Informe del Sicólogo (2)
Liliana se pone a dosposición de Plinio y comienza su tratamiento
Informe del Sicólogo II
Informe del Sicólogo II de IV
Así finalizaba la escueta plática telefónica. Liliana estaba nuevamente confundida. ¿Sería Plinio el hombre conveniente para ella? ¿Sería demasiado riguroso en los castigos? No habían hablado nada acerca de las cogidas. Solamente acerca de los castigos. ¿La tendría de tamaño adecuado? ¿Tendría suficiente fuerza como para atender adecuadamente a tres esclavas? Más preguntas que respuestas Esperaba que al día siguiente pudiera responderlas.
Se presentó a la hora indicada. Plinio le preguntó reiteradamente si estaba dispuesta a ser su esclava sin condición alguna.
-Mi sicólogo me ha dicho que es mi única solución, que me someta totalmente a la voluntad de un hombre aunque ello implique recibir cruentas torturas.-
-En ese caso podría aceptarte. Denúdate que quiero observar tu cuerpo.-
Así lo hizo quedando completamente desnuda un frente a Plinio.
-Tienes buen cuerpo para comenzar con el látigo. Te espero mañana por la mañana. Tienes que venir completamente depilada y sin desayunar. Podrías vomitar si te torturo con el estómago ocupado.-
Liliana se estremeció. Confiaba en su sicólogo pero las palabras de Plinio la dejaron algo preocupada. Apenas pudo dormir durante la noche. Muy temprano en la mañana siguiente se presentó en la casa de su verdugo. Había cuidado de afeitarse minuciosamente para que quedaran vestigios de pelos de la otrora poblada zona del pubis y coño
-Desnúdate que te conduciré a una celdxa. Justamente estaba castigando a una de las esclavas,-
Liliana se desnudó rápidamente y se puso a disposición de Plinio que la condujo a la celda donde quedó encerrada. Por su parte su amo regresó a la sala. Allí tenía a una joven, colgada de sus tobillos y con los brazos amarrados al piso y con evidentes signos de haber sido azotada.
Plinio tomó un látigo y se acercó a María, la joven que continuaría siendo azotada.
-Continuaré contigo esclava ¿Qué debes pedirme?-
-Amo y Señor Plinio, tortúreme sin compasión. Que el látigo se marque mi cuerpo.-
Plinio levantó el látigo y lo descargó sobre el cuerpo de María. A pesar de haber pasado muchas veces por situaciones semejantes, recibiendo castigos feroces, no pudo contener el alarido de dolor. Liliana, desde su celda, escuchó los gemidos y lamentos de la otra esclava y se estremeció de sólo pensar que eso mismo le ocurriría a ella y no pudo contener su vejiga y pequeño chorro de orina se deslizó por sus muslos hasta el piso.
Veinte minutos más tarde el cuerpo de María estaba cubierto de rayas rojas y moradas, producto de los sucesivos azotes. Estaba casi inconsciente por el tiempo que había permanecido en posición invertida y la flagelación sufrida. Sin embargo Plinio decidió no bajarla de la posición en que estaba hasta pasado una hora.
Luego se dirigió a la celda de Liliana y le anunció que por la noche habría una reunión para celebrar su ingreso a la casa. Era una ceremonia que hago siempre que ingresa una nueva esclava.
Alrededor de la ocho de la noche le indicó que se colora unas bragas y un sostén y cubriera su cuerpo con una túnica. La condujo al salón comedor. Allí, en un costado, pendía del techo una anilla a la cual fijó las esposas que rodeaban sus muñecas.
Poco después llegaban los invitados, cada uno portando una pequeña valija o bolso. La joven, con sus brazos en alto era presentada a cada uno de los visitantes, como "la nueva visitante de la casa". Cuando ya estaban presentes todos los asistentes previstos, Plinio invitó al mayor de todos, un hombre de unos cincuenta años, a que procediera a mostrar el cuerpo de Liliana.
José Luís, tal era el nombre del convocado, comenzó a quitar las distintas prendas hasta que Liliana quedó completamente desnuda frente a los asistentes. Varios de ellos se acercaros para palpar el cuerpo de la joven y comprobar su firmeza, tersura de su piel y humedad de su vagina. Una vez finalizada la inspección por parte de todos, se dirigieron a la mesa donde fue servida una cena. Las camareras eran las otras dos esclavas de la casa. Solamente un diminuto triángulo de tela les cubría la concha.
Luego de ser servido el postre, Plinio anunció que el verdadero "postre" los esperaba con sus brazos en alto y completamente desnuda. Casa uno se dirigió a la respectiva valija o bolso que había traído y comenzaron a vaciar su contenido.
Ante la vista desesperada de Liliana, observó látigos de todo tipo, prensas para las tetas, mordazas, pinzas cocodrilo de diverso tipo y tamaño, una picana eléctrica y otros instrumentos de tortura que serían usados sobre su cuerpo.
El primero en acercarse a Liliana, látigo en mano fue precisamente José Luís. Observó con detenimiento el cuerpo de la joven, eligiendo el lugar al cual dirigiría el azote. Se decidió por las tetas.
Levantó el látigo y lo descargó con mediana fuerza sobre los pechos. Por el largo de la cola del látigo, el cuerpo fue rodeado por el mismo. La punta hizo impacto luego de cruzar toda la espalda. Liliana no pudo contener un grito desgarrador. No imaginaba que podía doler tanto un azote dado con ese látigo en sus tetas. No pudo evitar que algunas lágrimas saltaran de sus ojos.
No fu el único azote que José Luís aplico a Liliana. No se había recuperado aun del primero que otro sonoro latigazo golpeó su cuerpo nuevamente a la altura de las tetas. El hombre se retiró y dejó paso a otro de los asistentes.
Éste eligió una vara muy flexible con la que castigaría a la joven esclava. Su ubicó detrás de ella y descargó un fuerte golpe en el culo. Un nuevo gemido y movimientos espasmódicos queriendo soltar sus ligaduras.
El siguiente invitado se acercó a la joven y le indicó que abriera la boca para colocarle una mordaza. La última esperanza de pedir clemencia o perdón le quedaba vedada. El mismo invitado fue en busca de una picana de dos puntas que acercó a la entrepierna de Liliana. Apenas hizo contacto con la húmeda parte de la concha de la esclava, un temblor sacudió todo su cuerpo. Nunca había imaginado que una descarga en su concha haría un efecto semejante. La descarga se prolongó por varios segundos que parecieron horas a Liliana.
El siguiente castigo consistió en la colocación de pizas cocodrilo de gran maño en los pezones y los labios vaginales. Aun permanecía con la mordaza y en cada colocación podían escucharse gemidos lastimeros y apagados. Todos los presentes disfrutaban del espectáculo mientras las otras dos esclavas, obligadas a permanecer en el salón, sabían lo que estaría sufriendo su compañera. Ellas habían pasado por pruebas similares.
Al finalizar la cena el cuerpo de la joven estaba completamente marcado por los distintos castigos, todos ellos crueles y aplicados sin piedad sobre su cuerpo, por los invitados.
Plinio satisfecho la condujo a la celda que de ahora en más ocuparía.