INFLUENCIA (10) - La familia crece.

Todas las visitas familiares no son bienvenidas ... y hay que hacérselo saber. Raquel va a tener que ganarse su puesto con mucho esfuerzo y sufrimiento. Vuelven a aparecer en este relato Lulú y la sra. Guzmán. ¡qué aproveche!.

INFLUENCIA (10) – La familia crece.

Raquel llegó el día señalado. La recibí en el salón y nos dejaron a solas. No me anduve con rodeos.

  • ¿por qué estas aquí?, ¿crees que puedes imponerme tu presencia? No te necesito, no te quiero aquí.
  • Tu eres lo que yo quiero. Me entregaré a ti como han hecho mi madre y mi hermana. Podrás hacer de mi lo que quieras.

No era cierto lo que decía. Intentaba autoconvencerse de ello para explicar su atracción por mi, fruto de mi involuntaria influencia. No debería haber ocurrido. Yo me había convertido en su droga y ella necesitaba su dosis aunque ello la matara. Pero no la había vinculado a mi de forma alguna, por lo tanto carecía de un objetivo que la sostuviera y no podía hacerlo porque estaba con el "mono" como los drogadictos. Ni siquiera podía encontrar información coherente en su mente enferma. Primero habría que curarla de su dependencia a mi presencia para poder hacerla dependiente de mi persona.

  • Eso lo veremos en seguida. Desnúdate y quédate de pie con las manos en la nuca.

Obedeció en seguida. Quería su dosis y estaba dispuesta a pagar. Usé un látigo largo. No era de los que dejan marcas profundas, por su anchura y trenzado, pero si muy doloroso.

Empecé por detrás, barriendo el látigo a derecha e izquierda 10 veces sobre sus muslos y glúteos. Actué igual sobre su espalda y pase a la parte delantera. El látigo restalló veinte veces antes de que acabara y desde los pechos hasta la rodillas todas las zonas fueron visitadas. Ni una vez se quejó y apenas derramó una lágrima. Tal era su necesidad. Di un paso atrás y lancé una rápida sucesión de golpes sobre sus pechos con la punta del látigo. Soy muy bueno con este instrumento. Ahora si, echo la cabeza hacía atrás y chilló, intentó protegerse con los codos sin soltar su nuca y rematé con cinco puntazos directamente a su vulva. Quedó doblada hacia delante, protegiéndose con las manos pero sin atrever a tocarse por el dolor, con la cara bañada en lágrimas y la boca abierta, berreando con desesperación.

El dolor despejó en parte su mente y pude confirmar algunas de  mis pasadas deducciones, pero no fue suficiente. Tendría que seguir trabajando. Me sentía mal. El uso de la violencia para doblegar voluntades me retrotraía a anteriores etapas de mis vidas que pretendía mantener en el más oscuro rincón de mi memoria. No seguiría por este camino. Sería más lento, sin duda, pero la paciencia siempre permite obtener mejores resultados.

  • Arrodíllate ahí mismo y espera.

La dejé sola y fui a hablar con su madre y hermana.

  • Está peor de lo que pensaba -les conté- totalmente obsesionada por mí. La he flagelado duramente pero no ha servido para hacerla entrar en razón. No serviría ni aunque estuviera azotándola un mes. Sólo la paciencia permitirá que le vuelva la cordura . . . y os voy a necesitar para eso.
  • Dinos que quieres que hagamos – me respondieron casi al unisono, con preocupación pero sin rastro de reproche ni por lo que acababa de hacerle a Raquel, ni por el castigo que las infringí a ellas unos días antes. No hizo que mi autoestima mejorará.
  • Quiero que sigamos con nuestras rutinas habituales. Nos haremos a la idea de que es un simple testigo, como ha habido otros. Se limitará a las tareas domésticas y el tiempo me dirá como debo ir actuando con ella. Ahora id a atenderla.

Durante los próximos días hizo de criada sin protestar pese a que resultaba evidente que no disfrutaba con ello y, a menudo, mantenía una actitud huraña. Era fácil y yo lo propiciaba, que me sorprendiera en cualquier actividad sexual y en cualquier lugar de la casa con Pilar, con Alma o con ambas, sin que la permitiera a ella participar.

La primera ocasión en la que participó la urdí, con la complicidad de mis amantes. Llegó de hacer la compra y nos encontró a los tres desnudos, en plena faena, sobre la alfombra del salón. Su madre ya estaba montada sobre mí y antes de que Alma cruzara sus piernas sobre mi cabeza para cobrarse su parte, le ordené a Raquel “ya que estás aquí, coge esa fusta y da unos buenos azotes en las nalgas a estas dos, mientras las hago disfrutar”. No tardó en obedecer, ni siquiera se molesto en desnudarse. Allí estaba yo, tumbado en el suelo, siendo cabalgado por Pilar, con el coño de Alma en mi boca y ellas dos abrazadas, emitiendo jadeos de placer y . . . profundos lamentos fingidos cada vez que la casi inofensiva fusta de attrezzo se posaba en ellas. Su actuación fue magnífica, de no tener conciencia de sus sensaciones, hubiera pensado que me había equivocado de fusta. Cuando agotados y satisfechos, los tres terminamos abrazados, besándonos, todavía con la resaca de nuestros orgasmos, tuve que decirla “Raquel, es suficiente, deja eso por ahí y retírate”. Al salir Alma se acercó a mi oído para susurrar “no se de que servirá todo esto . . . pero podemos repetirlo cuando quieras”. Su madre también lo oyó y lo confirmó con una carcajada.

Si sirvió. Sobre la niebla de su desconcierto vi flotar la rabia y el rencor que atesoraba, la ansiedad y el deseo de que … todo fuese de otra manera. Sabia lo que estaba viendo y sabia interpretarlo.

Era el turno de Lulú.

Lulú se había convertido en una mujer que atraía las miradas de cualquier hombre. Acostumbraba a llevar su rubio cabello con un corte de pelo casi masculino. Se había aumentado un poco los pechos y su porte y la imagen de seguridad en si misma que irradiaba, la hacían parecer altiva, presuntuosa y poco atenta con los hombres. Justo todo lo contrario de la realidad.

Hablé con Lulú sobre lo que esperaba de ella en esta ocasión.

Ya la había cedido en anteriores ocasiones a socios con gustos especiales, incluso tuvo una sesión con la señora Guzmán que insistió en conocerla una vez que supo de su existencia.

No fue gran cosa. La especialidad de Guzmán, como mujer acostumbrada a mandar, es la dominación por la humillación. Se limitó a  tumbarla desnuda sobre la mesa de servicio en la salita de su casa y a pasarle sus pastas de te por el húmedo coño de Lulú antes de comérselas. También la "obligó" a limpiarla sus orificios con la lengua, sentada sobre su cara, y la dio un par de cachetadas cuando le pareció que respondía a sus ordenes con lentitud. Pero al final era una mujer tradicional; yo soy mucho mejor en el juego de la humillación y cuando Guzmán terminó necesitando de mi ayuda para calmar sus ardores y vino hacia mi, con su suplicante desnudez, la agarré del pelo, deshaciendo el elegante peinado, la incité a abrir la boca, en espera de mi lengua, sólo para escupir dentro e introducir varios de mis dedos repetidamente, obligándola a salivar de forma exagerada; con el carmín desdibujando el perfil de sus labios y gruesos goterones de rimel asemejándola a un clown, pero siguió pidiendo más, así que le retorcí los pezones, le di unos azotes y girándola, la senté sobre mi, incrustándome en su orificio trasero. Unos instantes de sube y baja y tomé los labios de su coño con mis manos, estirándolos y abriendo al máximo mi próximo objetivo. Chilla, pero aguanta sin rendirse, defendiendo su orgullo.

  • Lulú, ven e introduce toda tu mano en esta cueva. Haznos disfrutar. - y Lulú, que nos ha estado observando relajadamente, sentada en la mesita, con las piernas cruzadas con elegancia, se acerca con una media sonrisa y obedece.

  • Aaaaah, siiii, no pareis, no tengais piedad de esta vieja -exclamó, perdida ya toda compostura. Pasé uno de sus brazos sobre mis hombros para acceder a ese pecho, lo levanté sin dificultad y buscando una zona discreta clavé mis dientes.

  • Aaaaaah -volvió a gritar- ¡cómo me haces disfrutar, amigo mio!, siiiii, muerde fuerte, hazme sangrar, hazme sentir viva ... - no llegé a tanto, pero tendría unos buenos moratones donde un escote no permitirá verlos.

Su orgasmo fue apoteósico, se corrió pataleando, temblando de la cabeza a los pies y soltando tanto líquido que podría pensarse que se ha orinado del gusto.

Cuando ya más relajada, se encuentró arrodillada en el suelo, entre mis piernas, mientras mecía mi pene con sus senos, levantó su vista hacía mi para decirme "no puedo creer que haya dejado a un hombre tratarme así", yo respondí soltándole una bofetada, pasando mis brazos por sus hombros para acercar su cabeza y decirle a la cara "y si no fueras tan amiga mía te trataría peor" antes de unir mi boca a la suya para a continuación instarle a seguir con lo que estaba haciendo.

Si, este juego de la humillación lo he ganado yo.

Guzmán quiso contratar a Lulú a su servicio, pero la desanimé. Lulú se hubiera sentido muy insatisfecha limitando su existencia a estos juegos, pero me hizo prometer que le buscaría una mujer más adecuada a sus pretensiones. Cumplí mi promesa unas semanas más tarde pero eso ya lo contaré en otra ocasión.

Lo preparé todo meticulosamente. Pilar y Alma no vendrían a comer después de sus trabajos. Se quedarían por ahí y luego se irían de compras hasta la noche. Hablé con Juanma para que diera el día libre a Lulú y prohibí a Raquel salir de casa ese día.

Una hora antes de la llegada de Lulú, mandé a Raquel desnudarse y ponerse un vestido que había encargado para la ocasión. Era un vestido muy corto y ceñido, de látex negro, con aberturas en el pecho para dejar los senos al aire. La mandé seguir con sus labores. El látex no es transpirable por lo que tendría el cuerpo sudado bajo el vestido, el calor del cuerpo además adaptaría mejor el vestido a sus curvas.

Siguiendo mis instrucciones, cuando Lulú llegó la acompañó al gimnasio y esperó a mi lado, de pie. Por mi parte, me encontraba sentado en el sillón Luis XV que “heredé” de mi etapa en el hostal y contemplé a mi esclava, a escasos tres metros. Mantenía la mirada fija en el suelo, con las manos en la espalda y lucía un tupido abrigo de zorro plateado (que todavía era casi legal) y unas acharoladas y altas botas negras.

  • Quítate el abrigo – le ordené. Obedeció sin levantar la vista, se desabrochó la prenda y la deslizó sobre sus hombros, dejándola caer al suelo, a su pies. Volvió a colocar las manos a la espalda y esperó. A nuestra vista apareció el cuerpo de una auténtica diosa del placer.

Llevaba un corsé negro y verde esmeralda que le hacía cintura de avispa y elevaba sus desnudos senos. Los aros de los pezones eran algo más gruesos que los que, en su día, le coloqué, pero de un diámetro similar. Las esbeltas piernas, realzadas por los altos tacones, podían ser la envidia de cualquier modelo y, al cuello, el collar rosa que le regalé el día de su anillado, cuyo color desentonaba con el conjunto pero que interpreté como un “guiño” hacia mi, y del que colgaba una correa negra que, pasando entre sus pechos, llegaba justo hasta su depilado pubis.

Sentí la envidia que despertaba en Raquel que una criatura así estuviera a mi servicio. Su mente cada vez era más transparente para mí.

  • Arrodíllate, - ordené a la esclava. Obedeció sin levantar la vista y manteniendo las manos a la espalda.
  • Raquel, dale un paseo por la estancia como si fuera una perrita – Lulú se situó a cuatro patas , Raquel tomó su correa y ambas iniciaron un lento recorrido.
  • ¡MAS DEPRISA, AL TROTE! - aceleraron el ritmo. Lulú tropezó, intencionadamente, un par de veces, dejándome apreciar mejor el tatuaje negro que, con letras góticas, llevaba, sobre su nalga derecha, con mis iniciales:

ED

. Raquel respondía con fuertes tirones de la correa, intentando, al tiempo, evitar que su vestido se subiese hasta la cintura. * ¡BASTA! - exclamé con evidente desagrado. * ¡EN POSICIÓN DE CASTIGO, LAS DOS! - Lulú dobló los brazos y pegó la cara al suelo. Raquel, al verla, la imitó con rapidez. Sus culos quedaron totalmente accesibles para el castigo.

Me dirigí al arcón, situado en un rincón, donde guardaba todos los juguetes sexuales necesarios para una sesión sado y tomé una fusta de cuero. Situado detrás de ellas apliqué cuatro golpes a cada una, alternándolos y espaciados en el tiempo para causar el máximo efecto. Al terminar, arrojé la fusta ante la cara de Raquel.

  • Espero mucho más de ti. Enséñame de lo que eres capaz. Ahí tienes a la esclava a tu disposición. - le solté y volví a sentarme en mi sillón. Dudó y se me quedó mirando así que le aclaré “no pienses en lo que yo espero ver, haz lo que tu quieras. Dame un buen espectáculo. Sorpréndeme.”

Entonces si. Agarró a Lulú del pelo y casi la arrastró hasta ponerla delante de mi, - “Ahora te voy a hacer pagar tu torpeza ...” - le dijo, y se fue hacía el baúl. Vio el látigo con que la recibí el día que llegó, pero optó por uno más corto, de colas, y lo empleo largo rato sobre el culo, las piernas y la parte de la espalda que el corsé dejaba al descubierto. Terminó jadeando y al ver la humedad en la entrepierna de la sumisa esclava, hundió cuatro dedos en su coño - “¿te gusta esto? Pues voy a hacer que disfrutes” - volvió al arcón y regresó con un grueso consolador que le obligó a chupar antes de clavárselo en el culo, montada en su grupa, castigándola unos instantes con él, para descabalgar y, poniéndose tras ella, volverla a hundir los dedos en el coño, follándola salvajemente. Lulú alcanzó un orgasmo explosivo.

  • ¿cómo se dice Lulú? - le pregunté.
  • Gracias señora, por corregirme. -contestó educadamente.
  • Raquel, sientáte en ese banco para que pueda demostrarte su agradecimiento.

Lo hizo, y Lulú se dirigió a ella gateando y comenzó a lamerle los pies cuando llego a su altura. Raquel se mostró encantada y facilitó las maniobras levantándolos para que pudiera lamer sus plantas y meterse los dedos en la boca. Poco a poco, la lengua fue subiendo por las piernas hasta llegar a la húmeda gruta que las separaba. Aquí ya no pudo más, cogió la cabeza de la esclava apretándola contra si y la estuvo insultando hasta alcanzar su orgasmo- “siiiii, cerda, chupa, más fuerte, esto es para lo único que vales, más deprisa guarra, . . .”- y a punto estuvo de caer al suelo ante la intensidad de sus sensaciones.

Deje que recobrara un poco el aliento antes de ordenarle - “ha sido suficiente, Raquel, ve a tu habitación y espérame. Luego iré a verte. Y no te cambies de vestido.” - se mostró extrañada y salió apesadumbrada, pensando que no había sabido satisfacerme.

  • ¿qué opinas? -pregunté a Lulú.
  • Creo que tienes razón, amo, -contestó tras reflexionar un momento- no es una sádica sino una dominante caprichosa. El castigo para ella es un medio para conseguir un fin, no el fin en si mismo. Quiere ser servida, reverenciada y amada sin límites, ni reproches. No admite ser cuestionada.
  • Excelente resumen. Si, eso es lo que yo había deducido. Ahora he de dedicarte algo de tiempo, ¡te lo has ganado!

La desnudé completamente, con excepción del collar,  y la tumbé de espaldas sobre la larga banqueta, atando sus manos a las patas y dejando sus piernas a los lados, quedando totalmente expuesta a mi. * Te he comprado unas flores – le dije, y me miro con expectación. En una esquina de la habitación había un jarrón con doce rosas, las cogí con cuidado, envolví el extremo inferior del ramo con un periódico, para no pincharme y me dirigí a Lulú, que me contemplaba jadeando.

Las pasé por todo su cuerpo, acariciando y frotando y numerosos arañazos superficiales cubrieron su piel. Tras ello, comencé a azotarla. Levantaba el ramo en alto y lo bajaba con fuerza en las partes más sensibles, lo dejaba reposar allí mismo y repetía la acción en otra parte. Hice un trabajo largo y meticuloso y al finalizar numeroso puntos rojos adornaban todo su cuerpo. El maltratado ramo estaba inservible, los pétalos decoraban toda la escena y desprendían un agradable olor. Arrojé los tallos al suelo, me tumbé sobre Lulú y la penetre. Me recibió con un largo lamento de placer. Me aferré a sus nalgas y mientras me movía, lamí los puntitos rojos que me eran accesibles, tironeé, con los dientes, de los aros de sus pezones, mordí su lengua … y llegamos a la vez al clímax. Desaté sus manos, sin despegarme de ella, y se agarró a mi con brazos y piernas mientras me llenaba la cara de besos y musitaba “...gracias amo, gracias, gracias,...”. La hice limpiarme para la “conversación” que tendría con Raquel y la invité a quedarse a cenar “...seguro que Pilar se alegra de verte ...”.

(continuará)