Inicio de bodas (2)
Sigue la incertidumbre
Las se mueven nerviosas sobre el mantel, apoyadas las palmas sobre la tela, transmitiendo el deseo de sentir sus labios acariciados por tu propia lengua. Esa sonrisa pícara me esta volviendo loco, a la vez que me relajo al notar que las cadenitas que unen los testículos a los tobillos se afloja y deja que de nuevo circule la sangre por mi erecto miembro.
-Ufff, no recordaba que no puedes levantarte. Lo siento cariño-dice Laura levantándose y situándose detras de la silla- creo que voy a tener que estar más pendiente de ti, de tus limitaciones.
Y desliza la lengua por el cuello, depositando un beso detrás de la oreja. Su mano pasa por debajo de mantel y acaricia la polla, tiesa como nunca.
-Estás empapando el mantel. Si no tienes cuidado tendremos que un escándolo-se retira y vuelve a sentarse. Le suplico con la mirada que no pare. No importa lo que los demás puedan ver u oir.
-Esto no lo esperaba-le digo-. Se sale de todo lo que esperaba. No se lo que pretendes, pero te aseguro que lo estás consiguiendo.
Los platos empiezan a aparecer sobre la mesa. Sin darme cuenta el camarero se ha acercado con la cena que ha pedido mi mujer. Suculento marisco. Es algo que me encanta. Y a Laura también, por supuesto. Y como no, un exquisito vino blanco. Se paran los latidos de mi corazón. Recuerdo el toqueteo de los huevos por la misma persona que está dejando la cena sobre la mesa. Le miro de reojo y no veo ningún atisbo de interés por mi, ni por lo que hago. Coge una servilleta, levanta el mantel que me cubre, y envuelve mi pene. Es evidente que ha visto la mancha. Las mejillas, mis mejillas, seguro que están ardiendo. Ahora sí que veo una leve sonrisa en sus labios. Abre la langosta con experta destreza, ofrece una parte a Laura con delicadeza, entrega y la otra la coloca sobre mi plato con las manos. Las acerca a mi cara y hace que las limpie, casi obligándome a sacar la lengua, cosa que aprovecha para meter los dedos, uno a uno, en mi boca hasta que los dejo bien limpios.
Laura nos observa, atenta, con los dedos entrelazados, los codos aproyados sobre la mesa, las palmas hacia abajo a la altura de la barbilla, estirando los dedos por el peso de su rostro sobre la plataforma que se ha creado. La miro sorprendido por lo que estoy haciendo, por la entrego que le ofrezco con cada dedo que chupo y que noto cómo entra y sale varias veces, como la antesala de algo que espero que no llegue.
Laura le hace un leve gesto para que se retire y empieza a comer con delicadeza, mirándome fijamente, observando lo pasmado que estoy.
-¿No comes cariño? Esto está riquísimo.
Noto como su pie, descalzo, busca mi pene envuelto. Lo toquetea. Y como no le gusta tenerlo así, empieza a empujar la servilleta desde abajo hasta que consigue sacarla. Desliza el bolso por el lateral de la mesa y me dice que coja algo que no debería estar dentro. Lo busco, sin retirar la mirada de su rostro y encuentro unas pinzas metálicas, las mismas que había visto en su mesilla en alguna ocasión, pero que no osé preguntarle por ellas.
-Póntelas, una en cada pezón-me dice antes de sacarlas de su bolso.
Me giro por si alguien nos mira. Los latidos disparados. Levanto la camisa para colocarlas....
-Mejor la desabrochas, no? Será más cómodo-añade mientras sirve vino en su copa y en la mia-. Quiero que te lo bebas de un trago cielo. Esto te va a gustar, segura.
Coloco las pinzas en su sitio, en cada pezón. Bebo de un trago el vino, sintiendo alivio por el frescor que se desliza en mi interior. Y fuego en los pezones por la presión de las pinzas, de las que cuelgas otras cadenitas, preparadas para unirse entre si o donde Laura quiera sujetarlas.
De repente, noto unas manos que tocan mi pecho en busca de las cadenitas (aunque las caricias estaban de más) y oigo la respiración del camarero cerca de los oidos. Las estira suavemente y las une a dos pequeñas anillas incrustadas en la mesa. La media justa para que quede un poco inclinado, como en posición de estar comiendo constantemente.
La vergûenza me invade. Ahora si que me tiene que estar viendo alguien. O todos. La sensación de ridículo me invade. De las decenos de ojos que tienen que estar mirando asombrados lo que se cuece en la mesa del centro. Giro disimuladamente la cabeza a uno y otro lado y, sin embargo, no aprecio que nacie esté observando.
-Laura, por favor, me van a ver.
-Sigue bebiendo-me ha vuelto a llenar la copa-. Nadie te mira. Me ha dicho que este es un local muy discreto, que nadie se preocupa por la mesa de al lado. Solo es una sorpresa para ti. Quiero darte lo que quieres. Y que hagas lo que te diga. Porque te gusta, ¿no?-y desliza de nuevo el pie por la polla, dura, fuera de control-. Ummmm, me estás empapando el pie cielo. Controla o explotarás en cualquier momento.
Mientras oigo sus palabras, bebo el vino de la copa y, antes de dejarlo en la mesa, vuelve a llenarla. No sé cómo lo he hecho, pero la comida ha desaparecido de mi plato.
-Bien cielo, esta noche va a ser para disfrutarla nosotros. De la forma que te he preparado, que además se que te gustará. O te está gustando, pese a la cara de perplejidad que tienes. Tu vas a pasarlo genial, aunque de la forma que me apetece a mi. Como puedes ver, tienes los movimientos bastante limitados. Si estiras la piernas tiron en los huevos. Si te mueves en el asiento tirón en huevos y pezones. Si te incorporas un tanto de los mismo-levanta la mano para llamar al camarero. Tiemblo de pensar en lo que puede pasar con ese hombre cerca-. Y, de momento, así es como quiero que estes. Y como tu quieres estar, ¿verdad?.
Asiento con la cabeza, respirando profundamente por lo que estoy pasando, por el mejor regalo que he tenido jamás. Humillado, poseido. También es cierto que no quiero que esto se acabe.
El camarero está al lado de Laura, con la bandeja en una mano, destapando su contenido. Me quedo paralizado al ver lo que coge en la mano libre: un consolador, de tamaño mediano. Se me abren los ojos como platos mientras lo esgrime con discreción en el aire, con la seguridad que es para mi. Lo pasa por debajo del mantel. Mi mujer cierra los ojos ligeramente, con encanto, sexual. Y los abre repentinamente a la vez que el falso pene es introducido por el camarero hasta el fondo de su coñito.
La desesperación me invade, el deseo de poseerla ahí mismo, de invadirla con mi miembro delante de todos. Pero no puedo moverme. Tampoco quiere hacerlo. Así es como deseo estar. Como un observador privado de movimientos y de capacidad de participar en el placer de su esposa.
-Uuuummm. Ponlo al máximo-le dice al camarero. Los pechos le suben con aspiraciones profundas-. Esto es genial cielo. Y lo mejor, es que ni siquiera puedes verlo. Sabes que tengo algo dentro, algo que me hace vibrarrrrr-el aire que aspira le corta la voz-. Puedes ver su efecto. Un efecto que esta noche solo voy a gozaaarrrlo yo. Y que, de momento, tienes que observar desde donde estás.
Deslizo la mano bajo el mantel, busco el pene y .... "no lo hagas". Oiga la voz de Laura impidiendo tocarme. El camarero se acerca, me retira la mano y hace que la deje sobre la mesa. Aprovecha el momento para darme la copa y hacer que la beba de un trago. Muevo ligermente el culo en la silla, excitado, a punto de correrme por el espectáculo que me da Laura. No me preocupa el resto de la gente. Solo ella. Y no poder hacer nada para acercarme. Cuando noto repentinamente que estoy a punto de orinarme.
-Esto es lo que vas a tener hoy maridito. Observar. Ver como tu mujercita se corre delante de toda esta gente. Mientras te miro, con el desafio de tenerte entregaditoooo. Uuuffff. Inclinado sobre la mesa sin poderte poner en posición más cómoda, como si quisieras verme las tetas por el escote. ¿Te gustaría verlas?-asiento. No quiero romper el silencio, la magia con mis palabras-. Creo que hoy poco podrás hacer conmigo. Este aparato, no se agota. Y, agggg, quiero tener así, ansioso, desesperado por sentir lo que siento. AAAggggg, aunque quizás lo sientas por coñito que tienes para mi, verdad cielo?
Un suspiro profundo que lleva a un gemido, mordiéndose los labios, le lleva a uno de los orgasmos más intensos que le he visto tener, buscandome las manos, apretándolas mientras mueve la mesa y hace que la cadena de las pinzas se tense, despertándome un dolor intenso en los pezones doloridos.
Se relaja, después de correrse, sin sacarse el consolador. Coge despacio su copa y la acerca a sus labios, dejando que unas gotas le resbalen por la comisura de los labios hasta el canalillo de las tetas. Uffff, lo que daría por sorberlas.
-Cariño, tengo que ir al lavabo, por favor. Estoy que reviento.
-¿Revientas?. No estarás pensando en terminar ya la noche, cielo. Es nuestra noche de bodas
La sonrisa perversa, de pilla reaparece en sus mejillas. Ha tomado el mando, el poder de la forma que menos esperaba. La noche que más entrega le doy.
-Laura, solo quiero ir a orinar. Si me lo permites, claro.
Me mira fijamente-Está bien. Pero solo puedes quitarte la cadena de los pezones. Y beberte otra copa de vino. Se que no podrás andar, pero segura que te las ingenias para llegar, ¿no es así?
-Y la gente?
-No te preocupes amorcito, es muy discreta. Anda dame un beso antes-me quito las pinzas de los pezones me medio incorporo, me acerco a su silla y me atrapa con el beso más intenso que recuerdo- Sabes que te quiero, ¿verdad?-asiento de nuevo, diciéndole que también la quiero-. Porque con todo lo que te tengo reservado, hoy, además de mi marido, vas a ser mi objeto.
Noto como la orina empieza a escaparse y le pido de nuevo que me deje ir al baño.
Soy incapaz de dar un paso. Me pongo a cuatro patas y con cuidado, despacio, muy despacio, avanzo has la puerta de los servicios, sitiendo cómo los huevos se estiran hacia atrás con cada movimiento de mis piernas, haciendo que las nalgas se muevan provocativas con cada gesto que hago. Me siento observado,ahora sí, por las personas que flanquean el paso hasta el lavabo.