INFLUENCIA (2)- Recien llegado.

Mis primeros pasos en el que iba a ser mi nuevo hogar . . . y territorio.

INFLUENCIA (II)- Recién llegado.

El enfrentamiento había sido muy duro. Tuve que emplearme a fondo para salvar mi vida mientras ese cobarde huía. “Grave e inexplicable altercado multitudinario”, dijeron los medios. Esa misma noche yo también abandoné una ciudad que seguiría siendo peligrosa durante décadas.

Estuve agotado y mentalmente dolorido durante semanas. Ahora, casi recuperadas mis fuerzas, llegaba a esta ciudad con una documentación provisional para emergencias y sin tener decidido si este sería mi nuevo territorio.

Conocía el lugar de anteriores viajes. Siempre me pareció un lugar agradable, lleno de gente franca y transparente y consciente de que no era probable que fuera a encontrar competencia.

Me dirigí al centro donde era más fácil empezar a establecer contactos de interés y recabar información y deambulé un rato disfrutando de las agradables sensaciones de “lo nuevo”.

Decidí entrar en una lujosa cafetería de la zona. Por la hora no había demasiados clientes todavía y me fue sencillo “animar” al camarero de la barra a la conversación mientras desayunaba algo. Así fui sabiendo del tipo de clientes del local, algo sobre las empresas y economía del lugar, barrios interesantes y poco recomendables . . . y un montón de datos importantes que su discreción le impedía contarme pero que ponía involuntariamente a mi alcance mental.

  • Vaya Paco, ¡no te había visto tan parlanchín nunca!. -La que habló fue una enjoyada y elegante mujer de mediana edad que, en seguida capte, no era una simple mujer rica-.
  • Creo que la culpa es mía, -repuse- mi madre era de aquí pero no conocía la ciudad. He venido a pasar una larga temporada o, incluso, a vivir si finalmente me gusta.

(Un hombre rico y agradable, se amable)

Mi orden se implantó en su cerebro sin dificultad y se unió a la conversación con entusiasmo. Demostró ser una fuente inagotable de información y chismes.

Empecé a establecer los primeros contactos, construyendo mi historia, implantando recuerdos, predisponiendo a personas que podían resultar útiles . . . “he vivido siempre en el extranjero. . .he vendido mis empresas a una multinacional. . .he decidido retirarme una temporada. . .mis abuelos y mi madre eran de aquí. . .”

Terminé la mañana con algunas invitaciones personales que me permitirían irme integrando en la vida social de la ciudad, numerosos teléfonos y mucha información. Mis primeras actuaciones fueron prudentes, buscando indicios que indicaran si me estaba metiendo en un territorio ajeno, pero pronto llegue a convencerme que había llegado a un paraje “virgen”.

Finalmente me dirigí a un hostal que me recomendaron, “lo lleva un matrimonio muy agradable”, y que parecía más adecuado que un hotel de cualquier anodina cadena.

El hostal se encontraba en un edificio del XIX totalmente reformado y renovado recientemente, ocupaba toda la primera planta y olía a limpio y nuevo. No perdí el tiempo con el matrimonio que lo regentaba, en cuanto estreche sus manos me apoderé de sus voluntades sin compasión. El contacto físico ayuda a un control más intenso y con menos esfuerzo. En un par de minutos de conversación quedaron felices de poder atender en lo que hiciera falta a un hombre tan “encantador”.

Formaban una pareja bastante triste, asentada en la rutina y el aburrimiento, y normalmente no hubieran despertado mi interés, pero preveía vivir allí varias semanas y necesitaba su absoluta fidelidad.

El se llamaba Adolfo; lo mandé a la consigna de la estación a recoger mi equipaje y salí a comer. Había quedado con la sra. Guzmán, la mujer de la cafetería,

-en este caso si se trata de un nombre ficticio dado que podría ser fácilmente reconocible por el resto de datos que surgirán en estos relatos-

que mi iba a presentar a unas personas que podrían recordar a mi familia. Yo no tenía dudas de que la recordarían.

Además, la sra. Guzmán había estudiado dos años en París antes de volver y casarse con su difunto marido, por lo que casualmente creyó recordar haber conocido a mis padres y a mi siendo un niño. Por supuesto, su memoria iría mejorando mucho con el paso de los días.

Cuando, avanzada la noche, regresé al hostal, iba cansado pero satisfecho y contento y decidido a dedicar algo más de tiempo a mi nueva pareja de “súbditos”. Cuando llame al timbre, ambos salieron a recibirme esperando que fuera yo.

  • Hoy ha sido un día agotador y quisiera pediros algo para acabar bien la jornada. ¿sabes Adolfo? Quiero follarme a tu mujer ¿tienes algún inconveniente?
  • Yo...nooo...bueno...no se...si ella quiere …

Su cara era todo un poema, sonreí y pase mi brazo por sus hombros para tranquilizarle.

  • Tranquilo hombre, Esther no tiene inconveniente ¿verdad?
  • Bueno...si de verdad lo desea...yo por mi...podríamos usar nuestro dormitorio, es más grande y cómodo.
  • ¿ves? Vamos para allá. Y tu puedes estar presente para que veas que te lo agradezco.

Lo de los cuernos es algo mucho más fácil de asumir de lo que la tradición dice, pero ser cornudo y testigo es algo más complicado. En el caso de Adolfo estaba seguro de que no habría ningún problema.

Una vez en su habitación les hice desnudar a ambos. Esther no era gran cosa pero sus grandes pechos y su trasero respingón prometían mucho juego.

  • No me gusta lo que veo. Adolfo, ve a por espuma y tu maquinilla de afeitar. Quiero que dejes el cuerpo de Esther sin un pelo.
  • Si, ahora mismo.

Mientras Adolfo lo preparaba todo, yo recosté a Esther sobre un escritorio que seguramente usaban para tareas de contabilidad y mientras él se aplicaba a la tarea encomendada yo empleé mi tiempo en apretar los pezones de la mujer hasta hacerla casi gritar de dolor, en obligarla a chupar mi verga, hasta casi ahogarla, con su cabeza colgando, en darla azotes cuando levantaba sus piernas para que el marido pasara mejor la cuchilla, . . . y el hecho de tenerles desnudos hacia más fácil controlar mis acciones siguiendo el hilo de sus deseos y, sí, a estas alturas su mayor deseo era satisfacerme y sabía que iban a disfrutar con ello.

  • Siéntate ahí, Adolfo, puedes masturbarte si lo deseas mientras ves lo que hago con tu mujer.

Sin levantarla de la mesa, abofeteé varias veces sus pechos y la penetré sin más preámbulos. Su vagina estaba chorreante y, en cuanto noto como mis huevos chocaban contra ella, se corrió entre temblores y alaridos. Estuve un rato moviéndome dentro de ella para prologar sus espasmos y cuando se la saqué soltó un quejido de disgusto. El marido ya había concluido su primera paja.

  • ¿alguna vez tu marido te ha dado por el culo, mujer?
  • Hmm...no...eso no es normal...tiene que doler mucho...
  • Por supuesto que te va a doler, y mucho hasta que te acostumbres. Pero tranquila, vas a tener ocasiones para acostumbrarte.

La bajé del escritorio y la di la vuelta. Mi pene estaba lubricado de sus jugos por lo que no tuve miedo de hacerme daño. La penetré en varios empujones hasta que entro entera. Soltó grandes lagrimones pero se dejo hacer y al poco rato su coño decía que ya nunca más se negaría a recibirla por detrás. La di fuertes nalgadas, la estruje los senos, la introduje varios dedos por delante mientras la daba fuerte . . . y ella disfrutó como nunca creyó que fuera posible.

  • Mira tu marido ha vuelto a correrse. Muéstrate agradecida y límpiale bien con esa boquita tuya.

Obediente, se arrodilló entre sus piernas y consiguió que se le volviera a poner dura. La ordene seguir hasta el final y tragarse hasta la última gota que todavía pudiera darle. Para animar a ambos, metí mi pulgar en el culo de Esther y los otros dedos en su vagina y les fui marcando el ritmo hasta el final.

Cuando finalmente llegué a dormir a mi cuarto, sabía que allí estaba seguro. A esas alturas ellos ya estaban dispuestos, en caso necesario, a dar su vida por mi.

(continuará)