Inglaterra, 1983 (1)
La erótica historia de Jack, un conocido personaje Inglés.
El Viento soplaba con fuerza, arrancando silbidos estremecedores de los árboles y arbustos del parque. Helen caminaba a paso moderado hacia su pequeño piso, dos calles mas allá. Ante una repentina acometida de la brisa, se tapó como mejor pudo con su largo chal de piel hasta las rodillas. Su figura era atractiva, aunque escondida en la gigantesca prenda. Sus senos destacaban por su firmeza y redondez y sus piernas torneadas siempre eran objeto de miradas indiscretas. Trabajaba de bailarina en el pub George V de la calle Majesty, ganaba un salario impresionantemente alto ya que era la mas hermosa de las empleadas del bar y siempre era muy solicitada por la clientela.
Regresaba a su departamento después de pasar toda la noche bailando para la hambrienta aglomeración de hombres que le dejaban dinero en su liguero para que continuara la danza. Estaba agotada pero satisfecha debido al gordo paquete de billetes de a 10 libras que llevaba en los bolsillos del chal.
Su ojo izquierdo percibió un breve movimiento, lo que hizo que girara su cabeza para ver de qué se trataba. Los arbustos, agitados por el viento no presentaban cambio alguno, por lo cual Helen siguió su camino, eso sí, con paso un paso mas apretado.
Unos metros mas allá, volvió a percibir una sombra, pero esta vez el movimiento iba acompañado de un ruido como de tropiezo. Se volvió rápidamente, y al no ver nada, empezó a caminar todo lo rápido que sus elevados tacones le permitían.
Una figura alta apareció a su izquierda, lo cual vino seguido de un fuerte golpe justo detrás de la oreja de la mujer, la cual cayó como un saco en la calzada del parque. Nadie se percató del chillido que soltó Helen al recibir el impacto, ya que eran casi las 3 de la madrugada.
Una brutal bofetada despertó a la aturdida bailarina. Tenía ante sí un rostro cubierto por una capucha negra, lo cual hacía imposible determinar de quién se trataba, aunque indudablemente era un hombre por la fuerza de la cachetada y por sus anchas espaldas.
- Quieta perra, si no quieres que te destace le dijo el hombre, con una voz profunda y gutural.
Al tratar de gritar, Helen se dio cuenta de que estaba amarrada a una camilla colocada de manera vertical al piso. Unas esposas le inmovilizaban las manos y tenía amarrados los pies con cuerda. Un pañuelo a modo de mordaza le maltrataba los contornos de la boca.
Al verse en esa situación, lágrimas de desesperación, impotencia y miedo afloraron en sus ojos. El hombre se volvió de espaldas a ella y empezó juguetear con algún instrumento metálico que ella no veía, pero que tintineaba de manera atemorizante. Se trató de calmar ya que sabía que si se desesperaba sería todavía peor, lo cual la llevó a ver su entorno. Estaba atada en el centro de una habitación cuadrada, no muy grande que instantáneamente reconoció como el saloncito de su propio departamento. Habían apilado los muebles a un lado de la pared y el hombre había puesto una mesita pequeña delante de la camilla en donde Helen estaba inmovilizada.
Un calorcillo le recorrió la espina dorsal. Si estaba en su departamento era seguro que los vecinos se darían cuenta si ella gritaba dado a la proximidad de los otros pisos. Esperanzada por este pensamiento, trató de esperar el momento adecuado para empezar a chillar como loca.
- Helen, Helen, Helen. ¿Qué estás tramando, astuta zorra? Te voy a decir una cosa, ya que veo que estás pensando en reventar las ventanas con tus chillidos me veré obligado a comunicarte una terrible verdad, al primer sonido que salga de tu boquita te atravesaré tu lindo cuello con este bisturí Alzó su mano derecha en la que un brillante cuchillo quirúrgico emitía destellos amenazadores Créeme, es mejor estarse quietecita y en silencio.
La sangre dejó de fluir por un momento en las venas de Helen. ¿Quién era ese loco que amenazaba matarla? ¿Cómo conocía su nombre? Otras incógnitas de ese estilo surgían en su mente.
El gigantesco tipo se acercó a ella y sujetó su cuello con la izquierda, mientras que con la derecha le acercaba una jeringuilla que contenía u líquido transparente y cristalino. El pánico se apoderó de Helen, la cual intentó gritar, pero la izquierda del tipo se apretó fuertemente contra su boca. Sintió el piquete de la aguja y se puso a revolverse y gemir como loca por el terror.
De súbito, un letargo se apoderó de ella, dejando sus miembros como plomo. No podía mover nada excepto los ojos y sentíase hinchada y laxa.
- Pentotal de Sodio, oh! que maravilloso compuesto. En unos momentos recobrarás el control de tus miembros pero no de tu voluntad. Lo que te acabo de inyectar en tan monstruosa dosis inhibirá todo deseo o pensamiento que tengas y te hará una especie de autómata sometida por completo a mí. Haré de ti lo que me plazca.
Helen estaba en las últimas. Pensaba que iba a morir de un infarto, ya que su desesperación hacía que su sangre se agolpara y golpeara dolorosamente en sus sienes. Una sensación de tranquilidad y alivio recorrieron su cuerpo, estaba en manos de aquel extraño y no le importaba en absoluto, estaba atada ente su posible asesino y esto no le arrancaba una lágrima. Su estado era de total indiferencia, estaba atada plácidamente y su cuerpo colgaba un poco de la ataduras.
- Así te quería desgraciada, ahora conocerás al verdadero Jack.
Dicho esto, el perverso personaje que se hacía llamar Jack desató a Helen y le quitó el chal. La tendió en la alfombra del suelo y empezó a cortar sus ropas con el bisturí. Ella parecía una marioneta, ya que se movía a la más mínima presión o petición del hombre encapuchado.
Retiró los pedazos de tela revelando así la espectacular figura de la mujer. Pero su deseo no se desató con la visión de su fenomenal cuerpo, el la quería de otra manera. Sin pensarlo dos veces le hundió el cuchillo en el estómago y fue subiendo hasta su cuello, la sangre brotaba del cuerpo de la mujer y emitía pequeños espasmos cuando el cuchillo pasaba por algún nervio, mientras su vida era derramada y salía de su cuerpo por el gigantesco boquete. Jack retiró el cuchillo de su garganta y lo hundió en sus muslos, abriendo como un embutido su pierna. Se topó en su recorrido con la arteria femoral y la cortó como una salchicha. La consistencia gomosa de ésta le provocó tamaña erección. Hecho esto se dedicó a apuñalar a la mujer a placer y a sacar con una especie de gancho los intestinos y vísceras del cadáver. Éstas presentaban un sano color rosado, lo cual causó en Jack una puntada de placer. Amontonó las entrañas de la pobre Helen a un costado, estando éstas todavía unidas al cuerpo. El palpitar de su estómago y las contracciones del intestino llevaron a Jack a tener un mastodónico orgasmo en silencio mientras masturbaba su miembro con una mano cubierta de sangre y pedazos de carne.
Jack se incorporó y observó con regocijo su obra durante varios minutos. Después agarró una manta y arrastró hasta ella el irreconocible amasijo de vísceras y sangre que 10 minutos antes había sido una sana mujer. Envolvió el cadáver y lo ató con cuerdas para que nada de su precioso contenido se saliera y salió tranquilamente por la puerta con el fardo ensangrentado al hombro. Una carroza de lujo esperaba en la entrada del edificio, cobijada por la oscuridad que duraría ya escasos minutos.
Jack se subió y la carroza se dirigió hacia alguna dirección anónima
sin saber que sus actos darían pié a la leyenda que generaciones recordarían con horror, sin saber que se convertiría en el cuento que las madres le contarían a sus hijos para que éstos se fueran a la cama atemorizados, pensando que JACK EL DESTRIPADOR les esperaba metido en el clóset.