INFLUENCIA (12) – Educar y aprender.

Educar es difícil … y aprender mucho más. Mis métodos didácticos seguramente no sean los más ortodoxos, ni los más "civilizados", pero desde luego son muy efectivos, fruto de muchos años de experiencia.

INFLUENCIA (12) – Educar y aprender.

Fui a la habitación de Raquel, desnudo, y entré directamente. Estaba sentada en el borde de la cama, llorando, asustada por lo que pudiera pasar. Nada más verme, se arrodilló en el suelo, con las manos en la espalda, imitando la postura que había visto en Lulú, y se quedo mirándome.

La di una fuerte bofetada en la cara y cayó de lado, al suelo.

  • Si quieres imitar a una esclava deberías aprender a mantener la mirada baja. -le informé.

Recobró la postura, mirando al suelo, y se disculpó.

  • Lo siento, amo. -contestó, por lo que recibió otra bofetada, en el mismo lado de la cara, que volvió a tumbarla. Esta vez se quedó en el suelo llorando. La miré un rato antes de darle una explicación.
  • No soy tu amo. Sólo soy el amo de aquellas a las que acepto como esclavas. Tu no tienes derecho a llamarme así.
  • Puedo aprender -balbuceó- si tu quieres.

Retomó la postura inicial sin que yo le indicara nada. Esta vez si parecía una verdadera sumisa. De rodillas, sentada sobre sus talones, con las manos a la espalda, mirando al suelo, ligeramente inclinada hacia delante con sus medianos pechos colgando por las aberturas del vestido de látex . . . podría haber engañado a cualquiera que no fuera yo. Pero no era eso lo que yo quería de ella.

Esas dos bofetadas eran el único contacto físico directo que había tenido con ella desde que llegó. Debía intensificarlo. Me incliné un poco y así ambos pezones con mis dedos, apretando con fuerza y tirando hasta ponerla en cuclillas. Cualquier resistencia, que pudiera quedar en su mente, desapareció. Acerqué mi boca a su oído, sin soltarla.

  • En este momento podría hacer de ti lo que quisiera . . . pero dejarías de ser tu. Eres una dominante y una manipuladora egoísta, sólo te interesas por ti misma, consideras a los demás meros sirvientes sujetos a tus caprichos . . . y ese es precisamente mi papel en esta historia. ¿entiendes lo qué te digo?
  • Si . . .- dudó entre llamarme amo o señor y se limitó a añadir un “lo entiendo”.
  • Yo soy el jefe aquí. Cada manada sólo puede tener un líder y tu vas a conformarte con las migajas que yo quiera darte o dejarte. Y serás feliz por ello. ¡Repítelo!
  • Yo . . . tu eres el jefe . . . voy a ser feliz con lo que quieras darme.
  • Sólo mi generosidad permite que tu estés aquí, y vas a mostrarte siempre muy agradecida por ello. Me servirás con alegría y una completa obediencia. Nunca cuestionarás ni mis deseos ni mis decisiones.
  • Si, si . . . totalmente, todo . . . lo que sea …

La solté poco a poco hasta volver a quedar de rodillas y volví a tumbarla de una bofetada. Ya no lloraba. Estaba en estado de shock , toda la programación mental estaba haciendo su efecto, grabándose a fuego, de forma indeleble e irrevocable. Noté que una duda persistía en su mente.

  • ¿quieres preguntarme algo?
  • Yo . . . si . . . ¿cómo...?, no se . . . cómo debo llamarte.

No había pensado en ello y podía ser una cuestión importante. No quería que me llamase Enrique, como su madre y hermana, las haría parecer al mismo nivel y no me gustaba, y desde luego nada de amo o señor, tratándose de familia haría raro.

  • Me llamarás “papá” o “papi”. Casi no conociste a tu padre y yo soy lo más parecido que vas a encontrar. Así recordaras que me debes el máximo respeto siempre . . . y que me preocupo por ti. -la idea me pareció divertida nada más oírla en voz alta.

A Raquel también le gustó. Se acercó hasta mis pies gateando y empezó a lamerlos. No estaba mal para ser una dominante. Continuó subiendo y cuando empezó a darme lametazos en los huevos, me miró pidiendo permiso para seguir. Afirmé con la cabeza y engulló hasta el fondo mi miembro sin titubeos. Lo hacía francamente bien, con devoción y sin una arcada. Cuando me pareció suficiente, la agarré por los pelos y la levanté hasta ponerla a mi altura. Cara a cara, me miró suplicante, pidiéndome . . . cualquier cosa que quisiera darle. Pegué mi boca a la suya, buscando su lengua, y a punto estuvo de volver a llorar, esta vez de alegría. Subí su vestido hasta la cintura y acaricié la sudorosa piel antes de arrimar mi desnudez a la suya. Se apretó con fuerza a mi cuerpo, mientras continuaba su intento de robarme el aire con la boca, y se puso de puntillas buscando ser penetrada. Contuve su iniciativa agarrándola una nalga y hundiendo dos dedos en su culo. La dolió y se quejó sin despegarse ni dejar de frotarse conmigo. La separé de los pelos y la arrojé sobre la cama.

  • Ponte en posición de castigo y ábrete bien las nalgas. No quiero hacerme daño. ¿alguna vez tu marido te dio por detrás?.
  • No. Yo nunca le permití que . . . ¡aaaaaah!

El capullo entró sin demasiada dificultad, pero era muy estrecha. La saqué y lubriqué con los abundantes jugos vaginales y reinicié la acometida. Cuando finalmente entró entera, Raquel estaba totalmente enervada por mi contacto y dispuesta a todo por prolongarlo.

  • Siiiiiiiii, rómpeme, empuja más fuerte, no te preocupes por mi . . . -( no estaba preocupado por ella).

La enderecé sin salirme y estruje sus tetas, clavando los dedos y aplastando sus pezones. Se corrió sin poder evitarlo y el descubrimiento de lo que suponía tener un orgasmo conmigo le hizo chillar como si la estuvieran matando. Quedó inerme, jadeando, sorprendida de que mi contacto fuera muchísimo mejor de lo que nunca hubiera imaginado.

  • Abre tu boca. Quiero tenerla bien limpia para metértela en el coño. Y, a partir de ahora, procura tener el culo más aseado. Tu madre te enseñará como se hace.

La coloqué sobre mi y la ensarté. Dejé que que ella pusiera el ritmo, para comprobar sus reacciones. A menudo, sus movimientos eran violentos, como queriendo hacerme daño. Me arañó con cuidado, conteniéndose, se aferró a mi pelo, sin atreverse a tironearlo, mientras me cabalgaba . . . me recordaba a una de esas lobas jóvenes tentando al macho alfa, para ver hasta donde podía llegar y demostrar su valía. Pensaba en ese símil cuando, a punto de alcanzar ambos el orgasmo, la pegué a mi cuerpo y le mordí el cuello (una marca sin importancia, apenas un hilillo de sangre). Sus gritos fueron de absoluta entrega y deleite.

  • Soy muy feliz . . . papá -me soltó, saboreando la última palabra cuando, semiacostada sobre mi, descansábamos del encuentro.
  • Me alegro mucho . . . “hijita”. De hecho, creo que ya estas preparada para que te busque un nuevo novio.
  • Pero … pero … si, claro, lo que tu digas . . . - estuvo a punto de ganarse otra bofetada, pero supo rectificar a tiempo. Tenía miedo de que quisiera alejarla otra vez de mi.
  • Tranquila, no es un castigo. Se trata de un hombre que, estoy seguro, va a hacerte muy feliz. Pero eso no quiere decir que vayas a dejar de estar a mi disposición.

Pareció tranquilizarse, un poco al menos, aunque su inquietud no desapareció del todo.

  • Ahora vete a ver a Lulú y que te coloque un dilatador anal. No quiero que la próxima vez sigas siendo tan estrecha. Después cámbiate para la cena y ayúdala a ella a buscar algo de ropa.
  • Si . . . papi -y se fue con una sonrisa.

Cuando salí, aseado y vestido, vi a Lulú sentada a la mesa del salón, ojeando una revista, vestida con una de mis camisas blancas y una corbata ciñéndole la cintura. Se adivinaba que había vuelto a ponerse el corsé debajo. Raquel apareció para ir poniendo la mesa. Vestía solamente una corta falda de volantes, que no tapaba nada, y un delantal de servicio. Su ojo izquierdo estaba perfilado por un evidente tono violáceo, aunque no parecía demasiado hinchado, pero me llamó la atención que aparentaba andar con excesiva dificultad. La paré con una mano en la cintura y la hice doblarse para inspeccionarla. Llevaba un plug anal demasiado grande para un culo casi virgen. Giré la cabeza hacia Lulú que disimuló como las niñas pequeñas, haciendo que miraba para otro lado y con cara de saber que había cometido una travesura. Me hizo gracia . . . y como ya lo tenía puesto . . .

Cuando Alma y Pilar llegaron, cargadas de bolsas, fueron directas a saludar a Lulú. Se besaron efusivamente, se sobaron un rato y se interesaron por las numerosas “picaduras” que tachonaban toda su delantera. Me provocaron un rato, sacando pecho, pidiendo tener el mismo trato alguna vez . . . y sólo entonces se percataron del ojo morado que lucia Raquel. Al preguntarla, esta les dedicó una amplia sonrisa que bastó para disipar todas las dudas. Pilar vino a sentarse en mi regazo, con lágrimas en los ojos, y me besó apasionadamente, feliz de que todo comenzara a arreglarse.

Todas parecían tener un montón de cosas que contarse, como si no se hubieran visto hace años.

  • Bueno, chicas, va siendo hora de cenar ¿no? -intenté cortar.
  • Espera, espera que te enseñe lo que me he comprado – interrumpió Alma, dando saltos, para quedarse desnuda en un santiamén, empezando a ponerse todo lo que iba sacando de las bolsas. Su madre no quiso ser menos y asistimos a un pase de modelos de toda clase, empezando por la lencería, por supuesto.

Había tenido una tarde intensa por lo que pensé que a mi virilidad no le vendría mal un poco más de tiempo de recuperación. Además, esta noche tenía que dedicársela a Alma. Al día siguiente se iba de vacaciones con sus amigas. Era algo que ella nunca quería hacer, para no alejarse de mi, pero a mi me parecía adecuado que mantuviera relación con gente de su edad, así que acepte que las vísperas fueran para ella sola, para demostrarme cuanto me iba a echar de menos. Aunque estuviera cansado, algo se me ocurriría para que se fuera contenta. De todas formas, siempre volvía encantada de lo bien que se lo había pasado y seguro que las otras tres tampoco se aburrirían esta noche.

Dos días después, fui al ayuntamiento para una cita concertada. Prefería haber ido el día anterior pero tenían compromisos ineludibles y no vi la necesidad de forzar la máquina y llamar la atención. Subí directamente hasta el despacho y Rebeca, su secretaria personal ya me estaba esperando. Yo la había buscado el puesto. Su motivación vital era el dinero. Era una avara enfermiza, capaz de cualquier cosa, que gustaba de estar al lado de los poderosos para sacar todo lo posible, como fuera, y era mi confidente e intermediaria en el ayuntamiento. Siempre resultaba más discreto y seguro así, y me había asegurado de que su fidelidad fuese absoluta.

  • Hola Enrique, José Luis te está esperando. Te acompaño.
  • ¿le has dicho que no acepte compromisos para esta tarde?
  • Si, y le tienes en ascuas.
  • ¡pues se va a quedar de piedra!
  • Y tu . . . ¿tienes algo para mi?
  • Ahora que lo dices . . . hay un encargo especial: cinco hombres, una mujer que estará con los ojos vendados toda la velada . . . y la van a dar lo que no está escrito. Es muy duro . . .
  • ¿pagan bien? - “espléndidamente”, le aclaré, y no tardó en hacer las cuentas mentales: cuatro o cinco horas, tarifa especial, cinco tíos, . . . sólo la faltó arrodillarse y suplicarme que la diera el trabajo.

Entramos al despacho abrazados, con una de mis manos metida por la cintura de su pantalón y hurgando dentro de sus bragas. El resto del personal había ido, “casualmente”, a tomar un café.

Cuando nos vio entrar, el flamante concejal de urbanismo se levantó para recibirme. Saqué mi mano de su cálido cobijo para estrechar la suya.

  • ¿qué tal estas Luisito?
  • No se, no se. Tu no pierdes oportunidad de . . . y a mi me tienes abandonado.
  • ¡no fastidies! - exclamé, pasando un brazo por sus hombros y oprimiendo sus huevos hasta cortarle la respiración, al tiempo que me volvía hacia Rebeca.
  • ¿mi amigo está bien atendido?
  • Mejor de lo que se merece – contestó riendo.
  • Bueno -dije soltándole- voy a explicaros a que he venido y luego puede que os deje darme una mamada a medias. - no me despiertan demasiado interés sexual los hombres, excepto cuando pueden beneficiarme de alguna manera, como en este caso, pero reconozco que cualquier hombre, con poca práctica, es capaz de dar unas mamadas maravillosas.

Conforme les fui explicando las razones de mi visita, ambos fueron mudando el gesto hasta adquirir una expresión de sorpresa de lo más cómica. No es que pudieran negarme nada, claro, pero me divertí con el asombro que desperté.

Pilar y Raquel sabían que nos iba a visitar un “recomendado” mio para solicitar la mano de esta última. Sabían quien era y a que se dedicaba, pero no conocían más detalles y estaban nerviosas con lo que habría preparado. Cuando José Luis llegó a las cinco en punto, Raquel salió a recibirlo, sin ropa interior pero con un corto y ceñido vestido que la hacía parecer una colegial. Le acompaño al salón y se sentó en un sillón, manteniendo las piernas cerradas e intentando que el vestido no dejara ver nada.

Desde el sofá, donde me encontraba con su madre, hice las necesarias presentaciones y pasé a otras cosas.

  • Bueno, Luisito, dale su regalo a la nena -y este le entrego una larga caja, envuelta primorosamente y cuyo contenido yo ya conocía, pues había sido una recomendación mía.
  • No lo abras todavía, Raquel, conozcamos antes un poco más al novio. Luis, desnúdate.

El pobre hombre se puso rojo como la grana, algo bastante inusual en un bregado político, pero se desprendió del calzado y la ropa rápidamente.  Ante nuestros ojos apareció un hombre joven, bien dotado, con un grillete oprimiendo su pene justo por debajo de los testículos, lo que hacía que estos tuvieran un peligroso color morado, y una fina cadena uniendo las pinzas que mordían sus pezones.

  • No es que sea masoca . . . pero tiene algunas necesidades especiales para excitarse que creo que os pueden hacer compatibles. -indiqué- Es el momento de que abras tu regalo Raquel.

Lo hizo inmediatamente y extrajo una fusta profesional de equitación. Se puso a acariciarla, contemplando alternativamente al hombre y al instrumento, despreocupada ya totalmente del vestido. Tuve que sacarla de su ensimismamiento “prueba de una vez al pretendiente, a ver si es de tu agrado”.

Se levantó como un resorte, y lo rodeó un par de veces, fijándose en todos los detalles. Se decidió al fin y agarró el constreñido paquete del concejal con fuerza, arrancándole un quejido. No satisfecha apretó más fuerte hasta obtener un sonoro y prolongado lamento.

  • Así que quieres ser mi novio ¿eh? . . . ya veremos. - le soltó para ponerse a su espalda y le dio dos fustazos con todas sus fuerzas en las nalgas, que restallaron por toda la casa. Se acercó para acariciar la zona castigada y, satisfecha con el efecto, decidió continuar un rato más con el tratamiento.

(Esa fusta no va a durar mucho. Habrá que regalarla otra por navidad), pensé, mientras Raquel, jadeando por el esfuerzo, puso al hombre de rodillas para subir el coño a su cara.

  • ¿ Esto es lo que quieres, cabrón?, pues convénceme . . . - y Luisito se empleó a fondo con su pene a punto de estallar.
  • Creo, hija, que deberías quitarle eso de la polla, antes de que tenga efectos irreversibles – intervine, arrojando la llave cerca de ellos.
  • Si, si . . . ya has oído, bastardo, QUITATE ESO – el sometido concejal no tardo en obedecer, pero el alivio le duró poco porque, de una patada en el pecho, Raquel lo tumbó de espaldas para sentarse a horcajadas sobre su miembro y clavarse ella sola hasta el fondo.
  • Ya está . . . ¿crees que lo has conseguido, estúpido? . . . esto no te va a salir gratis . . .- Raquel estaba fuera de sí, incapaz de callar y dejar de insultarle, tironeando de la cadena como si de unas riendas se trataran y Luis no le iba a la zaga, desde su silencio, estaba encantado y extasiado con el trato que estaba recibiendo.

Llegados a este punto, Pilar, que ya llevaba un rato manoseando mi abultada bragueta, me susurró al oído “¿por qué no dejamos solos a los tortolitos y nos vamos a otra habitación?”. Al pasar a su lado, oí a Raquel dedicarme un “gracias papá”.

Si, soy un magnífico maestro que siempre sabe sacar lo mejor de sus acólitos.

(continuará)