mano y pulsó suavemente uno de sus pezones. "¡Ah!". Él sonrió al oír el quejido. "Estas preciosa querida". Le dijo sonriendo. Con esfuerzo, ella le devolvió la sonrisa. "Gracias Amo". Él se sentó de nuevo a su lado y le apartó un mechón de cabello humedecido por el sudor de la cara. "Ahora querida, voy a ir a por algo de beber a la nevera. Cuando vuelva, quiero que decidas si seguimos o no. Piénsalo con calma". Volvió a darle un fugaz beso y se levantó. Salió de la habitación dejándola con sus pensamientos.

Mil ideas contradictorias surcaron su mente en los minutos que él la dejó meditar. Cada respiración movía su pecho causándole dolores. Podía notar las agujas clavadas en su piel y el escozor del alcohol todavía le ardía ahí en dónde la vara la había alcanzado. Cada pensamiento era sustituido un latido después por otro diametralmente opuesto. No terminaba de asimilar el haber sido capaz de aguantar las practicas en sus pechos como para imaginarse hacerlo en su sexo. Estaba cansada y dolorida. Las extremidades las tenia adormecidas de tenerlas estiradas y el dolor de sus pechos no se reducía. Todavía dándole vueltas él regresó a la habitación. Se sentó de nuevo y preguntó. "¿Y bien?". Todos los pensamientos se agolparon en su mente y casi no fue consciente de sus propias palabras. "Haré lo que quieras Amo". Él sonrió mientras ella asimilaba sus propias palabras. "De acuerdo". La besó de nuevo, aunque esta vez profundizando. Saboreó sus labios y su lengua durante un minuto antes de volver a incorporarse. Se acercó hasta la mesilla y cogió el último de los juguetes que tenia preparados. Ella se sorprendió al ver la mordaza de bola, preguntándose el porqué no la habría usado antes. "Quería que pudieras hablar libremente, por si era demasiado para ti y había que parar querida". Le dijo él leyendo la pregunta que surcaba su mente. Ella asintió silenciosa y abrió la boca para que se la pusiera. Una vez puesta, él se alzó y caminó hasta ponerse a los pies de la cama. Sin más preámbulo, descargó la fusta sobre su sexo.

"Mm". Los agujeros de la mordaza impedían que ahogara por completo los quejidos, pero los amortiguaban. "Mm...Mm...Mm...". La fusta se descargó diez veces seguidas, de forma enérgica. Con un espacio más reducido que en sus pechos, casi todos los fustazos rozaban o directamente golpeaban su clítoris, arrancándole gemidos ahogados más profundos. "Mm...Mm...¡Mm!...Mm...¡Mm!...¡Mm!...Mm...". Una veintena de fustazos más golpearon el expuesto sexo de ella, cada uno acompañado por un quejido. Ella notaba como la saliva empezaba a escabullírsele por las comisuras de los labios y recorrían sus mejillas hasta la sábana. Los últimos diez fustazos fueron pausados pero muy enérgicos. "¡Mm!...¡Mm!...¡Mm!...¡Mm!...". Cada uno de ellos le tensaba el cuerpo y aceleraba la respiración, sumando al propio fustazo el dolor de las agujas que seguían en el pecho. Una vez cubiertos los cuarenta fustazos en el sexo, él se encaminó a la mesilla a por la vara. Ella lo observó y cogió aire mientras regresaba a los pies.

"¡Mm!". La vara cayó sobre su labio derecho y la hizo arquear la espalda. "¡Mm!". El segundo sobre el izquierdo tuvo el mismo efecto. La fina franja de dolor que dejaban los varazos se incrementaba por la gran sensibilidad de la zona que golpeaban. "¡Mm!...¡Mm!". Tercero y cuarto golpearon igual que los anteriores. Él la dejó tomar el aire unos segundos, y ella comprendió lo que significaba. "¡¡¡Mm!!!". El quintó varazo la golpeó directamente en el clítoris. El ahogado gemido fue acompañado de un espasmo que le recorrió espalda y articulaciones como si de un látigo se tratara. Boqueó tratando de recuperar el aire pero la mordaza dificultaba la acción. Él observaba cada una de las reacciones del cuerpo de ella, disfrutando. Cuando pareció que su respiración volvía a la normalidad, descargó la vara de nuevo sobre su clítoris. "¡¡¡Mm!!!". A todas las sensaciones que habían acompañado el anterior varazo, ella notó como una lágrima se deslizaba por su mejilla. El dolor que la acompañaba también era mayor. "¡¡¡Mm!!!". Un nuevo gemido acompañó al séptimo varazo. Más lagrimas escaparon de sus cerrados ojos a la vez que los quejidos escapaban de la mordaza al notar el octavo y noveno. "¡¡¡Mm!!!...¡¡¡Mm!!!". Ella abrió los llorosos ojos ampliamente y los dirigió a él, el cual descargó la vara por decima vez mientras la miraba. "¡¡¡Mm!!!". Ella volvió a cerrar los ojos durante varios segundos antes de mirarlo de nuevo de forma suplicante, sin poder hablar a causa de la mordaza. Él se acercó hasta ella y se sentó a su lado. "Sé lo que quieres querida, pero te he dejado elegir". Él le llevó la mano a las mejillas y recogió las lágrimas. "Sé que es duro, pero sé que puedes". Se inclinó y la beso en la frente antes de ponerse en pie y volver a los pies de la cama. Ella derramó más lagrimas y cerró los ojos fuertemente. "¡¡¡Mm!!!...¡¡¡Mm!!!...¡¡Mm!!!". Cada varazo sobre su dolorido clítoris le arrancaba más gemidos y lagrimas, y para su horror, con el decimotercero notó como un pequeño chorro de orina escapaba de su sexo. Él vio como las gotas salían de su sexo mojando la sábana blanca y se detuvo un momento. "Aguanta querida". Le dijo antes de descargar el decimocuarto varazo. A pesar de lo que él le había dicho, con cada varazo sentía como perdía el control de su cuerpo. Con una gran fuerza de voluntad contuvo su orina durante los dos siguientes varazos, pero el sentir el decimoséptimo, perdió por un segundo el control de su cuerpo y un nuevo chorro se escapó. Lo frenó, pero la sensación de alivio que había sentido al dejar escapar la orina se apoderó de ella y empezó a vaciar su vejiga por completo. Él observó como el cuerpo de ella se distendía mientras el dorado liquido escapaba de su sexo empapando la sábana nueva, mientras ella se moría de la vergüenza ante el fracaso al cumplir la orden como por la propia acción de orinarse descontroladamente delante de él. Cuando hubo finalizado, él descargó los tres varazos que quedaban de la secuencia en rápida sucesión. "¡¡¡Mm!!!...¡¡¡Mm!!!...¡¡Mm!!!". Ella gimió aceleradamente mientras la vara terminaba de castigar su clítoris e interiormente agradecía el fin del suplicio. "¡¡¡Mm!!!". Para su sorpresa la vara le golpeó de nuevo en el clítoris de modo mucho más enérgico que las anteriores. "¡¡¡Mm!!!". La vara la golpeó de nuevo apenas empezó a mitigarse el dolor del varazo anterior. "¡¡¡Mm!!!...¡¡¡Mm!!!...¡¡Mm!!!". Otras tres descargas más acompañaron a las dos anteriores. Jadeando, con los ojos cerrados surcados de lagrimas oyó como él se acercaba a la mesilla. Abrió los ojos solo para ver como él regresaba ya a los pies de la cama y notó como sin miramientos ponía una de las apretadas pinzas metálicas en su clítoris. "¡¡¡Mm!!!". Se arqueó una vez más mientras más lagrimas descendían por su rostro. "Este es solo el principio del castigo por desobedecer querida". Le dijo él con tono serio. Ella sintió como la decepción se abría paso en su mente y se hacía más pesada que el dolor mientras el volvía a la mesa a por las agujas.

Él la dejó descansar cinco minutos antes de ir con la última parte. Cogió una silla y se sentó delante de su sexo con el bote de alcohol y el algodón. Notó el olor de la orina salir de su depilado sexo y de las sábanas. Empapó el algodón y lo pasó por la enrojecida piel. "¡Mm!". La sensación de ardor y escozor volvió a recorrerle el cuerpo y ella suplicó mentalmente que el soplase para aliviarlo, pero él no le concedió dicho alivio. En su lugar repasó de forma enérgica la zona, sin miramientos a la hora de mover la dolora pinza del clítoris. Una vez esterilizada la zona, se pusó unos guantes nuevos y sacó una nueva pinza. Le pinzó la piel del labio derecho y clavó la aguja." ¡Mm!". Comparado con el dolor de la vara, el pinchazo le pareció una sensación suave. El entumecimiento que empezaba a sentir también contribuía a soportarlo mejor. "¡Mm!". La segunda aguja se clavó en su labio izquierdo. Él fue alternando entre cada labio y fue poniendo agujas en  toda su longitud hasta enmarcar su sexo. Las diez brillantes agujas apuntaban al interior de su humedecida intimidad dándole un aspecto amenazante a cualquier intruso. Divertido por la idea, él le metió un par de dedos en su interior. "¡Mm!". Ella gimió al notar la pinza y las agujas moverse por la intrusión.

Durante algunos minutos él continuó moviendo sus dedos en el interior de ella arrancándole un quejido de vez en cuando. Tras un buen rato, sacó los dedos y sin delicadeza la quitó la pinza. "¡Mm!". Una oleada de pinchazos le recorrió el clítoris al quitarle la pinza, pero estos no camuflaron el pinchazo real. "¡¡¡Mm!!!". Ella arqueó por última vez la espalda al notar como él sostenía su clítoris y clavaba una última aguja en el. Jadeó con fuerza mientras el dolor se asentaba cuando notó que el empezaba a quitarle la mordaza. "Lo siento". Fue lo primero que escapó de sus ya libres labios al mirarle a los ojos. "Lo siento, lo siento, lo siento,..." Empezó a balbucear mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. "Sssh...". Le respondió él poniéndole un dedo en los labios. "Has fallado y te he castigado. ¿Has aprendido de ello?". Ella asintió todavía llorosa. "Sí Amo. Lo siento, lo siento,...". Él se inclinó y la besó en la boca mientras todavía se disculpaba. Durante varios segundos sus lenguas jugaron la una con la otra hasta que finalmente se separaron. "Ya es suficiente querida. Vamos a quitarte esto." Él le quitó las esposas de las manos y los pies. Ya libre, ella se frotó las entumecidas muñecas. Él la hizo tumbarse de nuevo mientras fue quitando una a una las agujas de su cuerpo y las depositaba en un pequeño bote naranja de plástico duro para desechos médicos. Al retirar algunas de ellas, pequeñas perlas de sangre adornaron la piel de ella con un tono carmesí. Cuando por fin la última aguja estuvo en el bote de desechos, ella se abalanzó sobre él llorando apoyando la cabeza contra su pecho. "Lo siento". Repitió una vez más. Él la abrazó y acarició su cabello. "Lo siento". La tarde dio paso a la noche mientras ella continuaba disculpándose por su fallo. Cuando finalmente pudo calmarse, él la besó de nuevo y la acompaño al baño. En esta ocasión ambos se ducharon juntos sin parar de besarse en ningún momento.