Inicios... (1)
Como una fantasía adolescente acaba,al cabo de un tiempo, en una obsesión. No esperen sexo explicito, este relato solo explica como me inicie en el bdsm.
Me llamo Carlota, tengo 21 años y soy de Lérida. En este relato les explicaré solamente como empezó todo con el que se ha convertido en mi Amo. No esperen escenas duras ni nada por el estilo, eso llego con el tiempo.
Todo empezó cuando tenía 18 años recién cumplidos, era verano y como todos los anteriores, los pasaba en el pueblo materno, un pueblecito costero de la provincia de Gerona. Allí tenía a mis amigos, salía con ellos todas las tardes, puede sonar tópico, pero una chica normal al fin y al cabo, salvo una cosa, desde que tengo 10 años fantaseo con estar atada o que alguien cercano a mi familia me rapte, pero sin daño aparente, no un secuestro en el más puro significado de la palabra, sino como un juego, que fuera por un corto espacio de tiempo y con los años fui añadiendo fantasías sexuales a esa filia. Primero con vecinos, luego con compañeros de trabajo de mis padres incluso, con el conserje del instituto. Aprovechaba todos los ratos en que me quedaba sola en casa para atarme los tobillos con foulares o cinturones y me amordazaba con pañuelos, luego de esto, me masturbaba en la cama imaginándome que alguien conocido había ido a mi casa y me había dejado así, marchándose después. Otras veces me envolvía con una alfombra y hacia lo mismo.
Como iba diciendo, en el verano del 2012, empecé a fantasear con un vecino de la urbanización donde veraneamos todos los veranos, era un hombre de 160 de altura, 80 kg, pelo medio canoso, trabajaba en una multinacional francesa y estaba a punto de jubilarse, era aficionado a la astronomía, en su casa tenía un telescopio con el que, las noches que se prestaba el cielo, nos reuníamos todos para contemplar la Luna y alguna constelación, vivía solo pues se había divorciado años atrás, siempre me había caído bien, el típico hombre bonachón que tiene una sonrisa franca que ofrecerte. Fue el viernes 2 de agosto del 2013 en que mis padres, como cada año, reúnen a los vecinos para hacer la primera paella del verano, siempre los mismos, los matrimonios franceses Blancher y el Piget, los belgas Caidry, los de Zaragoza Manríquez y el Señor Juan José.
Ese día, por la mañana, estuve con mis amigas, que son las hijas de los matrimonios Piget y Caidry en la playa, como siempre y a la hora de comer fuimos a casa, salude a todos los comensales, llamándome la atención la colonia que llevaba Juan José, de fragancia fuerte como las de antes y me fui a quitarme el bañador y ponerme un vestido de verano. La paella salió de maravilla y a media tarde, nos entró a todos un poco de sueño y uno a uno fuimos cayendo presa de Morfeo, yo me retiré a mi habitación, junto con la hija de los belgas, 1 año más pequeña que yo. Nada más estirarme en la cama me vino a la cabeza el olor de esa colonia y me dormí imaginándome en casa de Juan José atada y amordazada, mientras él iba a casa de mis padres a tomar el café; noté como se me humedecía la entrepierna, así que me dirigí al baño y allí me masturbe.
Desde ese día y no sé porque, cuando lo veía o me acercaba por su casa me acordaba de esa fantasía que había tenido mientras hacíamos la siesta todos en casa. Empecé a interesarme en como era su casa, pues no lo recordaba y siempre que iban mis padres aprovechaba para ir con ellos y con la excusa de ir al baño, recorría el chalet, hice fotos de todas las habitaciones y estancias, incluso del garaje un día que mi padre y el hacían bricolaje. Con esas fotos luego me imaginaba situaciones y momentos para fantasear. Físicamente, Juan José no era nada agraciado, pero no sé porque razón, recurría a hombres maduros en mis fantasías sobre ataduras.
Así pasó el verano, llegó el día 28 de agosto, hicimos la última cena en casa de los belgas todos los vecinos juntos, no nos volveríamos a ver hasta el verano próximo así que fue un poco triste, me despedí de mis amigas francesas y belgas, mis padres se quedaron un rato más y yo me marché. De camino a casa me imaginé que volvía en invierno a casa de Juan José y me “secuestraba” durante un fin de semana. Ese pensamiento fue el detonante de todo lo que pasó a partir de ese día entre Juan José y yo.