INFLUENCIA (9) – Reunión de negocios.

Todo no va a ser trabajo, el placer también ocupa su lugar y cada cual lo encuentra . . . a su manera, sobre todo cuando nadie puede negarte nada.

INFLUENCIA (9) – Reunión de negocios.

La cacería del fin de semana transcurrió sin incidentes. La agenda ya estaba establecida. El sábado temprano se acudió al coto, a la perdiz. Almorzamos en el campo y, fue en ese momento, sin testigos y verbalmente, cuando se fijaron los términos del acuerdo para el negocio que nos había reunido. El sistema era sencillo. Un ayuntamiento licitaba unos terrenos, en su mayoría rurales, que nosotros adquiríamos a través de una sociedad de inversión creada al efecto, con un crédito de la caja de ahorros. En un año esos terrenos eran recalificados y vendidos por 20, 30 o 40 veces su valor. Había que “agradecer” su contribución a algunos “colaboradores necesarios” pero, por lo demás, todo era legal, muy rentable y seguro, dado que en ningún momento se ponía dinero propio.

A media tarde, tras asearnos, hicimos una visita a las bodegas  y el resto del fin de semana fue pura fiesta. Las chicas eran las encargadas de atendernos “atentamente”. Servían las mesas, llevaban el servicio de habitaciones, y siempre se mostraban cariñosas y receptivas. El más entusiasta demostró ser el director de la caja que, poco acostumbrado a estas fiestas, pareció sorprenderse al ver la naturalidad con que todos tratábamos a las chicas, tocándolas, sobándolas y metiéndolas mano continuamente. Supo adaptarse rápidamente y al terminar la cena me preguntó “oye Enrique, esa morena me ha puesto como un toro ¿crees que podré llevármela a la cama?”

  • Por supuesto -le contesté- pero tendrás que llevarte también a la rubita que está a su lado, porque son muy amigas y nunca van a ningún sitio solas -no pareció importarle la “imposición”.

Las chicas no tardaron en quedarse desnudas y varios de los invitados llegaron a los postres con el culo al aire.

Si algo deja claro este tipo de fiestas, es la vileza de la condición humana. Los que pagan creen tener derecho a todo y no se reprimen en absoluto. Son los poderosos y gustan de demostrarlo. Por eso es tan importante el papel de Luisa, ella es la encargada de hacer la selección de las chicas, conoce a los clientes y sabe lo que pueden exigir. Lo normal es que las muchachas tarden un par de semanas en recuperarse de estos “trabajos” y deben estar preparadas. Cuando un cliente se encapricha de una chica, Luisa siempre tiene la última palabra y sabe convencer al cliente. Yo casi no conocía a la mayoría de las mujeres de esta fiesta y eso da una idea de la valía de ella.

Ningún invitado quiso pasar la noche sólo. Ribera también se llevo a dos chicas, conociéndole seguramente serían las más maltratadas, por lo que quedaron tres para mi. Estando yo presente, la elección que hacían los invitados nunca era del todo libre ni casual, de hecho tarde poco en decidir que la chica más joven, que dijo llamarse Betty “con dos tes” y que acababa de cumplir 20 años, se quedaría conmigo. No nos conocíamos pero estuvo toda la noche rondándome, alguien le había hablado de mis habilidades amatorias. A las otras dos, las conocía de vista, eran habituales en este tipo de actos, aunque nunca habíamos tenido “contacto” a solas. Fui el último en retirarme, Betty se acercó a mi y me tomó del brazo

  • ¿vamos a tu habitación? - me susurra con cierta ansiedad.
  • Todavía no, primero vamos a darnos un baño al aire libre los cuatro. - Betty mostró cara de extrañeza, era una noche de otoño poco agradable, pero una de las otras putas pareció saber lo que pretendía porque sonrió (no recuerdo su nombre “de guerra” porque acostumbraban a cambiárselo con demasiada frecuencia). Las tres me siguieron al jacuzzi.

Recuerdo el día que Ribera me enseñó su capricho, el “rincón secreto” como él decía, era un jardín de inspiración japonesa, situado en un discreto recoveco de las instalaciones, con unas magnificas vistas a la sierra y un gran jacuzzi climatizado en el centro, “...para seis personas … casi cuatro mil litros de agua … gasta tanta electricidad como cuatro viviendas de gente normal ...” no recuerdo todos los detalles técnicos, no me interesan, pero creo ser el “amigo personal” que más ha sabido apreciarlo.

Tardaron poco en desprenderse de la escasa ropa que todavía llevaban y sumergirse en él. Yo me demoré un poco más, mirándolas dar saltitos dentro del agua, chillando cada vez que los chorros les impactaban.

  • Ahora vuelvo. - regresé de nuevo al abandonado comedor, que asemejaba una zona devastada: ropa desperdigada, sillas volcadas, comida por todos lados, charcos de bebida, . . . y me dirigí a por una botella de whisky. Encontré una botella entera de Cardhu y regresé con mis anhelantes amigas.

Bebí con moderación. Los efectos de la bebida pueden ser muy perniciosos para mi y para los que están a mi alrededor. Aún así, la botella terminó vacía y las tres, con un evidente estado de embriaguez, fueron objeto de mis caprichosos juegos con tanto entusiasmo como irresponsable despreocupación. Mi “ocurrencia” más entretenida consistió en mandarlas clavarse el culo cada una en un jet

“os quiero con el culito bien limpio”. Este improvisado método de aplicar una lavativa hizo que, entre risas, sus intestinos recibieran una importante cantidad de líquido. En pocos minutos empezaron a notar los retortijones y pasaron de las risas a las súplicas: “necesito ir al baño”...”no puedo aguantar más”...”por favor, me muero”... y yo “no...no...no”. En ocasiones normales se lo hubieran hecho encima, sin poderlo remediar, pero no estaban con una persona normal. Las obligué a aguantar en contra de su voluntad, por puro capricho.

  • No seáis quejicas. Daros la vuelta que me apetece hacer una ronda de enculadas – y las iba enculando alternativamente, mientras acariciaba sus hinchados vientres para mayor mortificación. En contra de lo que cabría esperar, al aguantarse tanto sus esfinteres estaban sumamente prietos.
  • Ánimo. Demostradme lo que sabéis y en cuanto me corra, podréis ir a evacuar. - y a ello se dedicaron en cuerpo y alma, con desesperación, chupando, montándome, acariciándome con sus cuerpos, … y yo dejándome hacer y concentrado para prolongar el momento todo lo posible. Quien no haya tenido una experiencia sexual en un jacuzzi no sabe lo que se pierde. Llego el momento que alguna ya estaba al borde del desmayo.
  • Bueno, vale, cogeros de la mano e id a aliviaros en esos arbustos de frente, para que yo pueda veros . . .- y allí fueron agarradas las tres, casi a gatas, mientras yo permanecía recostado dentro del agua. Tardaron en comenzar a defecar, después de tanto tiempo reteniéndose, y las observé como intentaban mantenerse en cuclillas, sin soltarse. Terminaron vaciándose de rodillas, incapaces de mantener el equilibrio, y parecía que no acabarían nunca. Quedaron tan agotadas que tuve que llamarlas para que volvieran a acabar su trabajo y se acercaron renqueando y temblorosas por el esfuerzo y el frio.

Permanecimos casi una hora más con nuestros juegos. Desperté su deseo y mi regalaron toda su sabiduría y yo a ellas varios orgasmos. Finalmente decidí terminar la noche en mi habitación con Betty. Las otras dos pusieron cara de sentirse ofendidas pero Betty estaba radiante por haber sido la elegida. No me equivoqué, su juventud y flexibilidad me encandiló. Cuando finalmente nos quedamos dormidos, estaba agotado y ella se sentía la mujer más feliz del mundo, aunque al día siguiente tendría agujetas por algunas posturas que la obligué a mantener.

Durmiendo estaba cuando un golpeteo en el hombro me hizo despertar. Era Ribera que me hacía señas para que le acompañara. Ya en el pasillo me dijo “ha ocurrido una desgracia terrible, . . . tienes que ayudarme”

  • ¿qué ha ocurrido? -pregunté, temiéndome lo peor.
  • Una de las chicas que estaba conmigo . . . se ha caído . . . creo que se ha roto el cuello.
  • Joder . . . vamos a tu habitación.

Nos dirigimos a sus habitaciones personales y, justo antes de entrar, percibí dos presencias ...vivas; al menos no había muertos. Al entrar vi a una de las chicas atada en un sillón, con los brazos amarrados al respaldo y las piernas abiertas, totalmente expuesta, atadas a los reposabrazos. Estaba sufriendo un ataque de histeria, de no ser por el trapo que tenía metido en la boca, creo que eran sus propias bragas, sus gritos se oirían por toda la casa.

La otra chica estaba tumbada en el suelo, junto a la cama, y su cuerpo mantenía un ángulo extraño. Al acercarme vi que estaba desmayada y al examinarla aprecié que tenía un hombro dislocado que le daba esa apariencia. No parecía grave. Respiré aliviado. Me volví hacía Ribera que me miraba entre asustado y avergonzado.

  • Tranquilo, no está muerta. Parece que sólo es el hombro. Espérame abajo, en la cafetería. Luego estaré contigo.
  • ...¿seguro?... joder qué susto. ¿y qué va a pasar ahora?...si la da por denunciarme...
  • No va a pasar nada. Yo me encargo. Tu espérame abajo.
  • Graciás Enrique. Eres un amigo. Esto no lo olvidaré.

Cuando salió, me dirigí a la chica atada. Tome su cara con las manos y la bese en la frente para tranquilizarla. “ya está. Todo ha pasado. Ahora yo estoy aquí ¿de acuerdo?”. Afirmó con la cabeza y empezó a normalizar su respiración. La quité el trapo de la boca “ahora voy a desatarte espera un poco ...”.

Se frotó las muñecas al quedar libre y se quedó mirando a su compañera “¿está . . . muerta?” preguntó.

  • No. Sólo está desmayada y tiene un hombro dislocado. Necesito que me ayudes a colocárselo antes de que recupere el conocimiento. La dolerá menos. ¿crees qué podrás?
  • Si … sólo dime lo que debo hacer.
  • Quiero que la sostengas fuerte de la cintura y por debajo del sobaco. Tengo que estirar muy fuerte del brazo para llevarlo a su sitio. ¿preparada?

Lo hizo bien. Cuando coloqué el hombro la chica desmayada emitió un ligero lamento. Esperé un poco antes de devolverla la consciencia. Mantuve a ambas abrazadas a mi, infundiéndolas tranquilidad y confianza y “convenciéndolas” de que se lo estaban pasando estupendamente hasta que ocurrió el tonto accidente. Al final querían ir a pedir disculpas al señor Ribera por el mal rato que le habían hecho pasar. No las dejé. Tampoco había que exagerar. Las dejé descansando en la cama y llamé a Luisa para que mandase a alguien a buscarlas. Su fin de semana había terminado.

En la pequeña cafetería del establecimiento, Ribera esperaba visiblemente nervioso.

  • No se lo que me ha pasado, Enrique, . . . me he dejado llevar y . . .
  • No te preocupes. Sólo ha sido un accidente que quedará en nada.
  • Ya ...ya, pero es que yo … cada vez más … A veces fantaseo con tener una mujer a mi entera disposición, sólo para hacerla sufrir y ...¡se me ocurre cada cosa!
  • Todos tenemos nuestras fantasías -comenté, quitando importancia al asunto.

Estuvimos charlando un rato más, le convencí para que les diese a esas chicas una gratificación extra, hablamos de nuevos negocios . . . y cuando las dos chicas se fueron, todavía quedaba una hora para que amaneciera. Me fui a dormir otro rato.

Pasaba del mediodía cuando los invitados empezaron a aparecer por el comedor. Todos estaban exultantes, incluido el director que andaba con dificultad y pidió un cojín para la silla antes de sentarse. Las dos chicas que eligió se lo habían hecho pasar francamente bien. Betty estuvo toda la comida pendiente de mi, como un perrito faldero, atendiéndome con devoción. Las otras dos chicas que compartieron conmigo el jacuzzi atendieron a Ribera y nadie preguntó por las ausentes. La comida transcurrió con “normalidad” y, al finalizar, nos despedimos seguros de que haríamos más negocios juntos.

Conduciendo de regreso a la ciudad iba pensando en como recibir el próximo domingo a Raquel, ese incordio imprevisto que la felicidad de Pilar y Alma habían convertido en problema con su indiscrección. Tenía toda la semana para prepararme.

(continuará)