Inicios
Un chico de diecinueve años, confuso y sin fe en sí mismo, conoce a un hombre que le arrancará una sonrisa... y la ropa.
A una muy tierna edad, descubrí que me gustaban los hombres. Siempre había tenido dudas, siempre había mirado a los demás niños en el vestuario mientras sus impúberes pichitas bailoteaban bajo el agua de la ducha. No descartaba que me gustaran las mujeres, siempre me había excitado el torso desnudo femenino. Los pezones erectos acentuando unos generosos pechos de una fémina bajo una sutil tela semitransparente arrancaban una erección bajo mi bragueta casi imposible de controlar. Hasta el día en que una de las mayores atracciones sexuales de mi vida cayó bajo mi mirada: Sebas
Zennon y Sebas
Soy Zennon, actualmente tengo 22 años y soy de Barcelona, España. Lo que voy a contaros a continuación es TOTALMENTE VERÍDICO. Siempre he sido bisexual, o al menos eso creo. Cuando era niño, a eso de los seis o siete años, me gustaba mucho desnudarme junto a otros niños. Con uno de ellos, Carlos, hasta nos tocábamos la entrepierna, jugábamos a médicos y nos pelábamos las diminutas pichas hasta que se ponían duras como fierros. Me encantaba que me respirara cerca del glande mientras me miraba, completamente expuesto y desnudo, mientras veía cómo su diminuta virilidad crecía mientras tocaba y observaba la mía. Más tarde fue Pablo, el hijo del marido de mi hermana. Empezamos a los 11 años, mientras jugábamos en el bosque. Un día empezamos a tocarnos en broma y nos dimos cuenta que estábamos empalmados. Decidimos bajarnos los pantalones, como si fuera un juego, y nuestros calzoncillos tenían forma de tienda de campaña. Siempre recordaré sus dedos jugueteando con mi semidesarrollada polla sobre la tela del calzoncillo, mientras yo intentaba alcanzar la suya con los míos. Empezamos a meter las manos bajo la tela de la ropa interior y nos hicimos una paja mutua, deliciosa y con final feliz. Avergonzados, nos vestimos y seguimos jugando, como si nada hubiera pasado. Pero ambos sabíamos que no podríamos ocultarlo mucho tiempo: nos había encantado. Cada sábado nos íbamos al bosque y nos desnudábamos en el río. No había ni un alma, siempre estábamos solos. Un día dimos un paso más: sexo oral. Mi boca quiso atrapar su erección con los labios, y saboreé el aroma de sus testículos mientras lo hacía. Me encantaban sus pelotas, eran diminutas para su edad, y se pegaban a la base de su polla cuando se ponía cachondo. Acabamos chupándonos la polla mutuamente, sin descanso. Nuestros juegos pasaron a ser sexo con todas las letras. Hasta que mi hermana se divorció y nos separaron. Debo confesar que lo llegué a pasar francamente mal. Era uno de mis mejores amigos, y el único con el que compartí esas primeras experiencias sexuales que me llevaron al orgasmo infinitas veces. A los catorce años empecé a salir con Sonia, una chica más alta que yo, de voluptuosas formas y largo cabello rizado. No llegamos a nada más que a unos cuantos magreos y besos, y no estuvimos juntos más de un año, pero fue una relación tan intensa que estuve cuatro años colado por ella y sin poder hacer nada más con nadie. Con diecinueve años y ya convencido de que Sonia no volvería, dejé de tener fe en el amor. Tan mal como estaba, salí a divertirme y conocí a un grupo de chicos entre los que estaba Sebas. Era un chico de mediana estatura, no demasiado musculado pero bien formado, vientre plano y un trasero de infarto. Sus intensos ojos verdes y su actitud infantiloide me cautivaron desde el momento cero. Él estaba convencido de que era totalmente heterosexual, pero yo no paraba de hacer bromas y toqueteaba su trasero y sus pectorales. Él no me reñía ni se disgustaba, al contrario, hacía bromas. Un día decidí que tenía que ir más allá: le agarré la entrepierna por encima del pantalón. Sebas se detuvo, esperando mi reacción. Allí abajo estaba tan apretado y tan abultado que tardé varios segundos en retirar la mano. A mí nunca me habían llamado la atención las pollas grandes, siempre me habían parecido descompensadas y antieróticas. Yo mismo no tengo más de quince centímetros sin circuncidar en mis bajos, y bajo mi apariencia de chico vergonzoso se pudo ver mi rubor a leguas. Estuve varios días sin verlo, pero no podía parar de pensar en ello. Uno de esos días me sorprendí a mí mismo saliendo de la ducha con una erección descomunal. Jamás había tenido la polla tan hinchada, tan erecta y preparada para la acción. Me senté en la mesa auxiliar del baño y me abrí de piernas apoyando los pies en la pica del baño, dejando que mis cojones acariciaran la superficie de madera y mi polla apuntara a mi cara, delante del enorme espejo. Me miré mientras me hacía la mejor paja de mi vida, pensando en su entrepierna, en aquella apretujada y gran polla que Sebas debía tener. Me miré y me excité, estaba sudado, chorreando de sudor por la excitación. Siempre he sido de formas generosas, no gordo, pero sí voluptuoso. Espalda ancha, algo de barriguita y piernas fuertes. A pesar de que mi polla no era demasiado larga, sí era bastante gorda, y los huevos moderadamente grandes. Estaba tan cachondo que cuando me corrí, el semen me salpicó la barbilla, la frente y la cara. Seguí pelándomela ya habiéndome corrido, en un desesperado frenesí erótico que me llevó al éxtasis. Me di una nueva ducha y me arreglé, aún cachondo, sólo por pensar en él. Y decidí hablar con él por chat...
Zennon: ¡Eh, Sebas! ¿Qué tal?
Sebas: Pues nada, aquí, en pelotillas... ¡Je, je, je!
Ese tipo de frases era común en él, pero no podía evitar ponerme cachondo pensando en ello.
Zennon: ¡Joder! ¿Y eso?
Sebas: Si te soy sincero, me la estaba pelando mientras pensaba en cómo me la agarrabas el otro día por encima del pantalón.
Perdí la respiración por unos momentos. No supe qué decirle.
Sebas: ¿Sigues ahí?
Sebas: ¡¡Zennon!!
Zennon: ¡Sí, sí! Perdona, es que me has dejado en estado de "shock"...
Sebas: Je, je, je... ¿No te apetece que quedemos?
Era mi oportunidad. Mis dedos teclearon solos.
Zennon: Sí...
Sebas: ¿Hay alguien en tu casa?
Zennon: Sabes perfectamente que mis padres están en Vitoria...
Sebas: Sí, pero es para asegurarme de que no nos interrumpen mientras te como los cojones por debajo del culo.
Desconectado ya, no pude contestarle. Igualmente, ¿qué iba a decirle? ¡¡Iba a follar con Sebas!! No podía creerlo, estaba flipando, tan nervioso que casi vomitaba. Fue el cuarto de hora más largo de mi vida. Cuando vi la sombra de su trabajado cuerpo en el umbral de mi puerta, me encendí como una bombilla roja. Le abrí la puerta y lo miré de arriba a abajo. Una camiseta ceñida que marcaba sus sensual silueta sin dejar un detalle a la imaginación. Unos pantalones verdes tan apretados que pude adivinar que NO llevaba calzoncillos y unas bambas del mismo color.
Sebas: ¿Ya puedo pasar?
Me aparté y le di paso. Cuando entró, me acarició el paquete por encima del pantalón y me estremecí de placer y de nervios. Él se reía. Ya había jugado con otros alguna vez, estaba seguro. Cerré y quedé frente a él. Yo no reaccionaba, era totalmente virgen, no sabía qué hacer. Él me agarró por la nuca y me besó. Primero jugamos con los labios, comiéndonos casi literalmente. Luego, con la lengua, exploró cada rincón de mi boca mientras la mía acariciaba el cielo de la suya. Mientras me besaba me llevó a la cama de mi habitación y me arrancó la camisa. Me tumbó y empezó a lamerme los pezones con una pasión animal desatada y sin control. Me puse muy tenso, me dolía la polla de tenerla atrapada en el pantalón y casi me corro con la fricción. No tuve tiempo de hacerlo porque me desató el pantalón y me lo bajó de un tirón, dejándome completamente desnudo mientras él aún estaba vestido. Me miró, con los huevos expuestos y la picha completamente tiesa, a su merced, tirado en la cama. Sus ojos destilaban lujuria, y los míos ardor de pasión. Se quitó la camiseta y se sentó en la cama.
Sebas: Quiero que me restriegues la polla por el pecho.
Obedecí, ciego por el ardor del momento. Le restregué la polla y los cojones por el pecho, una y otra vez, jugando con mi prepucio en sus pezones. Me puse tan cachondo que perdí el equilibrio y le di con el rabo en la barbilla, cosa que le arrancó una sonrisa. Me agarró por los testículos y me tumbó en la cama, metiéndose sin previo aviso mi polla en la boca. Tenía una habilidad digna de un auténtico profesional. No hubo rincón que se quedara sin su ración de lengua. Mientras me sacudía la polla violentamente con la mano me lamía sin cesar el capullo, y con la otra me sobaba los huevos con suavidad. No pude evitarlo y me corrí en su misma boca. Un chorro. Dos. Y un tercero. Cuando se sacó mi polla de la boca el cuarto chorro le atravesó la cara. Se había tragado el resto. Yo, agotado y aún cachondo, me puse de rodillas delante de él y le supliqué que me dejara comerle el rabo. Él me miró y se alejó. Se quitó las bambas pisando los talones de las mismas, sin agacharse siquiera. Y con gran lentitud, o eso me pareció a mí, se desató el botón del pantalón. Era tan ancho que simplemente lo dejó caer al suelo. Aquello era la visión más preciosa que había tenido en mi vida. Era una polla grande, de unos 17 centímetros en estado de reposo, de un tono de piel suave y de grosor considerable. Sus testículos eran grandes y redondos. Y el prepucio era digno de enmarcar. Lo que más me llamó la atención es que no tenía un solo pelo, completamente depilado. Acerqué la mano y toqué su pubis, notando cómo su picha empezaba a crecer bajo mis caricias. Con gran fuerza, me giró y me puso contra la pared. Mientras me restregaba su palpitante polla en las nalgas, ya erecta, me restregaba el pecho por la espalda y me comía el cuello, tan pegado a mí que no podía ni correr el aire. No puedo describiros con palabras lo que sentí en ese momento. Fue un placer tan extremo, tan grande, que con palabras no se podría plasmar.
Sebas: No te preocupes, sé que eres virgen y no te voy a penetrar. Sólo quiero que disfrutes y que lo pasemos bien.
Sus palabras me relajaron tanto que no pude reprimir un beso en la boca que casi nos ahoga a los dos. Fui bajando por su cuerpo, saboreando sus pezones, su ombligo... hasta que llegué a ella. Medía ahora sobre los 21 centímetros, y su prepucio era tan flexible que incluso en ese estado seguía cubriendo el glande de semejante gladiador. Pelé su polla con suavidad y lo lamí como si fuera un cucurucho, varias veces, antes de metérmela en la boca y empezar a succionar mientras él me iba dando instrucciones. Le tocaba los huevos con una mano y con la otra le agarraba una nalga, deliciosa y dura.
Sebas: No tienes que tragarte la leche si no quieres - dijo entre gemidos - sácatela de la boca y cómeme los huevos y me correré en tu cara.
Como el siervo que me sentía, empecé a lamerle los testículos con gran ímpetu, mientras su aroma erótico me inundaba la nariz. Un gran chorro de leche me llenó el pelo y la frente. El segundo fue tan potente que inundó la pared, así como el tercero. Y el cuarto me dio en la mejilla izquierda. Me levanté y nos miramos. Nos reímos. ¡Nos lo habíamos pasado fenomenal! Tomamos una ducha juntos, como si nada hubiera pasado. Y nos fuimos a tomar unas copas con los demás amigos del grupo. Nadie supo nada de mi "affaire" con Sebas. Porque lo que yo no sabía es que salía con Marian. Me quedé helado y frustrado, y Sebas me miró con pena en los ojos. No volví a verlo jamás. Le veté las llamas, lo borré del chat y de todos los medios de comunicación. Mi soledad volvía a estar acentuada, esta vez, por el dulce recuerdo de nuestros cuerpos desnudos, aplastados el uno contra el otro y con el aroma erótico que Sebas desprendía.
Gracias por tomaros la molestia de leer este relato. Llevo leyéndoos algo así como cinco años, pero nunca me había decidido a probar suerte. Este relato es totalmente verídico, pero tengo intención de hacer una serie de relatos ficticios que espero que os gusten.
Con ganas de formar parte de la comunidad,
Zennon