INFLUENCIA (6) - Vida normal (I)

Organizo un acto de desagravio para un empleado gay y recibo una buena noticia.

INFLUENCIA (6)- Vida normal (I).

Empieza aquí la segunda parte de mis relatos con las notas que, como si de un diario personal se tratase, fui tomando a lo largo de los años. Siempre las he utilizado para mejorar mi actividad, con vistas al futuro, como una forma de corregir errores y ser más eficaz. Por eso, aunque parezcan a ratos estar relatados en tiempo presente, conviene recordar que son hechos acontecidos hace años, aunque si mantienen el orden cronológico.

Tengo mis negocios “legales” un poco abandonados últimamente. Supongo que me he acomodado en mi propia rutina muy rápidamente. Este fin de semana lo pasaré en la casa que Gustavo y su cariñosa mujer Sandra tienen en un pueblo cercano. Gustavo era el dueño de un concesionario de coches coreanos al que conocí a través de su esposa, una auténtica “salida” siempre en celo. Le convencí hace dos años para que me hiciera su socio y desde entonces el negocio había mejorado mucho, hasta el punto de que dentro de unos meses inauguraremos un concesionario multimarca.

Pero mi mayor fuente de ingresos procede de mis contactos y “amistades” que siempre me tienen informado de las mejores inversiones que se pueden hacer y que acostumbran a tener unas plusvalías enormes.

Hoy me encuentro en un centro comercial en el que tenemos varios vehículos expuestos. El vendedor oficial es Andrés, un joven al que yo contraté y al que se le van los ojos tras cualquier muchachito guapo. No está bajo mi influencia, no siempre es necesario, la mayor parte de las veces basta con predisponer favorablemente a las personas hacia uno, “ayudarles” a tomar una decisión, hacerles un favor inconfesable o, simplemente despertar su simpatía; seguirán haciendo su vida normal y yo no tengo que preocuparme por ellos. Lo otro sería como crear una granja de animales domésticos, muy peligroso y sumamente aburrido.

Una pareja joven pasa cerca del lugar donde estoy sentado en la cafetería y dirigen su mirada a los coches. Les empujo mentalmente, (“¡qué bonitos! Seguro que podemos permitírnoslos”) y se acercan a Andrés que los recibe con una sonrisa. Estos comprarán. Aunque no pueda colgarme las medallas, ¡soy el mejor vendedor del mundo!.

En estas elucubraciones estaba cuando casi oí gritar su pensamiento a un enorme guarda de seguridad que los observaba: “maldito maricón de mierda”. Para alguien que, como yo, conoce todas las aberraciones posibles, tanto odio por semejante tontería me irritan profundamente. Decidí darle un escarmiento.

Obligo al vigilante a mantener la vista fija en el comercial y le obligo a meditar (“el caso es que no esta mal, podría dejar que me . . .”), se asusta de haber pensado eso e intenta alejarse del lugar; sólo consigue dar dos pasos antes de que le obligue nuevamente a fijar su vista en él (“se me está poniendo dura . . . ¿me dejaría que se la chupara?”, ahora si que está asustado de sus “no” propios pensamientos. Intenta alejarse de allí a toda prisa pero yo me cruzo en su camino:

  • hola, perdona, he visto como mirabas a mi amigo Andrés.
  • ...¿quién, yo? … no … ¿porqué iba a mirarle? …
  • venga, hombre, - le doy una palmada amistosa en el brazo, a la altura del hombro; con el contacto le impido que deje de escucharme – no hay porque avergonzarse. Andrés es un buen chaval que te lo puede hacer pasar muy bien.
  • … no, no … yo no … nunca … - está al borde de las lagrimas, sin saber que le está pasando.
  • No hay porque tener miedo, hoy vas a aprender que se puede disfrutar de momentos felices en la vida, de muchas maneras distintas y eso es bueno. Ve discretamente a la zona de servicio donde el concesionario tiene alquilado el cuarto para guardar los trastos por la tarde y espéranos. Ya sabes donde es.- se aleja cabizbajo, agotado, incapaz de replicar, deseando que lo que tenga que ocurrir pase cuanto antes … y yo me dirijo a Andrés que esta exultante  … porque la última ha sido la cita 50 que ha acordado  hoy con unos posibles compradores.
  • ¡siempre he dicho que me traes buena suerte, jefe, eres como un amuleto cuando estás cerca! -me dice con su aflautada voz-.
  • Si, ya lo sé. Y tengo una sorpresa para ti … con el vigilante de la zona.
  • ¿con ese … machista?, no gracias, ya le conozco.
  • No seas tonto, es una cita en toda regla. Deja esto un rato y sígueme. - no le permito que dude y viene conmigo … con el ceño fruncido.
  • ¿ves?, aquí le tienes – le comento nada más llegar y cerrar la puerta – ande señor “agente” quítate los pantalones y ponte con el culo en pompa sobre esa silla, para que mi amigo vea tu buena disposición.

El pobre hombre obedece totalmente avergonzado y con eso consigo disipar todas las dudas. Andrés sólo acierta a soltar un “...joder...” y se apresura a desnudarse a su vez, de cintura para abajo. Ahora soy yo el sorprendido; no me esperaba que pudiera tener una tranca de ese tamaño, pese a no estar todavía totalmente erecta. Esto va a ser un estreno para no olvidar. Por contra, al vigilante parece menguarle cada vez más el colgajo. No es excitación sexual precisamente lo que tiene.

El “experto” vendedor escupe un par de veces en el ofrecido ojete y empieza a pasarle el pene entre las nalgas. “deja que te la lubrique él con la boca, así podrá disfrutar de todas las posibilidades” - le sugiero-. No se hace de rogar, ni tampoco el vigilante que abre la boca, sacando la lengua, como si se dispusiera a comulgar. Ni siquiera consigue introducirle la mitad de su aparato, pese a lo cual “mi regalo” boquea, parece asfixiarse a ratos, con los ojos casi fuera de las órbitas, y babea de forma descontrolada. Cuando vuelve a ponerle en posición y comienza a penetrarle, las lágrimas asoman en sus ojos. Finalmente consigue metérsela entera, tras un buen rato y mucha insistencia; yo tengo los ojos abiertos como platos y la boca del pobre hombre . . . bueno, parece que se le hubiera desencajado la mandíbula, casi espero ver asomar el capullo de Andrés por ella. Curiosamente, el flácido pene del “desvirgado” macho ha comenzado a gotear liquido preseminal … (“. . . ¡pues no va a resultar ahora que ha encontrado la felicidad de verdad . . . !”) y decido que ha llegado el momento de dejar a los tortolitos solos.

Me despido de ellos, poniendo una mano sobre la cabeza del vigilante y dando un beso en los labios a Andrés. Cuando al salir suena el clic de la puerta cerrándose, ellos ya han olvidado que yo estuviera alguna vez allí o que tuviera algo que ver. Para ellos su recuerdo sólo sera el de una curiosa e inexplicable aventura sexual que surgió de manera espontanea.

Camino hacia el aparcamiento, riéndome sin disimulo, pensando en la escena del enorme corpachón siendo cabalgado por el pequeño, flacucho y desgarbado amante. Seguro que todavía tienen para un buen rato.

Antes de volver a casa, paso por la consulta de Juanma, el ginecólogo. Me ha llamado para hablar personalmente conmigo. Teresa estará allí para una revisión. Ya se lo que quiere contarme, me he dado cuenta de que algo hay entre esos dos, pero prefiero que me lo digan ellos.

  • Hola, Enrique, por favor, pasa a mi despacho – cuando entro, Teresa ya está allí.
  • Bueno, vosotros diréis, ¡me tenéis asustado! - digo disimulando.
  • No,no … si igual ya te lo imaginas … tu siempre te enteras de todo …. el caso es que … Teresa y yo nos hemos enamorado y queremos casarnos -suelta por fin de sopetón, callando para secarse el sudor que perla su frente, mientras Teresa, desde su silla, con la cabeza gacha, se frota las manos convulsivamente. ¡qué cosas esto del amor!

Ambos están nerviosos y asustados, temen mi reacción, pero la verdad es que me parece una solución perfecta. Dos años y medio después del parto, Teresa sigue dando leche y yo disfruto con ello, pero en lo demás, desde que lleve a casa a Pilar y a su hija Alma, se ha limitado prácticamente a labores de chacha. Y el niño. No me gustan los niños. Su inmadura mente me hace difícil seguir el hilo de sus pensamientos y sentimientos y si se intenta influirles . . . es más fácil destruirles mentalmente que conseguir algún resultado útil.

  • ¡Esto si que es una sorpresa! Y ¿para cuándo sería la boda? -les digo sonriendo.
  • No lo sé … primero queríamos hablar contigo … -me dice Juanma, mientras se miran y noto como se van relajando. Están contentos.
  • Gracias, estoy emocionado -vuelvo a mentir- pero me gustaría que hasta la boda Teresa siguiera a mi servicio y después . . . como supongo que tendréis muchos más hijos . . . me gustaría seguir disfrutando de sus jugosos pechos de vez en cuando.
  • Por supuesto – se apresura a afirmar él- después de todo lo que hemos hecho juntos, no hay lugar para los celos.
  • Si, -confirma ella- yo siempre estaré a tu servicio.

Ambas cosas las sabía, pero me encanta que me las digan. Lo dicho, una solución perfecta.

(continuará)