Inflexión anal.
Aquél fin de semana iba a suponer un punto de inflexión en su jodida vida.
“Yo no soy gay” se decía, pero siempre le habían provocado un gran morbo las chicas – ¡con sorpresa entre las piernas! – y por timidez o falta de sinceridad, nunca se atrevió a decírselo a Jana, su novia. Así, lo que aconteció aquel finde -a partir de ahora WE- supuso un antes y un después, un punto de inflexión en sus relaciones y, lo más importante, ¡en su jodida vida!
Jana había quedado en salir todo el finde -¡WE!- de despedida de solteros y luego de boda con sus amigas y amigos, y no volvería hasta el domingo. Así que se despidieron haciendo un impresionante 69, metiéndose los deditos en el ano el uno al otro, luego echando el clásico polvo, para terminar rompiéndole el culo, eyaculándole todo, todo dentro, como a ella le gustaba, él muriendo de envidia al oírle chillar desgañitada:
- ¡Me pones, me matas! ¡Sigue así, no pares, dame más fuerte, hasta partirme! – y se meaba y se corría en abundante squirt (*).
Viernes tarde
Vestida súper despampanante, de auténtico putón verbenero, contoneando el culazo, con la falda manchada, sin que yo le advirtiera de nada, se despidió de mi plantándome un sonoro beso en los morros, diciéndome:
- ¡Ciao cari! ¡No seas mala y pórtate bien! ¡Limpia y arregla la casa para mi vuelta, que ya verás el sorpresón que te traigo!
Y pasado el prudencial tiempo de respeto, por si había olvidado algo y regresaba, desde que escuché cerrarse la puerta tras ella, como siempre me había atraido la lencería femenina, empecé a probarme las prendas, tiradas por el baño, amontonadas en el cesto de la ropa sucia, luego las más delicadas, limpias y perfumadas de sus armarios y cajones en los que hurgué con sumo cuidado.
Puesto a ello, vestido de nena hasta el último detalle, luciéndome haciendo sugerentes posturitas coquetas delante de los espejos, decidido a probar otras sensaciones, fui a la cocina en busca de un nabo u otra hortaliza que se asemejara a una verga, y encontré una zanahoria medianamente gruesa, medianamente larga.
Luego de enfundarla en un condón, con crema hidratante corporal la lubriqué aún más, también mi ojete y comencé a deslizar poco a poco el vegetal dentro de mi orto hambriento. Al inicio, me incomodó un poco pero traté de relajarme y así lo introduje cuidadosamente hasta el final, hasta lo más hondo que pude. Cuando el dolor punzante pasó y seguidamente se convirtió en placer, continué haciendo mete y saca, a la vez que me pajeaba al mismo compás. Entonces sentí una forma de clímax tan indescriptible y nueva, que hizo que me vaciase del pasado y se encendiese la llama de mis ocultos instintos.
Viernes noche
Después del alucinante descubrimiento que había experimentado, más salido aún si cabe, decidí aprovechar la ocasión que se me había presentado para, aún sin vestirme de mujer, si con un mini slip azul, unas bermudas beige, una amplia camiseta y unas bambas, salir a probar un autentico rabo de carne -¡Je, je, je!
¿Pero, a donde ir? ¿Quizás a aquél céntrico cine en el que se proyectaban bodrios de contenido X? ¿Aquella sala de sesión doble, continua, con viejos y mugrientos asientos, siempre en penumbras, donde solo había bujarrones y chaperos casi siempre, casi todos bastante más mayores que yo?
Recuerdo que la última vez, el siglo pasado, cuando me acomodé, no tardó mucho en sentarse uno de los paseantes –ahora “walkings”– en la butaca de al lado mío, de mi -¡o como se diga!- para con disimulo primero, rozarme el brazo y, seguidamente, ponerme la tibia y áspera mano sobre el muslo, y luego subir despacio hasta mi entrepierna. También que no hice ademán de resistencia y me limité a seguir fingiendo, seguir viendo la chisporreante película de 35mm, llena de cortes, mientras él seguía desabrochando bajando hábil la bragueta del pantalón para luego sacar mi miembro ya empalmado y comenzar a sobarlo, a subir y bajar la piel de mi prepucio, descubriendo el glande amoratado e hinchado del que emanaron las primeras gotas de presemen debido a la excitación. Que yo cerré entonces los ojos y le dejé meterme mano mientras me susurraba al oído proposiciones indecentes con palabras soeces…
Tranquilo chaval, déjate hacer… No sabes cuanto me gustaría estar a solas, en la cama contigo, no te imaginas lo que íbamos a disfrutar haciendo cochinadas, comiéndonos las pollas, los cojones, follándonos el culo. ¡Seguro que te gustará! Conozco un hostal aquí cerca donde podremos hacer de todo, y te ganarás un perrillas -¡clin, clin!- ¿Vamos, putito?
¡No! – Me decidí por coger el coche y dirigirme a una zona de bares de ambiente gay de la que tenía noticias, en donde nadie me conocería. Entré en uno de aquellos antros y pedí una copa, un gin-tónic de marca “Garrafón” que, cuando me sirvieron bien frío, bebí prácticamente de un trago.
Con disimulo, di una vuelta por el local hasta encontrar el “dark room”, e intrigado pero sabiendo lo que encontraría dentro, entré. Estaba totalmente lleno, no se podía pasar de la cantidad de gente, casi todo hombres, que había. Pero en un descuido, alguien muy corpulento me atrajo hacia un rincón y, refregando su cuerpo contra el mío, me comió la boca mientras agarraba mi trasero, y en tan solo segundos me puso tan excitado que no tuve por más que salir huyendo, para no correrme patas abajo, pringando los pantalones.
Apoyado en una esquina de la barra reponiéndome del calentón, cuando apuraba la segunda copa de veneno y comencé a dudar si pirarme, se me acercó un tipo más maduro que yo y comenzó a intentar hablar conmigo. Presentándose, me dijo llamarse Hugo y, sin ser excesivamente atractivo, un poco más alto que yo, de complexión media, cabello castaño oscuro, facciones simples y vestido desaliñado, casual, si era de esas personas joviales que te reconcilian con la noche, haciéndote reír a base de contar chistes, chascarrillos y anécdotas –¡gilipolleces en definitiva!
Así que poco a poco entablamos una intranscendente pero divertida conversación y estuvimos de cháchara un buen rato, hasta que se hizo tarde y le dije que me estaba achispando más de la cuenta, tenía que conducir -¡osti tú!- y no estaría mal pensar en la retirada. Sin tomarlo a mal, se ofreció a acompañarme un rato y después de pagar yo las consumiciones, pero dejándome pasar por delante, para contemplarme el culo –supongo– salimos al exterior, y parados, respirando hondo, cuando nos despedíamos con un apretón largo de manos, él agarrando fuerte sin soltar la mía, acercando su cara, salpicándome con algún que otro perdigón, me dijo que estaba en deuda conmigo y quería corresponderme. Que no vivía lejos de allí y me invitaba, sin ningún tipo de compromiso, a la penúltima en su casa, escuchando música. Vehementemente, asumiendo el riesgo de la aventura que había salido a buscar, acepté la propuesta y nos fuimos paseando, tropezando a veces, riendo bajito de ello, por la calle regada de apestosas potas y meados.
Cuando llegamos a su domicilio, en una vieja casona bastante destartalada, Hugo puso algo de luz tenue, música de radio y preparó las copas: dos gin-tónic, de ginebra barata, bastante cargados, dignos de un gran bebedor. Nos sentamos y hundimos en el mismo desvencijado sofá, lo cual nos acercó aún más y seguimos conversando y privando, y tras algún que otro roce para nada casual, cuando en la pausa entre dos canciones carraspeó el silencio, al fin se decidió y puso su mano caliente y sudorosa sobre mi rodilla desnuda que estaba junto a la suya, para luego subir jugueteando, sin disimulo, haciéndome descaradas cosquillas, hasta llegar y tantear, luego apretar fuerte mi abultado paquete. Y yo, sin resistirme, ni rechistar, le dejé hacer.
- ¡Ufff, cómo me estás poniendo! – dijo escuetamente.
Entonces, lanzándose a comerme una oreja, luego el cuello dándome pequeños piquitos, hasta alcanzar mi boca, uniendo nuestros labios húmedos de agua de fuego, nos dimos un beso largo, como jamás nadie se ha dado, entrelazando las lenguas -¡sedadas! Acto seguido subiéndome la camiseta, acariciándome el pecho, las tetillas, el ombligo y el vientre, - ¡etc..! - luego desabrochando hábilmente mi cinto y, una vez bajada la cremallera del pantalón, se abalanzó sobre mi verga que por la erección escapaba de mi pequeño slip y lucía descapullada, para tragarla con ansia.
Después de un rato mamándola y jugando con ella, y no queriendo tan pronto venirme, me incorporé, le desabotoné yo también la camisa, que hasta entonces no me había dado cuenta de lo sucia que estaba, y como pude se la quité. Jadeando, le mordí delicadamente los pezones tiesos como piñones, mientras le bajaba los pantalones junto con los calzoncillos, para no llevarme ninguna sorpresa, descubriendo su peludo pubis que ensortijaba un polla grande, gorda y dura, ¡con delicioso olor a mar! Y la acerqué y llevé a mi boca, y le pasé la lengua despacio, varias veces por el capullo para limpiarlo, para que resplandeciese como una joya.
- ¡Joder, qué crack, cómo la chupas de bien! – me dijo.
Entonces, olvidándome de todo escrúpulo, sin dejar de lamerla un solo instante, la llené de mi saliva, hice que su puntita abierta y húmeda besara mis labios, y me la metí y saqué toda, una y otra vez, haciéndola chocar con la garganta – glup, glup… mientras el comenzaba a resoplar – arf, arf, arf…
Al poco, agarrando energicamente mi cabeza, también él me retiró – ¡mierda, LodoyFango, en serio!
¡Lo siento, para, para que me voy a correr ya de cómo me tienes!
No pasa nada, no impolta, disfluta… – le contesté suspirando, ¡ains!
Y lo hizo de inmediato, descargando una cantidad enorme de viscosa leche caliente que me llenó hasta rezumar por las comisuras de los labios.
- ¡Qué brutal! – exclamó, ¿vamos a acostarnos? – me sugirió y yo lo tragué todo – ¡rico, rico!
Sin esperar ninguna respuesta, agarrándome de una mano, me condujo por un pasillo oscuro hasta el dormitorio, me tumbó sobre su cama que estaba desecha y, en la penumbra de luz mágica que entraba por la ventana, comenzó a desnudarme mientras me lamía todo el cuerpo.
¡Qué bien hueles, qué rico estás, te voy a comer todo!
Come, cómeme… – le dije susurrando.
Y excitado como nunca, estremeciéndome de placer mientras aplastaba su cara contra mi sexo, comencé a agitarme sin poder parar. Pero él me sujetó seguro y entonces me corrí soltando yo también un buen chorro de savia que lo salpicó todo.
Exhaustos nos quedamos tumbados juntos, murmurándonos cositas al oído, mientras yo le acariciaba con mis pies. Así hasta que se le volvió a poner otra vez dura. Entonces me senté, a horcajadas encima suyo, y agarrando su polla enfilé el glande hinchado a la entrada de mi agujerito, y comencé a descender despacio.
¡Qué caliente estás, putito! – me decía mientras yo me intentaba penetrar con movimientos lentos y profundos, mientras él me acariciaba y agarraba las nalgas, hundiendo sus dedos en mi carne, mientras comenzaba a cabalgarle con los ojos cerrados.
Así, así… Si, poco a poco… hasta el fondo… – pensé para mi adentros mientras me movía cada vez con más dedicación, ya con casi la puntita del falo dentro de mí.
¡Espera un momento, mejor así! – me dijo, y girándome despacio me puso a cuatro patas, mirando las estrellas que poblaban el cielo infinito.
Con su cara hundida en mi culo, me besó negro, lo llenó de su tibia saliva para después buscar con su enhiesta vara mi entrada. Que cuando la encontró, empujó con fuerza, haciendo ceder mi anillo, ensartándome todo aquel mástil inmenso.
Taladrado por fin, asiéndome enérgicamente de la cadera, me empezó a embestir como mala bestia. Mientras él me follaba yo me masturbaba descontroladamente hasta que, al unísono, nos llegó el mismo orgasmo y entre grititos al ritmo de sus descargas nos dejamos caer lentamente en la cama lefada, todo su cuerpo encima mío, mi ano lagrimando el espeso, blancuzco semen adornado de hilillos sanguinolentos de la primera vez.
Y rendidos los dos, abrazados a la luz de la luna –¡ains! – me quedé a dormir esa noche, con él.
Sábado por la mañana
Por la mañana, me despertó temprano un cuesco suyo, y yo, sin hacer ruido, me asomé a la ventana y pude respirar. Hacía un día esplendido y no me pude resistir, cuando vi a Hugo, tumbado en la cama desnudo, con su majestuosa polla morcillona, y me hizo señas obscenas, de volver a mamársela y follar. Pero con la resaca que él y yo llevábamos, añadido a los remordimientos que volvieron a invadirme, ya no fue lo mismo.
Después de desayunar lo poco que tenía en el aparador, nos duchamos por separado, por lo que aproveché para evacuar la enorme cantidad de lefa que me había inseminado, ponerme un culotte seco y limpio, negro que le había tomado prestado a mi chica y, como hacía un tiempo espectacular, salimos a pasear por un parque cercano, pero sucio de latas y botellas vacías, como cualquier otra pareja normal, a veces agarrándonos de la cintura, a veces él metiendo una mano en el bolsillo trasero de mi pantalón manchado.
Me subí en un columpio pero como me escocía el culete, le propuse tomar algo en la terraza de un kiosco y así poder ir otra vez al wc. En el baño de hombres había varios tipos meando, otros esperando turno. Uno pasó muy cerca mío y medio chocando me dijo:
- ¡Menudo culito! ¿Quieres entrar en una cabina conmigo y pasar un buen rato?
Por supuesto me negué, pero me pilló tan desprevenido el empujón, que abalanzándome hacia una de las puertas, está se abrió, me deslicé dentro y apoyándome con las dos manos en el inodoro para no caerme en el suelo encharcado de pis, quedé en posición de rezo, ofreciéndole todo mi trasero en pompa a aquel individuo que no perdió un solo instante en bajarme el pantalón y la braga a la par, pajearse hasta descargar abundantemente en mis lomos y salir casi corriendo como quien no quiere la cosa.
Bajo la atenta mirada y grotescas sonrisitas, alguna familiar, de los que habían sido testigos de mi violación sin hacer nada, como pude me limpié los lamparones de leche y el fino reguero que aún fluía de mi ano. Recompuse mi atuendo y con disimulo para que no se viesen los restos que adornaban la ropa, volví al lado de Hugo.
Para evitar trifulcas y malos rollos, no le comenté nada de lo ocurrido, pedimos una cerveza para mi y una birra, olivas y patatas fritas para él, y conversando comentando lo acontecido esa noche entre nosotros, ya más íntimamente, en un pronto de sinceridad que no pude evitar, acabé por confesarle mi fantasía oculta, mi secreto pasatiempos de vestir de mujer.
Nada más verte, cómo te apoyabas en la barra de aquel tugurio, lo supuse y me puso muy cachondo pero, ¿y si te gusta vestir de putita, porqué sigues saliendo con ella?
Pues polque hasta hoy no sabía si lealmente me gustaban los hombres y me lo habéis… tú me lo has confilmado…
¿Y no se lo has contado nunca a Juana, a nadie?
¡Se llama Jana! Y no, no, nunca le he dicho nada… Aunque sabe de mis gustos en la cama, a veces me mete sus deditos… Estoy segulo de que me hubiela tomado por un degenelado... y siemple tuve miedo de que lo lanzase al viento, lo contase a nuestlos amigos, la familia, ya sabes…
¡Pues no tengas más miedo, estate segura de que eso no ocurrirá conmigo, ven!
Y aunque había más gente en las mesas cercanas, arrastró mi asiento cerca del suyo, e inclinando la silla me atrajo contra su cuerpo, comenzó a acariciarme y a besarme, y deslizando su mano entre mi ropa, esquivando la fina felpa interna de la braguita, con grumos secos de su semen, me introdujo uno, luego dos dedos en mi panochita, arrancándome un profundo suspiro, haciéndome llorar de congoja y emoción.
¡Pero, no tienes porque llorar, no pasa nada, tontorrona! – me reprendió cariñosamente.
Lo siento, lo siento mucho… No volvelá a oculil… te lo plometo…
¿Qué no volverá a ocurrir? ¡Pero si aún no te he visto! ¡Y estoy seguro de que me gustarás, aún más, vestida de nena!
¿Entonces, gualdalás mi secleto? – le pregunté, a lo que él me respondió deslizando los dedos pringosos por sus labios.
¡Están sellados, a menos de que quieras darme otro beso!
Te quielo y te quielo… Y te quelé siemple, siemple… – no supe más que decirle, mientras que, con la toallita húmeda de mis lágrimas y de… se los limpié.
Y perdidos por los senderos repletos de cagadas de perro –¿en celo?–, ocultos entre los matorrales llenos de pinchos, la cara congestionada, los ojos hinchados y rojos, señal de que había llorado, me jodió como tantas veces vez había deseado, salvajemente, agarrada de un árbol, las braguitas culotte arremolinadas en los tobillos.
Sábado tarde
Cómo hiciera mi chica, me había despedido de él plantándole un solemne beso en los morros, diciéndole – ¡Ciao, cariño! Y ya de vuelta a casa, después de comer algo –¡por fin!– para reponer fuerzas, y echarme una reconfortante siesta en la que dejé dibujado una flor –¿una rosa, un clavel?– en las sábanas, con mi fluidos iniciaticos, tomé un baño con sus sales, depilé con sumo cuidado todo mi cuerpo, el pubis incluso, y luego me vestí con la lencería más sexi que encontré, unos jeans-legging ajustados y una blusa estampada, y tirantes cruzados, que resaltaba magníficamente mi figura.
Luego de perfumarme con la más femenina de las esencias, también con las pinturas de Juana –¡coño, de Jana!– me maquillé. Y después de besarme en el espejo dejando escrito el adiós con el carmín de los labios pintados, cerré su puerta. Porque esa noche había vuelto a quedar con Hugo y nada más verle, iba a decirle lo que esperaba de él, y sabía que no me iba defraudar. Con absoluta complacencia, no pensaba protestar cuando me metiera la mano en busca del calor que había entre mis piernas. No le impediría arrodillarse ante mi, para que me comiera ahí lo que quisiera, no sería yo quien le quitase el caramelo de la boca. Quería que me acariciase como más le gustara, que me desnudara, que me manoseara, que me lamiera, que me chupara, que me mordiera… Y que se dejase comer, acariciar, desnudar y sobar también él.
Pero no iba a dejar que me follara en el salón… o si, qué más daba, lo que deseaba es que me tumbase, me rasgase las bragas y abriera las nalgas con sus viriles manos y se colase muy, muy dentro mío.
Sábado noche
Por el camino fui poniéndome yo solita cachonda imaginando todo lo que le iba a hacer, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando después de llamar al timbre de su puerta - ¡ring, ring! - me abrió un desconocido, muy corpulento y desarrapado - ¿de qué me sonaba a mi este? - que me invitó a pasar. Dubitativa entré hasta el salón, encontrando a Hugo allí sentado, despatarrado en el sofá, viendo un partido de futbol y revolcándose –¿jugando?– con otro amigo.
Boquiabiertos, quedamos todos mirándonos, ellos alucinando con mi porte tan femenino, no tenía duda, yo por la actitud y lo inesperado de aquellas visitas de las que no me había advertido.
- ¡Hola preciosa! ¡Qué guapa vienes! ¡Qué bien que hayas venido! ¡Solo faltabas tú para comenzar la fiesta! – me soltó entre las risotadas de los otros dos.
Y es que habían traído unas botellas de vino, algunas ya estaban vacías y tiradas por los suelos, y canapés de fábrica para picar. Pero ignorante de lo que se me venía encima, brindamos y me hicieron beber sin parar, hasta que en un intermedio, al ritmo de los jingles (*) publicitarios, me sacaron a bailar por turnos, a veces discutiendo entre ellos y cada uno aprovechó ese momento para babosearme y magrearme por todos lados.
En la penumbra psicodélica provocada por la televisión encendida, alguien desprendió mi trusa –¡blusa, LodoyFango!– y la lanzó al aire acertando a colgarla, a modo de serpentina, en la raquítica lámpara que pendía del techo. Luego me arrancó sin cuidado alguno, rasgando incluso los legging, para de súbito sentir unos dedos grasientos, atinando certeros en mi roseta. Entonces acomodé como pude mi braga bikini color rojo burdeos para no perderla, pero si permitirles entrar y lubricarme, mientras que otro cuerpo ya desnudo y con una inmensa tranca (1) se pegó a mi trasero.
No sabía a quien de ellos tenía atrás pero la pillada en la que me encontraba era tal, que siguiéndoles el rollo les dije:
- ¡Follalme, follalme como a una puta!
El miembro (1) era realmente enorme pero se abrió paso en mis glúteos y penetró con mucha fuerza y nada de lástima en mi templo de Sodoma. Y aunque doloroso, me resultó delicioso una vez dentro, cuando estuvo un buen rato entrando y saliendo, pero sin acabar.
Ya estaba por correrme, cuando me recostaron en el sofá, nos acoplamos y lamí la única tranca (2) normal del grupo, la de Hugo. Que estaba muy excitado y él si acabó enseguida, regándome toda la cara con su leche, que luego yo relamí.
El que me petaba el trasero (1) - ahora caía, ¡era el que me agarró en el “dark room”! - lo hacía con tanta furia que creí me fuese a desgarrar los esfínteres. Únicamente cuando sentí que mis intestinos se llenaban de su esperma, la sacó, pero solo para permitir la entrada de otro (el 3) de los que esa noche iban a cogerme.
Este la intentó meter en mi ya dilatado y escurridizo
ana
ano, pero tenía tan gordo el tallo (3) que a penas pasó la cabeza. Me dolía y comencé a gimotear y a pedirle que me la sacase, que no lo soportaba. Pero insistiendo, a lo bruto, finalmente logró perforarme y siguiendo con un frenético mete saca que me hizo relinchar, acabar tirada y humillada, chorreando lo que comenzaba a ser un glorioso combinado de semen.
Me ayudaron a levantar, pero para sentarme en la última pija pendiente (¿la 2, la de Hugo?). ¡Ahora si, esta entraba sin dificultad! Y el rol de sumisa empezó a gustarme y le animé a que siguiera, diciéndole:
- ¡Así, si, amol mío, empálame con más fuelza, lómpeme toda!
Para paliar el dolor comencé a masturbarme hasta que un tsunami orgásmico, gigante, me recorrió. Quise gritar pero no pude. Quise moverme libre pero fueron sus embates los que me articularon como una marioneta.
- ¡Ah, que dolol, qué gusto, sigue, sigue, dándome más, más!
Me tiré de nuevo al suelo hundiendo la cara en la alfombra que estaba hecha un auténtico basurero de restos de comida y algún que otro lamparón de caca, lefa y sangre que en algún momento no había podido contener - ¿solo yo? -, y me embistió de nuevo, enterrándome su picha (¡Si, la 2, la de Hugo!), para luego meterla y sacarla por varios minutos hasta que sentí la leche inundarme, rebosando de mis entrañas, junto con más mierda.
Con mucho escozor en el culo, todo pegajoso y pringado de aquellos fluidos, me permitieron retirar para limpiarme, recomponerme dándome un agüita en el bidé y vestirme más cómoda, con un blusón, una mini y una tanguita de licra.
Y un rato después, pensando que ya se habrían ido, caminando con dificultad, soltando alguna que otra pedorreta licuosa - ¡de las de supositorio, ya saben! - entré de vuelta a la sala. Pero allí seguían, en calzones sucios y amarillentos, con sus pijas (1, 2 y 3) al aire, saludando y riendo.
¡Has tardado, putón! ¡Ja, ja! ¡Te has hecho de rogar! ¡Ja, ja, ja! ¡De esta no te escapas ni volando! ¡Ja, ja, ja!
¡Putos cablones, ahola soy yo quien tiene ganas de bebel!¡Pelo tlagos lalgos de macho!
Y diciendo esto me agaché, los mamé ida, para finalmente beber a grandes sorbos, sus elixires que me resultaron auténticamente revitalizantes, dejándoles casi secos.
Ya más apaciguados volvieron al vinazo, a los restos de zampa y a la charleta, pero sin renunciar a que, entre punto y coma, se las comiera e incluso les lamiera el culo – ¡también encostrados y chorreantes! – mientras nos pajeábamos unos a otros, hasta caer, ahora ya si, * saciados.
¡Puta madre, cojonudo! ¡Ha estado genial! ¡Pero ahora, zorrona, ya te puedes marchar! ¡Desaparece, ya, guarra!
¡Ah, y gracias por todo! ¡Plas! ¡Cuándo quieras, nos volvemos a ver! – fueron las últimas palabras que secretamente, después del bofetón que me propinó – ¡todavía no se porqué! – le escuché decir a Hugo.
Y alucinada por el comportamiento de aquel sinvergüenza con gracia (el 2) al que nunca olvidaré y de sus más que grotescos amigotes (1 y 3) que me habían hecho sentir como una auténtica cerda, recogí mis cosas como pude, olvidando la blusa –¡joder! – y los legging rotos, y salí contoneando el cuerpo, la faldita manchada, sin que nadie me advirtiera de ello, de aquella inmunda caverna, que más tarde supe, cuando intenté en otra ocasión volver a verle, se había derrumbado o había sido demolida –¡o yo que se!
Madrugada del domingo
Aturdida, conduje sin saber a donde ir, hasta que callejeando, como cabra tira al monte, fui a parar a una zona apartada pero muy concurrida de prostitutas y traviesas. Entonces, enjugándome las lágrimas que surcaban mis mejillas y sorbiendo, paladeando los mocos de leche agria que me regurgitaban, comencé a dar vueltas y más vueltas para verlas, bajo la luz de las farolas, ofreciendo sus servicios, unas vestidas con apretadas prendas muy femeninas, levantándose las faldas mostrando desvergonzadamente los glúteos, otras sus miembros, con los brazos en jarras.
El desasosiego me llevó a aparcar y salir a pasear y respirar el aire fresco de la madrugada, cuando alguien frenó de súbito y el viejo esperpéntico y de semblante familiar –¡el bujarrón del cine, y de los servicios públicos!– que estaba dentro, me invitó a subir en el auto. Con despecho accedí, arrancó y condujo peligrosamente hasta una calle poco transitada. Y nada más parar –¡en seco!– haciendo de tripas corazón, le besé en el arrugado rostro, luego en los fríos y secos (acartoonados) labios.
Iba a pedirle algo de paxta cuando:
- ¡Hoy es glatis! – logré solo decirle, gimoteando.
Y sin mediar palabra, de inmediato metió la acartonada mano por debajo de mi falda, buscando mi bulto comprimido en la minúscula tanga, súper manchada, que llevaba puesta.
- ¡Despacio, tlanquilo mi amol! ¿Tú, no te quitas los pantalones? – Le sugerí sin pudor.
Mientras se los bajaba, separé las piernas y, desplazando la pequeña tela y finos hilos hacia un lado, le ofrecí mi medianamente erecto pene. Comenzamos a masturbarnos mutuamente cuando le pregunté si prefería encularme. Pero pienso que, por el fuerte olor a macho y sexo que yo desprendía, insistió en que le hiciese un francés, por aquello de acabar rápido. Y le hice una magnifica mamada, limpiándole todo el requesón, que seguro no olvidará nunca, pues le dejé el asiento totalmente encharcado.
Domingo
Tremendamente angustiado por todo lo sucedido, decidí regresar rápido a casa. Era tarde, o muy pronto, pero quizás tuviera tiempo aún para arreglar el desaguisado. Frenéticamente, intenté limpiarlo todo, hacer la cama, ordenar la ropa, las pinturas. Pero Ana –¡joder, Jana!– estaba ya de vuelta, pillándome en plena faena, el rimel corrido y su lencería puesta. Y con cara trasnochada, de fin fiesta frustrado, no tardó en empezar a chillarme y gritarme:
- ¿Pero qué coño, cómo está todo, qué haces vestido de esa guisa? ¡Yo que quería sorprenderte, bien que me has sorprendido tú! ¡Puto, puto, te vas a enterar canalla! ¡Te voy a joder, hijo de la gran puta!
Y a trompicones, chocando contra algún que otro mueble y de un fuerte empujón, me tiró al suelo, y a patadas me tumbó boca arriba, se arrodilló y subió las piernas sobre sus hombros y, sin contemplaciones, comenzó a dar manotazos y a cachearme con rabia las piernas y nalgas.
- ¡Puta, salida de mierda! ¡Hueles a tío que tiras para atrás! ¿Quién ha sido, quién te ha follado, maricón? – me preguntaba, insultando y zarandeando.
Me dejé vapulear sin ofrecer resistencia, pues sentía una tremenda culpabilidad por haber jugado a dos, tres… ¡montón de bandas!, y sabía que ella tenía toda la razón. Pero flipado me quedé cuando subiéndose la falda pude ver que, ajustada a la cintura, llevaba una braga-arnés con una verga postiza de dimensiones afro – ¿la sorpresa que me tenía preparada? – que luego apuntó con auténtica precisión a la entrada de mi
ana
ano, totalmente pringado e irritado, y la clavó hasta el límite. Grité y grité inútilmente cuando empujando fuerte y rápido, con saña me penetraba como a una perra
¿en celo?
, clavándome las uñas para marcarme.
Cuando por fin paró y la sacó, con cara de asco, tirando con furia de mi pelo, hizo que mamase la prótesis que estaba llena de fluidos. Me sentí tan terriblemente humillado lamiendo aquello tan sucio y maloliente de tantos que me habían cogido esa noche - (3 + el bujarrón) - que llorando supliqué que parara
papa
.
- ¡Ahora no me vengas con llantos ni súplicas, zorrona! ¿Te lo has pasado bien? ¿Qué te follen es lo que te gusta, verdad? ¡Pues toma pollón, cabrón! – fue su contestación.
Y de nuevo me volvió a colocar en posición Y (i griega), y me la metió de un solo empujón, pudiendo por primera vez contemplar, levantándome apoyado sobre mis dos puños, como su miembro entraba y salía, acoplándose a la perfección - ¡Olé, olé y olé!
Ah, y…
– ¡Me pones, me matas! ¡Sigue así, no pales, dame más fuelte, hasta paltilme! – grité desgañitada, mientras me corría, casi sin soltar gota.
Epílogo, consecuencias del WE.
Días, semanas, me costó reponer todos los documentos de la cartera que me habían chirlado, y recapacitar sobre todo lo ocurrido. Pero en el transcurso del tiempo seguí sin ver la luz al final del túnel. Jana –¡por fin!– y yo continuamos saliendo un tiempo, mientras duraron los rescoldos encendidos de nuestra relación, follando como dos lesbianas –¡yo, con sorpresa entre las piernas! Hasta que inevitablemente ella conoció a otra u otro –¡ni lo se ni me importa!– y todo lo que hasta entonces había habido entre nosotr@s se consumió como puto papel de fumar, y no hemos vuelto a vernos.
“Yo no soy tlavesti” me digo, y sigo sintiendo arrepentimiento de haber elegido el lado más salvaje de la vida. Pero habiéndole jurado a mi culito que “nunca mais” volverá a pasar hambre, me cito con chochonas que les guste adornarse con arneses, y huevones que se vistan de nena, en viejos hoteles, o en los asientos reclinados de sus coches, y les chupo y dejo que me chupen o que me cabalguen, hasta hacer brotar la última lágrima de semen, que luego limpio delicadamente con una toallita húmeda.
(Continuará – o no ;-)
Gracias por leerme, por sus comentarios y valoraciones.
- Pala cualquiel aclalación, mi coleo es: piiiiii@piiiiiii.pom – dice Yuan Tchi.
Make sex, not war
- busca en Wikipedia.