Iniciándome en el bondage

¡Átame!

1                                                               **Mariano****

Vuelvo aspirar el aroma que emana el pecho del varonil macho que está tendido a mi lado y una embriagadora sensación invade todos mis sentidos. Si hay algo que me guste del sexo son los momentos posteriores a este, tras la furia de la eyaculación, una sensación de calma y sosiego te inunda los sentidos por completo. La merecida tregua tras cualquier combate. No hay contienda más encarnecida que aquella en que ponemos toda nuestra lujuria en el campo de batalla.

Hoy, aunque he hecho el amor con un desconocido, tengo que admitir que la suerte ha cabalgado a mi lado.  German es una persona generosa como pocas, así que hoy no ha entrado en juego la estupidez, tan habitual en estos casos, de vestirse deprisa y pasar página.

Soy de la opinión que este comportamiento es consecuente con la consideración de que los sentimientos están pasado de moda y que no van con nosotros. Aunque la realidad es bastante diferente. Nos hemos vueltos tan frágiles que hemos llegado a pensar que nuestras armaduras urbanitas no están equipadas para soportar el rechazo por parte de quien nos atrae y, cuando alguien despierta nuestra ternura,  nos mentimos diciendo que no estamos interesados en una relación seria.

Ese temor tan extendido choca con la necesidad de sentirnos especiales, de creer que somos una gota de agua distinta en el océano de gente que nos rodea y, conforme van pasando los años, nuestra tarjeta de presentación no es tanto un buen físico como los muchos logros profesionales y materiales  que hemos conseguido.

German no ha presumido en ningún momento de la persona que no se ve a simple vista, es más, no he observado ni el más pequeño atisbo  de soberbia o vanidad en él. La naturalidad con la que se ha comportado conmigo, mostrarme simplemente quien es y, aunque pueda parecer que me ocurre cada vez que hecho un placentero polvo, podría decir que ha conseguido ganarse un trocito de mi corazón.

Si no fuera suficiente la nobleza y bondad interior del hombre que descansa a mi lado, su apariencia  es demoledora. Tiene unos ojos negros de los que emana una honestidad fuera común,  una nariz un pelín achatada y unos  labios carnosos que están gritando que lo besen. Su barba, aunque no demasiado larga, le da una apariencia varonil cien por cien.

Además de un hermoso rostro, posee un cuerpo fornido cubierto por una manta de pelo rizado y negro que todavía lo hace más viril. Aunque no es el clásico narcisista de gimnasio, se ve que está en forma y tiene cada colocado músculo en su sitio.

He de reconocer que, si JJ no me hubiera traído a ciegas a su casa, hubiera sido muy improbable que yo me hubiera terminado enrollando con un hombre como él. Tan lejos del prototipo del que me fijo y es que, por mucho que me cueste admitirlo, siempre me quedo prendado del macho alfa de la manada. En otras circunstancias, le habría lanzado la caña a su hermano que está más en el perfil de chico malo que siempre busco.

Hoy, al contrario que en otras ocasiones que he follado con un extraño, no me siento sucio e inmoral.  Puede que se deba a que el tío con quien  acabo de tener sexo no está corrompido por los perjuicios y estatus sociales de las grandes ciudades o quizás porque mi recién estrenado amante es el individuo con quien más he empatizado en el plano sexual en mucho tiempo, sea cual sea el motivo, me siento feliz y un sentimiento de tranquilidad infla mi pecho.

Una vez ambos hemos alcanzado el orgasmo, nos hemos tendido uno al lado del otro, esperando que un reconfortante sueño venga a visitarnos.  Es lo más romántico y sentimental que he vivido desde que he llegado a Galicia, donde, a pesar de que no he parado de liarme con tíos de bandera, todos los encuentros han sido del tipo aquí te pillo, aquí te mato.

El gallego se ha quedado dormido de inmediato. Se ve que tiene menos problemas de consciencia que yo y, a diferencia de mí, no precisa “consultar” nada con una almohada que no le va a dar ninguna respuesta y sí muchos dolores de cabeza.

Pese a lo satisfactorio del momento, de la felicidad que me embarga, la desazón martillea en mi cabeza y no me deja ser plenamente dichoso. El día que aprenda a dejar de hacerme pajas mentales por todo, conseguiré que mi vida sea mejor de lo que es.

Los escasos tres días que llevamos en Galicia han sido un claro ejemplo de turismo sexual. En Vigo casi llegué a perder la cuenta de los tíos con los que llegué a echar un polvo. No desaproveche ninguna de las oportunidades que se me presentaron y me he tirado a todo macizo que se me puso a tiro.  Fue como si el Mariano recatado y cabal se hubiera quedado en Sevilla y quien ha terminado viniendo a la otra punta de España ha sido mi yo más petardo y promiscuo.

Hay teorías que exponen que el ser urbano cuando va de vacaciones, en una loca carrera de vivir el momento, dejan atrás todos sus convencionalismos  y se dedican a disfrutar cada momento como si fuera el último. Creo que yo en estas vacaciones he demostrado que cada uno de sus preceptos son axiomas.

Quisiera responsabilizar  de ello a JJ y su frivolidad a la hora de tratar sus relaciones sexuales, pero hace años que lo conozco y nunca  su forma de vivir ha sido una influencia para mí. Por lo que, el único culpable de que haya sacado tanto los pies del plato como ahora, soy yo.

Aunque la excusa suene vana,  su actitud de “a follar a follar que el mundo se va acabar”, no me está ayudando demasiado a controlar mis impulsos más primarios y cada vez que tengo delante a un machote con todas las de la ley, su polla me termina confundiendo.

Voy tan salido todo el tiempo,  que hemos parado a desayunar en una estación de servicio donde había un numeroso grupo de camioneros, como estaba tan reventado de tanto trajín, me he quedado dormido y he soñado con una orgia con todos ellos. Circunstancias que mi amigo ha aprovechado para tener sexo con uno de ellos (o con varios, no lo tengo claro pues estaba tan escandalizado y cabreado, más conmigo mismo que   con su comportamiento, que no quise que me contara nada al respecto).

Esta actitud mía de esconder la cabeza bajo los problemas, cual avestruz. Cada vez me crea más inseguridades y me hace más superficial ante la gente. Es como si precisara de la aprobación de todo bicho viviente que se cruza en mi camino y ese beneplácito se consumara mezclando en mayor medida nuestros fluidos. Nunca he sido la seguridad personificada pero, desde lo de Enrique, cada vez necesito más de la aceptación de la gente con la que me relaciono. El problema es que, la mayoría de las veces, terminó bajándome los pantalones delante de un desconocido en busca de no sé qué.

Lo peor es que la persona con la que comparto viaje se ha tatuado en la polla y en el culo “Living la vida loca”. Con su actitud, en vez de ayudarme a combatir el oscuro deseo que me reconcome por  dentro, está propiciando que termine apagando el fuego de mi pasión con gasolina.

Por lo que puedo intuir, me ha traído engañado a Villa de Combarro, un pueblecito pesquero donde decía que nos íbamos a quedar en casa de unos tipos que conocía del trabajo. Algo que, a todas luces, ha resultado ser una mentira como una casa. No sé dónde se habrá relacionado con  los dos hermanos gallegos, pero está claro que no tiene nada que ver su vida laboral y mucho con su vida díscola.

No me extraña para nada que los haya conocido en una de sus noches de fiesta en el ambiente gay, intercambiaran teléfonos y, ahora que ha venido por aquí, hayan quedado para recordar viejos tiempos.

Lo único positivo de todo esto es que German ha resultado ser un hombre como la copa de un pino y, aunque en un principio he tenido mis reservas, no me arrepiento de haberme dejado penetrar por él. Ha sido, sin lugar a dudas, la vez que más he disfrutado mientras me follaban.

Si yo que he dado con la parte tímida de la familia, me he pegado un pedazo de polvo, no quiero pensar mi amigo que, según parece, ha dado con el atrevido. Pongo mi cabeza a funcionar e intento construir un escenario en el que pueda dibujar a Roxelio y JJ en un combate sexual… Sin embargo, mi libido pierde la batalla frente al agotamiento que me embarga y mis parpados caen como persianas…Otra vez será…

2                                                                          **JJ****

Si hay alguna cosa en este mundo que me dé morbo en cantidades industriales es follar bajo la ducha. El agua caliente cayendo sobre tu cuerpo al mismo tiempo que otro cuerpo se restriega contra el tuyo es algo que me pone a mil por mil. Si, como es el caso, el macho es atractivo y varonil a más no poder, es imposible que mi polla deje de estar dura como una piedra. Noto como un tremendo calor rebosa por mis esfínteres, señal inequívoca de que  mi culo tiene ganas de guerra.

El gallego está resultando ser una sorpresa de lo más gratificante, no solo porque no haya habido trampa ni cartón en las fotos que se intercambió conmigo en el chat  privado de la página de contactos y su físico se corresponda casi al cien por cien con  la imagen que me había creado de él.  Un tío moreno con barba, de cerca de dos metros de alto y bastante corpulento. Un físico de macho empotrador que había servido de inspiración para, en las noches de soledad no deseada,  conseguir matar la lujuria con una buena paja.

A pesar de lo requeté rico que está, lo  que más cachondo me tiene de este tipo es la relación incestuosa que mantiene con su hermano. Algo que me trae a la memoria a mis primos Ernesto y Fernando y, de solo pensarlo, me pongo caliente como una perra en celo.

Ellos fueron mis primeros maestros en las artes del sexo, ellos fueron los que me empujaron a vivir la realidad de mi vida y no la mentira que la sociedad había creado para mí. Nunca he conocido dos personas que se quisieran tanto como ellos y que, a su manera, supieran disfrutar tanto el uno del otro. Verlos follar o compartir mi cuerpo con los suyos, ha sido de las mejores vivencias que he tenido.

Seducido por los recuerdos de la granja me dejo llevar y hasta sopeso la posibilidad de practicar sexo sin protección. Sin embargo, por muy sugerente que me parezca, lo de echar un polvo en el baño, no convence del todo a Roxelio quien tiene en mente otra cosa. Cuando más volcado estoy en dejar que me penetre bajo el agua, me insta a que nos duchemos rápido y nos vayamos para su cuarto, donde dice que  me tiene unos cuantos jueguecitos preparados.

Ha sido escucharlo y un escalofrío ha recorrido mi espalda. He estado tan concentrado con ocultar mis verdaderas intenciones a Mariano que se me ha olvidado que los de Combarro eran unos amantes del “bondage”, sobre todo de la dominación. Es lo que tiene conocer a alguien en una página de sado como “Tu dueño”, que, por muy buenos que estén y por muy normales que parezcan, siempre tienen un lado oculto perverso y depravado. En este caso, según creo recordar, les gustaba el juego amo y esclavo. ¡A ver por dónde sale la cosa, porque yo no tengo el culo para muchos farolillos!

La verdad es que lo mío es para hacer un estudio psicológico. Se podría decir que por las circunstancias que rodearon a mi iniciación sexual, tendría que haber cogido pánico a tener relaciones íntimas con otra persona. Sin embargo, quizás porque mi primera vez consentida fue con mis primos, nunca le hice ascos a un buen polvo. Por lo que sufrir abusos en el internado durante mi adolescencia o una violación grupal en mi época universitaria, para mí solo fueron desgraciadas circunstancias  con las que, con mayor o menor fortuna, tuve que aprender a sobrevivir.

La verdad es que soy como el burro que tropieza siempre con la misma piedra y no aprende. Aun así,  después  de mi experiencia con los holandeses en la sauna de Vigo, no me apetece nada experimentar con la parafernalia de la sumisión y demás. Así que si veo algo que no me gusta, con mandarlo con viento fresco tengo bastante. Prefiero quedar de estrecho a que al oso se le vaya la pinza y me haga una salvajada.

Lo que sería una pena porque, a diferencia de los de la tierra de los tulipanes y los quesos que había que echarle mucha imaginación para encontrarle el morbo,  el gallego está de un bueno que te cagas.

Nos secamos, cubrimos mínimamente las vergüenzas con una toalla y, tras darnos un somero muerdo,  con magreo incluido, que me pone casi taquicardico , nos dirigimos a su habitación.

Visto mi historial en sexo no consentido, la simple mención de que alguien sea dueño de mis actos, aunque sea de forma fingida, debería hacerme poner pies en polvorosa. Sin embargo, ante estas situaciones, soy la mosca que se acerca peligrosamente a la tela de la araña.

Pese a que soy bastante desconfiado y pocas veces me dejó engañar. Quizás por sobrevalorar mi capacidad de poder controlarlo todo, cuando está el sexo de por medio,  no suelo ver el peligro hasta que lo tengo encima. Se me pone la polla tiesa y  soy incapaz de pensar con la cabeza.

Paradójicamente, a pesar de que no tengo la mente todo lo relajada que me gustaría,  mientras camino tras de Roxelio en dirección a  su dormitorio, mi verga sigue dura y mirando al techo. No sé si es porque el gallego tiene una planta de empotrador de las que tiran de espaldas o porque me gusta que me sometan, más de lo que estoy dispuesto a admitir. A pesar de las consecuencias.

Hecho una visual a sus espaldas y a su culo peludo y llegó a la conclusión de que son las dos cosas: el tío está cañón y, más que me pese, me pone mogollón adoptar el rol de sumiso.

Con un gesto que resuma amabilidad por los cuatro costados me invita a entrar en su cuarto. Una vez traspaso el umbral, me mete un pescozón en el trasero y me abraza desde atrás, echándome sus enormes brazos por los hombros.

Es notar la dureza de su entrepierna contra mis nalgas y el pulso se me acelera como una Harley en una carretera solitaria. Con el vigoroso torpedo posado sobre la raja de mi culo , el ojete se me hace mermelada y noto como mi polla babea unas gotas de líquido pre seminal.

Cuando  sus manos aplastan mi tórax y su boca mordisquea mi cuello, estoy tan fuera de mí que me olvido por completo de cualquier  posible cautela y me entrego por entero a sus caprichos. Soy tan esclavo del sexo que cualquiera que me atraiga en la medida que lo hace este tío, se puede convertir en mi amo.

Sentir sus rudos dedos acariciar mis tetillas, aplastar mis pezones con brutal delicadeza, consiguen que borre cualquier dolor que su tacto me pueda ocasionar, repliegue mi voluntad a su apetito sexual y, automáticamente,  me vuelva adicto a su forma  de sobarme.

Tras acariciar ampliamente mi pecho y mi abdomen, lleva sus manos a mi cintura y desanuda la toalla, dejándola caer al suelo de un modo que hasta se me antoja un poco cinematográfico.  Sorprendentemente, atrapa mi polla entre sus gruesos dedos y me pajea contundentemente.

—¡Para, para, si no quieres que me corra! —Le suplico con un pequeño hilo de voz.

—¿”Chegar e encher”?  —Me dice Roxelio en un tono entre jocoso y sorprendido.

Debo poner cara de elefante en un acuario porque mi atractivo gallego sonríe por debajo del labio y me dice:

—No te has enterado de nada, ¿no?

—Lo siento, pero no. A mí como me saquen del griego y el francés, los idiomas no son lo mío —Digo colocándome de frente a él, poniendo mi mejor cara de circunstancia e intentando no ser demasiado cortante.

—“Ben” —El osito gallego hace una pausa al hablar —Lo que sucede “galopin” es que es un dicho de nuestra tierra y yo tampoco sé cómo traducírtelo.

—Pues tampoco hace falta que me lo traduzcas —Le digo acercando mi boca a la suya y regalándole un piquito, en un intento de quitarle importancia al tema. ¡Joder!, que aquí hemos venido a follar, no para hacer análisis morfosintácticos.

—Malo será, si no lo hago. Pensarás que te he dicho una grosería y yo a mis amantes los mimo “moito”.

Oír esa frase de los labios del tipo que momentos antes me ha dicho que me tenía preparado unos jueguecitos sados, es la contradicción superlativa. Así que pongo cara de que me interesa mucho lo que me tiene que decir y le dejo que hable pues ha conseguido ponerme tan tierno que la punta del rabo me está echando más babas que un caracol y   el culo se me ha puesto tan caliente que se ha licuado del todo.

—Lo de “Chegar e encher” viene a ser como llegar a un sitio y conseguir lo que se quería. Es el “Veni, vidi, vici” gallego. Era una forma de decirte que no podías correrte tan pronto, pues se nos acabaría la diversión.

Lo observo en silencio, hay tanta generosidad y nobleza en sus ademanes que, a pesar de que quiere ir de tipo duro y dominante, es un blando de mucho cuidado. Agarro fuertemente sus bíceps entre mis manos y tras sobarlos de una manera que roza lo ordinario, vuelvo acercar mis labios a los suyos y nos unimos en un prologando beso.

Acostumbrado como estoy al sexo exprés, pocas veces de las que follo me dedico a besuquearme y abrazarme con mis parejas de “baile”. Lo que está sucediendo en este momento, tiene colapsado mis sentidos y, a diferencia del último polvo con Mariano, no pongo frenos a mi capacidad de sentir y me dejo llevar por la danza que nuestras lenguas van marcando.

No sé qué demonios pasa por su cabeza, pero en vez de seguir caminando hacia el sexo cariñoso, mi amante comienza a comportarse, súbitamente,  como una bestia bruta y dominante. A decir verdad, no me sorprende este cambio en su actitud, ya he conocido a unos cuantos con coraza de este tipo. Les da tanto miedo parecer vulnerables, que alguien lee pueda llegar a hacer daño, que adoptan un rol dominante para hacer creer que son ellos los que llevan el control de sus relaciones y que no les afecta nada. Una pose que, en la mayoría de los casos, encierran multitud de complejos y más dolor silencioso que deseo de someter a sus semejantes.

En fin, otra alma maltratada por los vaivenes de la vida y a quien, como a tantos, les cuesta un enorme esfuerzo pedir ayuda  y, cuando lo hacen, ya es demasiado tarde. Si hablar con un terapeuta no tiene nada de malo y al final no sale tan caro. Mucho más rentable que comprarse una camisa en Catalina Guerrera.

Más tranquilo porque he descubierto que no se trata de un desalmado, me meto en mi rol sumiso y me entrego por completo a sus juegos de amo y esclavo. Algo que tenía muchas ganas de experimentar, pero que, por circunstancias, nunca había encontrado nadie medianamente atractivo que le pusieran estas filias.

Nuestros labios se separan de una manera abrupta, como si fuéramos fieras sumidas en una danza del celo, como si nos quisiéramos devorar el uno al otro de un modo simbiótico. Una coreografía sobreactuada que me transforma en algo diminuto frente al amasijo de músculos y testosterona que me aplasta entre sus brazos.

Tras darme un sonoro manotazo en el trasero, se dirige hacia un armario de madera, por su tamaño y forma me recuerda a los muebles de la casa de mis padres. Me vuelve a chocar ese gusto por igual que el gallego tiene por lo tradicional y lo vanguardista. Abre la puerta de este y rebusca algo en el estante superior, cuando lo encuentra, me lo lanza  y me dice:

—Pruébatelo, lo he comprado para ti, creo que “che” quedara “ben”.

Aunque lo que me lanza son unos suspensorios en una pequeña cajita, el detalle de que se haya acordado de mí de este modo y forma, me deja claro que por mucho rollo de cuero y sumisión que este tío se traiga conmigo, lleva esperando nuestro encuentro bastante tiempo. Lo que, aunque sea simplemente para un polvo inolvidable, me hace sentir ligeramente especial.

El color elegido para los “slipsconelculodescubierto” no puede ser más hortera: amarillo pollito. Dado que no quiero estropear la magia del momento, tiendo por meterme la lengua por donde no da el sol para no soltar un sarcasmo a destiempo, pues, sino quiero quedar como un estúpido bocazas, lo mejor es dejar que  mi maldita sinceridad se tome unas pequeñas vacaciones. A pesar de que pienso que son más horteras que un “burkini”, me los pongo con cara de que me gustan un montón. ¡El buen actor que se ha perdido el cine de Almodóvar conmigo!

Mientras yo me pongo mi uniforme de follar, Roxelio se coloca el suyo: Unos ajustados slips de cuero por cuya cinturilla asoma provocativamente la punta de su  erecta verga y un arnés plateado que se ciñe de manera sensual  a su peludo pecho.

Lo miro y tengo la sensación de que ha salido de una ilustración de Tom de Finlandia. Eso sí, con mucho  menos de rabo. Que el finlandés a todos sus súper héroes la daba el mismo poder: cincuenta centímetros de rico nabo.

Lo vuelvo a mirar de arriba abajo y me vuelvo a excitar. Esta vez con la polla atrapada bajo la asfixiante tela, noto como el ano se me convierte en puro caramelo líquido.

—“Galopin”, ¿tú has “xogado”  alguna vez al bondage?

De nuevo, esa manía que tiene de entremeter palabras gallegas me deja un poco fuera de juego. Asimilo un poco lo que me ha dicho, me lo repienso un poco y le contesto:

—No, pero he visto muchos videos.

—Es como decir que practicas deporte “vendo” los partidos en la televisión.

—¿Algún problema? —Pregunto un poco desorientado ante lo que me parece un reproche.

—Ningún, será como enseñar a un rapaz  virginal a mantener una polla dentro de su culo.

—Pues te puedo asegurar que para eso  tuve buenos maestros.

—No vas a poder  “queixarse” del profesor que te va introducir en el mundo del dolor.

La arrogancia que emanan sus palabras me dejan  un poco perplejo y en vez de tranquilizarme, me está consiguiendo poner cada vez más nervioso. Por momentos tengo la sensación de estar antes un ser bipolar que pasa de comportarse de modo romántico a modo sado, con la misma facilidad que Sméagol pasa a ser Gollum. Lo malo de todo esto que aquí el único “anillo” en juego es el mío y nunca me ha gustado ser el tesoro de nadie.

Sin embargo,  no estoy por la labor de estropear un momento tan largamente esperado y le doy un voto de confianza. Además, si no me relajo, no creo que consiga disfrutar de esa gruesa polla que  asoma por la parte superior del suspensorio  como la cabeza de una tortuga.  No sé por qué, pero tengo la sensación de que el gallego es de lo que prefiere hacer disfrutar y preveo que, a pesar de mis dudas,  voy a echar uno de los mejores polvos de mi vida.

Me mira de arriba abajo, se relame el labio perversamente y me dice:

—¡Tes un bo culo, colega! ¡Voucha a meter hasta que me de asco!

Comprendo que al osito no esté acostumbrado a hablar en castellano y le cueste. Pero si sigue mezclando el  castellano con el gallego, voy a terminar más  despistado que  Bertín Osborne en una manifestación feminista. Así que, aunque no me enterado de jota, supongo que lo que me ha echado ha sido un piropo y le sonrió poniendo mi mejor cara de imbécil. Todo sea por volver a catar ese troncho que asoma por la cinturilla de cuero.

Sin decirme nada, como si fuera lo que tocara hacer en ese momento. Me da la espalda y vuelve a buscar algo en el armario, esta vez saca varios rollos de lo que parece cinta de vinilo de colores bastante llamativos. Un par de rollos de cuerdas de color rojo y una especie de antifaz para los ojos. No tengo ni puñetera idea de cómo acabara todo esto, pero solo de pensarlo me pongo cachondo como una perra.

—La palabra de seguridad es  trompa —Me dice mi macho empotrador mientras desanuda los cordeles, con los que supongo me va a atar.

Pongo cara de no saber muy bien de qué me está hablando. Me mira de refilón, me sonríe picaronamente y me dice:

—“Galopín”, me da la sensación de  que los videos que tú has visto eran todos en inglés.

—Y a mí, como te he dicho,  el inglés me suena a chino.

—En todos los juegos de sumisión existe una palabra de seguridad por si en algún momento la cosa se va de las manos. El sometido únicamente tiene que pronunciarla para que el juego se detenga de inmediato. Así no hay peligro de que el atador se pase. Las reglas básicas del juego es que sea seguro, sensato y concensuado.

Niego varias veces con la cabeza, por lo que Roxelio me mira extrañado.

—¿Qué pasa?

—Que no me gusta la palabra.

—¿Y eso?

—Porque si en un momento determinado se me antoja pedirte que me metas la trompa, vas a parar y me vas a dejar más caliente que un pedófilo en una piscina infantil.

El gallego sonríe satisfecho por debajo del labio y me suelta  entre dientes una frasecita en su lengua natal que no termino de entender, pero que supongo será un insulto cariñoso porque se viene para mí y acariciándome la mejilla me dice:

—Pues llevas razón, es una palabra muy mala y yo no me quiero quedar sin meterte la trompa. Así que escoge tú la palabra.

—Chocho.

El osito aprieta los labios y mueve la cabeza afirmativamente, para terminar diciendo.

—Una palabra muy buena, no creo que a ninguno de los dos se le ocurra decirla mientras jugamos.

—Le quita toda la magia a un polvo entre maricones.

—Machotes con gustos especiales —Recalca  Roxelio mientras me soba el culo.

Estoy a punto de decirle algo, pero cómo no sé cómo le puede caer, opto por callarme.  En fin, si aguanto a los políticos todo el puto año diciendo eufemismos, porque no se lo voy a permitir a él, ¡con lo macizo que está!

Sin más contemplaciones, con un gesto,  me pide que me siente en la cama para, a continuación, envolver mi tórax  entre un rollo de cinta elástica de color verde trébol. Por su modo de actuar, me da la sensación que no es la primera vez que lo hace y que tiene un master en todo esto de embalar tíos sumisos. Lo hace con la misma presteza que un dependiente te envuelve un regalo.

En unos segundos me inmoviliza por completo, únicamente tengo las manos libres, pero apenas puedo mover los dedos. De estar súper excitado, paso a estar un poco agobiado. Otra vez , la reciente mala experiencia con los holandeses viene a mi memoria y un escalofrío me recorre de arriba abajo. En fin, si la cosa se sale mucho de madre, siempre tendremos el recurso del “chocho”.

Se sube al camastro y se  pone de píe junto a mí de forma que su entrepierna queda a la altura de mi boca. Me siento como un pez desaprensivo al que no le queda más remedio que morder el anzuelo.

De manera burda comienza a pasear su paquete delante de mis morros. El olor que desprende su miembro viril me hace olvidar lo incomodo que estoy y, como la  buena perra salida que soy, comienzo a lamer y mordisquear el cuero negro.

Todo esto es nuevo para mí y, aunque por momentos me siento un poco fuera de lugar, tengo que reconocer que la parafernalia del bondage tiene un morbo enorme. Noto como mi polla se endurece de manera dolorosa, clamando por salir de su ajustado encierro.

Segundos más tarde, desnuda su grueso cipote y, sin pedirme permiso, la encasqueta de golpe entre mis labios. La salvajada que me acaba de hacer no tiene parangón, me falta el aliento y la sensación de ahogo va en aumento. Notó como un sudor frio me invade y una flagrante impotencia me embarga de arriba abajo.

Sin embargo, quizás porque se da cuenta que está llegando al límite de mis capacidades,  con la misma rapidez que la ha introducido, la saca. El suficiente tiempo para dejarme respirar, pues de nuevo vuelve a empujar sus caderas y mi boca queda rellena por caliente embutido. Esta vez, no sé por qué, la angustia que he sentido en un principio, desaparece casi por completo.

La maestría con la que el muy cabrón mide los tiempos, consigue que lo que comienza siendo una sensación desagradable, se vaya transformando en algo de lo más placentero y excitante.

Noto como mi verga intenta escapar de la prisión y, al no poder hacerlo me empieza a molestar de manera agobiante. Asumo el dolor como algo que viene en el lote de esta perversión de la dominación y prosigo tragándome el grueso cipote como si no hubiera un mañana.

Ver como un pequeño mar de babas resbala por el oscuro tronco hasta llegar a sus peludos huevos y no poder tocarlos o acariciarlos como suelo hacer siempre, es un  pequeño martirio añadido que ignoraba que pudiera ser tan satisfactorio.

Igual de repentino que comenzó a darme de mamar, Roxelio aparta su churra de  mis labios. Tira de los cabellos de mi nuca y deja su babeante verga a escasos centímetros de mi boca, una pequeña distancia que la hace inalcanzable y más apetecible si cabe.

De manera brusca me empuja sobre la cama. Se baja de ella, se pone frente a mí  y me levanta las piernas. Dejando la planta de mis pies sobre su pecho.

Con uno de los llamativos cordeles, en este caso el de color rosa  chicle, comienza a envolver mis tobillos y, a continuación mis muñecas. Una vez comprueba que no está demasiado flojo para que me pueda escapar, ni demasiado apretado para que me pueda hacer daño. Hace un  complicado nudo que queda oscilante sobre mi abdomen, dejándome en una especie de postura fetal.

Aunque me cueste admitirlo, toda esta parafernalia y todo este rollo del atrezo sexual me tiene con las pulsaciones a mil por mil y con el nabo empujando con más fuerza contra la apretada tela amarilla.

La sensación de impotencia es absoluta. En el momento que el gallego se pone de rodillas junto a mi cabeza y empuja mi nuca para que me  vuelva a tragar su zanahoria, me siento como Bugs Bunny cuando los salvajes indígenas, lo maniataban y  lo metían en la olla hirviendo para cocinarlo.

Conforme voy asimilando la incómoda posición en que me ha colocado, voy disfrutando del sabor de la oscura trompa del gallego. Las vejaciones a las que me está sometiendo, lejos de desagradarme, me tienen súper excitado.

A pesar de mi curriculum  y que he conocido más pollas que aeropuertos las maletas de Shakira, tal como predijo Roxelio, me siento como un chavalito al que le están reventando el culo por primera vez. Molesto, dolorido, un poco asustado, pero descubriendo sensaciones nueva a cada segundo.

Me tira de los pelos de la nuca y, tras sacarme la verga de la boca, hunde mi nariz y mi boca en sus huevos. Obligándome a olisquearlo y a chupárselo. Durante unos segundos la sensación de asfixia se vuelve de lo más angustiosa. De nuevo, como si todo estuviera calculado de forma exhaustiva, en el momento que creo que no voy a poder soportar más se detiene.

Sin decir ninguna palabra, se baja de la cama. Apenas puedo levantar la cabeza para ver lo que hace, de lo único que soy consciente es que se arrodilla ante mí, juguetea un poco con los elásticos del hortera suspensorio, coloca las manos entre mis glúteos y los empieza a magrear como si estuviera amasando pan.

Lo hace de manera tan poco refinada que no puedo evitar que un leve quejido de dolor se escape de mis labios, pero me está gustando tanto que aprieto los labios. No vaya ser que se me escape un “chocho” por casualidad y, con lo bien que lo estoy pasando, se acabe la diversión.

En el momento que considera que la soba que me está pegando en el culo ha llegado a su culmen, acerca la nariz a mi ojete y, tras absorber su aroma, comienza a lamerlo de forma desmedida. Notar su lengua resbalando desde mi perineo a mi ano, impregnándola de su caliente saliva, poniendo mi capacidad de sentir a su cúspide. «¡Esto es un beso negro y lo demás es tontería!», pienso mientras hago un esfuerzo por no gemir como un poseso.

No sé si porque tengo los sentidos a flor de piel o porque Roxelio es un genio en esto de comer golosamente anos, pero el roce de su húmeda lengua me pone al borde del orgasmo. Me olvido que en la habitación de al lado está Mariano y suelto un quejido de lo más escandaloso.

Con el agujero humedecido y completamente dilatado. No es raro que dos de los dedos del gallego entren sin problema. Durante unos segundos juguetea con meterlos y sacarlos de él. Primero como si estuviera tanteando la capacidad de tragar de mi culo, luego de un modo que roza lo violento.

Otra vez cuando el dolor se me hace insoportable, mi fornido amo detiene sus movimientos. Se levanta y vuelve a buscar algo en el armario que está resultando ser como una tienda de todo a cien del bondage. En esta ocasión, lo que saca de su interior es una lata de crema dilatadora y un dildo de enormes dimensiones.

A ojo de buen cubero me parece que tiene cinco centímetros de ancho y al menos veinticinco de largo. Aunque mi recto ha servido de hotel para pollas de todos los tamaños, después del tute esta mañana con los camioneros me temo  que no está para un objeto de esas dimensiones y, probar con algo tan enorme, tiene el riesgo de que  me pueda terminar ocasionando un desgarre anal.

La idea de que me metan el descomunal consolador me parece de lo más morbosa y mi polla parece que va a estallar debajo de los suspensorios. Por lo que, a pesar de que una parte de mí teme que le puedan hacer daño, la perversa fantasía pesa más que la cordura. A las malas, si la cosa se hace insufrible, tengo el comodín de  la palabra de seguridad, pero preveo que, con lo cachondo que estoy,  no me va a hacer  ninguna falta.

Unta una enorme cantidad de crema en los pliegues de mi ano y comienza a meter sus dedos, cuando consigue meter tres sin dificultad coloca el pollón de plástico sobre él y comienza a empujarlo.

—¡Relájate, perrito “meu”, que vas a gozar como nunca!

Me dejo llevar por la promesa de mi macho empotrador y abro todo lo que puedo mis esfínteres. Aunque al principio me duele un pelín, noto que no hay desgarro alguno de la piel y, paulatinamente, el placer lo va dominando todo.

Conforme  la churra de goma va invadiendo por completo  mi recto, me voy sumergiendo en un  carrusel de emociones de lo más dispares. Aunque el dolor se ha esfumado por completo, la presencia de un objeto frio y extraño en mis esfínteres no deja de ser molesta. Sin embargo, la presencia animal  del gallego, mirándome con unos ojos cargados de perversión, se me hace de  lo más caliente y reconfortante. Por lo que, sin limitaciones,  me  hundo en el fango del placer y vivo el momento al cien por cien.

Durante unos minutos el gallego mete y saca el juguete sexual de mi culo. Cada vez que la punta del enorme consolador roza mi próstata, tengo la sensación de que voy a eyacular y noto como unas pequeñas gotas de líquido pre seminal se me escapan.

A Roxelio esta circunstancia no le pasa desapercibida y sin dejar de profanar mi recto, se pone a juguetear con el elástico de la cinturilla de mi suspensorio. Cada vez que lo estira y lo suelta sobre mi erecto pene, una dolorosa sensación me empuja al orgasmo.

Amante como soy del sexo anal, mezclar el dolor con el gozo  no es ajeno  para mí. No obstante, la impotencia que supone estar atado, sentirme como un pelele sin voluntad y  verse a merced de otra persona que solo está preocupado porque disfrutes con la experiencia, si es novedoso para mí.

El gallego vuelve a clavar una mirada lasciva en mí, deja que una sonrisa satira se dibuje en su rostro y, tras encasquetar de manera contundente el  pollón de goma en mis entrañas, se vuelve a subir a la cama.

Se arrodilla junto a mi cara y de nuevo me obliga a tragarme su grueso nabo. En esta ocasión, aprieta la nariz entre sus dedos y la sensación de asfixia hace que me excite de un modo que desconocía.

De manera incontrolada mi polla comienza a expulsar esperma. Roxelio se percata de ello y, tras dejar que el aire llene mis pulmones de nuevo, comienza a mover sus caderas de forma desmedida.

Poco después un quejido de placer escapa de la boca del gallego y, al mismo tiempo, una buena cantidad de leche caliente inunda mi boca hasta que se escapa por la comisura de mis labios.

¡Qué pedazo de polvo acabo de echar!

Dentro de dos viernes publicaré “Con dos osos maduros en la sauna” será en esta misma categoría  ¡No me falten!

Estimado lector, espero que te haya gustado este relato.   Si quieres continuar leyendo historias mías, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría  de temática gay. Espero que mis relatos sirvan para entretenerte y animar tu libido. Mi intención siempre es contar una buena historia, si de camino puedo calentar al personal  y sacarle unas risas, mejor que mejor.

Un abrazo a todos los que me seguís.