Informe del Sicólogo (3)
Le hubiese gustado agradecer a su sicólogo lo que había hecho por ella, pero como esclava no podía tener contacto con el exterior. Todas las noches rezaba una oración de agradecimiento.
Informe del Sicólogo III
Habían pasado tres meses desde que Liliana había ingresado a la casa de Plinio. Había aprendido a obedecer muy rápidamente. Los castigos que recibía por cualquier desobediencia eran tan temidos por las tres esclavas que habitaban la casa que se esmeraban en complacer a su amo. Esto no evitaba que además de ser penetradas en cualquiera de sus agujeros, a veces en medio de la noche, fueran sometidas a distintos tormentos por el sólo placer de su amo y sin tener como objetivo corrección alguna.
De las tres mujeres que habitaban la casa solamente Liliana había ido por propia voluntad. Las otras dos habían sido llevadas por familiares, cansados del mal comportamiento de las mismas.
A pesar que cuando Liliana miraba su cuerpo y lo veía cubierto de marcas de todo tipo, producto de las flagelaciones, los hierros calientes, la picana eléctrica y las inclemencias del tiempo por permanecer desnuda y atada a la intemperie, quedaba sorprendida del estado del mismo, pero se sentía feliz. No había duda que Plinio le dedicaba especial tiempo. Era la más sometida sexualmente, la que sufría castigos más frecuentemente, la más humillada de la manera más inimaginable, pero sabía que había encontrado lo que quería.
Le hubiese gustado agradecer a su sicólogo lo que había hecho por ella, pero como esclava no podía tener contacto con el exterior. Todas las noches rezaba una oración de agradecimiento.
Una de las noches, encerrada y encadenada en una jaula de castigo y antes de conciliar el sueño, oyó pasos. Era Plinio que entraba en la zona de las celdas y que guardaba también la jaula en la cual estaba Liliana. Ese día ya había permanecido colgada de sus muñecas por largo tiempo y sus músculos estaban doloridos. La joven tenía la esperanza de no ser ella el objeto de la llegada del amo a semejante hora, sin embargo se equivocó.
Plinio abrió la jaula y le quitó las cadenas.
-Esclava, dirígete a la sala de castigos. Quiero torturarte antes de cogerte.- fueron las secas palabras de Plinio.
-Sí amo. Haré lo que me ordene.-
Una vez en la sala de castigos la condujo al potro, quizás uno de los instrumentos más temidos por las tres esclavas. Una vez tensado su cuerpo, esta vez con las piernas separadas. Plinio se acercó con una picana en la mano.
-Unas buenas descargas te harán poner en condiciones para luego abusar de tu cuerpo. Puedes gritar todo lo que quieras.-
Liliana intuyó que lo que le esperaba iba a ser difícil de soportar. Respiraba de manera agitada. La primer descarga fue sobre su pezón izquierdo. Ya muchas veces había sido castigada con la picana pero en esta oportunidad la descarga fue mucho más importante que las otras veces. Sintió que le quemaba el pezón.
Aunque se había prometido a sí misma soportar el castigo callada, no pudo contener el grito de dolor. Luego fue el turno del otro pezón y más tarde una fuerte descarga en el ombligo. Su cuerpo temblaba y se retorcía sobre el potro a pasar de la poca movilidad que tenía. Luego de las descargas en el ombligo, siguieron en el pubis. Se acercaba peligrosamente a su concha y ya había experimentado ser torturada con la picana en la concha. Cerró los ojos e íntimamente rogaba que la picana no alcanzara los labios vaginales, pero nuevamente se equivocó. Plinio aplicó una fuerte descarga justo en el clítoris.
La convulsión de todo su cuerpo denotaba lo que estaba sufriendo. Plinio detuvo las descargas.
-Parece que quieres más descargas. Vamos, dime que quieres que continúe el castigo. Ya sabes cómo debes hacerlo.-
A pesar suyo sabía que debía implorar que la siguiera torturando, caso contrario no sabía en qué podía terminar el castigo. Así ella misma se oyó decir:
-Amo Plinio. Le pido, le ruego, le imploro que continúe torturándome con la picana en mi concha antes de usar mi cuerpo para su satisfacción. Usted sabe amo que estoy aquí para que usted goce con mis castigos.-
Ya que insistes en que continúe con tu castigo, unas descargas más te dejarán la concha inflamada y algo cerrada para que luego te penetre.-
Sin piedad volvió a aplicarle descargas cada vez más intensas en la castigada concha de Liliana, que gemía y se retorcía todo lo que las ligaduras del potro le permitían.
Ya esta exhausta por el castigo cuando Plinio lo dio por finalizado, La desato y la condujo al camastro en la cual la penetraría. Liliana apenas podía desplazarse pero notó el bulto debajo del pantalón de Plinio. Seguramente sería un polvo rápido. También se equivocó.
Luego a recostarse en el camastro separó las piernas dejando su vagina abierta para ser penetrada. Casi de inmediato sintió la verga que la penetraba. Las quemaduras de la picana hacían que la penetración fuera dolorosa y la poca excitación que ella tenía la perdió de inmediato. Cada entrada y salida era un verdadero suplicio. Sintió algún alivio cuando notó la descarga de la leche en su interior.
Plinio sacó la verga de la concha y la acercó a la boca de Liliana.
-Chúpala hasta que se ponga dura otra vez, que voy por tu culo.-
Liliana comenzó a chuparla y acariciarla con la lengua hasta que otra vez estaba en forma para penetrarla pero esta vez se dio vuelta poniendo el culo accesible para la entrada por allí. Casi de inmediato sintió la glande de Plinio apoyarse sobre el ano y comenzar a abrirse paso.
Debido al polvo que acababa de consumar sumado a otros durante el día a Plinio le costó correrse, pero finalmente lo hizo. Le ordenó a Liliana ponerse de pie y regresar a la jaula en la que quedó encerrada nuevamente. La joven comenzó a llorar en silencio. Esto era demasiado. Sumida en estos pensamientos se quedó dormida.
Al despertarse en la mañana siguiente sus músculos estaban doloridos pero orgullosa del tratamiento recibido. La angustia de la noche anterior y su desazón había pasado. Comenzaba un nuevo día y nuevas experiencias le esperaban. Sintió que su concha se mojaba.
Mientras tanto se desarrollaba un diálogo entre Plinio y el sicólogo que había atendido a Liliana.
-Me ha comentado Rosario que Liliana está a su cargo para castigarla como una sumisa que es.-
-Efectivamente, está aquí conmigo. Apenas la puedo torturar porque es algo sensible. Llevará tiempo poder castigarla sin piedad.-
De lo que he podido bucear en su mente lo que más necesita es castigos con el látigo. Azótela sin restricciones, en especial en las tetas y en la concha.-
-Estaba no solamente usando el látigo sino también alguna otra cosita dolorosa para ella, pero tomaré en cuenta lo que me dice. Látigo, látigo y látigo.-
-Todo aquello que le resulte humillante resultará efectivo. Creo que suspenderla de sus tobillos y castigarla en la concha también será útil.-
-Bien, veo que aunque sea de a poco hay que ser muy duro.-
-Creo que es lo mejor para ella. Supongo que además usa de su cuerpo como mujer.-
-¿Quiere decir, si se la meto en la concha?-
-Efectivamente.-
-Sí, se la meto todos los días, pero no solamente en la concha sino también en la boca y alguna vez por el culo.-
-¿Usted tiene otras esclavas?.-
-Sí, efectivamente.-
-Entonces si no se la puede coger por la concha unos días no lo lamentará mucho.-
-No. Puedo usar su boca. Es bastante buena chupando.-
-Entonces cósale los labios vaginales. Creo que es una de las fantasías que descubrí en algunas sesiones. Es otra manera de sentir que es una esclava y que debe someterse a sus deseos.-
-Veo que tiene una clara idea de lo que necesitas estas mujeres.-
-No olvide que soy sicólogo y yo mismo le recomendé que buscara alguien que la esclavizara.-
-Lo tendré al tanto de las torturas que deberá sufrir. Voy a tomar algunas fotos luego de una buena azotaína y se las envío.-
-Me gustaría tener alguna foto con la concha cosida, pero que se vea nítidamente su cuerpo y su cara. Que no queden dudas que se trata de Liliana. Después de todo ha sido mi paciente y quiero tener los antecedentes completos.-
-¿No prefiere que le envíe un video cuando le coso la concha, incluyendo los gemidos que seguramente emitirá?-
-¡Eso sería muy bueno! Aguardo ese video.-
Así finalizaba la conversación entre el sicólogo y Plinio.
Se dirigió a la celda de Liliana para que hiciera una mamada y asestarle algunos golpes en las tetas y luego continuó con las otras dos. Su apuro radicaba en que quería conseguir aguja e hilo adecuado para coser la concha de su nueva esclava.
Fue la mañana siguiente en la que procedería a coser la concha de la joven, pero Plinio planeó dos cosas más. Que las otras dos esclavas presenciaran el castigo y que todo fuera filmado por un profesional.
Así luego de atarla a un sillón ginecológico, la concha de Liliana quedaba lo suficientemente expuesta como para proceder a su costura. Luego trajo a las otras dos esclavas que amarró a sendos sillones ubicados frente a las piernas separadas de Liliana y aguardó la llegada de quién haría la filmación.
Una vez instalado el equipo de video y ubicados los micrófonos, Plinio enhebró la aguja y se acercó al coño de Liliana. Tomó el labio externo izquierdo entre dos dedos para estirarlo un poco y comenzó a perforarlo. En otras oportunidades Liliana ya había sufrido el traspaso de los labios con agujas, pero ésta era más gruesa y cuando hubo traspasado completamente comenzó a deslizarse el hilo. Fue allí cuando sintió verdadero dolor, sin imaginar lo que estaba sucediendo, lo que no i9mpidió que emitiera gritos de dolor-
Luego de atravesar el labio derecho, tomó ambos extremos del hilo e hizo un nudo y contranudo. Sin poder determinar exactamente qué ocurría, Liliana sentía un fuerte dolor y escozor en su concha y continuaba con sus gritos que eran registrados en el video.
Plinio tomó un espejo y permitiendo que la esclava viera cómo estaba su concha.
-Esclava Liliana. Te he comenzado a coser el coño. Este es el primer punto que te doy pero serán varios para que los labios queden juntos. Creo que usaré una aguja más gruesa porque apenas has gritado cuando atravesé los labios.-
Las otras dos esclavas pudieron entonces ver lo hecho. Si bien habían sufrido distintos castigos y torturas nunca pudieron imaginar semejante cosa. El espanto se apoderó de ellas.
-Prepárate que continuaré cosiéndote. Puedes gritar y gemir a gusto que no me detendré.-
-Señor Plinio, soy su esclava y estoy aquí para obedecerlo, pero esta tortura no la merezco. Azóteme, castígueme con la picana, cláveme aguja si lo desea pero no me cosa la raja.-
-¡Cállate impertinente! Si no lo haces luego de coserte la concha te coseré la boca.-
Liliana comprendió que todo era inútil y comenzó a llorar. Las otras esclavas también comenzaron a lagrimear pensando en el sufrimiento de Liliana.
Imperturbable, Plinio comenzó a clavar nuevamente la aguja. Ésta era algo más gruesa que la anterior, arrancando gemido de dolor de Liliana. Otro nudo más y la concha quedaba un poco más cerrada. Así siguió hasta anudar el hilo ocho veces quedando en otros tantos puntos los labios vaginales en contacto. La filmación de todo el proceso finalizaba. 20 minutos de grabación.
Dejando a las mujeres en la posición en que estaban, Plinio se dirigió al ordenador, descargó el video y lo envió al sicólogo.
Plinio llamó por teléfono al sicólogo.
-Ya tienes en tu casilla varias fotos de Liliana siendo azotada y el video con la cosida de la concha. No sabes cómo ha gritado. Sin duda es una buena tortura. Dime luego si te ha gustado ver a tu paciente revolcándose de dolor.-
El sicólogo descargó el video y lo reprodujo. No pudo evitar tener una erección. Tener a un joven completamente a su disposición, torturándola si ese era su gusto, superaba todo lo posible. Le hubiese gustado ser Plinio.