Inicio de bodas
Algo interesante empieza en la noche de bodas
Aún no tengo claro cómo lo he hecho para estar aquí, sentado en la taza del inodoro, con la piernas abiertas y dobladas apoyando los talones en el asiento abierto que se abre bajo las nalgas. Nada menos que en mi noche de bodas. Unas abrazaderas de piel se cierran en cada uno de mis tobillos, sujetándolos abiertos, insinuando la caida de mis testículos al desagüe, aunque sujetos por el erecto pene que los salva de cualquier contrariedad. Un collar envuelve el cuello, sujeto por una cadena a la argolla que sale de la pared, tensando los movimientos, limitados a un leve giro a cada uno de los lados. Mientras tanto, otra polla me abre los labios, entrando en mi boca como de una vagina se tratase.
No paro de darle vueltas a la situación, al inicio del estado en el que me encuentro. La mañana había empezado llena de novedades, de la vida que empezaría unas horas más tarde, cuando por fin me casase con la mujer que más amaba. Días antes, me había dicho que esa sería nuestra noche, la noche que nos uniría para siempre y que nos haría felices para siempre. Que quería demostrármelo dándome las horas más intensas que había tenido hasta entonces.
Nos casamos temprano, queríamos celebrarlo con las personas que queríamos tener más cerca. Comer, beber y bailar con ellos, dedicándonos el amor que nos fluía con cada palabra. Y terminamos pronto de celebrarlo: queríamos la noche para nosotros, para entregarnos y darnos todo lo que teníamos.
Salimos del hotel, dispuestos para cenar y seguir avanzando en la entrega que nos ofreciamos. Y entramos en un restaurante que parecía discreto, tranquilo. Pequeño, acogedor, con pocas mesas, nos sentamos en la que estaba en el centro, la única vacía. Mi mujer, Laura, miró la carta y decidió rápido lo que le apetecía cenar. A mi me costó un poco más, como de costumbre. Cosa que aprovechó para pasarme una nota que me pondría los pelos de punta: bájate los pantalones y los slips hasta los tobillos. Miré alrededor y vi que nadie estaba atento a lo que haciamos. Era evidente que sentía aquella ssensación de estar observado sin motivo aparente, notar que todos sabía lo que pensaba, cuando solo se trataba de algo que quedaba entre nosotros.
Como es de esperar, titubeé unos instantes y, siguiendo con algún juego que habiamos hecho anteriormente, be desabroché discretamente el cinturón, me revolví en el asiento y me desnudé en un instante de cintura para abajo. La sonrisa de Laura me llenó de felicidad, de esperanza, de ánimos para soportar sentirme observado, aunque el mantel tapaba lo que estaba destapado en mi.
Un camarero se acercó hasta la mesa y le hicimos el pedido de la elección que habiamos hecho. Mejor dicho, de lo que mi mujer había terminando por elegir para los dos.
-Bien cariño-decía Laura-. Esta noche quiero que hagas lo que te diga. He reservado algunas cosillas para ti. Solo déjate llevar y disfruta de las sorpresas que te esperan. Es mi regalo de bodas. Así que espero que te guste y lo disfrutes como lo he hecho yo para preparártelo.
La observé, nervioso, a los ojos, esperando alguna palabra más suya, algo que me diese alguna pista de lo que se proponía. De lo que me había preparado, seguro que me haría sentir diferente, entregado a ella que era lo que más ansiaba.
Sin querer, o no, el tenedor de Laura fue a caer al suelo provocando un ruida un tanto incómodo, aunque nadie pareció darse cuenta. Antes de que pudiera moverme, el camarero se agachó a recogerlo, metiendo despacio la mano debajo de la mesa, en búsca del cubierto que se había precipitado al suelo. En menos tiempo del que pudiera imaginar, noté unos dedos que movían mis testículos, desnudos y los aprisionaba con algo frío, metálico. Dí un pequeño salto mirando a mi mujer. Me guiñó un ojos a la vez que me mandaba un besito. Esperaba que no se hubiera dado cuenta, que no se percatase de lo que esta pasando. Me estaba ruborizando, poniendo como un tomate solo de pensar que un tio me había tocado los huevos.
-Recuerda lo que te he dicho hace un momento, cielo. ¿O ya no te acuerdas de los juegos que tanto querías hacer?
Mientras oia esas palabras, casi inaudibles por los que estaba pasando debajo de la mesa, se me inchaban las fosas nasales intentado asimilar las sensaciones que estaba siento mientras desaparecían los zapatos, los pantalones y el slip y quedaban posados en las baldosas, debajo de la mesa. Unos brazaletes se ajustaban a cada uno de los tobillos. Un suave tirón en los testículos los empujaban hacia abajo hasta que note un click que los unía primero a un tobillo, luego al otro.
Con el tenedor en la mano, la bandeja en la otra con los pantalones y el slip encima de la pequeña placa redonda, el camarero se incorporó y fue en dirección a la cocina.
-Supongo que te habrás dado cuenta de que te va a resultar difícil levantarte, amorcito. Aunque espero que aún no tengas necesidad de hacerlo. ¿Sabes? Ahora te comería a besos, llenaría tus labios de los mios, llenaría su boca de mi lengua. Aunque mejor, vamos a esperar un ratito. Mejor comamos algo antes. ¿Te apetece marido mio?
Intenté levantarme para acercar nuestros labios. A lo que Laura respondió inclinando la cabeza hacia mi, acercando sus labios. Aún así, no pude llegar a besarlos, a sentir la calidez de su humedad.