Ingrid (Una historia diferente) (Secuela)

El hijo de un prestigioso capo italiano ha perdido a la mujer de su vida de la noche a la mañana. Pese a las evidencias que indican una marcha voluntaria, él nunca deja de indagar, y en su búsqueda destapa oscuros secretos de la mujer que ama. Secuela de "El secreto del limoncello"

Nota de la autora:

Y los que me conocen se preguntarán: ¿qué ha sido de mí? Los que me seguís sabéis que mi estilo es diferente, empecé con relatos y poco a poco me animé a la novela, fruto de esa pasión he ganado algunos premios el último año y ahora escribo para otras plataformas (wattpad: lepidóptera84 y Amazon). Pero no he olvidado donde empecé haciendo mis pinitos, que es en TR, un lugar donde me lancé a explicar mis largas historias eróticas, historias que iban más allá de una mera atracción sexual, es por eso que me di cuenta que igual necesitaba un entorno que se ajustara más a mi forma de escribir. Eso no quiere decir que me haya olvidado de mi pequeña familia de TR y puesto que una de mis obras: "El secreto del limoncello" actualmente mejorada y llamada: "Clan Lucci" en Wattpad, empecé publicándola aquí, he creído conveniente anunciar que tiene una segunda parte con mucha fuerza, una segunda parte que se publica gratuitamente en wattpad por capítulos y me siento en deuda con vosotros, de manera que me gustaría mostraros los primeros capítulos por aquí y que como lectores decidáis si queréis o no continuar siguiendo esta historia. Sé que no es lo que se espera, para mí es mucho más. Hay amor, sexo, suspense e intriga... Una segunda parte que lleva a profundizar en los aspectos más oscuros de los protagonistas italianos que forman parte de "El secreto del limoncello".

"Hay una historia detrás de cada persona.

Hay una razón de por qué son lo que son.

No es tan solo porque ellos lo quieren.

Algo en el pasado los ha hecho así y

algunas veces es imposible cambiarlos".

Sigmund Freud.

  1. Addio, amore mio, addio (Adiós, amor mío, adiós)

Con movimientos inseguros se subió a la barandilla de la terraza, miró hacia atrás por última vez e inspiró hondo. Con cuidado de no anticiparse a la maniobra, fue poniéndose de pie sobre el pasamanos de madera y entonces lo sintió, una mezcla de nostalgia y vértigo se arremolinó en su estómago justo antes de que le entrara el miedo.

«¿Sería capaz de hacerlo? ¿Se atrevería a dar el salto definitivo?»

Su voz desde el final de la azotea le heló la sangre.

―No hagas ninguna estupidez, Ingrid, esto no tiene por qué acabar así.

La muchacha tragó saliva y entonces volvió a ver las cosas con claridad; se sintió más fuerte y valiente.

Era lo mejor que podía hacer, pues la muerte no podía ser tan mala como su propia vida y, después de un tiempo, todos seguirían adelante como si nada hubiese ocurrido; ese era su deseo y, a la vez, su única motivación. Le consolaba el pensar que si actuaba a tiempo nadie salvo ella resultaría herido.

Miró los edificios que había delante de ella. Las calles iluminadas y centenares de coches recorriéndolas dejando a su paso una estela luminosa. Se enjugó las lágrimas y no lo demoró más; estaba preparada para asumir su destino.

Extendió los brazos y cargó sus pulmones de oxígeno antes de saltar al vacío.

Mientras su cuerpo daba vueltas en el aire, en su cabeza solo estaba Marcello. Y junto a su recuerdo, las imágenes de los momentos más felices de su vida.

  1. Non senza di te (No sin ti)

―¡No puede haberse evaporado, maldita sea! ―di un golpe seco contra la mesa y me puse en pie―. No he venido a un país extranjero, con el riesgo que eso supone, para regresar a Nápoles con las manos vacías.

―Marcello, no sabías con certeza si estaría aquí, yo sinceramente creo              que...

―No lo digas ―le advertí con los ojos llameantes.

―Pues lo siento, pero esta vez tendrás que escucharme ―Claudio me bloqueó el paso cuadrándose delante de mí―. Ella no es como nosotros, nunca lo ha sido y debes empezar a asumirlo. Admito que hubo un tiempo en el que creí que encajaba a la perfección en nuestro mundo, pero con el paso de los días esa teoría se ha ido cayendo por su propio peso, la realidad es que ella se ha cansado. Es demasiado humilde y toda esta situación la ha sobrepasado.

―¿Estás diciendo que se ha cansado de mí, que me ha aborrecido como a un jersey que ya no está a la moda?

―Solo digo que, tal vez, ella buscaba otras cosas y creyó haberlas encontrado en ti, pero todo el peso que tenemos que soportar, nuestras responsabilidades y demás... no todo el mundo lo aguanta.

―Te equivocas ―negué reiteradamente con la cabeza, sin dar credibilidad a su argumento―. Ella nunca me haría esto, algo le ha pasado.

―Dejó la pulsera en la mesilla, te escribió una nota de despedida y cogió el pasaporte, vuestros recuerdos y prendas de ropa de su armario. ¿Qué más pruebas necesitas?

―Necesito que me lo diga mirándome a la cara.

―Si no lo ha hecho es porque sabe que pondrás todo de tu parte para hacerle desistir de la idea.

―¡Por supuesto! ―grité―. Nada es tan importante; si realmente el problema es que se ha cansado de cómo vivimos y de lo que hacemos, yo podría... podría...

―¡No digas tonterías! Tú no puedes hacer absolutamente nada, has nacido acarreando determinadas responsabilidades de las que no puedes escapar.

―Podría desaparecer con ella, cambiar de nombre y...

―¡Papá jamás lo permitiría! Eres uno de nosotros, Marcello; no puedes dar la espalda a tu familia.

―Ah, ¿no? ―le desafié con la mirada―. Ponme a prueba ―le reté―. Si ella no está junto a mí, yo no estaré junto a vosotros.

―¡¿Pero te estás oyendo!? ¡Esto no tiene ningún sentido, eres un Lucci!

―No, Claudio, soy solo un hombre. Un hombre que ha perdido la razón de su existencia.

―Estás loco ―me reprochó con decepción.

―Ingrid es todo mi mundo, me ha salvado la vida... Me niego a dejarla marchar sin luchar por ella. Y que os quede claro a todos: haré cualquier cosa para recuperarla ―clavé la vista en mi hermano―. Cualquier cosa ―sentencié.

Claudio negó con la cabeza y se fue dejándome solo. La rabia se estaba apoderando de mí, expandiéndose por todo mi cuerpo como una llamarada sin control. Sentía como si en cualquier momento fuera a explotar.

Ciertamente todo era una locura, aún no me creía que las cosas entre nosotros se hubiesen torcido hasta el punto de que ella quisiera alejarse de mí. Mi familia decía que era un inconsciente, que me estaba dejando llevar por las emociones y que si la perseguía haría que ella se alejara todavía más de mí. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Esperar nunca ha sido mi fuerte, no me caracterizo por ser un hombre paciente. Solo hice una excepción con ella, Ingrid bien merecía el esfuerzo de cambiar algunas de mis actitudes; pero sin ella a mi lado ya nada tenía sentido. Ingrid era la única mujer en el mundo que hacía que deseara ser quien soy, que me esforzara en ser un eslabón más de la larga cadena de los Lucci.

Me armé de valor y saqué la nota del bolsillo para volver a leerla.

" Marcello, necesito empezar de cero en otro lugar, ser otra persona, aquí siento que me estoy ahogando y me he dado cuenta de que no soy buena para ti. Por favor, déjame espacio, no me busques, no exijas una explicación... simplemente entiende que las personas cambiamos, que necesitamos cosas diferentes en nuestra vida y que a veces es necesario desaparecer para volver a nacer. Siento no tener el valor de decirte todo esto en persona, pero te conozco, sé que jamás me hubieras dejado marchar, ni tan siquiera me habrías dado la oportunidad de explicarme. Admite que de un tiempo a esta parte se ha abierto un abismo entre los dos y que estar juntos no nos beneficia. Pese a todo, quiero darte las gracias por todo el tiempo que hemos estado juntos, decirte que esté donde esté jamás te olvidaré y que siempre habrá un lugar para ti en mi corazón.

Solo puedo prometerte que será como si nunca hubiese existido, sigue siempre tu camino y no te preocupes por nada, allí donde esté estaré bien.

Ingrid. "

Leí varias veces la nota esperando encontrar algo diferente entre líneas. Sin duda la había escrito ella, conocía la letra a la perfección, pero no entendía lo que decía. Primero se despedía de mí y luego mencionaba que no me olvidaría y me llevaría en su corazón, ¿qué significaba? ¿Si decidía marcharse porque ya no soportaba nuestra vida juntos, por qué iba a echarme de menos y recordarme? Lo lógico hubiera sido que quisiera olvidarse de mí.

Algo no me cuadraba; por más veces que intentara encontrar el sentido, algo se me estaba escapando y odiaba esa sensación con todas mis fuerzas.

Mi mente retrocedió unas semanas atrás, un suceso que pasó desapercibido pero era importante; después de tantos meses juntos y de todo lo que habíamos vivido, aquello me extrañó, y aunque lo dejé correr, supe en ese instante que algo rondaba por su cabeza.

Escuché correr el agua de la bañera y sonreí al imaginarme a Ingrid desnuda. Era temprano pero eso no me importó. Estaba excitado, tenía ganas de ella y entré en el cuarto de baño sin hacer ruido. El vaho había empañado los cristales, por lo que no me vio acercarme. Estaba delante del espejo, pero no podía ver absolutamente nada, tan solo la sombra de la imagen borrosa de su rostro. Con la esponja recubierta de jabón estaba lavándose el cuello. Al principio no le di importancia, pero conforme fui acercándome descubrí que estaba frotando la cicatriz de su cuello con excesiva fuerza, como si tratarla de borrarla. No quería molestarla, pero me preocupaba que se hiciera daño e interrumpí su frenético movimiento colocando una mano sobre su hombro desnudo.

Ingrid se giró con rapidez, en sus ojos vi miedo y cuando reaccioné e intenté abrazarla ella se apartó y se cubrió la cabeza con los brazos tratando de protegerse de mí. Recordé al instante nuestros inicios, su historia y la vida que había llevado en su infancia y empalidecí.

―¡Ingrid! ―exclamé alterado―, cariño, soy yo...

Poco a poco logró recomponerse y me dedicó esa sonrisa... esa sonrisa impostada que conocía a la perfección. Esa sonrisa que decía que todo estaba bien pero no era así, solo yo me había fijado lo suficiente en ella como para leer cada una de sus expresiones y saber exactamente qué era lo que se cocía realmente en su interior.

―¿Qué te pasa?

―¡Nada! ―se afanó en contestar―. Me has asustado, eso es todo.

Volvió a sonreír de la misma forma y eso me alarmó todavía más. Detuve su brazo al pasar por mi lado y la obligué a mirarme a los ojos, cuando me miraba le resultaba más difícil fingir sus sentimientos.

―Quiero saberlo ―insistí.

―¡Oh, Marcello, siempre estás igual! ―se deshizo de mi mano y cerró el grifo de la bañera―. No he pasado buena noche, he tenido una pesadilla. Como ves, no es algo nuevo.

―Hace mucho que no tenías pesadillas.

―Pues hoy he tenido una.

La noté esquiva y seguí insistiendo.

―¿De qué trataba?

Ella aguantó la risa y se acercó hacia mí. Su miedo se había esfumado y volvía a ser mi Ingrid, supo colocarse muy bien la máscara esa vez.

―Mis sueños son cosa mía ―me susurró al oído, seguidamente se separó y mordió tiernamente el lóbulo de la oreja―, tengo derecho a tener mi pequeña parcela de intimidad, ¿no crees?

Sentí sus dedos sobre mi hombro, recorriéndolo con delicadeza hasta acabar en la espalda. El cosquilleo me estremeció.

―Lo cierto es que no. No quiero parcelas íntimas en esta casa, yo no te oculto mis sueños, lo sabes absolutamente todo de mí.

Sus labios empezaron a besarme y mi cabeza no tardó en dar vueltas.

―¿Seguro? ―me preguntó sin despegar sus labios de los míos.

Debí ser más fuerte, no darme por vencido y seguir insistiendo. Pero simplemente olvidé mi objetivo, su pesadilla y el incidente de esa mañana. Me dejé llevar por ella, por los sentimientos y me desvié del camino.

Volví a doblar la nota y la guardé en mi bolsillo. Tenía ganas de llorar, pero no quería demostrar mi debilidad, ya había hecho infinitas estupideces y mi entorno empezaba a cuestionarse mi estabilidad mental.

Con Ingrid nunca fue fácil. Conocerla fue complicado, soportarla todavía más, pero aun así me ganó. Después de un año nuestra relación se hizo más sólida, ella fue cambiando, sintiéndose más cómoda. Se convirtió en un miembro más de mi familia, estaba a mi lado y empezaba a conocer el significado de ser una Lucci. Discutíamos, pero después nos reconciliábamos y todo era maravilloso. Odiaba cuando me dejaba en evidencia, pero es que Ingrid era incapaz de callarse, siempre tenía algo que decir y lo que pensaran los demás le traía sin cuidado. Mis hermanos se metían conmigo simplemente porque ella no era una mujer "complemento"; a diferencia de sus novias, Ingrid se implicaba, me ayudaba y me orientaba tanto en los negocios como en mi vida personal. Claudio solía decir que era como mamá, pero más impulsiva y que posiblemente su carácter me traería problemas. Tal vez tenía razón, pero es que las singularidades de Ingrid eran lo que más me atraía de ella. No quería cambiarla ni lo más mínimo; aunque no negaré que algunas veces rezaba para que una afonía la dejara un par de días sin voz...

Reí de mí mismo, de lo que pensaba mi subconsciente y de todo lo que echaba de menos. Eran pequeños detalles de la mujer que amaba, pero cada uno de ellos eran importantes porque en ellos se encontraba mi felicidad.

Después del recuerdo la realidad volvió a golpearme y de la risa pasé a la frustración. ¿Por qué me había abandonado? ¿Por qué se había ido dejando una simple nota? ¿Tan poco significaba para ella? ¿Y si algo malo le había pasado? ¿Y si no quería decírmelo para que no me preocupara? Esta sensación iba a acabar conmigo, mi mente iba de la alegría a la tristeza, de la risa nostálgica al llanto; cada vez se me hacía más arduo lidiar con tantas emociones contradictorias.

Salí al exterior, Claudio y nuestros hombres de confianza estaban hablando y cuando me vieron aparecer interrumpieron en el acto la conversación.

―Voy a seguir buscando. Ella tuvo un novio una vez, tal vez...

―¡Esto es inaudito! ―Claudio se pasó las manos por la cabeza, cansado―. No sabemos dónde buscar, hemos ido al apartamento que tenía antes de vivir en Nápoles, los nuevos inquilinos ni la conocen. Teniendo en cuenta que no se ha llevado su teléfono y que no tiene redes sociales, ¿qué más podemos hacer? ¡No existe nadie a quien podamos preguntar, no tiene familia ni nadie que sepamos!

―Sé que tuvo un novio.

―¿Y qué? ¿Pretendes que preguntemos uno a uno a todos los hombres de este país si han salido con ella? ¿Tienes un nombre completo, una dirección o un teléfono? ¿Tienes algo que nos ayude a saber por dónde empezar?

Me masajeé las sienes con la mano. Estaba empezando a cansarme de su actitud.

―Sé lo mismo que tú ―reconocí elevando el tono.

―Entonces sabrás que estamos dando palos de ciego. Si ella ha querido alejarse de ti, lo habrá hecho eligiendo un lugar donde no puedas encontrarla. Te conoce demasiado, Marcello, y sabía que no ibas a desistir en tu afán de querer buscarla, así que probablemente se ha anticipado a todos nuestros movimientos borrando cualquier rastro.

―¿Entonces qué sugieres que haga? ¡Dime! ¡¿Lo dejo correr?! ¡¿Olvido para siempre que la he conocido?!

―¡Exacto! ―enfatizó con las manos―. Rehaz tu vida y pasa página. A veces empiezo a comprender por qué se ha marchado.

―¿Qué quieres decir? ―pregunté desafiante.

―¡Eres un jodido acosador! ¡No quiere verte, te lo ha dejado claro! Además, desapareció después de que discutierais.

―¿Qué insinúas, Claudio? ¡Habla claro!

―Pues que ya hemos llegado demasiado lejos con esta locura tuya, creo que es hora de volver a casa.

―No os necesito, podéis iros cuando queráis.

―Sabes que no regresaremos a Nápoles sin ti. Pero debes desistir, Marcello, deja pasar un tiempo, espera a que las cosas se calmen y tal vez entonces ella vuelva a tu vida.

Me mordí la lengua para no decir algo que complicara más las cosas. Él no podría ponerse jamás en mi lugar, nunca había amado a una mujer, solía cambiar de novia con la misma frecuencia que de zapatos y no permitía que ninguna se convirtiera en imprescindible para él. "El amor te hará débil" solía decirme, pero era más que amor, Ingrid era mi alma gemela, mi otra mitad.

Respiré hondo y asentí sin decir nada. Regresaría a mi hogar; después de todo no podía continuar exponiéndolos a todos, pero estaba muy equivocado si pensaba que iba a dejar correr el tema sin más. Mientras me quedara un soplo de vida, la buscaría. Jamás me cansaría y solo desistiría cuando escuchara de sus labios que era más feliz sin mí.

  1. Contenitore vuoto (Recipiente vacío)

Centro médico de Sicilia, a 701 km de Nápoles.

―Hola cariño, ya estoy aquí.

Ella abrió los ojos y se centró en el hombre que la contemplaba.

―¿Qué... por qué...?

―Shhh... no hables. El viaje me ha llevado más tiempo del que creía, pero ya vuelvo a estar aquí, ¿cómo te encuentras, Bianca?

La chica se frotó los ojos y miró desconcertada a su alrededor.

―¿Sigo en el hospital?

―Sabes que sí, pero hay buenas noticias. Pronto te permitirán empezar con los ejercicios de rehabilitación.

La muchacha suspiró y volvió a mirar a ese hombre que le sostenía la mano, le hablaba con cariño y parecía conocerla.

―Sigo sin recordar nada de lo que ocurrió.

―Es natural. Después del accidente estuviste en coma inducido dos meses, los médicos no daban mucho por ti. Tenías el cráneo fracturado por tres sitios y... ―el hombre suspiró―, me alegro tanto de que hayas sobrevivido, ya prácticamente no quedan secuelas.

―Pero no puedo moverme, las piernas no responden.

―Volverás a andar, ya lo verás. Solo necesitas tiempo.

―¿Cómo pasó esto? ¿Por qué acabé aquí?

―Ya te lo he dicho. Conducías a gran velocidad por la autopista y un camión invadió tu carril. Caíste por el precipicio desde una altura de ocho metros, te golpeaste la cabeza y perdiste la consciencia. Has estado en coma hasta hace poco, pero por primera vez en mucho tiempo el pronóstico es favorable; todo irá bien.

―No me acuerdo de nada...

―Los médicos dicen que es perfectamente normal que no recuerdes nada, tu cabeza tardará un tiempo en volver a encajar todas las piezas, pero lo hará.

Ella asintió pese a no estar muy convencida.

―¿Y solo estás tú? ¿No hay nadie más en mi vida?

El chico sonrió.

―Mis hermanos están fuera, y nosotros vivimos solos en la casa familiar. Te encantan las flores, como a mí. Tenemos un invernadero precioso con dalias, lirios, cannas índicas...

―No recuerdo que me gustasen las flores.

―Pues te encantan, de hecho pasabas mucho tiempo entre ellas.

―Y... ¿tú y yo...?

Él sonrió y apretó su mano con ternura, pero ese gesto no le gustó y con tiento retiró la mano femenina de entre las suyas.

―Estamos prometidos y vamos a casarnos.

Bianca reparó enseguida en el anillo que rodeaba su dedo.

―Lo siento mucho, de verdad, pero yo no... no recuerdo nada de eso...

―Tranquila mi vida, pronto lo harás. En cuanto vayamos a casa te vendrán recuerdos, imágenes, ya lo verás...

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. Quería creer con todas sus fuerzas que todo sería tan sencillo, que iría a su hogar y los recuerdos acudirían a su mente de repente sacándola de ese lugar oscuro. Pero algo le decía que no sería así. No sabía quién era, dónde estaba y por qué no recordaba a nadie. No se reconocía a sí misma en la descripción de los demás. Las flores no llamaban especialmente su atención, así como todo lo que le había dicho que habían hecho. Su mente estaba completamente en blanco y la sensación de frustración era inmensa.

―Vincenzo... ―intervino Bianca observándole con detenimiento.

―Dime, cielo.

―¿Nosotros hemos...? Quiero decir ―carraspeó―. ¿Nos hemos acostado?

Vincenzo la miró sorprendido.

―Bueno... somos muy tradicionales, queríamos esperar a estar casados, aunque ha habido momentos que hemos estado a punto de rebasar el límite ―dijo con timidez―, nos amamos Bianca.

La chica enrojeció y desvió la mirada hacia sus manos y el anillo que había en su dedo anular. Deseaba poder recordar, poder ver a ese hombre como su único amor, pero tenerlo delante no le decía nada. No había ningún deseo oculto, ni siquiera ganas de abrazarle o besarle; no sentía absolutamente nada por él.

  1. Aiuto (Ayuda)

Después de tres meses por fin había localizado la única pista que podía ofrecerme información sobre Ingrid. Hablé con Lucas, su pareja antes de trasladarse a Nápoles. Teniendo en cuenta la escasa información que tenía de él, fue toda una hazaña poder encontrar su número de teléfono.

La pequeña chispa de esperanza que se encendió esa mañana, se apagó al acabar de hablar con él. No se habían vuelto a ver, ella no se había puesto en contacto con él desde que lo dejaron y, por una vez, hubiese deseado que eso no fuera así. Colgué el teléfono y propiné un puñetazo a la pared de mi habitación. Tras ese vino otro y otro más y para cuando quise darme cuenta tenía los nudillos ensangrentados y mis padres irrumpieron alterados en mi cuarto.

―¡¿Marcello qué estás haciendo?!

Mi madre se cubrió la boca con la mano y corrió hacia mí para acariciar mis manos.

―¡No puedo dejarlo! ¡Necesito saber! ―grité fuera de mí.

―Hijo, esto no te hace ningún bien, debes empezar a asumirlo.

―¡No!

El grito desgarrador que salió de mí heló la sangre de los presentes. Mi madre se estremeció y empezó a temblar al verme completamente enloquecido.

Solo era capaz de sentir el latido de mi corazón en cada porción de piel de mi cuerpo. Los ojos estaban inyectados en sangre y me escocían al fijar la mirada. Pude sentir la espuma agolpándose en la comisura de mis labios mientras gritaba a vivo pulmón que no la olvidaría, que debían entenderme, estar a mi lado y dejar de repetirme que lo dejara.

Mi padre empalideció y su cuerpo no se movió ni un milímetro. Pude ver en su expresión que no me reconocía.

Apreté con fuerza los puños y, haciendo a mi madre a un lado, seguí golpeando la pared hasta que la piel de los nudillos se abrió dejando al descubierto el hueso.

Los hombres de confianza de mi padre consiguieron aplacarme. Me sujetaron con fuerza mientras me retorcía intentando liberarme. No me soltaron hasta que quedé literalmente exhausto.

―¿Sabes por qué estoy aquí, Marcello?

Giré el rostro tratando de ignorarle.

―Mis padres creen que necesito a un loquero, se niegan a admitir que tengo un asunto pendiente y que no volveré a ser el mismo hasta que no consiga resolverlo.

―Has estado sometido a demasiado estrés últimamente y el estrés no te ayudará a resolver los problemas.

―No puedo hacer nada para evitarlo.

―Tal vez sí.

Le miré escéptico.

―No voy a medicarme ―aventuré con firmeza.

El psiquiatra sonrió y se relajó en su asiento.

―No voy a recetarte nada, solo voy a ayudarte a resolver el problema.

Sonreí con desgana.

―¿Tú?

Asintió muy seguro de sí mismo.

―Solo tú puedes resolver esta ecuación, Marcello. Estoy al tanto del problema, pero no conozco lo suficiente a Ingrid, ni siquiera la conoce tu familia, así que encontrarla solo depende de ti. Pero no podrás hacerlo hasta que no encontremos alguna forma de liberar el estrés, controlar la impulsividad y proporcionarte momentos de relax, momentos que te ayuden a analizar cada detalle y encontrar nuevas pistas para estudiar, lo que yo llamo mente fredda .

Alcé la mirada para encontrarme con él por primera vez desde que había entrado en la habitación.

―No voy a dejarlo correr. Si piensas que existe la más mínima posibilidad de que desista o me desvíe de mi objetivo, pierdes el tiempo. Voy a buscarla cueste lo que cueste.

―No voy a decirte que lo olvides todo, tampoco voy a animarte a seguir en tu empeño de encontrarla; esa es una decisión que solo tomarás tú y, cuando decidas que ya ha habido suficiente, tú mismo pararás. Solo voy a ayudarte a desprenderte de esos sentimientos dañinos que te impiden avanzar; lo que hagas o dejes de hacer con el "problema" depende de ti.

Respiré hondo y asentí con firmeza. Necesitaba serenarme, pues esta situación no me estaba haciendo ningún bien. Mi carácter se había vuelto apático y agrio, ya no escuchaba a nadie ni me centraba en cualquier otra cosa que no fuera buscar a Ingrid. Tenía la sensación de que poco a poco me estaba sepultando en un lugar del que no lograría salir.

Las semanas siguientes fueron decisivas. Patrizio, el prestigioso psiquiatra que había contratado mi familia, me había proporcionado nuevos métodos para canalizar el estrés. Me había impuesto horarios, rutinas y protocolos que no podía saltarme. Se acabó el irme a dormir a las tres de la madrugada y levantarme a las doce sin saber en qué día de la semana estaba. El deporte, el ejercicio diario, los hábitos alimenticios y los ciclos de sueño fueron los primeros cambios que implanté en mi nueva rutina. Patrizio estaba pendiente de mí, se convirtió en mi entrenador personal y no dejó que nunca me viniese abajo. Sus palabras y la confianza que tenía en mí me ayudaron a seguir y descubrí que era la persona idónea con la que podía hablar sin temor a ser juzgado o tachado de loco. Mientras practicábamos footing por el Parque de Capodimonte, uno de los pulmones verdes más extensos de mi ciudad, le explicaba pensamientos, conjeturas e hipótesis sobre la desaparición de Ingrid. Él me escuchaba y se implicaba en mi causa ofreciéndome otras alternativas, me daba justo lo que necesitaba en ese momento sin reprenderme o censurarme.

El cambio físico que estaba experimentando empezó a hacerse visible a los pocos meses. Mi cuerpo estaba cambiando y junto a él mi manera de pensar y ver el mundo. Ingrid seguía en mi pensamiento, pero si quería encontrarla debía tomarme en serio todas las orientaciones de mi entrenador, ya que el esfuerzo diario al que me sometía, me ayudaba a encajar las derrotas frente a su búsqueda, a no rendirme, a encontrar otras formas de resistir y perseverar en mi objetivo.

―¡Pero qué diablos...!

Mi madre depositó la taza de café en la mesa con brusquedad y me miró con perplejidad mientras me dirigía hacia la nevera.

Cogí mi batido de proteínas, me senté frente a ella ignorando su reacción y procedí a hablar:

―¿Sabía que Capodimonte era una reserva de caza del rey Borbón del mil setecientos treinta y cinco? ―negué con la cabeza, incrédulo―. He pasado cientos de veces por ahí y jamás me había detenido a observar la ciudad desde el espléndido Belvedere. Lo que me encanta de vivir aquí es que siempre encuentro lugares nuevos, pequeños rincones que siempre han estado aunque nunca había reparado en ellos.

―¿Qué... qué te has hecho? ―Ignorando mi discurso, alzó su mano y acarició mi cabeza rapada―. Dios mío Marcello, tu precioso pelo...

―Padre siempre dice que no paro de tocármelo y que ese gesto denota debilidad, así que he decidido cortármelo ―sus ojos se entristecieron de repente―. No me mire así, el pelo vuelve a crecer...

―Este no eres tú, cariño ―sus ojos me recorrieron de arriba abajo―. Tus brazos, tu cuerpo... ―negó con la cabeza―, ¿quién tratas de ser?

―Soy yo, madre. Pero ahora me siento capaz de muchas cosas, no necesito tener a alguien pegado a mi culo todo el día, me veo capaz de defenderme si ocurre algún imprevisto. Antes no me llamaba la atención el ejercicio, lo practicaba de vez en cuando sin plantearme ningún reto específico. Ahora disfruto cada momento, me gusta entrenar, boxear y... disparar.

―¿Disparar?

―¿No se lo ha dicho padre? ―pregunté sabiendo que no se había atrevido a comentarle nada.

―Iré al campo de tiro dos veces por semana.

―¿Por qué?

―Creo que se me puede dar bien.

―Esto no me gusta, Marcello. Tú nunca has querido saber nada de armas, me gustaba precisamente eso de ti, que eras diferente a tus hermanos, que no...

Suspiré cansado de escucharla.

―¿Prefiere que vuelva a encerrarme en mi cuarto? ¿Que pase las tardes ahogándome tratando de dar con alguna respuesta a todas mis preguntas? ¿Prefiere que me aparte de todo y simplemente me consuma como la cera de una vela encendida? Puede que solo trate de buscar un nuevo camino para mí, una alternativa que me permita convivir con este dolor que todavía siento dentro ―toqué mi pecho con la mano―. Necesito romper con todo, despejar la mente y seguir adelante con lo poco que ha quedado de mí tras su marcha. Encontrarla y pedirle explicaciones sigue siendo una prioridad para mí, pero es agradable pasar el día ocupado en otras cosas, repartir mi tiempo y mis momentos para no obsesionarme con aquello que no puedo conseguir.

Mi madre contuvo las ganas de llorar, aunque no pudo disimular a tiempo y sus ojos me informaron de la preocupación que sentía por mí.

―Creo que lo único que necesitas para sentirte mejor contigo mismo es encontrar a una buena chica, una que te haga olvidar...

Puse los ojos en blanco.

―No lo entiende, ¿verdad? Precisamente eso es lo último que necesito ahora mismo, porque compararía constantemente a esa mujer con Ingrid y todavía se me haría más difícil. Solo necesito tiempo, que me dejen hacer y confíen en mí.

Ella asintió y frunció los labios. Estaba conteniéndose para no decir lo que verdaderamente pensaba y agradecí su prudencia en ese momento. No quería escuchar, solo necesitaba rodearme de gente que remara en mi misma dirección; por primera vez en mucho tiempo estaba encontrando un equilibrio en mi vida, pero un paso en falso podía derrumbarlo todo, pues los cimientos todavía no eran lo bastante sólidos.

Hice un esfuerzo por sonreír a mi madre, demostrarle que estaba bien y que no tenía de qué preocuparse. En cuanto salí de la habitación mis ojos hicieron aguas; pronunciar su nombre era como marcar mi piel con la hoja de un cuchillo al rojo vivo.

  1. Corpo e mente (cuerpo y mente)

Era temprano pero aun así se podía apreciar que sería un día caluroso. Las nubes con tonos rosáceos de primera hora empezaban a desplazarse dejando al descubierto un brillante sol.

Estábamos en el Parque Virgiliano, de niño solía ir a jugar a ese lugar. Fue llamado inicialmente Memorial Park en honor a los caídos en la Primera Guerra Mundial, aunque actualmente su nombre es en honor al poeta Virgilio. Me encantaba perderme en las vistas del Golfo de Nápoles, desde donde también se podían apreciar las islas de Ischia, Capri, Procida y Nisida, del golfo de Pozzuoli hasta la península de Sorrento. Para mí era el lugar ideal para pasear, hablar o hacer deporte. Di la última vuelta a la pista de atletismo cuando mi teléfono empezó a vibrar. Paré para tomar aire, Patrizio aprovechó el descanso para beber agua.

―Dime ―contesté a mi hombre de confianza.

―Siento interrumpir su entrenamiento, pero he encontrado algo que creo que debería saber.

―Te escucho.

―Cristóbal Montero, el padre de Ingrid, no está donde debería estar.

Arrugué el entrecejo.

―¿Dónde está? ―pregunté con un leve atisbo de esperanza.

―Se fugó de la cárcel hace dos años, durante un permiso penitenciario; desde entonces está en busca y captura.

Mi cuerpo se paralizó al escuchar eso.

―¿Hace dos años? ―quise asegurarme mientras mi mente retrocedía en el tiempo.

―Parece que se ha hecho con documentación falsa porque no se ha registrado en ningún lugar, no sabemos dónde puede estar.

Tragué saliva y me tambaleé, Patrizio me ayudó a sentarme en el suelo por miedo a que cayera.

―Las sabandijas tienen múltiples escondrijos, busca entre la escoria. ¿Quién podría proporcionarle una nueva identidad? ¿Qué amigos podría tener que le ayudaran a esconderse? Soborna a quien haga falta y no repares en gastos.

―Sí, jefe. ¿Cree que ese hombre ha tenido algo que ver en la desaparición de Ingrid?

―Espero que no sea así. No mantenían contacto, él no tenía por qué saber dónde estaba Ingrid, pero la verdad es que todo esto me deja muy intranquilo.

Colgué y me mordí con fuerza el labio inferior.

«Tenía que haberlo matado cuando tuve la oportunidad. Tenía que haber hecho oídos sordos y acabar con su vida sin que Ingrid se enterara. Que llevara tanto tiempo desaparecido no era buena señal y una parte de mí tenía miedo de que él fuera la causa de su desaparición».

―Marcello, ¿estás bien?

Miré a Patrizio y negué con la cabeza. Por primera vez en tres meses estaba a punto de derrumbarme.

Llegué a casa cansado y deprimido, entré en mi habitación decidido a buscar el informe de Ingrid que aún tenía en mi poder, donde se exponía su traumática infancia, los lugares de acogida en los que había estado y algunos detalles de la condena de su padre. Mi sorpresa fue mayúscula al ver que la habitación estaba patas arriba y una multitud de personas descolgaba ropa de los armarios y movía muebles.

―¿Qué coño está pasando aquí?

Uno de los hombres que estaba guardando mi ropa en cajas se acercó para ofrecerme una explicación.

―Su madre nos ha ordenado remodelar su habitación y algunas otras estancias de la casa, dijo que usted estaba al tanto.

Maldije en voz baja.

―¿Y tiene que ser ahora? ¡No lo permitiré!

―¿Qué ocurre?

Escuché una voz femenina a mi espalda y me giré con ímpetu, dispuesto a hacerle frente, pero en cuanto la vi mi voz quedó atascada en la garganta y fui incapaz de articular palabra.

Tragué saliva y me froté los ojos tratando de dar sentido a lo que estaba pasando...

―Monica nos ha dado carta blanca para reformar esta habitación. Recibió la notificación a primera hora de la mañana, aunque... ―desvió la mirada a la mesilla de noche, donde había un sobre sin abrir―, creo que no la ha leído.

―Esto no, no... ¿quién es usted?

―Gabriela Muñoz, diseñadora de interiores ―tendió la mano, pero esquivé el saludo y me coloqué al otro lado.

―Es que yo no... ―negué con la cabeza, incrédulo. Se parecía tanto a ella, era como estar frente a Ingrid de nuevo―. No he dado mi autorización para esto, así que la habitación se queda tal y como está ―logré decir tras recomponer mi actitud.

―No, la autorización la ha dado su madre; a menos que ella tenga algo que objetar, seguiremos con la tarea. Si nos disculpa... tenemos mucho que hacer, le hemos acondicionado temporalmente la habitación de invitados ―terminó dándome la espalda.

Me acerqué un paso a ella y me interpuse en su camino, amenazándola, pero ella no movió un solo músculo, mantuvo mi mirada sin ni siquiera retroceder un paso.

―Esto no quedará así.

―Por supuesto que no, para eso estamos ―me dedicó una sonrisa irónica.

Abrí mucho los ojos, sorprendido por su soberbia.

―¿Me está vacilando?

―¡No! ¡Claro que no!, jamás se me ocurriría. Aunque le recuerdo que me está entreteniendo y tenemos un plazo de entrega; así que, si quiere que nos vayamos pronto, debería dejarnos trabajar.

Me esquivó con elegancia y empezó a dar órdenes a su equipo ignorando mi presencia; mi madre tenía mucho que ver en su contratación, no me cabía ninguna duda.

―¿Se puede saber qué está tramando, madre?

―¿Yo? ―escondió la sonrisa de mí mientras se acercaba con fingida inocencia―. Gabi es sensacional, tiene mucho carácter, ¿verdad? Por eso es la mejor en lo suyo.

―No entiendo por qué tiene que remodelar las habitaciones, están bien como están.

―¡Oh, Marcello! Hay que adaptarse a la moda y a los nuevos tiempos; además, tú mismo lo has dicho: un cambio nos vendrá bien a todos.

―¿Y tenía que ocuparse de ese cambio precisamente ella?

―¿Qué quieres decir? Es solo una diseñadora...

―¡No se haga la ingenua! Seguro que se ha dado cuenta de que es muy parecida a Ingrid.

―¿Si? Vaya... ―frunció el ceño―, no lo había notado.

Suspiré.

―¿Qué pretende con esto?

―Nada ―se encogió de hombros―, solo me apetecía dar un nuevo aire a la casa.

―No sé qué es lo que está pensando, pero sea lo que sea no va a funcionar; Ingrid solo hay una.

―¡Ya lo sé! Y de verdad que no intento nada, pero debes admitir que es agradable tener una mujer por aquí, siempre he pensado que en esta casa hay demasiados hombres y ahora que tu hermana pasa más tiempo en su nueva casa...

―No tengo tiempo para esto ―negué con la cabeza―. Voy a darme una ducha.

Me dirigí a la habitación de invitados y antes de llegar, escuché que mi padre y mi hermano mantenían una acalorada conversación con alguien que había venido a verles.

―Si me deja hablar con Marcello... sé que él tiene el control de esas tierras y tal vez encuentre una forma de...

Irrumpí en el despacho de mi padre y todos alzaron el rostro para mirarme.

―¿Qué ocurre?

―Hola, Marcello, ¿te acuerdas del señor Alessandro Romano? Nos vendió sus viñedos hará quince años. Su hijo ha venido hoy a vernos.

―Sé que ha pasado mucho tiempo, así que entiendo que les sorprenda verme aquí. Quiero dejar claro que no me interesan los negocios ni hacerles la competencia, créanme, he estudiado y tengo una profesión distinta a la que ejercía mi difunto padre. Si he venido hoy aquí, es porque esos viñedos tienen un valor sentimental para mí y me gustaría negociar con ustedes y poder recuperarlos.

―Éramos amigos de su padre, le ayudamos en lo que pudimos, lamento que no fuera suficiente ―dijo mi padre con pesar―, él solo se hundió por las malas decisiones que tomó al final de su vida.

―Sé que mi familia no era perfecta, mi padre estaba enfermo y ―agachó la cabeza avergonzado―, se dejó llevar por las malas amistades...

―Sentimos no poder ayudarle ―le cortó Antonello―, mi padre ha sido muy claro respecto a eso, esas tierras las saneamos nosotros, cultivamos en ellas y después de años de lucha y dedicación han dado su fruto. Ahora son muy rentables y dan trabajo a mucha gente, no podemos perderlas.

―Lo entiendo, de verdad, pero pensaba que tal vez podíamos llegar a un acuerdo que me permitiera continuar con la labor que ustedes han iniciado en ellas, me gustaría recuperarlas. Tengo algo de dinero ahorrado y si me dan un plazo puedo conseguir más, además, podría ayudarles a...

―Lo siento mucho, no vamos a venderlas por ahora ―repitió Antonello.

―Marcello, por favor, podemos negociar un acuerdo que beneficie a ambas partes, solo necesito que crea en mí y me dé la oportunidad de demostrarle cómo puedo...

―Señor Romano ―procedí con tiento―, hemos seguido su trayectoria de cerca, estamos al tanto de todo lo que ha logrado y lo que ha peleado por lavar el buen nombre de su familia y recuperar su patrimonio; debería sentirse orgulloso de cuanto ha conseguido, pero esas tierras son nuestras desde hace más de quince años y como ha dicho mi padre ―enfaticé mirándole―, son muy rentables. Uno de los mejores vinos de nuestra ciudad se cultiva en ellas, gracias a ellas viven muchas familias y no queremos alterar eso, aunque... ―miré a mi hermano y a mi padre buscando su aprobación―, tal vez podríamos darle una pequeña participación en ellas.

El chico pareció ofendido.

―¿Una participación? He venido con la esperanza de poder recuperar lo que por derecho me pertenece, que me dieran un precio razonable y un plazo para poder pagarlo. Mi padre siempre les apoyó, fue leal y si no hubiese sido por su adicción a la bebida seguiríamos siendo un clan influyente en esta ciudad.

―De eso no me cabe ninguna duda ―contestó mi padre―, pero ahora las cosas son así y por el momento así se quedarán.

―¿Y ya está? ¿Esa es su última respuesta?

Antonello se encogió de hombros.

―No podemos hacer nada.

El chico me miró y negó con la cabeza.

―Marcello, ¿de verdad no puede ayudarme?

Le miré extrañado. ¿Qué interés podría tener yo en ayudar a alguien que no conocía, disponer de parte del capital de mi familia y jugar con la seguridad de tantísimos trabajadores?

―No puedo ofrecerle nada más por el momento.

―Es una pena ―negó con la cabeza―, creí que usted sería diferente y entendería mi situación y mis motivos, pero me equivoqué.

―Puedo darle algunas vueltas si quiere, encontrar alguna forma de llegar a un acuerdo, pero creo que mi familia ya ha hablado y yo no puedo contradecirla.

El joven cerró los ojos un instante, cuando volvió a abrirlos vi sus pupilas dilatadas por el odio.

―Podría haberles dado mucho si me hubieran dado la oportunidad, no todo se reduce al dinero que uno tiene en su cuenta bancaria, hay cosas más importantes ―se encogió de hombros―, pero supongo que las cosas son así. Ni si quiera me dejan explicarme como es debido, así que invertiré el capital que me queda en otros asuntos y no volveré a molestarles.

―Seguro que le irá bien ―terminó mi padre extendiendo su mano.

El chico se la estrechó con fuerza.

―Gracias de todos modos Stefano, gracias por recibirme.

―No somos enemigos y créame, su padre estaría orgulloso de todo lo que ha hecho por recuperar su imperio. Yo personalmente le admiro.

―Por desgracia la admiración no es suficiente... en fin, espero que esta visita no sea un obstáculo para continuar siendo amigos.

―No queremos conflictos con nadie, ya lo sabe, todo se puede hablar y negociar, tal vez en otro momento... nunca se sabe lo que nos deparará el futuro.

―Eso es cierto ―reconoció el chico con un asentimiento de cabeza―, tal vez todo cambie algún día y la balanza se ponga de mi lado.

Abandonó la habitación y me giré instintivamente hacia mi padre.

―¿Qué ha sido eso? ―demandé impaciente.

Mi padre suspiró y negó con la cabeza.

―Admiro su valentía, pero pretendía que le devolviéramos las tierras a cambio de una cantidad irrisoria. Cierto es que prometimos a su padre vendérselos si lograba poner fin a sus vicios, pero a día de hoy esos viñedos se han revalorizado mucho y hemos invertido mucho capital en ellos. Comprendo que para él tengan un valor sentimental, pero no somos una asociación benéfica. Pagamos un precio más que razonable por ellos en su día tratando de ayudar a Alessandro, pero él malgastó el dinero; el alcohol es como un virus que poco a poco te va comiendo desde dentro, dejas de ser tú y te conviertes en otra persona. Estoy convencido de que su hijo no es consciente del dinero por el que su padre nos vendió los viñedos, y no he querido decírselo por no deshonrar su memoria, pero pagamos dos veces su precio para evitar que cayeran en las manos equivocadas.

Pasé la mano por mi cabeza, el cabello corto se deslizó suave bajo la palma.

―No entiendo por qué creía que yo podía ayudarle.

―No es la primera vez que te dejas llevar por el corazón en los negocios, hijo. Supongo que pensó que te pondrías de su lado porque tiene una intención noble.

Me encogí de hombros.

―En fin ―negué con la cabeza―, voy a mi nueva habitación: la de invitados. ¿Sabéis por qué nuestra madre se ha empeñado en reformar la casa?

Mi padre sonrió y cogió la mano que le tendió mi hermano para ponerse en pie.

―Tu madre se aburre, siempre tiene que estar tramando algo, ya la conoces...

―Supongo que es cierto lo que dicen ―intervino Antonello―, mujeres y dinero son una mala combinación.

Nos echamos a reír y seguidamente me acordé de Ingrid. Ella habría tachado de machista un comentario así y pensar eso hizo que mi sonrisa se apagara; la echaba mucho de menos.

  1. Ricordi (Recuerdos)

Me levanté con pereza y me miré en el espejo. Las noches eran el momento más difícil del día, era cuando empezaba a pensar y los recuerdos se hacían más vívidos. Tuve tiempo de analizar mi vida hasta ese momento y constatar que no había sido más que un necio. Mis inicios con Ingrid fueron extraños, jamás imaginé que llegaría a atraparme de ese modo una mujer así. Llegó a mi vida cargada de problemas, era incapaz de hacer caso a nada y a nadie, decía siempre lo que pensaba sin ningún filtro y conseguía ponerme al límite en un tiempo récord. Fue fácil quererla, supongo que el enigma que la rodeaba a ella y a toda su vida había sido un poderoso aliciente que me impulsaba a perseguirla, querer averiguar y buscar más. No fui consciente del momento en el que mis atenciones empezaron a significar algo más para mí, no era simple cortesía hacia una chica que no tenía nada y buscaba un lugar en el que encajar, era mucho más. Casi sin darme cuenta me enamoré de ella y empecé a obsesionarme con todo lo que la rodeaba. Sentí celos de cada cliente que le pedía un café en el bar, de cada mirada que le dedicaban... me dolía que pudiera pasar los días sin interesarse por mí cuando yo era incapaz de dejar que transcurriera una hora sin verla. Esa enorme fortaleza, sentido de la justicia, de la equidad...  era francamente admirable, y entonces comprendí que necesitaba a esa mujer en mi vida.

Movería montañas por ella, dejaría de ser quien soy si ella me lo pidiera y la seguiría allá donde quisiera ir. Hace tiempo que decidí dejar mi vida en sus manos y creo que ella sabía hasta qué punto era importante para mí. Por qué me dejó entonces, sigue siendo una incógnita.

―No puedes arrebatar a la gente el negocio de su vida porque no pueda pagar el alquiler. Llevan años cumpliendo con los pagos.

―Esto no es asunto tuyo, Ingrid, han recibido un ultimátum, se les ha dado un plazo y no lo han cumplido.

―¡No pueden hacerlo porque necesitan más ayuda para volver a levantar su negocio!

―Mira, da igual; eres una mujer y no entiendes de estas cosas.

Su mirada llameante me encontró cuando intentaba escabullirme y me presionó para que le prestara atención.

―¿Qué pretendes decir con eso?

―No quiero discutir, Ingrid, solo digo que los negocios son cosa nuestra; tú deberías dedicarte a... no sé, ir de compras con mi hermana, por ejemplo.

―Y así es como se inició la Tercera Guerra Mundial... ―intervino Claudio con sarcasmo.

―Si piensas que voy a quedarme de brazos cruzados en este asunto e irme de compras, es que no me conoces... ―Ingrid estaba literalmente fuera de sí.

―Pues si tú piensas que vas a decirme lo que tengo que hacer, es que tampoco me conoces ―la desafié.

―Está bien, tú lo has querido, voy a tomar cartas en el asunto ―confirmó con indiferencia.

―¡Ni hablar! Vas a quedarte aquí y vas a hacerme caso; aunque sea lo último que haga en mi vida, juro que no vas a involucrarte en esto. No se hable más. Tú tienes un maldito lugar en esta casa y yo tengo otro, no lo olvides.

Alzó una ceja; signo inequívoco de peligro, y aunque no lo quise demostrar delante de mis hermanos, mi cuerpo entero empezó a temblar.

―Muy bien, Marcello, así se habla ―se mofó Claudio dándome una palmadita en la espalda.

―No entiendo por qué no puedes mantener tu boca cerrada, te lo juro, haces que me entren ganas de... de...

―¿De qué? ―me cortó mientras íbamos en el coche, camino al restaurante de la familia que pensábamos desahuciar.

―Al final te has salido con la tuya, pero no puede ser siempre así. Debes entender que las segundas oportunidades se dan solo a unos pocos; si queremos conservar lo que tenemos, debemos hacer valer la ley y asegurarnos que nadie se atreva a incumplirla.

―Hacer valer vuestra ley, quieres decir.

La miré con severidad.

―Sabías perfectamente donde te metías cuando viniste a vivir con nosotros.

―Y eso no significa que no pueda aportar nada. Yo tengo una experiencia diferente a la tuya, he trabajado de otra manera y hubiese dado todo lo que tengo, todo lo que soy, porque alguien con poder me hubiera dado una oportunidad para reorientar el negocio de mi vida en lugar de venir a quitármelo.

Suspiré poniendo los ojos en blanco.

―Y yo hubiese dado todo lo que tengo, todo lo que soy, porque me respetaras algo.

―¡Y te respeto! ―intervino con rapidez―. Pero lo que no es justo, no lo es.

―Eres mi perdición, lo sabes, ¿verdad?

Reprimió la sonrisa.

―¿Cómo no iba a saberlo? ¡No dejas de repetírmelo!

Por fin llegamos a nuestro destino y nos bajamos del coche. El dolor de cabeza se hacía insoportable, era el resultado tras las discusiones con Ingrid.

Claudio se acercó a mi oreja y susurró:

―¿Ves eso de ahí? ―dijo señalando un punto en la lejanía.

―No, ¿el qué?

―Eso que rueda calle abajo sin control son tus pelotas, hermanito. Ingrid las ha chutado con tanta fuerza que... ―se encogió de hombros.

Cogí a mi hermano de las solapas de su chaqueta y lo acerqué a mí preso de la ira.

―Como se te ocurra seguir por ahí te vas a enterar.

―¡¿Pero ya estáis otra vez así?! ¿Es que no sois capaces de comportaros como adultos?

―Lo siento, Ingrid, tienes razón. Solo me estaba despidiendo de algo.

Claudio suspiró resignado y en voz muy baja, para que solo yo pudiera oírlo, añadió:

―Descansen en paz pelotas de Marcello.

―¡Eres un auténtico gilipollas!

―Bueno, ¡dejaros de tonterías!, voy a entrar ―anunció con decisión.

Ingrid habló con los dueños del restaurante y les propuso nuevas alternativas para poder levantar su negocio, un cambio físico y de carta que llamaría la atención del público. Se implicó hasta el punto de poner todo de su parte para que el negocio volviera a funcionar y lo cierto es que meses después lo consiguió. No solo logró que pagaran el alquiler del local y la vivienda en la planta superior, además consiguió que devolvieran hasta el último céntimo del préstamo que aceptaron para las reformas. Podía haberle salido mal, podía no haber obtenido los resultados deseados y haber perdido aún más dinero haciendo la deuda más grande, pero ella supo ver lo que los demás no pudimos y salvar a esa familia del desahucio.

Ese mismo día, al llegar a casa yo estaba molesto, rencoroso por lo que había pasado horas antes.

―No quiero que estés mal, pero es que esa familia merecía otra oportunidad, tenía hijos y... creo que con algunos cambios todo volverá a funcionar ―aventuró inequívocamente.

―No te quito la razón en eso, puede que tengan suerte, pero sí te recrimino que me dejes en evidencia. Estoy cansado de ser la comidilla de mis hermanos: me llevas la contraria a todas horas, me desafías constantemente y me lo cuestionas absolutamente todo.

―No es eso... es que... ―se mordió el labio inferior―, para mí sigues siendo el hombre de esta casa, pero alguien debe decirte cuando te equivocas.

―¡Oh, vamos! No soporto que seas condescendiente y que te mofes de mí, ya lo sabes.

―Estás muy susceptible, Marcello. Dime, ¿vas a estar enfadado toda la tarde?

―Posiblemente ―contesté enfurruñado.

―Entonces... ¿no vamos a hacer las paces?

―Puedes apostar a que no.

―Ah.

La miré de soslayo y ahí estaba otra vez esa sonrisa escondida que decía que me conocía mejor que yo mismo.

Salió del baño tras ponerse cómoda y se tumbó en la cama a mi lado. No quise mirar, me esforcé en permanecer impasible. De hecho no sé por qué me quedé ahí, podía haberme ido, perderme en la biblioteca o en cualquier otro lugar hasta que se me pasara el enfado, pero no lo hice.

―¿Te acuerdas cuando no quería que nadie me tocara? ―empezó cogiendo mi mano y apresándola entre las dos suyas―. Ahora simplemente es como si necesitara sentirte siempre cerca.

Colocó esa mano sobre su muslo y se acercó lo suficiente a mí para besarme el cuello.

―Debería irme, hoy no me apetece hacer nada.

―¡Vaya! ―exclamó escéptica―. ¿No eras tú quién me decía que a los italianos siempre os apetece y que cuestionarme lo contrario era una ofensa?

―Pues rectifico. Es obvio que en caliente se dicen muchas cosas...

Volvió a sonreír y cada vez me resultaba más difícil mantenerme firme, prácticamente no recordaba el motivo por el que nos habíamos enfadado.

―Sí, en caliente... ―confirmó con picardía.

Sus besos por mi cuello se hicieron más insistentes y para cuando quise darme cuenta, mis manos actuaban por su cuenta y recorrían cada centímetro de su cuerpo torneado y firme. Tocar a Ingrid era como perderse entre dunas de arena; adoraba su piel, su delicado aroma y el sabor de sus besos, esos besos que habíamos forjado poco a poco junto a las caricias que habíamos cultivado con tanto cariño y paciencia. Por fin Ingrid se había abierto, me había aceptado en su vida sin reservas y eso tenía un valor incalculable para mí.

Mis manos bajaron por sus caderas mientras iba poniéndome encima de su cuerpo, cubierto tan solo con una camiseta. Retiré la prenda de ropa para poder admirarla; amaba cada parte de ella.

Sus turgentes pechos tentaban a mi boca y a mis manos mientras sus piernas rodeaban mi cintura. Quise retener para siempre ese instante y no precipitarme, pero la urgencia por sentirla me abrasaba. Me bajé los pantalones, busqué su entrada y el deseo me empujó a hundirme en ella. Me enterré tan profundamente, que su cuerpo se estremeció entre mis brazos. Sentí cada latido, cada contracción de sus músculos, sentí como con cada empujón su cuerpo reaccionaba transmitiéndome pequeñas descargas de placer. Sus manos sostuvieron mi rostro con fuerza y me besó con un afán casi febril, le devolví todos los besos mientras mi cuerpo entraba y salía de ella sin descanso. Mis manos también participaron acariciando sus largas piernas, acomodándolas a mi cintura mientras me perdía, una vez más, en un orgasmo devastador.

Si tuviera que elegir un momento serían los primeros minutos transcurridos después del sexo, algo a lo que nunca había prestado atención hasta que conocí a Ingrid. Ver su sonrisa, ese amor sincero en sus ojos y sentir su agitada respiración sobre mi rostro... Ningún placer de este mundo era equiparable a esos momentos, ese instante en el que el mundo se detiene, no importa nada más, no existen los problemas y solo habitamos nosotros dos en la Tierra.

Salí del baño frotándome los ojos y no me di cuenta de que alguien había entrado en mi habitación.

―Y en esa pared de ahí me gustaría poner un papel texturado donde predomine el blanco con algún detalle en plata, ¿cómo lo ves?

―¡Joder! ―grité al ver a mi madre y a Gabriela frente a mi cama.

―¡Oh, Marcello! Perdona hijo, creíamos que te habías ido a correr, como últimamente te levantas tan temprano...

Mi madre desvió la mirada reprimiendo una sonrisa y me lanzó un cojín que cogí al vuelo para cubrir mi intimidad.

―¡Deberíais llamar antes de entrar!

―No se preocupe, señor, ya nos vamos; de todas maneras no se alarme, no hay nada que no hayamos visto antes...

Abrí la boca impresionado por su descaro y mi madre se echó a reír mientras rodeaba los hombros de la intrusa con un brazo.

―Vamos a la otra habitación, dejemos que Marcello se vista tranquilamente ―sugirió dándome un buen repaso mientras guiaba a Gabriela hacia la puerta―. Vaya, que hijo más guapo tengo, ¿te has fijado en esos músculos, Gabi?

―¡Mamá! ―grité para advertirla.

―No está nada mal ―reconoció la chica avergonzándome todavía más.

«¿Es que esa mujer no conocía límites? Venía a mi casa, entraba en las habitaciones y decía todo eso sin más, ¡en mi presencia! Sin duda mi madre realizó muy bien la búsqueda, había aspectos en esa mujer que me recordaban a Ingrid. Por su acento y apellido debía ser española, su pelo ondulado y largo y esa piel atezada... a simple vista y cuando estaba distraído era como volver a estar frente a ella de nuevo, y ese carácter...»

Negué con la cabeza. Podía adivinar las intenciones de mi madre, lo manipuladora que era cuando se trataba de mí y mis relaciones, pero esta vez no iba a funcionar; mente y corazón estaban junto a otra persona.

  1. Primi passi (Primeros pasos)

Bianca esperó a que Vincenzo le abriera la puerta de su hogar, estaba nerviosa pero por encima de todo tenía ganas de recordar.

Cuando su prometido abrió el impresionante pórtico de madera maciza, su corazón empezó a latir desaforado. Miró a su alrededor, estudió cada detalle de la habitación tratando de encontrarse entre esas paredes. Pero nada. Cada habitación, cada estancia más grande que la anterior no le decía absolutamente nada. Podía reconocer por la antigüedad de los muebles y los techos altos y ornamentados con repujadas cornisas, que era una casa señorial que seguramente había pertenecido a gente importante en el pasado.

Vincenzo empujó la silla de ruedas enseñándole cada rincón de la casa y recordando pequeños fragmentos de sus vidas en común.

―Nos solíamos sentar en esa alfombra, frente a la chimenea y planear nuestra boda. Tú querías orquídeas para decorar las mesas, aunque yo prefería las azucenas, ¿recuerdas?

Bianca se frotó la frente con la mano tratando de averiguar qué tipo de planta era la azucena.

―Me duele la cabeza, creo que estoy saturada con tanta información. ¿Podría ir a dormir un rato?

―Claro, te enseñaré cuál es nuestro dormitorio.

Bianca empalideció.

―¿Dormimos juntos?

Vincenzo se colocó delante de ella para mirarla a los ojos.

―El doctor me ha dicho que vayamos poco a poco y que tenga paciencia contigo, es normal que ahora te sientas algo desorientada y abrumada, así que preparé la habitación de invitados para ti.

Respiró aliviada.

―Gracias, gracias por ser tan comprensivo.

Vincenzo acarició su mejilla y ese gesto la puso en tensión, permaneció rígida, sin moverse mientras él se acercaba y besaba con ternura su frente.

―Iremos despacio, Bianca, no hay ninguna prisa. Haré que vuelvas a enamorarte de mí como ya lo hice en el pasado.

Ella asintió, agradecida porque Vincenzo se alejara. Por alguna razón no soportaba su proximidad, cada vez que la tocaba todo su cuerpo se paralizaba e incluso le costaba respirar.

Sola en su habitación, empezó a llorar. Todavía no podía mover las piernas, a duras penas lograba ponerse en pie y le quedaba un largo camino de rehabilitación para volver a recobrar la movilidad. Aún sentía dolores por todo el cuerpo y la peor parte, sin duda, se la había llevado su memoria. Por más que lo intentaba era incapaz de recordar su pasado, quién era, qué le gustaba hacer o a qué se dedicaba; se sentía como un recipiente vacío.

  1. Vita rubata (Vida robada)

Los días pasaron y mi carácter seguía siendo inestable, había momentos que me sentía capaz de soportarlo todo y otros en los que los problemas me oprimían hasta el punto de dejarme sin aire en los pulmones.

Patrizio ralentizó la marcha para tomar aire y yo hice lo mismo.

―¿Qué pasa? ¿Es que ya no puedes seguir el ritmo? ―pregunté mofándome.

―Hoy te noto algo más activo que de costumbre... ―Se quitó la camiseta para escurrir el sudor.

Patrizio era deportista por naturaleza, sabía mantener un equilibrio entre mente y cuerpo y se entrenaba diariamente para ello. Además del deporte diario, hacía clases de relajación, meditación y yoga. Intentamos un cursillo acelerado de yoga el mes pasado, pero no tardamos en darnos cuenta de que no era lo mío. Lo cierto es que no necesitaba más, me bastaba con el tratamiento que habíamos iniciado y, en cierto modo, desde que empecé a obligarme a salir de casa y trabajar mi cuerpo, me sentía mucho mejor.

―Estoy esperando una llamada. Mis hombres todavía siguen buscando al padre de Ingrid y quedaron en que hoy me llamarían para comentar los avances en el tema.

―Este es uno de los factores que no puedes controlar, así que deberías tener paciencia y no obsesionarte. ¿Hacemos una carrera hasta el cenador? ―Señaló el final del camino.

Sonreí y me puse en posición.

―¿Preparado para perder? ―pregunté convencido de mis posibilidades―. Debes reconocer que hemos traspasado el punto en el que el alumno supera al maestro.

―Yo no diría tanto...

Antes de que pudiéramos empezar la carrera mi teléfono empezó a sonar. Lo descolgué con rapidez.

―Dime.

―Hemos estado indagando sobre el paradero de Cristóbal, pero no hemos encontrado nada aún.

Suspiré sonoramente.

―Dije que sobornarais, engañarais o hicierais cualquier cosa para encontrarle.

―Sí, señor, y estamos en ello. Hemos descubierto otro dato de interés respecto a Ingrid.

―Te escucho.

―Hasta ahora no hemos prestado mucho interés a este detalle, no era relevante hasta este momento y...

―¡Habla de una vez, me estoy impacientando!

―Se trata de la madre de Ingrid.

―Murió siendo ella una niña ―le interrumpí.

―Exacto, pero lo interesante es quién era. Al parecer la madre de Ingrid era la sobrina de Dante Cabane.

―¿Cabane?

―Sí, de Apulia.

―No lo entiendo...

―Verá, Mariola, la madre de Ingrid, tenía catorce años cuando conoció a Cristóbal, trece años mayor que ella. Se cree que la engañó y la convenció para que se fugara con él. La idea de Cristóbal era obtener dinero a cambio de dejar a la chica, pues en aquella época la familia Cabane tenía mucha influencia en el país. La cuestión es que su tío no quiso someterse al chantaje y Mariola y Cristóbal fueron desterrados, se consideraron personas non gratas y fueron repudiados por su propia familia. El resto de la historia ya lo sabe, tuvieron a Ingrid y la madre murió poco después.

―Este es un giro interesante, ¿cómo se nos ha podido pasar?

―Estudiamos al detalle la trayectoria de Ingrid y su familia, pero Mariola era solo la sobrina de Cabane, no llevaba su apellido y puesto que murió joven no seguimos indagando.

―De acuerdo, ahora estoy mucho más intrigado. ¿Entonces Ingrid no solo tenía raíces italianas, sino que además era descendiente indirecta de la familia Cabane? Lástima que ya no estén entre nosotros...

Colgué el teléfono y miré a Patrizio.

―Cada vez la teoría de que Ingrid se ha marchado por propia voluntad pierde fuerza, no solo el padre se ha fugado de la cárcel, además, ahora he descubierto que su difunta madre era sobrina de Dante Cabane. Fue un clan muy importante en el sur, pero al final decidieron retirarse y ahora ningún miembro reside en Italia.

―Puede que Ingrid se haya ido porque la presionaban. ¿Crees que alguien aparte de vosotros conocía que era sobrina de Cabane?

Negué con la cabeza.

―Improbable, y aunque así fuera no tiene relevancia. Los miembros más importantes de la familia Cabane murieron y los más jóvenes invirtieron su patrimonio en acciones de diferentes empresas y ahora viven de eso en el extranjero; ya no tienen nada que ver con nosotros y nuestro estilo de vida. Su madre fue desterrada siendo una cría, probablemente ni han oído hablar de ella.

―Espero que este nuevo dato te aporte más información. No conozco a esa chica, pero por lo que cuentas me parece un poco frío que decidiera dejarte sin más mediante una nota. Hay algo que se nos escapa.

―Yo pienso igual. ―Sonreí agradecido de que alguien no me considerara un loco―. Tengo que encontrarla, es lo único que quiero.

Llegué a casa hora y media más tarde y me di una ducha. Pensé en las nuevas pistas y decidí que debíamos trazar un nuevo árbol genealógico e investigar también a la familia Cabane.

Salí del baño secándome la cabeza con la toalla.

―Le aconsejo que se cubra lo que no quiera que le vea...

―¡Dios santo! ―Tapé rápidamente mi entrepierna con la toalla―. ¡¿Es que no puede haber algo de intimidad en esta maldita casa?!

―Sabe que estamos haciendo cambios en su habitación y ha decidido ducharse aquí en lugar de utilizar el baño de la habitación de invitados. No puede hacerse el sorprendido ahora.

―Le recuerdo que todavía hay cosas mías aquí; además, cuando entré no había nadie.

Gabriela se encogió de hombros y se acercó a mí mirando un cuaderno que tenía en la mano.

―Ya que está aquí, ¿tiene alguna sugerencia respecto a la decoración? He pensado en derribar este muro de aquí para hacer el vestidor más grande y aprovechar el hueco para que entre algo de luz indirecta en la habitación.

Eché un fugaz vistazo al boceto.

―Me da igual, esto es cosa de mi madre; si a ella le parece bien, a mí también.

―¿Es que no tiene nada que aportar?

―Yo tengo mi casa en otro lugar, aquí solo vengo de vez en cuando ―corté sin entrar en detalles.

―¡Ah, sí! Me comentó la señora que a lo mejor cuando termináramos aquí podríamos dar un repaso a...

―¡Ni hablar! ―grité desesperado.

―¿Qué?

―En mi casa no entra nadie salvo yo, que quede bien claro.

Ella levantó las palmas de las manos hacia arriba.

―Solo cumplo órdenes de la señora.

Salí al pasillo hecho una furia y no paré hasta encontrar a mi madre en la cocina.

―En mi casa no va a hacer ninguna reforma.

Mi madre alzó el rostro y depositó la taza de café sobre la mesa.

―Buenos días, hijo.

―Estoy hablando muy en serio, madre, mi casa es territorio sagrado para esa especie de decoradora entrometida que ha encontrado, ¿queda claro?

―Cálmate, cariño, solo era una forma de hablar. Pensé que a lo mejor te gustaría aprovechar para dar una mano de pintura, eso es todo.

―Pues no, la verdad es que no.

Mi madre respiró hondo y me indicó con la mirada que me sentara a su lado.

―No quieres que nadie entre, está todo tal y como lo dejasteis y ya ni siquiera vas por ahí. ¿No crees que ya es suficiente?

―No sé a qué se refiere ―intenté despistar.

―Sé que no quieres entrar en tu casa porque te trae recuerdos de ella, pero ya han pasado seis meses; debes empezar a  superarlo.

―Veo que es incapaz de entender que hasta que no dé con ella no podré superarlo; ¿y sabe una cosa, madre? Tengo la esperanza de que vuelva conmigo.

―Siempre te he tenido por un hombre sensato. Este comportamiento no es propio de ti, me lo esperaría de tu hermana, ¿pero tú?

―Tener esperanza no es algo malo.

Me levanté y regresé a mi habitación decepcionado conmigo mismo; aunque no podía culpar a mi madre, entendía por qué me hablaba así. Desde que desapareció Ingrid fui incapaz de pisar mi propia casa. Su olor aún estaba entre las sábanas, su ropa, sus cremas... esa casa ya no me pertenecía a mí sino a ella. Volver y encerrarme entre esas cuatro paredes sería como revivir una y otra vez el recuerdo amargo de su desaparición.

Cuando terminé de vestirme escuché unos nudillos en la puerta.

―Entra.

Mi madre cerró la puerta con discreción y se acercó a mí.

―Marcello... ―Su mano acarició mi mejilla con cariño―, eres mi hijo y en este mundo no hay nada más valioso para mí que mis hijos. No puedo verte así por nadie. Siempre he querido mucho a Ingrid, lo sabes; para mí también ha sido un duro golpe, pero luego te miro y pienso: "le han hecho daño a mi hijo, al fruto de mis entrañas, al bebé que casi muere de meningitis en mis brazos, mi niño de corazón noble y bueno". Entonces saco fuerzas, me echo el problema a la espalda y tiro del carro para que ninguno de los míos se quede a un lado del camino. No puedo consentirlo. Antonello despreciaría a esa mujer con todas sus fuerzas y olvidaría para siempre que la ha conocido, Claudio tal vez buscaría la forma de vengarse por haberle dejado, seguramente trataría de dejarla en evidencia o airearía un trapo sucio suyo por ahí, pero tú, mi niño, eres diferente. A ti esta historia podría llegar a consumirte por completo y, como comprenderás, no voy a permitir que pase eso: mientras en mis venas corra una gota de sangre no dejaré que ningún hijo mío sufra. Quiero que lo entiendas.

Retiré su mano de mi rostro y la besé.

―Ya lo sé, madre, sé que solo desea lo mejor para mí. Pero necesito mi tiempo para sanar las heridas.

Mi madre asintió y me besó en la mejilla.

―Por cierto, he invitado a Gabi a cenar con nosotros esta noche.

Exhalé un suspiro de cansancio.

―Y vuelve a la carga otra vez ―procedí con sarcasmo.

Ella sonrió y negó con la cabeza.

―Esa chica... tiene un desparpajo que me gusta, me hace reír y creo que lo que más necesitamos en este momento son risas.

Asentí; era inútil tratar de llevarle la contraria.

Antes de que se fuera la detuve.

―Por cierto, no ha dicho nada de Paola.

―¿Qué pasa con tu hermana?

―¿Cómo hubiese actuado ella si le hubiera pasado lo mismo que a mí?

Mi madre sonrió.

―A veces pienso que Paola sigue creyendo en los cuentos de hadas, es tan soñadora... A tu hermana se le pasaría rápido el disgusto, en cuanto el siguiente caballero andante le dijera lo bonita que es y lo dependiente que se ha vuelto de ella. Tu hermana necesita un constante cuento de amor en su vida, si no, no es feliz.

―Veo que nos conoce bien.

―No tengo nada mejor que hacer. ―Se encogió de hombros y abrió la puerta de la habitación―. Sois mi vida.

Negué con la cabeza; en realidad mi madre me recordaba mucho a Ingrid. Actuaba en las sombras, pero conocía a la perfección las piezas de ajedrez y discretamente las movía a su antojo. No tardé en darme cuenta de que mi padre ponía la cara en los negocios, pero en muchos asuntos la mente pensante era la de mi madre, sin duda ella había sabido buscar su sitio en esta casa y hacerse completamente imprescindible, aunque desde fuera no lo pareciera.

Bajé a cenar a la tercera llamada de mi madre. Trataba de buscar una excusa para no acudir porque sabía que sería una de esas situaciones de las que hablaba Patrizio, de esas en las que había múltiples factores que no podría controlar y me estresaría sobremanera. Pero luego decidí que tenía que pasar por ello, formaría parte de un entrenamiento personal en el que pondría a prueba mis nervios.

La mesa estaba puesta y ya habían empezado a servir los entrantes. Miré el único sitio que quedaba libre y, cómo no, mi lugar estaba al lado de Gabriela.

Me armé de paciencia y me senté con indiferencia a su lado.

―Oh, Marcello, menos mal que ya estás aquí. Vamos a dar las gracias.

«¿Dar las gracias? Mi familia no era extremadamente religiosa, por eso me sorprendió esa iniciativa».

Permanecimos en silencio mientras mi madre hablaba:

―Gracias por los alimentos que vamos a ingerir, gracias por preservar siempre la salud de todos los miembros de esta casa y por estar a nuestro lado en los momentos difíciles. Gracias también por esta invitada tan especial que tenemos hoy en nuestra mesa.

Mi padre y mis hermanos nos miramos con cara de circunstancias después de este inusual agradecimiento.

―Bueno ―empezó Claudio sirviéndose un poco de ensalada―, así que usted es la causante de poner algo de orden en esta casa de locos.

Miró descaradamente a Gabriela.

―Por favor, tutéenme ―pidió―. Además, pueden llamarme Gabi.

―Sí, creo que dadas las circunstancias podemos tutearnos ―aprobó mi padre.

La joven sonrió y desvió la mirada a Claudio para retomar el tema de conversación que había iniciado:

―Todo lo que hay aquí está bien, pero siempre se puede mejorar.

Claudio aprobó el comentario.

―Siempre he pensado que esta casa necesita muchos cambios... Sobre todo, los dormitorios. El mío en cuestión necesita una cama más resistente ―rio de su ocurrencia.

Mi madre se sirvió un poco de pasta y miró a mi hermano con complicidad.

―Por cierto, cariño, Gabi y yo fuimos a tu casa esta mañana. Dijiste que querías remodelar la cocina.

Claudio abrió desmesuradamente los ojos.

―¿Habéis estado esta mañana en mi casa? ―se puso blanco.

―¿Así que esa era tu casa? ―preguntó Gabi reprimiendo una sonrisa.

―Sí, bueno, voy poco por ahí... ya sabes...

―Oh, cielo, no disimules. Ya ha visto las pruebas de la juerga de anoche, no tuvimos la precaución de ir después del servicio. Podre Matilda, recordadme que le suba el sueldo.

Una risita se nos escapó a Antonello y a mí.

―Así que anoche hubo juerga. ¿Con quién? ―pregunté aprovechando la pequeña brecha para meterme con él.

―Con la de siempre ―respondió avergonzado.

―¿Y cuánta ropa interior lleva "la de siempre"? Reconozco que el conjunto azul cielo que había sobre la chimenea del comedor era muy bonito ―apuntó Gabi sumándose a las bromas.

Volví a reír.

―Es que la chica a la que Claudio se refiere como "la de siempre" son en realidad siete.

Volvimos a reír.

―Vamos, Marcello, no te metas con tu hermano ―me reprobó mi padre.

―Pero si así son siempre las cenas en familia, Gabi debería empezar a conocerlas si va a quedarse un tiempo por aquí.

La aludida me dedicó una mirada confusa.

―Por supuesto ―dijo mi madre satisfecha con mi aportación―, espero que esta sea la primera de muchas. Por cierto, háblanos un poco de ti, ¿cómo lo estás pasando en Italia?

La pregunta de mi madre fue mera cortesía, en realidad ya sabíamos todos los pasos que había dado Gabriela Muñoz desde su nacimiento e incluso nociones acerca de su familia. Por lo que sabíamos era española, pero había estudiado en Inglaterra, junto a los mejores. Estuvo unos años trabajando en Estados Unidos, Francia y Turquía hasta que el destino la llevó a Italia. Mi madre la conoció por la recomendación de una amiga y el resto no tiene relevancia, es lo que se llama un expediente limpio.

El resto de la velada fue tornándose más interesante, las bromas volvían a surgir entre plato y plato, e incluso Paola se sentía tan a gusto con Gabriela, que le habló de su último pretendiente, con el que esperaba casarse; claro que esa teoría no tenía mucha credibilidad, dado que desde que tiene uso de razón ha dicho que se casaría con más de una veintena de chicos.

Al estar al lado de Gabriela me sentí en la obligación de ser su aliado en la mesa, explicándole en voz baja a qué se debían algunos de los comentarios que surgían y estar pendiente de ella: llenar su copa de vino cuando estaba vacía, pasarle el aliño de la carne... hacer simplemente lo que me habían inculcado. Pero si debía destacar algún detalle que no me había pasado desapercibido de la velada, fue la reacción de Claudio. Su ingenio se había apagado esa noche, cada ironía suya era fácilmente desbancada por un comentario locuaz de Gabi y eso despertaba mis carcajadas.

«Puede que esta vez se haya equivocado, madre, puede que Gabi esté hecha para otro de sus hijos».

―Gracias por vuestra hospitalidad, lo he pasado muy bien esta noche.

―Nosotros también. Te acompaño a casa ―anuncié y tuve el enorme placer de ver de soslayo el rostro contrariado de Claudio.

―No es necesario, pediré un taxi, pero gracias.

―De eso nada, hay cuatro hombres en esta casa, ¿crees que alguno iba a dejarte regresar sola?

―Yo de ti cogería uno ―espetó Claudio dirigiéndose a nuestra invitada―, mi hermano no sabe conducir.

―Tal vez quieras llevarla tú entonces ―contesté dándole vía libre.

―Oh, no, lo harás tú cariño, tengo que hablar con tu hermano de algo importante ―interrumpió mi madre enlazando su brazo al de Claudio.

Reí para mí; la cara de satisfacción de mi madre no tenía precio. No pensaba dejar pasar la oportunidad de obligarme a tener un momento a solas con ella, por si había la más mínima posibilidad de que saltaran chispas.

―Gracias por hacerme sentir tan bien esta noche ―dijo en cuanto entramos en el coche.

―No se merecen, es lo que tenía que hacer.

Sonrió.

―¿Lo has hecho porque es un deber? ¿No porque realmente te apetecía hacerlo?

Me giré extrañado para mirarla.

―¿Qué diferencia hay? Siempre hay que anteponer el deber a todo lo demás. No me cuestiono si me apetece o no hacerlo, lo hago porque como hombre es lo que debo hacer.

―Sois tan singulares los italianos...

Volví a mirarla y apreté una sonrisa.

―No eres la primera persona que me dice eso. Comprendo que en España las cosas se hacen diferentes, comprendo que si alguien te lleva a casa después de una cena es porque quiere algo más o porque siente algo hacia la mujer en cuestión. Yo no veo las cosas de esa manera, para mí acompañar a una mujer por la noche a su casa es un deber moral, porque solo si la llevo me aseguro de que no le ha pasado nada, que llega sana y salva a su destino.

―¿Es que eso no lo puede hacer también un taxista? No tienes ninguna implicación conmigo.

―Eso lo puede hacer perfectamente un taxista, pero resulta que esta noche has cenado con nosotros y eso cambia las cosas. La cena no únicamente se queda entre platos, ha empezado antes de que ingieras el primer bocado y termina cuando llegas a la seguridad de tu hogar.

Estalló en carcajadas.

―Es bonito. Tal vez algo anticuado, pero bonito.

―Como diseñadora deberías saber que no siempre lo anticuado es feo. Es una pena que ciertos valores se hayan perdido con el paso de los años en las nuevas generaciones. Como ves, para los Lucci no es así.

―Me gusta la caballerosidad, pero no estoy acostumbrada y menos que provenga de alguien que apenas conozco.

―Que te conozca o no, que seas guapa o fea, eso no importa. Eres una mujer, esa es una razón de peso para ser un "caballero", como dices tú.

Volvió a reír.

―¿En serio esto funciona en los tiempos que corren?

Fruncí el ceño.

―¿Qué quieres decir?

―¿Las mujeres de aquí se derriten por estos gestos o por oírte hablar de esa forma sobre el género femenino?

―Mira... Gabi ―le advertí con la mirada―. Me da igual si funciona o no, no pretendo nada, solo aplicar lo que me han enseñado y punto. Tampoco pretendo librar una lucha de géneros contigo ahora mismo. ―Negué incrédulo con la cabeza―. Las españolas sois tan... ¡Dios! Es imposible razonar con vosotras, cualquier gesto lo achacáis al machismo, pero por mucho que lo intentéis las cosas son así: el hombre es más fuerte que la mujer, por lo que el hombre tiene la obligación de protegerla, y eso implica acompañarla a su casa en coche.

―Pero...

―Y antes de que digas una palabra más ―interrumpí deteniendo el coche frente a la entrada de su casa―, ha llegado a su destino ―concluí en broma.

Desbloqueé el cierre centralizado del vehículo esperando a que bajara.

―Está bien, no diré nada más aunque no esté de acuerdo con lo que has dicho.

―Me parece estupendo, me gusta que haya diversidad de opiniones, eso nos hace interesantes.

―Pero tengo una pregunta.

Me concentré en respirar hondo; casi había olvidado la implacable curiosidad de las españolas.

―Pregunta.

―¿Cómo sabías dónde vivía? No se lo he dicho a nadie.

Me mordí el labio inferior; acababa de acorralarme.

―Nosotros lo sabemos todo. ―Me encogí de hombros―. Buenas noches, Gabi.

―Buenas noches, Marcello.

  1. Approccio (Acercamiento)

Esa mañana Gabriela había venido antes para tomar unas medidas. La encontré subida a una escalera en el comedor. Inclinó su cuerpo hacia delante mientras trataba de medir la altura de la pared de suelo a techo con un metro, en la otra mano llevaba una libreta y un lápiz para apuntar. La maniobra me pareció tan complicada que estaba seguro que, de seguir así, caería sin remedio. Me acerqué por detrás para sujetar la escalera y en cuanto intuyó mi presencia se asustó. La escalera se tambaleó y corrí para aguantarla, pero no llegué a tiempo; cayó sobre mí y la agarré con fuerza. Era la primera vez desde la marcha de Ingrid que estaba tan cerca de una mujer.

Su cuerpo se escurrió entre mis brazos hasta alcanzar el suelo y sentí cada curva con una intensidad increíble. Sin saber por qué, mi corazón empezó a latir; su cuerpo, su piel, su calor me recordaban a aquello que tanto añoraba.

La chica retiró mis manos de su cintura con delicadeza y puso distancia entre los dos. A juzgar por el color de sus mejillas se sentía tan avergonzada como yo.

«¿Qué coño ha sido eso?»

―Lo siento, creí que aún no se había levantado nadie, no quería molestar...

―No... ha sido culpa mía ―reconocí―. Tendría que haber saludado antes de acercarme.

―¡Marcello, qué bien que te encuentro en casa!

―¿Qué pasa? ―Me giré rápidamente para prestar atención a Claudio.

―¡Vaya, y no estás solo! ―Sonrió a Gabi― ¿Tienes que medir la pared? ―preguntó al percatarse de que llevaba el metro en las manos.

―Sí. Monica quiere revestirla de madera y estaba tomando las medidas.

―Te ayudo. ―Se ofreció colocando bien la escalera―. Por cierto, Marcello, nuestro padre quiere verte en su despacho.

―Voy.

Agradecí que mi hermano me concediera ese respiro. Por encima de todo no podía dejarme llevar por las emociones. Estaba muy sensible y hacía demasiado tiempo que no estaba con ninguna mujer, cualquier paso en falso podría hacerme perder los papeles y sin duda me arrepentiría si eso ocurriera.

Llegué al despacho de mi padre y cerré la puerta.

―¿Me ha llamado?

Mi padre alzó el rostro de los papeles que estaba leyendo para mirarme.

―Tienes que recaudar los impuestos de tu zona, llevas dos semanas de retraso.

Suspiré sonoramente.

―Odio hacer eso.

―¿Mando a tu hermano a hacerlo? Últimamente te veo algo distraído en el trabajo. Verás, hijo, entiendo que necesites tu tiempo y que este no sea tu mejor momento. Todos en esta casa hemos doblado esfuerzos los últimos meses para cubrir tus quehaceres, pero debes empezar a marcarte una fecha de regreso.

―Padre, yo...

―Además, te recuerdo que tienes que revisar los informes mensuales de tus empresas, son tareas que debes hacer tú personalmente y si es necesario, efectuar cambios.

―Todo eso podría hacerlo cualquier otra persona.

―Sí, eso es cierto. Podemos pagar a alguien para que nos lleve estos asuntos, pero no es así como actuamos. Verás, estar conectado al trabajo hace que no te oxides, que sepas ver nuevas oportunidades cuando se presentan y que sepas reaccionar ante cualquier imprevisto. Nosotros trabajamos, Marcello, y nos van bien las cosas porque nuestros asuntos los gestionamos nosotros mismos, en familia. Cada uno de nosotros es la pieza de un engranaje que...

―Ya lo sé, padre, me lo ha dicho mil veces.

Mi padre suspiró y se puso en pie. Desde el amago de infarto había envejecido mucho, no me había dado cuenta hasta ese preciso momento de lo mayor que era.

―Cuando te implicas eres el mejor de nosotros, mejor incluso que tus hermanos. Eres persistente, flexible, justo y equitativo. Tú gozas de algo que no tienen tus hermanos ―me miró con intensidad―: gustas a la gente, te ven cercano y te respetan porque creen en ti, en lo que haces. Ahora las cosas son diferentes, sé que aún te estás recomponiendo tras la marcha de Ingrid, pero dejarlo todo a medias no es la solución.

―Antes iban bien las cosas porque ella estaba a mi lado, era mi punto de apoyo. Ahora no me encuentro con ganas de retomar todo aquello que no pudimos terminar.

―Pues debes hacerlo. No digo inmediatamente, pero ve mentalizándote para volver. Mira, hijo, me quedan dos telediarios en este mundo y no me gustaría irme viendo que uno de los míos se ha perdido por el camino.

―No diga eso, padre.

―Pero es la verdad. Ahora mismo soy fuerte porque tengo a mis hijos a mi lado, que son como una prolongación de mí mismo, pero esta máquina no funciona solo con dos piezas, necesita tres a pleno rendimiento. Lo entiendes, ¿verdad?

Me froté la frente con la mano.

―Intentaré ponerme al día, lo prometo.

Mi padre me dio una palmada en el hombro.

―Lo sé, hijo. Sé que lo harás.

Salí al exterior e inspiré profundamente el aire fresco de la mañana. Solo tenía ganas de ver a Patrizio, explicarle mis problemas y descargar tensión.

Las semanas se sumaban casi sin darme cuenta. La casa entera se esforzaba en mantener una normalidad cuando era obvio que no la había. Todo en mi vida estaba revuelto y de algún modo mi malestar se lo transmitía a los demás.

La presencia de Gabriela animaba nuestra rutina diaria, estar con ella me obligaba a aparcar los problemas e intentar disimular mi malestar, aunque había momentos en los que me resultaba imposible.

―Está bien, ya no lo aguanto más. Llevas más de una hora en el jardín contemplando la nada. ¿Qué ocurre, es por el color de las paredes?

Sonreí sin ganas.

―No me he dado cuenta ni de que estaban pintadas.

Se echó a reír y se sentó en el suelo a mi lado.

―Que sepas que ese comentario me ha ofendido.

―Pero es la verdad, ¿preferirías que te mintiera?

Se encogió de hombros y miró al horizonte. Era hermosa. Su perfil era prácticamente perfecto y esas largas pestañas rizadas... Antes de hoy solo había contemplado así a una única mujer.

―Me gusta que seas sincero.

Se giró para mirarme a los ojos y yo me aparté de ella.

―Tienes unos ojos muy extraños ―dijo sin dejar de mirarme.

―Lo sé.

―Por eso he pintado tu habitación de dos colores, deberías fijarte la próxima vez.

Su comentario me sorprendió.

―Lo haré, que no te quepa la menor duda.

Permanecimos en silencio un rato, no sabría decir exactamente cuánto hasta que ella volvió a hablar:

―¿Por qué estás siempre tan melancólico?

Me rasqué la cabeza con nerviosismo.

―Es una larga historia, no te interesaría.

―Prueba ―me retó.

―¿Sabes lo que se siente cuando te arrebatan algo que es lo más importante para ti? ¿Algo que te llevó toda la vida encontrar y cuando por fin lo tienes... desaparece?

―¿Hablas del corazón de una mujer? ¿Una infidelidad, tal vez?

Sonreí y negué con la cabeza.

―¿Sabes? Nunca pensé que diría esto, pero... ojalá fuera así, sin duda una infidelidad sería menos tormento.

Su ceño se frunció.

―¿Entonces qué es? ¿Qué te han arrebatado?

Suspiré y me puse en pie, dispuesto a abandonar la conversación.

―La felicidad.

Su rostro se contrajo por la sorpresa de mi revelación.

―¡Vaya, estáis aquí! ―Claudio aceleró el paso para encontrarse con nosotros.

Era entretenido observar cómo trataba de seducirla, cómo la buscaba para hablar o desatar su ingenio, pero tratándose de Gabi, sus artimañas no surtían el mismo efecto. Cuanto más se acercaba a ella, ella más se acercaba a mí. Hubiese sido divertido jugar con él y darle su merecido por años y años de constante burla; aunque toda esa rivalidad por una mujer quedó atrás hace mucho tiempo. Gabi me gustaba y me caía bien, eso no podía negarlo, pero no era para mí. Yo no tenía ganas de nada y menos de conocer a ninguna otra mujer, así que en cuanto Claudio aparecía, me retiraba de la partida sin más y se quedaban a solas, llevándose al límite como hacían siempre.

―He quedado con Monica en que mañana iría a tu casa para tomar unas medidas. No sé si debo rellenar una instancia o algo por el estilo antes de ir ―procedió con sarcasmo mirando a Claudio.

―Fantástico, no hace falta que rellenes nada. Aunque no perdamos el tiempo con eso, si quieres las medidas puedo dártelas yo: dos por dos ―dijo con chulería.

Gabi arqueó las cejas captando el doble sentido de sus palabras.

―¿Estamos hablando de cuatro centímetros? ―Alzó una ceja―. ¡Vaya!, es un tanto decepcionante.

Claudio abrió la boca preso de la incredulidad.

―Me refería a las medidas de mi cama, preciosa, y estamos hablando de metros.

―Ah, ya decía yo...

Solté una carcajada y los dejé a solas. Gabi era la primera mujer capaz de plantar cara a Claudio y eso era algo insólito.

Una hora más tarde me reuní con Patrizio en el gimnasio para entrenar.

―Será mejor que lo dejemos por hoy ―Patrizio se apoyó exhausto contra las cuerdas del ring―, reconozco que hoy has acabado conmigo.

Me eché a reír y acepté la botella de agua que me ofreció.

―Creí que nunca llegaría este día, has sido un  hueso duro de roer –comenté distraído.

―No cantes victoria, lo de hoy solo ha sido un golpe de suerte.

Volvimos a reír.

Lo que me gustaba de Patrizio era que no me dejaba ganar. Recuerdo que al principio me desesperaba ver cómo me bloqueaba con facilidad y por mucho que me esforzaba, sentía que contra él no tenía nada que hacer, por ese motivo ganarle me producía tanto placer.

―Mañana iremos a la pista de atletismo ―dijo dejando nuevamente la botella en el suelo.

―Como quieras.

―Por cierto, ¿cómo va el tema? Hace mucho que no hablamos, tengo la sensación de que últimamente solo nos dedicamos a entrenar.

Asentí.

―Y no tendría estos brazos si no fuera así ―dije moviéndolos y admirando todos los músculos.

Patrizio sonrió.

―Es increíble lo rápido que te has adaptado a esto. ¿También sigues la dieta?

―Por supuesto.

Él asintió complacido, pero no dejó escapar el tema.

―¿Hay alguna novedad?

Suspiré.

―Las novedades llegan a cuentagotas. Sé que mis hombres están haciendo todo lo posible por encontrar algo, pero aun teniendo en cuenta que buscan a un fugitivo en otro país que ha sabido ocultar bien el rastro, me mata la espera.

―¿Y tú? ¿Cómo te encuentras?

―Pues... supongo que tengo días de todo. Hace siete meses, aún llevo la cuenta, pero ahora al menos puedo hacer otras cosas. Puedo hacer deporte, salir, mantener una conversación sin derrumbarme...

―¿Y las mujeres?

Fruncí el ceño.

―Sigue siendo pronto para eso ―respondí tajante.

―Han pasado siete meses ―me recordó.

―Pero cuando la encuentre cómo voy a explicarle que... ―rectifiqué rápidamente―, quiero decir, si por casualidad al final Ingrid y yo volviéramos, algo así supondría una brecha en nuestra relación.

Él asintió y espiró por la nariz, detalle que indicaba que a continuación vendría algo que no me iba a gustar oír.

―¿Has pensado que, a lo mejor, ella puede haber encontrado a alguien en otro lugar? Ha pasado mucho tiempo, Marcello, ¿qué pasaría si eso fuera así?

Apreté los labios tratando de controlar la ira. Imaginar siquiera esa posibilidad hacía que mi cuerpo ardiera como una antorcha.

―Pues si pasara algo así sería algo bueno, supongo ―me obligué a decir―, es la única forma en la que podría desengañarme de ella por completo. Le pediría explicaciones, escucharía los motivos y con todo el dolor de mi corazón archivaría esa historia en el pasado. Pasaría página.

―Creo que es momento de que empieces a barajar todas las posibilidades. Hasta ahora hemos apostado porque ha salido de tu vida precipitadamente por algo que, tal vez, desconozcamos. Pero en todo este tiempo también podría haber rehecho su vida, encontrado otra persona... nunca se sabe.

Me costó un imperio permanecer impasible frente a esa posibilidad.

―En cualquier caso, tengo derecho a saberlo, ¿no? Necesito saberlo.

Patrizio me dio una palmadita en la espalda mientras nos dirigíamos hacia los vestuarios.

―Está bien que esperes una respuesta, pero mientras llega deberías continuar con tu vida. Salir con los amigos, flirtear con alguna mujer... ¿Por qué no?

―Es que todavía no he cerrado ese capítulo de mi vida, además, volver a adentrarme en una mente femenina, conocer sus defectos, lidiar con su carácter... es lo que menos me apetece hacer ahora mismo.

―Eso es porque ya no tienes práctica. En mi opinión es como el deporte; al principio da pereza, piensas que no lo vas a conseguir, que es demasiado duro; pero cuando empiezas descubres que es como una droga que te engancha y aprendes a disfrutar del esfuerzo físico.

Solté una carcajada.

―Será que el deporte me da menos miedo que una mujer.

Entre risas y bromas nos duchamos y cambiamos en los vestuarios y luego salimos al exterior. Mi cara se contrajo al encontrar a toda mi familia esperándome fuera del gimnasio.

―Marcello, hijo ―mi padre se adelantó a los demás con las palmas de las manos extendidas.

―¿Qué ocurre? ―miré a Patrizio por si él sabía algo al respecto, pero parecía tan sorprendido como yo.

―Cielo... ―mi madre se acercó muy despacio y me cogió de las manos.

―¿Qué pasa? ¿Qué estáis haciendo todos aquí? ¿Claudio, Antonello, Paola...?

Miré un poco más atrás y distinguí el rostro de mis hombres de confianza; ese detalle me bloqueó. ¿Qué estaban haciendo ahí? ¿Por qué habían regresado? ¿Y mi familia?

Mi corazón empezó a latir con fuerza y empecé a sentir como si me lanzaran un cubo de agua helada encima.

―Marcello, estamos aquí porque tenemos noticias acerca de Ingrid.

Hice a un lado a mis padres y caminé hacia ellos.

―¡Qué dices! ¿Noticias? ¿Qué pasa? ―pregunté impaciente.

―Hemos descubierto donde ha estado Ingrid y...

―¡Habla, joder! ¿La habéis encontrado?

Mi hombre agachó la cabeza.

―Marcello ―se acercó mi padre y me cogió del brazo―, Ingrid ha muerto.

Esa palabra, esa simple palabra de seis letras consiguió dejarme en jaque. ¿Qué significaba? ¿Había muerto? No era posible, me negaba a creer que algo así pudiera suceder.

―No llegó a salir de Italia. Subió a la azotea de un hotel en Aosta y se precipitó al vacío desde una octava planta.

―¿Qué? ¿Cómo? ¿Se cayó? ―pregunté incrédulo.

Mi hombre negó con la cabeza.

―Se ha suicidado, Marcello.

Mi cuerpo perdió toda la fuerza en ese instante, se convirtió en gelatina y se desplomó sobre el duro asfalto.

Mis hermanos corrieron para ayudarme a incorporarme mientras Patrizio me miraba alarmado desde las alturas. Todo a mi alrededor daba vueltas y tenía una sensación de vértigo constante.

―Marcello, cariño... ¿qué te pasa? ¿Qué...?

No pude escuchar más. Todo se volvió blanco, dejé de oírles y simplemente desaparecí.

―Mamá, ya está despertando ―Paola me acarició el rostro mientras trataba de incorporarme.

―Mi niño... ―mi madre se acercó para besarme.

Miré confuso a mi alrededor.

―¿Qué me ha pasado? ―pregunté con voz ronca.

―Has sufrido un colapso ―confirmó Patrizio desde la otra punta de la habitación, me giré para enfocarle.

―Patrizio, no sé si lo he soñado... ―me toqué la cabeza con la mano―, estoy confuso, creo que...

Patrizio se acercó a mí. Estaba cambiado, más serio de lo habitual; jamás le había visto así.

―Déjennos a solas por favor ―pidió a mi familia.

―¡Pero acaba de despertar! Si algo le pasa a mi hijo...

―Señora Lucci, no pasa nada, pero es mejor que no estén todos aquí en este momento. Marcello necesita tranquilidad.

Mi madre se levantó con la mandíbula fuertemente encajada; ese comentario no le sentó bien. Mi padre se hizo con la situación y siguiendo la recomendación del psicólogo, los condujo fuera de la habitación.

Empecé a temerme lo peor. Definitivamente no lo había soñado: algo malo le había pasado a Ingrid.

―¿Ha muerto? ―pregunté con el corazón en un puño.

Patrizio cerró los ojos y asintió con convicción.

Negué con la cabeza.

―Debe tratarse de un error, ella jamás lo haría. Siempre ha sido una mujer muy fuerte, siempre...

―Marcello, no es ningún error.

La nariz empezó a picar y los ojos a escocerme.

―¿Cómo ha sido?

―Viajó durante varios días y llegó a Aosta. Subió a la última planta de un hotel, salió a la azotea y saltó al vacío ―relató sin omitir detalle.

Volví a negar.

―No puede ser ella. Después de todo lo que ha pasado, de lo que ha vivido... ¿se suicida justamente ahora? ¿Tan mal me porté con ella? ¡Dime! ¿Tan malo era convivir conmigo? ¡No tiene ninguna lógica, maldita sea!

―No conocemos los motivos y ten por seguro que los hay para que alguien decida acabar así con su vida, pero eso es lo que ha ocurrido.

―¿Cómo estás tan seguro? ¿Por qué todos pensáis que ella ha hecho algo así? Puede ser una persona que se le parece, Gabi también se parece mucho a Ingrid, ¿quién dice que no se trata de cualquier otra?

―Hay imágenes.

―¡¿Cómo?! ―ese detallé me confundió.

―Un restaurante captó el momento del accidente con su cámara de seguridad.

Mi boca era incapaz de cerrarse.

―No... ―negué con la cabeza.

Las lágrimas empezaron a brotar sin control de mis ojos cansados. Patrizio se acercó y colocó una mano sobre las mías.

―Lo siento mucho.

Mi llanto fue a más y tardé un tiempo en recomponerme; lo hice cuando estuve completamente seguro de que podría soportar el dolor de la verdad.

―Quiero ver esas imágenes.

Patrizio negó con la cabeza.

―No creo que hoy sea el día adecuado para eso.

―Me da igual. Quiero verlas.

Él suspiró y sacó su teléfono del bolsillo.

―Sabía que no atenderías a razones, solo hazme caso en una cosa: no veas más de una vez estas imágenes. Mira una para creer, más de una es torturarse.

Acepté; aunque dijera lo que dijera haría lo que me diera la gana y lo que necesitase para convencerme.

Patrizio me mostró su teléfono y dejó el video pausado. Solo se veían los edificios y grandes filas de coches aparcados.

Tenía miedo de enfrentarme a eso, pero debía hacerlo. Quería creer que todo era un error, que esa mujer no era Ingrid o tal vez hallar una pista o una prueba que indicara que todo era un montaje. En cualquier caso, ¿por qué? Esa pregunta me acompañaba casi a cada momento del día. ¿Por qué Ingrid me haría algo así? ¿Y si no era ella? ¿Y si todo era un engaño? ¿Quién podría estar detrás de todo eso y con qué intención?

Me armé de valor y con manos temblorosas activé el play y el vídeo empezó a reproducirse.

Algunos vehículos aislados circulaban por la carretera principal, era noche cerrada y había poca gente. Solo se distinguían un par de personas a través de las ventanas del restaurante del hotel. Seguí mirando esos coches que paraban y avanzaban según ordenaban las señales de tráfico y entonces lo vi. El cuerpo de una mujer cayó desde las alturas hasta alcanzar el suelo, y en ese instante, mi corazón dejó de latir.

En un momento de la caída, tan solo un fugaz segundo, se vio su cara. Era ella. No podía ser ninguna otra persona. Reconocería a Ingrid aunque la imagen estuviera en blanco y negro, además también reconocía su ropa.

Permanecí en silencio unos minutos tratando de poner orden en mi cabeza, de buscar un sentido a la situación, pero por más que me esforzaba en hallar las respuestas que aún me faltaban, no había nada.

Devolví el teléfono a Patrizio y dejé que el dolor me consumiera. Sentí con intensidad la afilada hoja de su cuchillo rasgándome la piel, abriéndome la carne y atravesando mi corazón para romperlo en mil pedazos. Volví a llorar y a gritar su nombre entre sollozos; ya no había esperanza, acababa de presenciar su muerte y una parte de mí se había perdido para siempre.

Motivos, preguntas, hipótesis... todo quedó paralizado. Ya nada importaba. Todas las averiguaciones habían quedado en un segundo plano porque ella había muerto.

¿Enfermedad mental, chantaje, secuestro? Podía ser cualquier cosa, pero conocer la verdad no me la devolvería, tal vez me ayudaría a vengarme, pero ni siquiera vengarme lo haría.

Actualmente esta historia consta de 59 capítulos, solo muestro los primeros diez y recuerdo que hay más publicados gratuitamente en wattpad: lepidóptera84. No puedo garantizar que la historia la publique íntegra en este medio por la cantidad de plagios a los que me he sometido con mis últimas publicaciones, pero si queréis más sabéis donde encontrarme o poneros en contacto conmigo vía e-mail y os hago un link para que podáis leerme a mí y descubrir nuevos autores.

Gracias por estar ahí y por darme fuerzas para lanzarme a proyectos más ambiciosos. Un beso.