Inicios III: Cuerda
Tercera parte de la crónica Inicios. Segunda sesión de la pareja con la inclusión de una nueva práctica para la pareja.
Cuerda. Era el nuevo elemento que había sobre la mesita de la habitación del hotel. Ella había llegado al hotel unos minutos antes, y al igual que en el anterior encuentro él había cogido la habitación 247. La fusta, la venda, la mordaza, las velas multicolor y las pinzas de metal estaban colocadas igual que la vez anterior, pero el rollo de cuerda roja ocupada el lugar que antes pertenecía a los grilletes, los cuales habían desaparecido.
Tampoco había ninguna nota con instrucciones, así que supuso que las indicaciones serian las mismas que en el anterior encuentro. Se encaminó al baño y empezó a quitarse la ropa. En esta ocasión, él si le había indicado como debía vestir para el encuentro. Jersey de cuello vuelto y falda larga. Los mismos zapatos de tacón fino de su primer encuentro en la cafetería. Le había dejado libertad a la hora de escoger la ropa interior y había optado por un conjunto rojo. Desde que estaba con él, había empezado a emplear este color a menudo.
Una vez desnuda se metió bajo los chorros de agua caliente y dejó que el agua la relajase. Se enjabonó el cuerpo con el jabón de lilas repasando bien sus pechos y su pubis. También desde que estaba con él había cambiado el modo de llevarlo. Él le había dicho que le gustaba corto, no totalmente depilado, y bien arreglado, así que ella había optado por dejarse una finísima línea de vello vertical. Cada mañana se encargaba de repasarla para que siguiera igual.
Terminó de ducharse, se secó y salió desnuda a la habitación. Cogió la venda y se situó en su posición. Se coloco la venda envolviéndose en oscuridad y se arrodilló. Sin los grilletes no sabía muy bien qué hacer con las manos, así que optó por dejarlas en la espalda. Se enderezó y esperó ansiosa la llegada de él.
La puerta se abrió tras lo que pareció un rato interminable y él entró. Caminó por el corto pasillo hasta alcanzar la habitación y la miró con una sonrisa. Se acercó a ella y al igual que en el encuentro anterior la besó en los labios. Notó como se estremecía al sentir su contacto. Se separó de ella y empezó a moverse por la habitación.
Ella oyó como él se acercaba a la mesa, cogía algo y volvía a donde estaba ella esperando de rodillas. "Levántate querida". Le ordenó él con su tono de voz siempre alegre. Ella obedeció y se levantó. Tras hacerlo se dio cuenta de que lo había hecho todavía con las manos a la espalda, como si las tuviese atadas. Al momento se sintió un poco tonta, pero él sonrió al ver el gesto. "¡Ah!". Ella soltó un pequeño grito, libre sin la mordaza de escapar de sus labios, cuando él golpeó sus nalgas con la mano. Sin separar la mano de sus nalgas las acarició y apretó durante algunos segundos, tras lo cual pasó a sus pechos. Los palmeó de manera individual una vez y luego los acarició. Alcanzó sus pezones erectos por la excitación y los pellizcó y retorció. Cuando hubo acabado con ellos fue momento de su sexo. "Las piernas". Fue lo único que él tuvo que decir. De inmediato ella las separó para dejar su sexo al alcance de sus atenciones. "¡Ah!". La mano la golpeó y acto seguido empezó a acariciarla. Recorrió su sexo con suavidad, notando el calor que emanaba de ella. Separó sus pliegues y alcanzó su clítoris. "Mm". Lo movió en círculos, lo presionó, pellizcó y retorció haciéndola sacar un coro de gemidos varios. Por último le metió un dedo en el interior de su sexo. Lo metió y sacó con delicadeza, masturbándola con suavidad. Sus movimientos iban acompañados por pequeños gemidos.
Él continuó masturbándola hasta que notó que a ella le quedaba poco por acabar, momento en que sacó el dedo con rapidez. "Ah, no". Protestó ella al sentir como le negaban su orgasmo. Él se apartó un poco y se acercó hasta la mesita. "¡Ah!". Ella dejó escapar un grito al notar como la fusta golpeaba de manera enérgica sus nalgas una vez. "Las niñas buenas no protestan. Y menos porque le saquen dedos del interior de su sexo, eso es de putas sin clase". Las palabras de él le golpearon la mente y se sintió tremendamente avergonzada. Sabía que lo que decía él era cierto pero aún así deseaba que el dedo de él volviese a su interior y la masturbase. "Perdona". Se disculpó ella con tono entristecido. Él dejó la fusta sobre la mesita y volvió a ponerse frente a ella. "Poco a poco querida". Ella se sintió aliviada. Ciertamente hacia poco que habían formalizado su relación y aprendía un poco más cada día que pasaba. "Ahora abre la boca...". Ella obedeció rauda antes de que él terminase. "...y límpiame de tus jugos" Le ordenó metiéndole el humedecido dedo que había estado en el interior de su sexo. Ella atrapó el dedo entre los labios y empezó a lamerlo. El sabor de sus propios fluidos le resultó extraño pero no desagradable.
Él dejó el dedo en el interior de su boca durante un par de minutos, hasta que consideró que era suficiente. Lo sacó de su boca con un húmedo sonido de succión y volvió a la mesita. "Separa los brazos un poco querida". Ella obedeció separando los brazos de su espalda desde que había llegado él y los dejo colgando de los lados sin saber muy bien qué hacer con ellos. Mientras se preguntaba lo que vendría a continuación noto como algo suave y cálido le rodeaba los hombros tras la nuca y le caía por los pechos. El tacto de la cuerda le resultó agradable. Él se situó delante de ella e igualó la cuerda para que hubiera la misma cantidad a cada lado. Notó como la cuerda se deslizaba por su nuca con el suave y cálido roce de la fricción contra su piel. Una vez la hubo igualado sostuvo la cuerda con firmeza y empezó a anudarla.
Ella notó como él realizaba tres nudos. Uno justo por encima de sus pechos, otro por la mitad y el tercero por debajo. Dejó que la cuerda cayera al suelo y la hizo dar un paso adelante. Se situó tras ella, cogió la cuerda y la pasó entre sus piernas. La subió por su espalda y la pasó por la nuca. Al pasarla, él tiró fuerte para tensar la cuerda y ella notó como se introducía entre los pliegues de su sexo y le rozaba el clítoris. "Ah". Una vez la cuerda estuvo tensada, el volvió a pasarla entre los nudos del pecho, creando la ilusión de un enrejado que volvía a su espalda, donde terminó por atar los últimos trozos de cuerda. "Listo". Comentó él con tono de satisfacción. Se apartó un poco para mirar su obra.
Asintiendo satisfecho se acercó a ella y le quitó la venda. "¿Qué te parece?" Ella parpadeo al volver la luz a sus ojos y tras enfocar pudo ver su reflejo en el espejo del armario. Era de cuerpo entero y se veía perfectamente. La cuerda apretaba su cuerpo y se metía profundamente en su sexo, rozándole el clítoris con cada movimiento. Él se sentó en la cama y dejó que ella se admirase en el espejo. Mientras lo hacía bajo la cremallera de su pantalón y dejó al descubierto su miembro erecto por la excitación de ver su pequeña obra de arte. "Querida". Ella se dio la vuelta y vio el miembro de él. Se acercó y de inmediato se puso de rodillas. Le resultó más difícil de lo que pensaba por culpa de los roces de la cuerda. Una vez estuvo de rodillas, más o menos cómoda, sacó la lengua y lamió el miembro de él.
Tras varios lametones abrió la boca y se le lo introdujo. El apoyó una mano en su cabeza y fue guiando su ritmo. "Mm". Pequeñas gotas de saliva se le escapaban a ella de entre la comisura de los labios y se deslizaban por el miembro de él. Ella se ayudó de las manos y acarició sus testículos y su perineo. Él la dejó hacer disfrutando de la lengua de ella. Tras varios minutos ella noto satisfecha como sus esfuerzos daban frutos al sentir como su boca se llenaba del semen de él. Dejó de moverse y empezó a tragar el amargo líquido. Una vez hubo terminado, limpió bien el miembro antes de sacarlo de su boca. Él le dedicó una sonrisa y se puso en pie volviendo a guardarse su miembro. Se acercó al baño y volvió con el jersey y la falda de ella. "Bueno querida, vamos a dar un paseo". Ella, aún de rodillas en el suelo, le miró extrañada. "¿A...a donde?". El dejó las prensas sobre la cama y se sentó en uno de los sofás. "De compras. Quiero comprar algo especial para nuestro próximo encuentro. Venga vístete". Ella asintió y se puso en pie. Llevo una mano a su espalda y trato de alcanzar el nudo de la cuerda. "¿Cómo se quita esto?". El sonrió. "Deshaciendo el nudo". Ella trató de alcanzarlo de nuevo. "No lo alcanzó". El seguía sonriendo. "Me imagino. En donde esta tendré que quitártelo yo". Ella se acercó a él y le dio la espalda. Él le dio una palmada en las nalgas. "Ah". Ella se volvió para mirarlo de frente. Él parecía realmente divertido. "Ay, querida. ¿Para qué podré haberte encargado venir con esa ropa en concreto?". Ella miró la ropa y durante un segundo la incredulidad le impidió entender lo que él quería. "¿Qui...quieres que vaya con la cuerda...puesta?". Él asintió, lo que causó que ella se enrojeciese de vergüenza al momento. La idea de ir por la calle con la cuerda puesta le pareció imposiblemente atrevida. ¿y si la gente se da cuenta? Bueno, la ropa la tapada. Incluso el jersey de cuello vuelto impedía que se le viese el cuello. Pero aún así. ¿Y si alguien se daba cuenta?. "¿Y qué importa lo que opinen?". Le preguntó él leyendo su mente. "Son desconocidos. Ellos no comprenden." Ella se dio cuenta de que así era. Ellos los entendían. Él la entendía. Eso le bastaba. Cogió la falda y empezó a vestirse.
Mientras bajaban juntos en el ascensor ella no terminaba de creérselo. Iba a salir de compras con él llevando una cuerda alrededor del cuerpo. Por su mente paso la idea de que llevaba un body de cuerda y la idea la hizo sonreír. Las puertas se abrieron y salieron al vestíbulo del hotel. El roce de la cuerda en su entrepierna al andar era cada vez más intenso y tenía que caminar de manera pausada. Él había acomodado el ritmo de sus pasos para dejarla acostumbrarse a la cuerda. Salieron del hotel y caminaron tranquilamente por una avenida bastante transitada. Ella sentía como las miradas de todo el mundo se clavaban en ella, la desnudaban y observaban como la cuerda apretaba su cuerpo, como los pezones duros se marcaban bajo el jersey y los fluidos de su sexo de deslizaban gota a gota por sus muslos, mojando la cuerda que tenía clavada entre las piernas. Un segundo después de pensar en todo aquello se dio cuenta de que era ridículo. Nadie la miraba, nadie veía a través de su ropa. Las miradas que se cruzaban con la suya desaparecían tan pronto como habían llegado, pero aún así cada una de ellas le enviaba punzadas de excitación que le recorrían todo el cuerpo. Con la excitación aumentando a cada paso alcanzaron su destino.
Llegaron a una zona comercial repleta de tiendas de todo tipo. Él se dirigió directo a una de las calles que salían de la zona y ella le siguió. Pasaron frente a una pastelería, una papelería, una tienda de animales, una zapatería y alcanzaron finalmente una pequeña tienda de ropa de mujer. Él sostuvo la puerta y la invitó a entrar. El interior era agradable, con una decoración moderna, una música suave de jazz y algún perfume exótico en el aire. Algunas mujeres jóvenes daban vueltas por la tienda mirando entre las prendas de temporada. "Anda, elige algo que te guste". Comentó él con su eterna sonrisa. Ella lo miró dudando un momento. "¿Quieres que coja algo en especial?". Él le puso una mano en el brazo. "Ahora te escogeré algo, pero quiero que también elijas por tu cuenta. Pero no te pases, que uno no es millonario y no puede permitirse de todo". Comentó divertido. Ella no puedo evitar sonreír también. Se dio la vuelta y empezó a mirar entre las prendas por un lado mientras él la seguía y miraba por otro.
Tras unos buenos veinte minutos mirando ella terminó finalmente frente al probador. Este consistía en una serie de cabinas con espejos en casi todos sus lados y que se cerraban con una liviana cortina de tela. En sus manos sostenía un vestido de color verde hasta las rodillas con escote tipo palabra de honor, una blusa roja y unos pantalones grises de pinza. Por su parte el había escogido para ella una minifalda plisada de color negra y un vestido corto azul abierto por la espalda. "Puedes empezar por el vestido tuyo". Comentó él. Ella asintió y se metió en el probador cerró la cortina y empezó a quitarse la ropa. Cuando se desnudó pudo apreciar en los espejos su cuerpo envuelto por la cuerda por todos sus lados. Avergonzada se puso el vestido rápidamente. Cuando se miró vio como la cuerda se veía claramente sobre el escote del vestido. Aunque eso la desconcertaba un poco, el vestido parecía quedarle bien. "¿Qué tal vas?". Ella giró sobre sí misma para verse bien. "Bien. Me gusta cómo me queda". Se colocó un poco el vestido y se dispuso a pasar a la siguiente prenda. "Déjame ver a ver qué tal te queda". Ella se quedó parada un segundo. Si abría la cortina cualquiera podría verla. Más aún, verían la cuerda que recorría su nuca y descendía hasta sus pechos. "Venga" Dijo él con cierto tono de impaciencia. Temerosa, descorrió poco a poco la cortina, hasta que él pudo verla. "No está mal, te queda bien. Date la vuelta." Ella lo hizo. Por el reflejo del espejo pudo ver como las demás clientas se movían por la tienda, aunque ninguna parecía fijarse en ella. "Sí, muy bien. Siguiente". Ella cerró la cortina con el corazón acelerado. Se quitó el vestido y se puso la siguiente prenda.
Estuvo probándose las prendas y enseñándoselas a él durante un rato. Cada vez que abría la cortina su corazón le daba un vuelco pensando en que alguien la vería, pero si así fue no se enteró. Finalmente decidieron llevarse el vestido largo, la blusa roja y la minifalda. Las dos últimas prendas habían resultado combinar tremendamente bien y le conferían a ella un aspecto tremendamente seductor. "Ve dejando las cosas en su sitio y que vayan haciendo la cuenta. Tengo que ir un momento afuera a buscar una cosa antes de que me cierren. No tardaré". Ella asintió y obedeció. Recogió la ropa, la devolvió a su sitió y fue a la caja. Un minuto después él regresó con una bolsa negra en la mano. Sonreía como siempre. "¿Qué has comprado?". Preguntó ella. "Ya lo verás" Respondió él divertido. Pagaron y salieron de nuevo a la avenida. ÉL la llevo a un restaurante y aprovecharon para cenar. Durante la cena hablaron sobre el trabajo y los amigos, la familia y sus aficiones. Fue un rato relajado aunque con cada movimiento ella notaba como la cuerda le rozaba su intimidad. Tras todo el ajetreo la cuerda le había causado una gran excitación que se reflejaba en sus duros pezones y en la humedad que notaba recorrer sus muslos, pero las caricias de la cuerda estaban siendo una tortura cruel. El roce la dejaba al borde de un orgasmo que no terminaba de alcanzar. Terminaron de cenar y regresaron al hotel.
"Desnúdate". Dijo él nada más llegar a la habitación. Ella obedeció rauda y se desprendió del jersey y la falda. Dejaron la ropa de la tienda y el misterioso paquete de él en el armario. Ella se quedó en su sitio frente a la cama mientras él iba a la mesita. Cogió algunas pinzas y volvió a su lado. Agarró los endurecidos pezones de ella y los retorció. "Parece que tener una cuerda metida en tu sexo te excita enormemente querida. Tal vez deberías llevarla siempre". Comentó el con tono malicioso. Ella bajo la mirada avergonzada. "Te ha gustado pasear con ella puesta?". Bajo todavía más la mirada. "Sí". El sonrió ante su tono vergonzoso. Estiró un poco más sus pezones y le puso una pinza en cada uno. "Ah". Un pequeño gemido escapó de los labios de ella. "Las piernas". Dijo él y ella las separó. La cuerda se metía por completo entre los pliegues de su sexo y tapaban su excitadísimo clítoris. Cogió uno de sus labios y le puso una pinza, para inmediatamente después hacer lo mismo con el otro labios. "Ah". Se quejó ella con cada pinza. Él contempló como quedaban y asintió. Le puso un par más de pinzas y luego otro más, dejándola con seis pinzas en los labios de su sexo. "Ponte sobre la cama a cuatro patas querida". Ella obedeció sintiendo como las pinzas y la cuerda de su sexo le mandabas aguijonazos de dolor con cada paso. Se puso en posición ofreciéndole sus nalgas a él y notando como las pinzas de metal tiraban de sus pechos colgantes. ÉL se acercó hasta la mesita y cogió la fusta. Ella cogió aire preparándose para lo que se avecinaba. Oyó el aire rasgarse cuando el primer fustazo cayó sobre sus nalgas. "Ah". Sin la mordaza sellando sus labios luchaba por contener sus gritos. "Ah". La fusta se descargó de nuevo, y luego otra vez. Contó un total de veinticinco fustazos, cinco más que la primera vez. Notaba las nalgas doloridas y calientes.
"Incorpórate". Ella lo hizo poniéndose de rodillas sobre la cama. "¡Ah!". Un grito más fuerte escapó de sus labios cuando la fusta golpeó sobre sus pechos retorciendo las pinzas de sus pezones. "¡Ah!". Un nuevo fustazo siguió al primero y nuevos más tras este hasta completar la tanda de 25 fustazos. No sabía en qué momento sus ojos habían empezado a derramar lágrimas que recorrían sus mejillas. "Bocarriba. En el borde de la cama." Ella se situó donde le indicaba, con la mitad de las doloridas nalgas sobre la cama y la otra al aire. Él la miró unos segundos sin decir nada. La vergüenza que sentía le causó que una nueva lagrima se deslizara por su mejilla. "¡Ah!". La fusta volvió a golpearle los pechos, con algo más de dureza que las anteriores veinticinco. "Las piernas querida, tienes que estar más atenta". Ella las separó. "Perdona". Dijo acompañada de un sollozo. Se mordió el labio para no gritar más. Él vio el gesto y descargó la fusta sobre su sexo. "¡Mm!". Ella apretó los dientas hasta casi hacerse sangrar el labio cuando el golpe alcanzo su sexo y se trasmitía a su clítoris y a la media docena de pinzas. "¡Mm!". EL segundo fustazo la alcanzó. Cerró los lagrimosos ojos tratando de evadirse. El tercer fustazo cayó, seguido de cerca por el cuarto y el quinto. El cuero siguió cayendo sobre su sexo durante lo que pareció una eternidad. "¡Ah!". El onceavo fustazo terminó por minar su resistencia y un grito escapó de sus labios. Cada nuevo fustazo fue acompañado por su correspondiente grito hasta acabar la tanda de veinticinco fustazos. Cuando los fustazos terminaron sus ojos estaban rojos y las mejillas tenían surcos causados por las lágrimas. "Ya pasó querida. Lo has hecho muy bien". Ella asintió sollozando incapaz de hablar.
Él le retiró las pinzas con delicadeza. Primero las de los pezones y luego las del sexo. La ayudó a ponerse en pie y le desató la cuerda. Mientras lo hacia ella veía las rojas marcas que le había dejado en el cuerpo. Aun si ella parecía que seguía con la cuerda puesta. Él terminó de desatarla, dejó caer la cuerda al suelo y la envolvió delicadamente en sus brazos. Ella hundió la cabeza en su pecho y empezó a llorar intensamente. Él acariciaba su cabello mientras ella dejaba que las lagrimas descargasen toda la tensión que había acumulado durante la sesión. Tras un largo rato ella dejo de sollozar. Él la cogió por la barbilla mirando sus llorosos ojos y la beso profundamente. Continuaron besándose mientras él se desvestía. Una vez desnudo, con su miembro totalmente endurecido por la excitación se tumbaron juntos en la cama. El la penetró arrancándole gemidos de dolor de su castigado sexo y se movió de manera enérgica. Cuando notó que estaba a punto de terminar sacó su miembro del interior de su sexo y lo introdujo en la boca de ella, recompensándola por todo su esfuerzo del día corriéndose en ella y dejándola beber su semen. Descansaron un rato abrazados un rato y más tarde volvieron a hacerlo. Él la sodomizó en esta ocasión. Aunque también le causó dolor ella agradeció que diera un poco de descanso a su lastimado sexo. Se corrió en su interior y se quedaron tumbados juntos de nuevo, cuchicheando en la oscuridad antes de volver a hacerlo una y otra vez a lo largo de toda la noche.