Iniciacion tardía
Un hombre maduro heterosexual descubre, movido por la curiosidad, nuevos placeres de la mano de un hombre más joven y experto.
Antonio esperaba en su casa a que llegara aquel desconocido del chat con el que había quedado. Al principio había intentado mantener la tranquilidad y se había sentando a leer un libro en el sofá, como la cosa más natural del mundo. -¿A quién pretendía engañar?-se preguntó. Era la sexta vez que sus ojos recorrían el mismo párrafo y no se estaba enterando de nada, así que se levantó a mirar por la ventana, a ver si veía llegar a alguien al edificio de pisos en el que vivía. Antonio tenía 32 años y teóricamente se sentía de vuelta de todo, después de un par de intentos de relaciones estables fallidas, y un montón de ligues de una noche con hombres a los que no tenía el menor interés en volver a ver.
Desde hacía un par de meses había conocido en el chat a Joan, un ejecutivo de 45 años casado y con dos hijas, y era raro el día que no se reunían en el chat para contarse sus cosas. Al amparo del anonimato que proporciona internet pronto comenzaron a confiarse cosas cada vez más intimas, sobre todo por parte de Joan. Resulta que Joan siempre se había comportado y se sentía como heterosexual, pero según le contó, en los últimos tiempos había comenzado a sentir una gran curiosidad hacia el mundo homosexual, y esa era la razón por la que había iniciado sus accesos al chat gay en el que se habían conocido. Quería a su mujer, pero ello no había sido obstáculo para ponerle los cuernos con la mitad del personal femenino de la empresa en la que era director general. Es más, ni siquiera encontraba que hubiera nada malo en todo ello; se declaraba como una persona que quería aprovechar todas las oportunidades que la vida le brindaba.
A Antonio, Joan le parecía en gran medida un cínico, y aunque a veces se preguntaba qué hacía chateando con un heterosexual, era más fuerte la curiosidad por aquel hombre de tanta personalidad e ideas tan claras. Poco a poco, las conversaciones fueron subiendo de tono; Joan no hacía más que pedirle a Antonio detalles de sus encuentros sexuales, se veía que efectivamente la homosexualidad le producía mucho morbo. Y Antonio le contaba todo, al principio con reservas, pero luego con todo lujo de detalles, iniciando una suerte de juego de seducción, al ver que todo aquello parecía causar una gran excitación en su heterosexual amigo. Finalmente Antonio se lanzó y le envió una foto suya, completamente desnudo; era delgado, bastante alto, rubio y con un cuerpo marcado por el trabajo diario en el gimnasio. En la foto no mostraba el rostro, pero sí una tremenda erección. Joan, sin otro comentario, le contestó enviándole una foto de su cuerpo también desnudo, pero moreno y bastante peludo, un cuerpo más tosco, con quizá un par de kilos de más que no le restaban nada a su indudable atractivo. Sin embargo, en la foto, Joan se tapaba con una mano la parte más preciada de su anatomía.
Antonio protestó al otro lado del chat: -Estás muy bueno, madurito, pero esa mano sobraba-
Joan le envió seguidamente otra foto, esta vez de espaldas, mostrando un trasero prieto muy deseable. Antonio replicó: -Ese culito me ha gustado. Si lo que tienes delante es comparable a lo de atrás, todavía te perdono menos lo de taparte con la mano-
Joan rió. El también se estaba dejando una pasta en el gimnasio, a pesar de que unas veces el trabajo y otras la familia, sus obligaciones no le permitían acudir todo lo que hubiera deseado para mantener su cuerpo en completa forma. La verdad es que era bastante vanidoso, y la encantaba sentirse deseado. Quizá por esa razón entraba tanto en el chat gay. Aquel día, Antonio comenzó a decirle todas las cosas que le gustaría hacerle a ese cuerpo de la foto, y cómo le iba a hacer sentir cosas que ninguna mujer le había hecho sentir antes. Al final de aquella sesión, ambos terminaron con la mano llena de leche; tanta era la imaginación y la pericia verbal de Antonio en el chat. A esa sesión siguieron otras tantas en las que indefectiblemente siempre terminaban ambos descargándose ahí mismo, casi sobre el teclado del ordenador.
Joan llevaba ya una buena temporada que había perdido el interés por sus habituales conquistas, por no hablar de la mujer con la que compartía cama. No hacía más que darle vueltas a la cabeza a las promesas de pasión que le hacía Antonio. Lo que había empezado como un juego se había convertido en verdadera obsesión. Creía haber probado las mieles del sexo en todas las variantes posibles con una mujer, pero lo estaba matando la curiosidad por probar el sabor de una buena verga y, sobre todo, por sentirla dentro de su propio ser. Aquellas eran dos cosas que quería probar, y parecía haber encontrado el partenaire perfecto para hacerlo. Antonio era una persona de indudable experiencia y además habían conectado muy bien. Realmente nunca se había sentido atraído hacia ningún hombre, pero el cuerpo que aparecía en aquella foto estaba bien dotado y sin duda valdría para el trabajo.
Antonio percibió pronto que el madurito no estaba sino deseando que lo hiciera suyo, y un día en el chat, tras poner a Joan realmente caliente con el relato de una de sus ultimas experiencias, lanzó su ataque sin mayores contemplaciones: -No sé por qué te haces el estrecho, sabes que estás deseando que te folle y que al final lo haré. No perdamos más el tiempo. ¿Qué te parece si quedamos mañana en mi casa y acabo con tu virginidad?
Joan río, tragando saliva: -Ja, ja, hace muchos años que dejé de ser virgen.
-Sabes que no me refiero a eso- replicó Antonio- Te prometo que lo haré con mucho cuidado y no te haré ningún daño. ¿Tienes algo que hacer mañana?
Joan inventó rápidamente una excusa. Llevaba ya tiempo intentado retrasar el momento de dar el paso; un paso que, en su subconsciente, sabía que tarde o temprano daría. Antonio insistió una u otra vez y, Joan, por fin, cedió. No podría ser al día siguiente, pero sí dentro de cinco días; su familia salía de viaje y tendría la tarde del viernes libre para hacer lo que quisiera. Esos cinco días de espera, cinco días para despedir a la familia, acumular energías y prepararlo todo, colaboraron para que cuando Joan apareció finalmente atravesando el portal del domicilio de Antonio, ambos estuviesen tan calientes y excitados como dos adolescentes viendo una película porno.
Joan subió y llamó a la puerta. Antonio abrió, ambos se recorrieron mutuamente de arriba abajo con la mirada y a ambos les gustó lo que vieron. Joan era algo más bajo y fuerte y su rostro era muy agradable; sus ojos eran oscuros y vivaces y no paraba de hablar. Era de lo más jovial. Su barba cerrada pero bien afeitada daba marco a unos labios gruesos y carnosos que eran una verdadera invitación. Por su parte, Antonio era un hombre de los que llaman la atención por la calle, con su talle delgado, el cabello claro algo largo y ondulado y ojos de un precioso color verde. Antonio no perdía el tiempo y le esperaba con un albornoz de baño y nada debajo. Hizo pasar a Joan y cerró la puerta. Ven, te enseñaré la casa. Dejó el dormitorio para lo último y cuando llegaron allí, le preguntó:
-Qué, ¿estás nervioso?-
-¿Nervioso dices? Estoy como una locomotora en plena ebullición- rió Joan
-¿De verdad es tu primera vez?
-No, he estado nervioso más veces, ja, ja- ambos rieron nerviosamente.
Antonio no podía dejar de mirarle la boca, estaba deseando probar aquellos labios tan jugosos. -¿Puedo darte un beso? Me encanta tu boca- susurró mientras se acercaba, ambos todavía de pie.
-Pues claro- acertó a contestar Joan, y torpemente juntó su boca a la de Antonio, que le estaba ya esperando. El beso duró un minuto y Antonio notó a Joan algo incómodo.
-¿Qué sucede, no te ha gustado?
-No, qué va, si ha estado muy bien- Era verdad que se sentía algo incómodo, no sólo por el hecho de besar a un hombre, sino porque además aquello le había producido un verdadero estremecimiento por todo su cuerpo, y él estaba bastante seguro todavía de no querer dejar de ser básicamente heterosexual. O al menos así se sentía antes de haber atravesado aquella puerta, movido por la curiosidad de experiencias nuevas.
-Bueno, ¿nos quedamos en pelotas o qué?- dijo Joan, con una naturalidad de lo más forzada.
Antonio sonrío. Aquel hombre que parecía tan seguro de sí mismo daba la impresión de estar como un flan ahora. Joan venía con su traje de ejecutivo, con corbata y todo, lo que le hacía parecer ciertamente todavía más atractivo a ojos de Antonio, quien se sentó en la cama y se quedó mirando cómo su amigo se desnudaba, primero la corbata y luego la chaqueta. Al despojarse de la camisa, mostró un torso fuerte y piloso, que Antonio ya conocía por la foto, pero que al natural consiguió que, por debajo del albornoz, se empezara a empalmar ya. Seguidamente, Joan se sentó también a su lado para quitarse los zapatos y más tarde los calcetines, que llevaba sujetos por ligas a la altura de la pantorrilla. Antonio nunca había visto unos calcetines de ejecutivo como aquellos en ninguno de sus ligues anteriores. Luego Joan se puso de pie nuevamente, se aflojó el cinturón, se bajó la bragueta y empezó a bajarse los pantalones, pero dándose cuenta de cómo Antonio le observaba embobado, se detuvo un momento. Se había desnudado cientos de veces en el gimnasio delante de otros hombres, pero nunca se había sentido observado por una mirada así, cargada de lascivia, ni siquiera delante de las mujeres con las que solía follar. Empezó a sudar. Ciertamente en aquella habitación hacía un calor asfixiante y húmedo.
Tomó aire y continuó liberándose de los pantalones y, sin detenerse, de los boxers de color blanco tan holgados que llevaba. Así quedó totalmente desnudo y Antonio pudo apreciar por fin, el imponente rabo de por lo menos 16 cm y sumamente grueso que le había ocultado en la foto. Joan estaba también algo asombrado, porque el pequeño striptease le había puesto lo suficientemente cachondo como para enseñar ya una considerable erección. Estaba sorprendido y algo asustado de lo mucho que le excitaba aquella situación. Lo siguiente que hizo fue pedirle que él también se desnudara, a lo que Antonio accedió deshaciéndose de un tirón de su albornoz y mostrando, él sí, una erección máxima.
-Guau- dijo Joan- Con ese aparato seguro que tienes a todos los gays de la provincia haciendo cola a tu puerta.
-Y tú a todas las mujeres.
Los dos rieron. Antonio realizó el primer movimiento y con suavidad empujó a Joan y le hizo acostarse boca arriba sobre la cama. Aquel cuerpo rotundo y cubierto de un suave vello negro que tenía debajo de su cuerpo, le estaba poniendo a cien. Su boca le guió, ansiosa, hacia la entrepierna de Joan, donde aspiró aquel olor a virilidad que adoraba. Posó sus labios suavemente sobre las bolas, como un beso, removiendo el abundante pelo que las cubría caprichosamente con la nariz. Mientras tanto, sus manos ascendieron por sus muslos, acariciando, palpando. Joan se dejaba hacer, con la respiración entrecortada, mientras intentaba mantener la calma ante lo que le estaba sucediendo. Las manos de Antonio llegaron por fin a la polla circuncidada de Joan y la extendieron totalmente hacia arriba, empujándola contra el abdomen, produciéndole una corriente de placer que, por fin, consiguió ponérsela completamente dura. Antonio se afianzó en su posición de dominio; mientras una mano sujetaba con delicadeza la punta de la verga contra el abdomen, la boca de Antonio dejó los huevos y fue ascendiendo, ávida; unas gotas de saliva espesa cayeron desde arriba sobre el glande rojo y brillante anunciado el contacto de los labios, que atraparon suavemente el tallo del pene en toda su circunferencia y comenzaron a recorrerlo hacia arriba desde un costado. Cada latido de la verga de Joan era como una descarga eléctrica. Los dedos que sujetaban el glande, lo liberaron entonces de repente y la polla rebotó hacia abajo sobre la lengua de Antonio. El gemido de Joan se oyó en toda la casa. Antonio acogió entonces de frente todo el glande entre sus labios mientras con la punta de la lengua hacía pequeños círculos sobre el orificio del extremo de la verga. Joan notó que estaba perdiendo el control de sí mismo y se rebeló:
-Espera, no he venido para esto, ¿recuerdas? La polla ya me la han chupado antes muchas mujeres.
-Calma vaquero- dijo Antonio retirando la boca, pero sin dejar de acariciar los huevos de Joan con una mano- Es que veo una piruleta como esta y no me puedo resistir. Además, ninguna mujer sabe hacer una mamada así- Y se zampó la verga hasta el último centímetro. Joan gimió de nuevo. Notaba la polla húmeda y caliente mientras la lengua de su amante la recorría sin descanso en el interior de la boca. La punta se alojaba suavemente en la garganta sin producirle la más mínima arcada. Realmente, Antonio le estaba dando la mejor mamada de toda su vida. Durante un rato, estuvo chupando y chupándole la polla, entrando y saliendo ésta de su boca, los labios fruncidos dulcemente sobre su contorno. Cuando la polla estaba casi fuera, Antonio succionaba con mayor intensidad, mientras que cuando estaba completamente enterrada en sus fauces, recibía una dosis extra de saliva embadurnando toda su superficie. Luego, retiraba la cabeza lentamente y volvía a hacer salir la verga mientras la succionaba y conseguía que se pusiera aún más dura y brillante con cada viaje.
Joan no quería terminar de creerlo. Ahí estaba él, acostado y en bolas sobre una cama ajena, con un hombre desnudo entre sus piernas haciéndole subir a las nubes con una mamada de campeonato. Desde su posición no podía dejar de mirar el culo de Antonio, en pompa, subiendo y bajando con cada nueva acometida. Deseaba firmemente ese culo, deseaba tocarlo, abrazarlo; también deseaba separar sus nalgas con las manos y penetrarlo. Pero había venido a lo que había venido, así que interrumpió a Antonio.
-Espera, para un poco o me correré en tu boca.
-No me importa, estoy deseando probar tu lefa- y se metió otra vez la verga en la golosa boca.
-Para un momento, por favor- Ahora el tono de Joan fue más imperativo y Antonio se detuvo por fin.
Joan deshizo la postura y se incorporó. Permíteme a mí un poco, por favor.
Antonio le miró a los ojos y por un momento vio a aquel ejecutivo director de empresa, esposo y padre de dos hijas, desnudo y con una erección de campeonato, implorándole con los ojos ser él quien le comiera la polla. Le invadió un enorme deseo, se tumbó boca arriba con las manos entrelazadas tras la nuca y las piernas bien abiertas y le dijo: -Cuando quieras.-
Joan se puso de rodillas entre las piernas de su compañero y tomó por fin el ansiado puesto de mamador. Por fin iba a cumplir su fantasía de comerle el rabo a otro hombre. Como si estuviera probando un helado, deslizó sus labios por la superficie del glande de Antonio, y comprobando que se hallaba ya recubierto de una fina capa de líquido preseminal, lo degustó con delectación. Aquel sabor nuevo le produjo una excitación también nueva y comenzó a realizar mamadas cada vez más profundas. En una de ellas, la penetración llegó a las profundidades de la garganta y un acceso de tos le interrumpió.
-Tranquilo vaquero, no pretenderás comértelo todo de una vez. Tómate tu tiempo- sonrió Antonio. Su experiencia le permitía tomarse estas cuestiones con humor. En realidad, Joan se estaba revelando como un felador de lo más competente e inspirado. Se veía que aprendía rápido, y pronto su boca se deslizaba por toda la longitud de la verga, mientras una mano sujetaba la base y otra acariciaba las bolas. Antonio sintió su palo a punto de liberar toda la leche concentrada en su interior y le detuvo un momento.
-Ahora el que se va a correr si sigues así soy yo.
Joan se incorporó con una mirada de satisfacción mezclada con deseo. La baba le caía por las comisuras de los labios sin siquiera percatarse. Quiero que me folles ahora, farfulló en voz baja, con la mirada perdida.
-Y yo quiero follarte. Además, para eso has venido, ¿verdad? Te voy a hacer lo que tu mujercita no puede hacerte. Te voy a meter mi linda polla por ese culito de príncipe que tienes y te voy a levantar de la cama. Mira cómo me has puesto la tranca, está más dura y gorda que un pepino. Y me la has dejado bien limpia con tu preciosa boquita. Ahora túmbate boca arriba que me voy a meter dentro de ti. Así de fácil.
Antonio colocó la almohada atravesada por debajo de Joan, justo a la altura de la cintura, de modo que el culo de Joan quedaba elevado y expuesto en el aire para acceder a él a sus anchas.
-Creo que te dije que no te haría daño, así que voy a abrir un poco este agujerito que tienes aquí -dijo Antonio, mientras Joan notaba que un dedo empapado en saliva ingresaba con cierta dificultad en su ano. Dio un respingo.
-No te preocupes, es increíble lo pronto que se acostumbra este orificio a tener cosas en su interior. Dentro de poco te estaré follando y tú estarás suplicando que te dé más fuerte. Joan puso sus ojos en la hermosa tranca de Antonio y se preguntó si algo semejante podría entrar en su culo.
Ahora Antonio, que estaba convencido de ello, tomó ambas piernas de Joan por sus tobillos y las colocó sobre sus hombros. Con tres dedos ensalivados proseguía la tarea de dilatar el ano todavía virgen de Joan. Por su parte, éste se encontraba cada vez más cómodo con la intrusión de su recto y ya estaba implorando que le metiera la verga de una vez.-Follame, follame- suplicaba. Sin ni siquiera tocarla, su polla estaba muy dura, tan dura como la tremenda estaca de Antonio que por fin se encontraba ya abocada a la entrada del ano, masajeando la superficie con su rastro húmedo, enredando con la densa mata de pelos revueltos que rodeaba su orificio y que ahora estaban apelmazados por tanta saliva, mientras daba tiempo a que el esfínter de Joan se relajara de una vez por todas.
Antonio aproximó su boca al oído de Joan y le espetó: -Tienes que relajarte o te haré daño. Empuja como si estuvieras haciendo de vientre y te penetraré sin dolor.
Luego tomó ambas caderas firmemente con sus manos y comenzó a empujar con su pelvis. Por fin, notó que el esfínter se abría hacia fuera y la dura cabeza de su verga lo traspasaba. Descansó un poco. Tuvo que hacer grandes esfuerzos para no comenzar a follarlo sin más contemplaciones, pero observando el gesto de dolor de Joan, prefirió esperar a que éste se acostumbrara a la situación. Luego empezó a progresar, centímetro a centímetro.
Joan notaba cómo sus entrañas se dilataban y escocían. Empujó hacia fuera como le habían dicho, y la polla avanzó ella solita un tramo más. Le resultaba difícil controlarse, estaba muy excitado, necesitaba contraer su esfínter pero sabía que no debía hacerlo. Su pene había quedado fláccido sobre su abdomen. Sintió cómo Antonio empezaba a acariciarle las piernas, el pecho, los pezones. Aquello estaba doliendo bastante, pero a la vez resultaba delicioso y estaba tan excitado como no recordaba haberlo estado nunca.
-Lo estás haciendo muy bien- le dijo Antonio, dedicándole una sonrisa encantadora. Luego se venció sobre su cuerpo para concederle un beso en el que introdujeron el uno y el otro sus lenguas como posesos.
Antonio deshizo el beso y recuperó la verticalidad. Empezó a empujar de nuevo y, por fin, el contacto de sus huevos contra el culo de Joan delató que la penetración de sus 20 cm era ya completa. Antonio esperó un momento, mientras Joan disfrutaba de la inenarrable sensación de ser completamente poseído por primera vez por otro hombre. Sentía su cuerpo totalmente a merced del de Antonio, y no estaba deseando más que aquel hombre empezara a follarlo de verdad. Antonio, leyéndole el pensamiento, comenzó por fin un movimiento de mete y saca, al principio lento, pero luego cada vez más rápido. Ambos sudaban, y el sonido de sus gemidos se mezclaba con el del choque de sus cuerpos al final de cada embestida.
La renovada erección de Joan revelaba que estaba disfrutando de lo lindo de su desvirgamiento. Aquel hombre que lo estaba poseyendo atacaba con una fuerza descomunal pero con la precisión que da la experiencia, y le estaba haciendo sentir una sensación incontenible de placer que jamás había experimentado. Joan se veía a sí mismo, con las piernas ahora en flexión máxima, las rodillas casi chocando contra su propio pecho, su culo suspendido en el aire mientras aquel hombre desnudo le proporcionaba con la enorme polla que antes había devorado, el supremo placer sexual que tanto había anhelado, y comprendió que de ahí en adelante no podría prescindir de todo eso.
Así que se entregó por completo, vencidas todas las reservas, siendo consciente de cada caricia, de cada centímetro de recto ocupado por la verga ardiente y pétrea de su amante, de la mano que tomaba su polla y empezaba a masturbarlo, y vio acercarse el final, sin poder hacer nada por no verse arrastrado por la vorágine de placer que se concentraba en su ano y en su propia polla, y comenzó a correrse, proyectando chorros y chorros de semen que fueron a parar a su cara, a la cara de su amante, a su cuerpo, enredándose en sus vellos, mientras la polla que lo estaba taladrando reventaba por fin todo su semen, quemándole las entrañas, sintiéndose definitivamente poseído, exhausto, completo.
Tras el éxtasis, aún mantuvieron sus cuerpos abrazados por un largo espacio de tiempo en el que Joan notaba el latido del corazón de Antonio sobre su propio pecho, cada pulsación de su cuerpo, cada espasmo de su polla todavía terminando de liberar su preciada carga en su interior, para después desbordarse por el orificio de su ano dilatado y vencido, goteando por la cara interior de sus muslos. Aún abrazados, Joan notó la pérdida de tono de la polla que lo habitaba hasta producirse la completa salida de ésta de su recto. Todavía continuaron abrazados, notando cómo el semen que rebozaba sus cuerpos comenzaba a fluir y manchaba las sábanas. Luego se levantaron y, sin palabras, se metieron a la ducha para limpiarse un poco de tanto desenfreno. Más tarde, ya vestidos y recuperados, se miraron a los ojos, se besaron y Joan se despidió. En el camino a su casa, un montón de sensaciones y de pensamientos se agolpaban en su interior. Definitivamente, aquella experiencia había servido para descubrir una parte de él que no conocía, pero todavía no sabía si sería capaz de continuar explorándola o no.
Por su parte, Antonio descansaba en su sofá, intentando leer un libro, pero después de leer por séptima vez el mismo párrafo, se preguntaba cuándo podría volver a ver a Joan.