INFLUENCIA (4) - Estableciéndome.

Todo parece ir "rodado". La decisión de quedarme ya está tomada y sigo aumentando mi particular lista de depravadas amistades y las ayudo a ser "felices".

INFLUENCIA (4) – Estableciéndome.

Eran casi las diez de la mañana cuando Adolfo entró en mi habitación. Sonrió al ver como su mujer me estaba comiendo la polla, mientras mi mano había desaparecido enterrada en su coño. Siempre me gusta empezar el día con una buena descarga. Me permite estar más relajado, sin necesidades inmediatas que me hagan ser imprudente. Cada cual tiene su “yoga” particular.

  • A llamado la chica morena de ayer por la tarde – me informó Adolfo.

  • ¿. . .y . . .?

  • Ha dicho que estará con su amiga, a las 11 y media, en la cafetería británica, frente al parque.

  • Gracias, retírate.

Cuando me vacié, recordé la noche anterior e hice que Esther llegara, empleándome con violencia. No la importó.

Llegué a las 11,35 y las vi sentadas en una mesa. La amiga de Teresa me llamó la atención en seguida, era muy bajita pero con unas tetazas impresionantes y una cara de lagartona que no podía con ella.

  • Hola Don Enrique, mire, esta es mi amiga Luisa -me presentó. Le di la mano y un casto beso en la mejilla y desde ese momento ya no tuvo salvación.

A Luisa desde el primer momento le parecí el hombre soñado y sintió una profunda envidia de su amiga por ir a pasar tanto tiempo conmigo. Empleé con ella, por puro divertimento, el primer juego de infancia que descubrí que podía hacer con las mujeres, antes de saber lo que yo era. Consiste en calentar su libido hasta que son incapaces de negarse a nada. Mantuvimos una charla informal durante un rato, y cuando estuve seguro de tenerla a punto dije “disculpadme un momento, tengo que ir al baño”. Por supuesto, ella tuvo la misma necesidad y cuando llegamos la metí conmigo al servicio de caballeros y cerré la puerta. La alcé en vuelo para subirla al retrete, aún así seguía por debajo de mi, y la quité el pantalón, el tanga y los zapatos mientras ella, abrazada a mí y pegada a mi boca, emitía auténticos lamentos de pura pasión. Bajé mis pantalones y la penetré. Se enroscó a mi con sus piernas, dando gritos de placer, y tuvimos un orgasmo casi simultaneo.

Pese a su aspecto, siempre había sido una chica de pueblo modosita y trabajadora, pero eso se había acabado.

  • A partir de ahora serás mi puta. Una de mis putas. Y harás lo que yo quiera y con quien yo quiera.

  • Si, si . . . lo que tu digas. Será maravilloso si es lo que tu quieres.

Hice que me limpiara con la boca y me guarde su tanga. Era una prenda poco frecuente en la época.

  • Límpiate y arréglate. No quiero que Teresa te vea así.

Salí y Luisa cerró la puerta tras de mí. Cuando regreso con nosotros a la mesa, Teresa lo adivinó todo nada más verla y sonrió satisfecha de que su amiga me hubiera conocido tan bien.

Pensé en lo de tener putas. Esta era una ciudad con mucho dinero y organizar de vez en cuando algunas exclusivas y discretas fiestas podía ser un buen negocio. Además, ya tenía a un servicial ginecólogo para atenderlas. De todas maneras, tendría que empezar por establecer algunos negocios “honrados”.

La inmobiliaria cumplió; acordamos otra serie de inversiones que tenía previsto hacer y, en cuanto me hube instalado, comencé una serie de viajes a varias capitales europeas para desbloquear alguna de mis cuentas secretas y disponer de liquidez suficiente para todo lo que había planeado.  En aquellos años Internet casi no existía y los bancos españoles apenas habían comenzado a internacionalizarse por lo que este tipo de cosas seguían haciéndose en las mesas de los despachos, sobre todo en Londres y Suiza.

Esther y Adolfo se llevaron un disgusto cuando se enteraron que me mudaba. Por ellos me podría haber quedado gratis, el resto de mi vida. Lógicamente, no les apetecía volver a su anterior rutina. Yo ya lo había previsto y dediqué la última semana que pase en el hostal a buscar sustitutos que aliviaran mi ausencia.

El primero fue un viajante de lencería, que solía hacer noche en el establecimiento una vez a la semana. Lo preparé todo para que coincidiéramos los cuatro la siguiente vez que vino.

  • Hombre, Jesús, ¿que tal, otra vez por aquí? - nos dedicamos unas cuantas frases protocolarias durante un rato hasta que le solté “¿sabes Jesús? Viendo lo bien que te trata Esther, creó que deberías hacerla un favor sexual”. Se sorprendió un poco de mi “broma” pero mantuvo el tipo.

  • ¡Que más quisiera yo! ¡con la de tiempo que paso fuera de casa! Pero no creo que su marido lo entendiera. -exclamó mirando al aludido.

  • A mi no me mires. Yo no soy celoso. -clarificó Adolfo.

Ahora el resto era cosa mía; me apoye amistosamente sobre su hombro y empleé toda mi capacidad de convicción para tan noble causa. “ya sabes que esto del sexo, si no se le echa algo de pimienta de vez en cuando, termina siendo rutinario...”, “...hay que ser abierto de mente...”, … y a los cinco minutos estaban los tres desnudos en mi habitación, conmigo contemplándoles divertido, desde mi sillón. Mientras su mujer le estaba dando al viajante una mamadatod que le cortaba la respiración,  Adolfo permanecía sentado en una silla, cascándosela. Tuve que darle un toque “¡Adolfo! ¡Que dentro de poco no voy a estar aquí para decirte lo que has de hacer! Ten un poco más de iniciativa y ayuda a atender a tu mujer.” no hizo falta insistirle, se sumó a la acción y la verdad es que se organizaron muy bien. Esther podía con todo. Terminaron dejando la cama empapada de sudor, saliva y otros fluidos y consiguieron calentarme. Llamé a Esther para que me diera una buena mamada (a estas alturas ya me había cogido muy bien el punto), mientras marido y amante se alternaban en su retaguardia compartiendo halagos sobre ella.

Una vez todos vestidos y tomando una copa, inculque un poco más de la necesaria discreción en la mente de Jesús que, por su parte, decidió reorganizar su ruta para pasar dos noches a la semana en nuestra turística localidad pagando, eso sí, un sobreprecio por los “servicios extra”.

Para que tuvieran variedad, también les organicé un encuentro con Gerardo, un conocido solterón y putero, que les hacía el servicio de lavandería. Todo fue muy similar (si algo funciona para que cambiarlo); lo que no sé es si consiguieron algún descuento en el servicio de lavado. Si sé que tuvieron alguna aventura más por su cuenta, pero eso ya es parte de su propia historia. Seguí manteniendo contacto con ellos, con cierta frecuencia, dado que su hostal estaba muy bien situado y me resultó conveniente en numerosas ocasiones, y siempre fueron muy atentos y generosos conmigo.

Los primeros meses estuvieron marcados por la prudencia. Tuve que crearme un nuevo pasado e ir diseñando el nuevo presente con sumo cuidado.

La documentación fue lo mas fácil. Por supuesto toda era autentica, ventajas de ser influyente. Había aprendido hace mucho que determinados "contactos" relevantes debían cuidarse y mantenerse al margen de otras actividades para cuando pudieran ser necesarios. La rutina ya me era bien conocida: alguien me buscaba una personalidad adecuada a mi edad aparente y sin familia aparente, alguien hacia desaparecer su certificado de defunción, alguien construía el historial académico, profesional, medico . . . y, terminado el proceso, yo tenia carnet de identidad, de conducir, numero de la seguridad social, nuevas cuentas bancarias . . . y una nueva identidad de diseño.

Todos los negocios que fui montando funcionaron muy bien desde el principio, primero con el restaurante, para el que tuve que traer al cocinero y al maître, con sus familias, desde otra provincia para garantizar el nivel y enseguida se convirtió en la referencia culinaria de la ciudad. La sala de fiestas anexa, aunque independiente, me costo más, sobre todo en lo referente a la selección de personal, dado el particular perfil que requería y lo exigente que puedo llegar a ser. Oficialmente quede convertido en un empresario del sector de ocio y hostelería y dediqué mucho tiempo y esfuerzo a que tuvieran éxito.

Llegó un momento que el número de negocios era tal que me vi en la necesidad de centralizar todos lo aspectos económicos y crear mi propia gestoría. Aquí la selección de personal fue aún más rigurosa. Dada mi necesidad de tener un abultado y permanente colchón financiero, a salvo de cualquier imprevisto, por si hubiera que salir “volao”, que decía la canción. Mi único interés con estas personas era puramente profesional y me aseguré de que su gran competencia fuese acompañada de una absoluta fidelidad y obediencia. Una vez instalado e integrado pude hacer mi vida sin excesivas preocupaciones.

La señora Guzmán se había convertido en este tiempo en mi principal aval ante la alta sociedad del lugar. Su memoria había mejorado convenientemente hasta el punto de poder relatar numerosas anécdotas de la época en que me conoció en París, "siendo yo un niño". Igualmente "recordó" la vida de perversión que llevo durante aquel tiempo y que tanto echaba de menos. Fue una forma de atarla a mi añadiendo un oscuro secreto compartido y, una vez implantado en ella, se acogió a el con creciente entusiasmo.

Teresa estaba feliz de ser mi asistente personal. A punto de dar a luz, sus pechos ya eran un autentico manantial de leche, con ayuda del correspondiente tratamiento ginecológico a base de Domperidone , y eso era un placer que compartía con pocas personas.

Ese día nos atendía a ambos en la vivienda que en ese momento tenia alquilada. Guzmán había venido a contarme que las obras en el gran piso que iba a venderme y que ella previamente se ofreció a reformar a mi gusto, antes de que firmase las escrituras, estaban terminadas.

Teresa estaba preciosa, con un vestido de criada muy corto y escotadísimo y un bonito delantal de encajes . . . y con sus 8 meses largos de embarazo.

La vieja señora no le quitaba ojo y yo decidí forzar un poco la situación:

  • Teresa, la señora tomara el te con leche.

No dijo nada, se limito a sacarse un pecho por el lateral del delantal y acercarse a mi con la pequeña jarrita.

La ordeñe con delicadeza. Cuatro finos hilos blancos fueron a parar a la lechera, aunque no pude ni quise evitar que parte se derramara fuera, en poco tiempo la leche había llenado la mitad del recipiente.

  • Acércate a la señora para que pueda catarte.

Se dirigió a ella, sentándose sobre sus rodillas y poniendo su desnudo pecho a la altura de su boca. La señora no perdió el tiempo, parecía estar sedienta y emitía sordos jadeos mientras se acariciaba con su mano entre las piernas.

  • Ayuda a la señora a desnudarse para que este mas cómoda y se cariñosa con ella.

Teresa se separo de la ansiosa mujer dejándola con la boca abierta y media lengua fuera, con una expresión que casi me provoca una carcajada. Se arrodillo entre sus piernas y le bajo el caro pantalón, arrastrando la braga al mismo tiempo, dejando a la vista un monte de venus perfectamente cuidado.

Por mi parte, me acerque por detrás a Teresa y le quite el delantal, sacando a continuación su otro hinchado pecho por el generoso escote. Después me dedique a la señora, terminando de desnudarla la parte superior mientras Teresa ya estaba totalmente entregada a satisfacerla con su cabeza enterrada entre sus piernas. Decidí dejarla la lujosa y cara blusa de Dior para disimularla unos pechos que habían conocido tiempos mejores pero que conservaban un volumen atractivo y unos apetecibles pezones. A punto de tener su primer orgasmo, me pegue a su boca que todavía tenia el sabor de la leche materna y le metí la lengua hasta casi provocarle una arcada. Así y abrazada a mi sentí la llegada de su clímax que siempre se asemejaba a un ataque epiléptico.

Teresa nos sirvió el te desnudos en el sillón, sentada sobre sus talones, con su enorme tripa apoyada sobre sus rodillas y sus pechos asomados por el uniforme.

  • ¿que tal van tus ejercicios, utilizas los juguetes que te regale? -le pregunte a Guzmán.

Hacía dos semanas, con motivo de su cumpleaños, le había regalado un juego de consoladores y dilatadores anales tipo "plugs", con el argumento de "nunca es tarde para recordar viejos tiempos" y que recibió con una divertida y fingida expresión de escándalo, sin poner reparos a una sesión de experimentación.

  • ¿por qué no lo compruebas? -fue su escueta respuesta, por lo que procedí a levantarla ligeramente e introducir mi, ya erecto, pene en su trasero. Efectivamente, entró sin dificultad hasta el fondo, sorprendiéndome de su elasticidad pese a la edad, y la giré un poco para tomar uno de sus largos y gruesos pezones con mi boca.

A su vez, con un suspiro, ella exclamó "ojala mis pechos también pudieran darte leche". "no me des ideas . . . ", pensé para mí.

La hora del te pasó pronto, Teresa tenía cita con el ginecólogo y Guzmán y yo nos despedimos hasta el día siguiente, en la notaría.

(continuará)