Iniciandome en el bdsm

Historia ficticia de cómo un profesional de éxito acaba siendo dominado por una mujer

Iniciándome en el BDSM

Hacía muchos años que no veía a mis compañeros de curso en la facultad. Desde que terminamos la carrera no nos habíamos visto la mayoría. Era una ocasión de recordar viejos tiempos y de recuperar alguna amistad. Tenía ganas de ver cómo habían cambiado las caras y el estatus social de todos ellos. Ahora somos profesionales, algunos, de mucho éxito.

Hasta ese momento me consideraba una persona normal. A mis 38 años de edad me encontraba con fuerzas como para comerme el mundo. Mi estatura es de 1,78 cm y mi peso de 75 Kg. Moreno de pelo, pero con algunas canas que ya iban dando a mi tez un tono de madurez. Permanecía soltero hasta ese momento y tanto mi vida profesional, social y personal transcurrían por los cauces del éxito. En resumen, me sentía bien.

Después de asistir a los saludos por parte del actual Decano de la Facultad y de cumplir con la visita guiada a los diferentes departamentos, tuvimos una misa después de la cual se sirvió un vino español. En ese momento tuve ocasión para hablar con muchos de mis compañeros y poco a poco se fue creando un ambiente distendido y cordial que provocó el que al final quedáramos a cenar un numeroso grupo, ese mismo día.

La cena transcurrió como era de esperar, con alegría. Al final, cuando ya habíamos bebido bastante recibimos la visita de la tuna, que terminó por hacernos cantar a todos entre abrazos. Poco a poco se fue marchando la gente y quedamos los solteros que, como siempre, éramos los que no teníamos a quien rendir cuentas. Nos decidimos por ir a bailar a un local próximo y cuando nos echaron de él ya no había nada abierto. Fue cuando les ofrecí ir a mi casa a echar la última copa. Aprovecho las ocasiones que se me presentan para intimar con alguna mujer y si puedo la llevo a la cama.

Nos encontrábamos seis. Dos eran mis amigos Roberto y Fernando, con los que había compartido piso durante la carrera. De las tres mujeres que había, conocía bien a dos; eran Laura y María.

Laura era una mujer impresionante; yo diría que había mejorado con los años: De 1,70 de altura, melena rubia y larga, recogida para la ocasión con un moño que realzaba su largo cuello. Dos ojos verdes que siempre habían llamado la atención de cualquiera por lo grandes y bonitos. Labios carnosos y una sonrisa que enseñaba una dentadura perfecta. Siempre había sido una mujer inalcanzable para todos nosotros, altiva y desafiante, y nunca antes habíamos podido tener una conversación distendida con ella. Llevaba un vestido de tirantes con generoso escote que dejaba adivinar unos senos turgentes y deseables, tanto más, porque no llevaba sujetador. El vestido caía marcando las curvas de su cuerpo y se terminaba ajustado, por encima de las rodillas. Las piernas las llevaba cubiertas por unas medias negras y realzaban su figura unos zapatos negros de tacón fino, muy alto. Estaba verdaderamente deseable.

María era una mujer guapa y elegante. No era de una despampanante belleza, pero siempre había tenido algo que la hacía atractiva. Morena, de melena corta, un poco bajita pues medía 1,58 cm de estatura, de cara redonda y ojos almendrados que reflejaban alegría. Era amiga de todos y todos la habíamos querido siempre. Una vez incluso tuvimos un rollete que resultó muy satisfactorio para los dos. También especialmente guapa, con una blusa blanca que dejaba adivinar unos preciosos pechos y una falda corta y ajustada de cuero, con una abertura lateral que invitaba a abrirse camino entre ella. Calzaba unos zapatos de piel negra con adornos en forma de chinchetas y un tacón infinito que hacían su pierna más larga.

La tercera mujer era Gloria: No la había tratado mucho pues es de esas mujeres que apenas hablan si no se les invita a ello. Tímida y reservada, no era brillante en ningún aspecto. No se le conocían novios ni asuntos de trascendencia. Había terminado la carrera y salvo sus amigos, que los tendría, se podía decir que no la conocía nadie. Había cambiado; se había dejado una larga melena y se había teñido de rubio, color que le favorecía. Estaba en posesión de algunos kilos de más y vestía un elegante traje de chaqueta y falda ligeramente por debajo de las rodillas. No llamaba especialmente la atención lo que se sumaba a una mirada dura, que te hacía dejar de mirar si te pillaba observándola. Por lo demás, si tocabas algún tema de conversación con ella era una chica educada y amable.

Nos repartimos por el salón, sacamos unas botellas de cava y nos dispusimos a pasar una velada más. Comenzamos por dar un repaso a los conocidos, pasando por los viejos y los nuevos tiempos. Poco a poco y entre el calor que se iba acumulando en el ambiente y el alcohol, fueron apareciendo nuevos temas de conversación y como de costumbre acabamos en temas sexuales. En un determinado momento discutíamos acerca de si las medidas normales del pene eran unas u otras. Entre risas alguien, creo que fue mi amigo Roberto, propuso realizar un concurso entre los tres, a ver quién la tenía más grande. Ellas serían las encargadas de excitarnos y medirnos, para luego llegar a un veredicto. Asombrosamente, entraron al trapo y aceptaron la propuesta. No se ni cómo, pero nos vimos los tres desnudos y a merced de las chicas. Ellas irían excitándonos, una a cada uno y apuntando la medida. Después intercambiarían a los concursantes para, de esta manera, habernos probado a los tres. La verdad es que fue divertido. Yo sabía que no iba a ganar ya que siempre he sido consciente de que mi pene no era de los más grandes. Tampoco había supuesto un problema pues la facilidad que tenía para conseguir a las mujeres hacía que el tamaño careciera de importancia. Estábamos comenzando el concurso cuando Laura dijo:

  • El que gane será para mí así que, haced un esfuerzo chicos.

A lo que Gloria añadió:

  • Y el que pierda será mío...

Solo Dios sabe lo que pudimos reírnos durante ese rato. Al final y después de ser materialmente comidos y medidos por esas tres diosas, llegó el momento de dar la clasificación. Roberto ganó con un pene de 23 cm en erección y yo, con mis escasos 16 cm fui el perdedor, como ya imaginaba.

  • Ahora, la entrega de premios, exigió el ganador, a la vez que se abrazaba a Laura.

La propuesta de ella fue que la acompañara hasta su casa y con el fin de semana por delante le entregaría lo que había ganado en el concurso.

Casi en plena excitación nos despedimos y Gloria, que apenas había hablado después del veredicto dejó en mi mano una tarjeta de visita. Por lo bajo me susurró al oído:

  • Llámame el viernes al mediodía y no se te ocurra hacer planes para el fin de semana ¿vale? Y ya que estamos, procura estar totalmente depilado para ese mismo día. To-tal-men-te.

Asentí sin atreverme a decir nada más...

Estuve durante toda la semana impaciente y excitado, esperando el momento de volver a ve a Gloria. En otros tiempos no me habría preocupado demasiado pero la verdad es que la situación resultaba tan morbosa que me tuvo desconcentrado durante los días que antecedieron a nuestro encuentro. Pasé un poco de vergüenza cuando dije en mi peluquería que deseaba que me depilasen por completo, pero no se extrañaron...Pensé que debía de ser bastante habitual en los tiempos que corren.

A las doce en punto del viernes realicé la llamada que había estado deseando hacer durante toda la semana. Después de cuatro pitidos se puso al teléfono. Una vez hechos los saludos de rigor me preguntó si estaba dispuesto todavía a pasar el fin de semana con ella, a lo que contesté que estaba impaciente por comenzar.

 Ya veremos, dijo... y comenzó a darme instrucciones.

 Coge un neceser de aseo y poco más, y te diriges a la dirección que ya conoces por la tarjeta que te di. Al lado derecho del portal se encuentra una cafetería. Allí pregunta por el encargado y dile que vas de mi parte. Tiene instrucciones de darte las llaves de casa. Sube arriba y abre, pues yo tardaré en llegar. Dúchate -en el baño encontrarás todo lo necesario- y después te vistes con la ropa que he dejado preparada sobre una silla, en mi dormitorio. Cuando llegue, llamaré a la puerta; si todavía estás ahí y me abres la puerta sabré que has entendido lo que quiero de ti.

Sin dar más tiempo al tiempo, cogí un taxi y me fui a la búsqueda de su vivienda. En la cafetería me entregaron las llaves del piso y con bastante inquietud y una taquicardia que casi me paralizaba, abrí la puerta y entré en la casa de Gloria. Era un piso grande de unos 140 m2. Tenía un salón enorme decorado con suma exquisitez. Cada cosa tenía su sitio y estaba escrupulosamente limpio. Se notaba la obsesión por la limpieza y el orden. Cuando entré en el dormitorio me dirigí hacia la silla que había colocado a la vista para mí y sorpresa: Había preparado un vestido negro con la falda cortita, muy por encima de las rodillas y con una abertura lateral que llegaba casi a la cintura. En las mangas, cuello y borde de la falda llevaba unas puntillas blancas. Para debajo había previsto un top negro, diría que era de raso, armado de tal manera que una vez que me lo puse, diría que me habían crecido dos pechos, pues se marcaban debajo del vestido. En la parte de abajo me había preparado un liguero, negro también, muy excitante y un par de medias a juego con todo el conjunto. Se completaba el conjunto con unos zapatos de salón en charol negro, con pulsera, dotados de un tacón de aguja de al menos 10 cm, delantal blanco cortito y una peluca morena de media melena.

Me llevó algún tiempo poder ponérmelo todo, pues no estaba habituado a ese tipo de prendas. Estaba tremendamente excitado, tanto por estar vistiéndome de criada como por lo que podría ocurrir después. Por fin conseguí que todo estuviera en su lugar y no pude evitar la tentación de mirarme al espejo de la cómoda. Me faltaba maquillaje, pero me veía hasta guapa. Practiqué poses de mujer durante un rato y sentí la tentación de masturbarme, pero desistí de ello pues quería estar a tope para cuando llegara la Señora – así me había dejado por escrito que la tenía que tratar-

Llamaron a la puerta y con miedo por una parte y en un estado de ansiedad y excitación por otra me dirigí a la puerta. Al abrir apareció la Señora. Estaba increíblemente guapa y elegante. Vestida totalmente de cuero, con unos zapatos de piel negros, muy altos, medias negras -de seda, diría yo- falda por encima de la rodilla. Por debajo llevaba un corsé de cuero que la estilizaba y cubriendo el cuerpo una cazadora cortita, también de piel negra. El cabello lo llevaba recogido en un moño. Tanto los labios como las uñas estaban pintados de negro.

¡Buenas tardes! Saludó, entregándome unas bolsas con las compras que había realizado. Deja esto en mi habitación, que ya lo colocaré en su momento, y me esperas ahí. Voy a tomar un vaso de agua, que llevo toda la mañana de tiendas y todavía no he podido ni sentarme.

En unos minutos apareció de nuevo, se sentó delante de la cómoda y me ordenó ponerme de rodillas delante de ella...

  • Ahora voy a maquillarte. Se que de momento será difícil para ti, pero con el tiempo espero que aprenda a hacerlo sola. Por cierto, desde ahora te llamas “Betty” y como ya has podido suponer vas a convertirte en mi doncella, además de una dócil putita. Si no te parece bien, ya te puedes marchar.

Asentí con la cabeza dándole a entender que la idea me gustaba.

  • Las instrucciones son claras y sencillas

§ Como ya sabes, te dirigirás a mí llamándome Señora

§ No hablarás si no te digo que lo hagas

§ Agacharás la mirada en mi presencia, adoptando una postura sumisa en todo momento

§ Obedecerás mis órdenes sin rechistar de manera inmediata

§ Las labores de la casa son cosa tuya. Ha de estar siempre perfecta.

§ En ocasiones serás castigada. Si yo no te digo la causa de un castigo, estoy segura de que tú sabrás el porqué del mismo

§ En definitiva, vas a ser mía y para mí. Yo no voy a gritar ni a ser especialmente violenta contigo, pues no me gusta ser así. Seré cariñosa y comprensiva, pero también exigente y dura, cuando estime que tiene que ser así. Voy a perder mi tiempo en domarte y enseñarte a servirme, así que deseo que te encuentres a la altura de lo que de tí espero

Acabó de maquillarme y me pintó las uñas y los labios de rojo oscuro, marcando con un lápiz la línea de mis labios. Una vez arreglada me envió a la cocina a preparar una comida ligera. Ella sabía que yo cocinaba bien, pues me había oído presumir de ello, así que dejó a mi capricho la elección de la comida.

Se la serví en el salón con gran ceremonia. La Señora me permitió que comiera en la cocina. Posteriormente recogí todo y la ayudé a desvestirse, pues era su deseo el echarse un rato para dormir una siesta. La dejé en la cama con un camisón corto transparente. Durante todo el rato no dijo una palabra. Yo contenía mi excitación como podía pero en algún momento dejé entrever un bulto por delante de la falda, lo que supuso algún gesto de desaprobación por parte de la Señora. No obstante amablemente me dio las gracias y me pidió que la despertara en media hora, tiempo que yo tenía que dedicar a recoger y limpiar la cocina.

Estaba nervioso, pues la cosa prometía. Tanto es así que con las prisas se me cayó un vaso y se rompió. Lo recogí todo y pensé para mí que con un poco de suerte no se daría cuenta. Pasado el tiempo que me había pedido fui al dormitorio y me situé al lado de la cama, donde la llamé con suavidad. Ella abrió los ojos e inmediatamente bajé los míos. Le pregunté si había dormido bien y ella no me respondió. Pasado un minuto de silencio me ordenó que fuera al baño, me quitara la ropa, quedándome en braguitas y con el liguero, medias y los zapatos y después que volviera a la habitación. Así lo hice y cuando volví me pidió que me pusiera a los pies de la cama, con las piernas abiertas y apoyando las manos sobre ella. Ella se había puesto unas sandalias de estar por casa y conservaba todavía el camisón. Estaba divina...

Comenzó a tocarme por la espalda. Me acariciaba despacio, comprobando cada centímetro de mi piel. Comenzó por la cabeza y fue bajando. Al llegar a la altura de mi pecho deslizó una mano hacia delante y me rozó un pezón, lo que me produjo una gran excitación. Se dio cuenta y comenzó a jugar con él. Me pellizcó y lo retorció durante bastantes minutos, a la par que yo me excitaba cada vez más. Cuando soltaba algún gemido ella me chistaba y hablaba

  • Cállate putita. No querrás que los vecinos se enteren de que tengo en casa a una zorra escandalosa.

Y continuaba con la tortura. Cuando estuvo satisfecha continuó con la inspección y bajó hasta mis nalgas, a las que acarició. Me encontraba en un momento de máximo disfrute cuando paró. Oí cómo abría un cajón y por el ruido que hizo deduje que se estaba poniendo unos guantes de látex. Imaginé que me iba a realizar una exploración anal. Nunca antes lo había hecho, pero era tal el estado de excitación que vivía, que no me importó. Cerré los ojos y me dispuse a ello. Me introdujo primero un dedo, trabajó mi pobre esfínter y me metió un segundo. Este me molestó, pero pensé que era producto de mi inexperiencia y estaba seguro de que luego iba a mejorar. Entonces comenzó a hablarme:

  • Has cometido dos faltas y es mi obligación que aprendas a corregirlas. Así pues tengo que castigarte.

Según terminaba de decir esto, me metió un tercero, con tal fuerza que pensé que me había roto el culo. El dolor fue intenso pero estaba tan excitado que acepté el castigo. Se movió con violencia dentro de mí pero a pesar del dolor que me producía, mi verga se ponía más tiesa de lo que había estado nunca. Después continuó durante un ratito dándome masaje anal. Oí que de nuevo abría el cajón y sacaba algo que se dispuso a colocarme en el ano. Entró bien pero quedó como encajado. Me daban ganas de expulsarlo, pero no podía. A la sensación de placer se añadía otra de ansiedad. Resultaba curioso... Por un lado me producía una gran excitación pero por otro me sumía en la desesperación.

  • Me ha parecido escuchar ruido en la cocina, como si se hubiera roto algo. Estoy segura de que ha sido así. Como comprenderás tienes que compensarme por ello. No me paso el día trabajando para que una putita como tú me cueste dinero nada más llegar a mi casa. Así pues vas a llevar eso ahí hasta que decida el modo en el que vas a pagar por ello.

  • Además te dije que no debías dirigirme la palabra si no te lo pedía, por lo que vas a recibir diez azotes.

Dicho esto volvió a meter la mano en el cajón y sacó de él lo que luego supe que era una fusta. Con una voz cálida y dulce, mientras me metía los dedos, que habían estado en mi ano, dentro la boca para que pudiera saborearlos me pidió que contar en voz alta el número de azotes. Uno, dos, tres,.... hasta contar los diez, fue aplicando el castigo en mis nalgas. Cuando creía que había terminado me hizo colocarme de frente a ella. Mantenía una erección casi imposible, yo diría que hasta dolorosa. Necesitaba con urgencia que me tocara la polla para poderme correr. Antes de darme tiempo a pensar, en un movimiento rápido me dio un fustazo en pleno glande

  • ¡Dios mío, qué dolor! exclamé- al tiempo que protegía con la mano a mi pobre miembro...

  • Creía haberte advertido de que no hablaras y además nadie te ha dado permiso para tocarte. Eres una zorrita incorregible y te voy a meter en vereda ahora mismo. Así evitaremos tener que tomar medidas más fuertes en el futuro. Voy a tenerte que atar.

De nuevo del cajón salieron nuevos instrumentos. Unos grilletes de cuero prendidos en un cinturón con los que me ató los antebrazos al cuerpo de tal modo que no podía llegar a tocarme ninguna parte del cuerpo. Además y para completar el cuadro me colocó una mordaza el la boca, de tal manera que no me permitía articular palabra alguna pero que permitía que la boca estuviera siempre abierta para su capricho.

Volvió a colocarme de frente a ella y sujetándome el pene con la palma de su mano izquierda comenzó a darme golpes de fusta sobre el glande. En el espejo que quedaba enfrente de mí podía ver la escena completa. Yo había acabado a su merced y encima estaba disfrutando como nunca. Los golpes comenzaban siendo de una intensidad pequeña, que poco a poco incrementaba. Yo me iba excitando cada vez más, pero cuando ella se daba cuenta de que estaba a punto de llegar, descargaba sobre mi pobre pene un fuerte golpe que me producía un intenso dolor y hacía que la erección desapareciera. De vez en cuando paraba durante unos minutos y se dedicaba a pellizcarme los pezones, con lo que conseguía el mismo efecto. No se cuánto tiempo duró aquello, pero se me hizo eterno. Acabé humillado y llorando, pidiéndole por favor que me dejara terminar o que me echara de su casa. No podía soportar más en esa situación.

Se compadeció de mi, me quitó la mordaza, de dio un largo y cálido beso, lleno de cariño, acompañado de todo tipo de caricias, que yo agradecí infinitamente. Sin quitarme los grilletes me aseó un poco con mucha ternura, casi como si fuera una madre, me secó las lágrimas y me arregló el maquillaje, que había sufrido las consecuencias de la batalla a la que me había sometido.

  • Ahora estoy excitada, dijo. Vas a tener que aplacarme, pues tengo trabajo que hacer esta tarde y así no puedo concentrarme. Túmbate boca arriba en el suelo. ¡rápido!

Una vez en el suelo, se sentó sobre mi cara y comenzó a moverse, lentamente. Yo que me encontraba en un gran estado de excitación por lo ocurrido comencé a dar lengüetadas a diestro y siniestro de tal modo que tan pronto me encontraba sobre su ano como sobre su clítoris. Como el ritmo que yo le daba no era de su agrado agarró mis pezones con sus dedos y los retorció con fuerza

  • ¡Ahhhh! Me quejé.

  • ¡Schhhh! ¡calla! -Me dijo con cierta exquisitez-. Vas muy deprisa, así que voy a modular tu ímpetu gracias a tus pezones. Los voy a utilizar como si fueran los mandos de una consola. Así aprenderás a satisfacer a una mujer.

Luego cogió el teléfono, puso el manos libres y marcó un número. Cuando al otro lado contestaron reconocí la voz. Se trataba de Laura. Durante mucho rato mantuvieron una conversación banal. Hablaron sobre todo de hombres, riéndose de unos y de otros mientras me hacía trabajar en sus bajos. Lo mismo cuando necesitaba más que cuando me pasaba de marcha modulaba la velocidad de mi lengua manipulando mis pezones. Lamí sus agujeros hasta tal punto que me dolía toda la boca, pero era imposible parar; ni ella ni yo queríamos. Fuimos incrementando el ritmo a la velocidad que ella quería hasta que llegó lo inevitable: Sin colgar el teléfono, soltó un grito, me agarró fuerte por el pelo y se apretó contra mi cara. Mientras yo me asfixiaba sin poder hacer nada para evitarlo tuvo un largo e intenso orgasmo. Una vez que acabó sintió ganas de orinar, por lo que me obligó a abrir la boca y comenzó a hacerlo sobre ella.

  • Procura que no se te escape ni una gota... No quiero manchar el suelo.

Bebí y bebí hasta terminar con la última gota de su orina. Excitado como estaba me sabía al mejor de los licores, por lo que me afané en que no quedara nada fuera de mí. Al acabar me dio un largo y cariñoso beso en la boca que terminó con un tremendo salivazo que me dejó en la boca para que según ella, pudiera probar todos sus jugos.

  • Arréglate un poco Betty, que estás echa un asco. Vístete, limpia todo esto y prepárame un baño. Después me darás un masaje relajante. Si te portas bien en lo que queda de día es posible que al final te de alguna recompensa. Ya veremos..

  • Si tienes algo que decirme, ahora es el momento oportuno pues, estoy de buen humor.

  • ¡Gracias Señora! le dije, y me dispuse a hacer mis tareas

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